1. La fundación por el padre Hippolyte Guibert
  2. Los principales acontecimientos. Los alumnos de 1841 a 1952
  3. La comunidad oblata
  4. Conclusión

En la travesía que los llevaba hacia Córcega, en el mes de marzo de 1834, nueve meses después de su nombramiento como obispo de Ajaccio, Mons. Raphaëll Casanelli de Istria confiaba al padre Sarrebayrouse, su secretario particular y vicario general: “quiero establecer un seminario capaz de competir con los del continente.”

La diócesis desbordaba de sacerdotes, al menos mil para una población apenas de doscientos mil habitantes. Muchos vivían, sin embargo, con sus familias, con ropa de laicos, sin destino por falta de formación. El seminario, cerrado durante la Revolución, no fue reabierto por Mons. Sebastiani, obispo de 1802 a 1831. A partir de sus primeros decretos, Mons. Casanelli anunció que suspendía las ordenaciones durante el año 1834 y que, en el futuro, sólo impondría las manos a los que hubieran seguido la enseñanza regular y la formación del seminario que él abriría pronto. No pudo hacerlo en el otoño de 1834 porque no consiguió encontrar un local disponible, además, el clero diocesano no quiso encargarse de esta tarea.

La fundación por el padre Hippolyte Guibert.

Durante las visitas a la casa de la familia de Isoard, en Aix, en 1833 y 1834, Mons. Casanelli se reunió con Mons. de Mazenod, quien prometió ayudarlo. Mediante carta del 19 de septiembre de 1834, le anunció el envío, en algunos meses, de los padres Dominique Albini, Adrien Telmon y del futuro superior, “el sacerdote más distinguido de nuestra región, tanto por su profunda piedad, por el alcance de sus conocimientos, o por la finura de su espíritu cultivado”.

El padre Hippolyte Guibert llegó a Ajaccio a fines del mes de marzo de 1835. Alquiló la casa de Ottavi, el hospicio, que acababa de ser evacuada, e hizo realizar cuanto antes los trabajos de reparación más urgentes. Por decreto del 15 de abril, Mons. Casanelli anunció la apertura de la institución para el 6 de mayo. El 2 de mayo, Mons. de Mazenod escribía al padre Vincent Mille, sucesor del padre Guibert en N.-D. de Laus: “[Él] se ha mostrado como un maestro desde el primer momento. No se imagina con qué prontitud y con qué habilidad manejó este asunto […] La gente se asombra en Ajaccio al ver terminada, en tan poco tiempo, una obra que se creía interminable “(en Lettres aux oblats de France, 1831-1836, Écrits oblats I, t. 8, nº 513, p. 141). Unos quince alumnos se presentaron y quedaron muy impresionados por la dirección fortiter et suaviter del director. Se constituyeron en reclutadores durante las vacaciones de verano, logrando que sesenta seminaristas comenzaran el año escolar 1835-1836.

Por un convenio del 1º de enero de 1836, entre el Obispo de Ajaccio y el Superior general de los Oblatos, se confiaba el seminario a perpetuidad a la Congregación. Ésta se comprometía, por su parte, a proporcionar al menos, a cinco directores que recibirían el sueldo asignado por el Gobierno.

Durante el verano de 1837, se logra entrar en posesión del antiguo seminario, construido en 1710, que ha pasado a ser bien nacional en 1790 y desde entonces, ocupado por la Prefectura. Ciento treinta y siete seminaristas y jóvenes sacerdote hicieron el año escolar 1837-1838, bajo la dirección de los padres Guibert, Francoise-Noël Moreau y Frédéric Mouchel; los padres Albini y Telmon se habían convertido en misioneros con residencia a Vico. En 1838-1839, ochenta alumnos debieron vivir en muy poco espacio, en el convento de Vico, mientras se hacían añadir tres pisos al seminario.

Los principales acontecimientos. Los alumnos de 1841 a 1952.

