PROVINCIA MEDITERRÁNEA

El Congreso sobre “Oblación y Martirio” celebrado en la Casa de Espiritualidad Emaús de Pozuelo de Alarcón (Madrid), España, terminó con éxito el 5 de mayo de 2019. Entre los participantes estuvieron oblatos, religiosas y asociados laicos, en su mayoría de España e  Italia. También el P. Superior General honró el evento con su presencia. Presentamos ahora lo que escribió en su blog el P. Fabio Ciardi, Director del Servicio General de los Estudios Oblatos en Roma y organizador del Congreso.

Photo credit: Provincia Mediterranea OMI

¡Misión cumplida! El Congreso sobre “Oblación y Martirio” se ha celebrado: 23 intervenciones que han abarcado los países más diversos; más de 60 personas presentes que han participado activamente en el evento; más de 500 que lo han seguido por la retransmisión en directo; representantes de todos los componentes de la familia oblata, la mitad mujeres.

He recogido material para una publicación en tres volúmenes que ayudará a conocer las historias de los mártires y el mensaje que siguen dirigiéndonos a todos.

Nuestro Fundador, san Eugenio de Mazenod, estaba convencido que un oblato con su acto de oblación debería estar dispuesto a dar la vida incluso como mártir. De hecho, después de más de 200 años de existencia, un buen número de ellos han sido reconocidos por la Iglesia como mártires. La mayor parte de los otros oblatos que murieron trágicamente, unos setenta, no se pueden considerar mártires en el sentido más estricto, muchos de ellos sencillamente no lo son. Sin embargo, ya que su muerte está ligada a la misión, han dado un extraordinario testimonio oblato.

No son solo historias del pasado, sino acontecimientos que, desafortunadamente, continúan repitiéndose en el presente, como el asesinato hace pocos meses de algunos miembros de nuestras comunidades parroquiales en Filipinas.

Entre tantos testimonios, uno de los más sencillos y bellos es tal vez el del primer mártir oblato.

He confiado su recuerdo a una mujer, Ileana Chinnici, ya que él ha dado la vida en defensa de la dignidad de una joven. El hermano Alexis, un sencillo, un puro, un obediente. Un hombre de oración, un hombre bueno que contemplaba la naturaleza en la que veía a Dios. Una de esas presencias escondidas sin las cuales ninguna misión se puede realizar, uno de esos cimientos sin los cuales ningún edificio se puede construir.

Desde Francia llega a Canadá. Nos situamos en la segunda mitad del siglo XIX. Durante una expedición para acoger algunas hermanas que llegaban, el hermano Alexis va en la avanzadilla de una caravana. Con él están un guía local, Louis, algunas familias mestizas y una huérfana de catorce años, Geneviève, que debía transferirse a otro colegio. Ante las dificultades del recorrido la caravana se divide: Alexis tiene que llegar donde las hermanas y decide continuar, la familia de mestizos regresan dejando Geneviève con Louis y con el hermano Alexis.

Y fue así como Alexis va al encuentro de su martirio, a la realización del proyecto de Dios sobre él, el de ser asesinado y canibalizado porque se opuso a una violación planificada e infame perpetrada contra una jovencita indefensa.

“¿Quién es más pobre que una adolescente mestiza y huérfana?”, nos decía Ileana. “No tiene a sus padres, no tiene afectos, no tiene familia, no tiene bienes, no tiene cultura…. ¿quién podía protegerla?, ¿quién tomaría sobre sí su defensa? ¿Cuánto cuenta la dignidad de una joven, de una mujer, su intimidad, su femineidad? ¿A quién le podía interesar si se convirtiera en objeto de posesión, de violencia, de abuso, de deshumanización? Geneviève está indefensa frente a la lujuria de Louis, un hombre violento, sin escrúpulos. Pero los sencillos defienden a los sencillos, los puros defienden a los puros… Alexis y Geneviève, asesinados y devorados, mártires de la pureza y la pobreza”.

Oblación y Martirio. No se comprende la profundidad de la oblación si no se mira hacia su cumplimiento máximo. La oblación de Jesús ha sido un amor hasta dar la vida. También la oblación de algunos oblatos ha llegado hasta dar la vida. Este momento culminante debemos ponerlo siempre ante nuestros ojos para recordarnos que no hay amor más grande que dar la vida. A esta radicalidad y totalidad de amor debemos tender, siempre, todos.