Administración General
12/10/2018

Paolo Archiati OMI
Vicario general

Estos años, nuestra familia religiosa misionera está celebrando varios aniversarios importantes. El 25 de enero de 2016, celebró los 200 años de vida, recordando el día en el que su Fundador, San Eugenio de Mazenod, inició la vida en común con cuatro de sus compañeros y amigos con el propósito de responder al clamor de la Iglesia que pedía ayuda al ver cómo la fe de sus miembros se apagaba hasta llegar a extinguirse tras la devastación causada por la Revolución Francesa, por no mencionar la defección de muchos de sus ministros.

Eugenio pronto pensó en escribir una regla de vida para esta pequeña comunidad, a la que pronto se sumarían otros jóvenes, un código que les ayudara a alcanzar el ideal que ellos mismos habían establecido el mismo día en que se juntaron en un viejo convento carmelita, en Aix-en-Provence, al sur de Francia.

El antiguo castillo propiedad de la familia de Eugene en Saint Laurent du Verdon, donde escribió las primeras Constituciones y Reglas.

En septiembre de 1818, para desarrollar esta regla, Eugenio y dos de sus compañeros fueron a un viejo castillo que pertenecía a su familia, a unos sesenta kilómetros de Aix, su ciudad natal. Por esta razón, en septiembre de 2018 celebramos los 200 años de aquel lejano mes de septiembre, recordando su deseo de dotar a sus Misioneros de Provenza de un texto que les ayudara a ser santos y les mostrara el camino para proclamar del Evangelio a las poblaciones abandonadas de la región, especialmente a los más pobres.

Esta Regla ha sido modificada muchas veces en estos 200 años de historia, siendo adaptada a las situaciones de la familia religiosa para la que fue escrita, además de la Iglesia y del mundo en el que los misioneros han seguido cumpliendo la misión de “evangelizar a los pobres”, en fidelidad a la inspiración original de su Padre Fundador.

Al presentar el comentario del Padre Jette sobre la Regla, el Padre Marcello Zago, por entonces nuestro Superior general, decía que las Constituciones y Reglas son esenciales para toda familia religiosa. Las llamaba “el punto de referencia del que depende la identidad de sus miembros… un tesoro para profundizar el carisma, un camino concreto para discernir la voluntad de Dios, un reflejo del Evangelio cuyas exigencias ayudan a comprender;… el medio de renovación para las personas y para las comunidades”.

La Regla escrita por San Eugenio sería aprobada por el Papa sólo ocho años después, en febrero de 1826, pero en ese período fue ya la lámpara que guio los primeros pasos en la vida religiosa y misionera. Tras la aprobación pontificia, Eugenio invitaría a sus Oblatos a adherirse a la Regla de corazón y de alma y practicar con exactitud cada vez mayor lo que prescriben.

Unos pocos años más tarde, en las notas de su retiro de 1831, escribía: “Estimemos, pues, esta preciosa Regla; tengámosla de continuo ante los ojos y sobre todo en el corazón… Importa, pues, que nos impregnemos del espíritu de estas Reglas y para lograrlo hay que hacer de ellas el tema de nuestras meditaciones habituales”. La Regla debe, por esta razón, ser estudiada, continúa el Padre Zago en su presentación, meditada con tesón y llevada a nuestra oración.

“…Queremos elegir unos hombres que tengan la voluntad y la valentía de seguir las huellas de los Apóstoles,” escribió Eugenio de Mazenod en su primera carta al Padre Tempier el 9 de octubre de 1815. ¡Las Reglas nos explican la calidad de tales hombres, el amor a Jesús que les habita, el celo misionero que arde en ellos, la vida religiosa que les anima, la formación que han recibido y qué vida de comunidad desean vivir!

Y para que las Constituciones se conviertan en libro de vida, hace falta conocerlas y hace falta vivirlas. Pueden ser aceptadas por la inteligencia, y pueden serlo por la voluntad, pero todavía es preciso que sean aceptadas por el corazón y que penetren nuestra vida sensible. Sólo entonces podemos decir con toda verdad que hemos “interiorizado” las Constituciones.

Interiorizar, una palabra fuerte. Nos lleva toda una vida interiorizar la Regla, y aún ésta se quedará corta. Por esto y con razón, el Padre Jetté concluye: “Mientras la parte más íntima de nuestro ser no haya sido tocada por ellas y transformada por el amor de Jesucristo… no habremos alcanzado la meta, estaremos en camino. El fin al que tienden las Constituciones, libro de vida, es el de crear en nosotros una vida nueva, la vida del hombre apostólico. Es el anhelo de nuestro beato Fundador…”

Al hablar a los Oblatos, reunidos en el Capítulo el 7 de octubre de 2016, el Papa Francisco les recuerda que su primera regla de vida es la caridad, a la que el Fundador nos ha invitado en su testamento espiritual, una caridad de la que deriva, como consecuencia natural, el celo por la salvación de las almas. Esta exhortación del Papa Francisco une así el principio y el final de la vida de Eugenio: su Regla y su Testamento. Estas palabras de Francisco nos ayudan a no olvidar que nuestra familia religiosa misionera tiene dos principios fundamentales unidos íntimamente e interdependientes entre sí. De nuestro deseo y de nuestra tensión hacia la santidad proviene la efectividad de nuestra acción misionera; de los desafíos de nuestra misión, afrontados y vividos con el celo misionero que nos caracteriza, nace la santidad como don de Dios para nuestros hermanos en la comunidad a la que pertenecemos y para los pobres a los que servimos.

Sólo tenemos que abrir este libro y sumergirnos en él. Si lo leemos con nuevos ojos y con un nuevo corazón, descubriremos que es “nuevo”, aun cuando las palabras que contiene pudieran parecernos antiguas… Para descubrirlo como nuevo, basta con leerlo con los ojos de la Iglesia de hoy, de la humanidad de hoy, de la Congregación de hoy…

¡Disfruten de la lectura!