Después de haber escrito algunas páginas sobre la fundación del seminario, el padre Jean Corne, en un artículo publicado en Missions, añade “en adelante nuestra tarea será algo más fácil. Entramos en este período regular en que el seminario no tiene ya historia, porque nada cambia allí. El seminario es la casa de Dios; participa, de alguna manera, de la inmutabilidad divina; su fisonomía sigue siendo la misma, no envejece, el tiempo parece no tener imperio sobre él. Como las aguas de un río se renuevan sin cesar en el mismo lecho y siguen el mismo curso, así las generaciones de seminaristas se suceden en esta casa santa, viviendo la misma vida, pasando sin ruido entre las orillas inmóviles del estudio y la oración, despojándose de las imperfecciones de su carácter, purificando sus pensamientos y sus afectos, y entrando finalmente en el océano misterioso del sacerdocio” (Missions O.M.I., 13 (1875), p. 19).

¡Feliz tiempo en que todo cambiaba menos rápidamente que hoy! Incluso entonces, sin embargo, acontecimientos extraordinarios subrayaban la monotonía de la vida diaria. En 1841, el padre Guibert, nombrado obispo de Viviers, dejó el seminario de Ajaccio con gran pesar del Obispo y de los seminaristas. El padre Moreau lo sustituyó, pero murió después de algunos días de enfermedad en 1846. Se había sobrecargado de trabajo y preocupaciones, porque Mons. Casanelli le había obligado a ser superior de los dos seminarios reunidos en la misma casa. Esta situación siguió con algunos seminaristas menores, al menos hasta la apertura del nuevo seminario menor en 1850. Esto explica por qué el número de los seminaristas mayores bajó mucho durante el período en que fueron superiores los padres Moreau y Jean-Joseph Magnan, de 1841 a 1856. Después de la llegada del padre Jacques Santoni, el seminario-colegio, que contaba con más de trescientos alumnos, comenzó a dar resultados. El número de seminaristas mayores aumentó poco a poco y se mantuvo en más de cien, entre los años 1860 y 1880, con una veintena de ordenaciones por año.

En la primavera de 1864, un incidente casi pone fin a la dirección de los Oblatos. Mons. Casanelli combatió siempre la participación del clero en política y campañas electorales. En 1864, sin embargo, su sobrino se presentó al consejo general de Córcega, por la región de Vico. Monseñor decidió poner fin al año escolar más de un mes antes de lo habitual, con el fin de permitir a una docena de seminaristas de Vico, estar “in situ” durante la campaña electoral y votar. El padre Santoni, que se había opuesto con fuerza a este proyecto y había anunciado que de ser así, los Oblatos dejarían el seminario. Decidió regresar al continente, descontento y resuelto a no volver a Córcega. Después de un intercambio de correspondencia entre Mons. Casanelli, el padre Joseph Fabre y el padre Santoni, se hicieron las paces durante el verano.

El número de los alumnos disminuyó después de 1880, hasta llegar a cuarenta y cinco en 1890. El padre Xavier Bessières, sucesor del padre Santoni, fundó en 1892, la obra corsa del sacerdocio. En el opúsculo que publicó a este respecto, atribuía la baja de las vocaciones a tres causas: la disminución de la fe y la práctica religiosa en las familias, la obligación de los seminaristas corsos de hacer el servicio militar después de 1870 (el padre Guibert había obtenido su exención en 1835) y la disminución de la ayuda del Gobierno. Esta obra, dirigida por los Oblatos hasta después del concilio Vaticano II, pareció en primer lugar muy eficaz. El número de alumnos se acercó de nuevo el centenar durante algunos años.

Los decretos de expulsión de los religiosos en 1880 y 1901 no tuvieron ninguna consecuencia sobre los Oblatos del seminario mayor. Pero la ley de separación entre la Iglesia y el Estado, del 9 de diciembre de 1905, produjo efectos catastróficos sobre la Iglesia de Córcega. Se cerraron los dos seminarios y se convirtieron en propiedad de Estado. El presupuesto del culto para Córcega, que ascendía a 500.000 francos, finalizó, sustituido por la ofrenda para el culto. Éste sólo recogió unos 50.000 francos en 1907, pero aumentó poco a poco después, cuando los fieles comprendieron que debían mantener al clero. En el seminario, levantado por el padre Guibert, el municipio colocó a familias necesitadas. El edificio en ruinas, fue demolido en 1968.

En 1908, Mons. Desanti había comprado una casa en el paseo Grandval, donde reunió a una quincena de seminaristas bajo la dirección del padre Pierre Bunoz y de algunos sacerdotes diocesanos, pronto sustituidos por del Oblatos. Después de la guerra de 1914-1918, Mons. Simeone compró el “Hotel suizo” para hacer su seminario mayor. Hubo de construir una iglesia contigua, dedicada al Sagrado Corazón, en recuerdo de los cuarenta mil Corsos muertos en el campo de batalla. Mons. Rodié, obispo de 1927 a 1938, reactivó la obra del sacerdocio e hizo agrandar los dos seminarios. Entre 1920 y 1939, el número de seminaristas pasó de diez a sesenta. Del 17 al 20 de mayo de 1935, se celebró con gran solemnidad el centenario del seminario, en presencia del padre Théodore Labouré, superior general, del cardenal Verdier, arzobispo de París y los arzobispos de Aix, Marsella y Auch.

La guerra de 1940-1945 dio un nuevo golpe al reclutamiento vocacional. ¿Convenía mantener “in situ” cinco o seis padres para una docena de seminaristas? El 13 de junio de 1951, el padre Léo Deschâtelets escribía al padre Joseph Pouts, provincial de Francia Sur: “En todas partes, se habla de estrechar las filas del clero, rehacer las líneas de ataque y defensa, con el fin de garantizar más eficacia en el trabajo sacerdotal. Para no quedarnos en bonitas teorías, pongámonos con determinación a la tarea de controlar concretamente los hechos que nos afectan y nos conciernen personalmente”. En consecuencia, añadía, será necesario enviar los escasos seminaristas a una diócesis del Sur de Francia y emplear a los padres en otra parte. Mons. Llosa, obispo de Ajaccio de 1938 a 1966, estuvo de acuerdo con la partida de los profesores en 1952. Cerró su seminario que fue el primero en reagruparse, en el marco de un seminario regional, en Aix-en-Provence. La Congregación había dirigido el seminario mayor durante ciento diecisiete años.

En 1952, el padre Yves Guéguen conservó su título de superior de los seminaristas emigrados y de vicario general de la diócesis. Los padres Guéguen y Albert Schneider ejercieron, sucesivamente, estas funciones hasta 1964, ocupándose, al mismo tiempo, de una pequeña comunidad formada por sacerdotes recientemente ordenados. Éstos residían, una parte de la semana en el seminario y durante algunos días, en las parroquias donde eran vicarios. La comunidad oblata seguía también atendiendo la capilla del Sagrado Corazón y ocupándose de distintas obras, entre ellas, la de las vocaciones sacerdotales.

En 1965, la capilla del seminario mayor, se transformó en iglesia parroquial. La provincia aceptó un contrato que la comprometía por diez años en la pastoral parroquial urbana; fue en primer lugar, in situ, en la parroquia del Sagrado Corazón, luego aceptaron ir, en 1968, a fundar una nueva parroquia en un barrio popular más desamparado, a “Canne Salines”. Los Oblatos construyeron la iglesia y el presbiterio de la parroquia San Pedro y San Pablo; abandonaron la ciudad de Ajaccio en 1985.

La comunidad oblata

Mons. Casanelli de Istria se quejó a menudo del cambio demasiado frecuente de los padres en las dos casas oblatas de Córcega. Estas quejas no tienen fundamento, en lo que se refiere a los superiores del seminario mayor, cuya estadía duró un promedio de nueve años cada uno. Sólo hubo, en efecto, doce superiores en ciento diecisiete años: Hippolyte Guibert, 1835-1841, Francois-Noël Moreau, 1841-1846, Jean-Joseph Magnan, 1846-1856, Jacques Santoni, 1856-1890, Xavier Bessières, 1890-1899, Théophile Ortolan, 1899-1908, Peirre Bunoz, 1908-1917, Francois Aubert, 1917-1926, Jean-Émile Coumet, 1926-1934, Hilaire Balmès (1935-1939), Maurice Bros, 1939-1944, Ives Guéguen, 1945-1952. Según la costumbre, el superior del seminario recibía también el título de vicario general. El padre Ortolan fue incluso elegido vicario capitular a la muerte de Mons. M. J. Ollivier, en 1906; el padre Balmès ejerce prácticamente la misma función cuando Mons. J. M. Rodié fue transferido a Agen, en 1938.

Según los compromisos asumidos el 1 de enero de 1836, los directores no fueron nunca menos de cinco y, después de la muerte del Fundador, rara vez cambiaron; algunos como los padres Théophile Ortolan, Paul Pompei y Auguste Beaume, permanecieron incluso veinte y veinticinco años.

Según la correspondencia entre los superiores y la administración general, muy abundante en el tiempo del Fundador y los informes de los visitadores canónicos, en particular de los padres Casimir Aubert, Ambroise Vincens y Célestin Augier, los padres siguieron estando a la altura de su tarea desde el punto de vista de lo religioso y sin serios problemas en sus atribuciones como profesores y directores. La enseñanza apenas presentó dificultades. Durante el siglo XIX, los seminaristas sólo tenían dos horas de clases cada día. Los profesores comentaban los manuales y comprobaban, a través de frecuentes exámenes, que los alumnos los habían asimilado. Intelectuales y apasionados por la lectura, Mons. Casanelli y el padre Guibert obligaban a los jóvenes sacerdotes a llevar con ellos sus manuales y algunas obras importantes. El sínodo diocesano de 1853 elaboró, por otra parte, una lista de obras que podían considerarse como la biblioteca ideal del sacerdote. Entre la treintena de libros recomendados, figuran la Summa de Santo Tomas de Aquino, los decretos del Concilio de Trento, la teología moral de San Alfonso de Ligorio, el Cursus theoloiae completus y el Cursus Scripturae Sanctae de Migne, etc.

Si los visitadores canónicos deben, a veces, hacer recomendaciones, es con respecto al ministerio exterior (capellanía, colaboración con los curas, etc.) que estábamos tentados a aceptar demasiado generosamente, en detrimento de la dirección y la enseñanza. Se predicaba, sobre todo, durante las vacaciones de verano, siguiendo en eso la tradición comenzada por los padres Albini y Telmon y alabada por el Fundador. El estudio Missions da a menudo cifras a este respecto; los padres, por ejemplo, predicaron veintiún retiros de 1873 a 1879, quince de 1886 a 1892 y veinte de 1892 a 1898.

Mediante el acuerdo establecido en 1826, entre Mons. Casanelli y Mons. de Mazenod, los padres podían aceptar en la Congregación a los jóvenes o a los seminaristas que deseaban convertirse en Oblatos. El Fundador acusó, a veces, al padre Guibert de no hacer nada en este sentido. Éste, sin embargo, había sido un excelente reclutador antes de trabajar en Córcega, pero allí, por prudencia, juzgó oportuno no molestar al clero, que ya se mostraba mal dispuesto hacia los religiosos por dirigir el seminario mayor. Envió en todo caso al noviciado, a Louis Morandini y Dominique Luigi. Los superiores siguientes, se mostraron menos reservados. El padre Moreau admitió a cuatro aspirantes en cinco años, el padre Jacques Santoni, que será superior del seminario durante treinta y cuatro años, envió a veintiún jóvenes Corsos al noviciado durante su período. Solamente dos o tres Corsos se convirtieron en Oblatos desde entonces.

Conclusión

En el discurso pronunciado el 17 de mayo de 1935, con motivo del centenario del seminario mayor, el canónigo Morazzani decía: “¡Qué luminosa y fecunda fue la idea de Mons. Casanelli de confiar la formación eclesiástica de los candidatos al sacerdocio a una sociedad religiosa que aseguró, durante un siglo -cosa rara- con una dedicación permanente, la continuidad de su obra! […] Esta continuidad de dirección dio los resultados más felices y más reconfortantes. Los resumo en este linaje de Obispos que, salidos casi todos de esta casa, ilustraron esta sede […] De esta casa no sólo salieron pontífices, sino también sacerdotes, llenos del espíritu de su estado, sacerdotes con alma católica.” En este punto de su discurso, el orador retoma una oración de Mons. Casanelli al final de su vida: ¡”Al llegar aquí, oh Dios mío, encontré muchos sacerdotes, pero no tenía clero! En la actualidad, a punto de comparecer ante vos, os entrego la viña que me confiasteis. La cultivé con amor y la planté con cepas vigorosas que alcanzarán todo su tamaño y darán todos sus frutos.”

YVON BEAUDOIN, O.M.I.