OMI LACOMBE, CANADÁ

Por Lorraine Turchansky
Extracto de un artículo publicado originalmente en www.grandmedia.ca (26 de julio de 2019).

Los restos mortales de los tres pioneros de la Iglesia en el Oeste de Canadá han sido trasladados para que descansen en nuevas tumbas en St. Albert, el corazón histórico del catolicismo en Alberta.

El Obispo Vital Justin Grandin, el padre Albert Lacombe y el padre Hippolyte Leduc

El Obispo Vital Justin Grandin, el padre Albert Lacombe y el padre Hippolyte Leduc fueron miembros de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, una congregación francesa de presbíteros que vinieron al oeste a servir a las Primeras Naciones y a los Mètis así como a los campamentos de europeos que los siguieron. La misión original de St. Albert fue fundada en 1861 por el padre Lacombe y los padres oblatos han servido la parroquia desde entonces.

Grandin fue el primer Obispo de la Diócesis de St. Albert, precursora de la Archidiócesis de Edmonton y los dos presbíteros fueron las figuras centrales del desarrollo de parroquias, hospitales y escuelas en la diócesis.

Hace más de 100 años los restos de Grandin (1906), Lacombe (1916) y Leduc (1918) habían sido enterrados en la cripta subterránea de la iglesia de St. Albert, lugar original de la Catedral de St. Albert en la histórica Mission Hill. Aunque los enterramientos en criptas son comunes en las iglesias europeas, son relativamente raros en el Oeste de Canadá.

La cripta formaba parte de visitas populares cada verano, junto con la capilla del padre Lacombe que él mismo padre construyó en 1861 co1aborando con los Mètis residentes locales  y está reconocida como el edificio más antiguo de Alberta. Todos los niños católicos que han crecido en esta zona la  han visitado al menos una vez.

Capilla del Padre Lacombe, edificio más antiguo de Alberta (Foto de Lincoln Ho)

Pero era accesible solamente desde el exterior y se había deteriorado a causa de la filtración de la humedad y falta de circulación del aire. Las reparaciones iban a ser muy costosas y requerían trasladar los ataúdes. Por eso los oblatos quisieron trasladarlos al cercano cementerio de St. Albert que ya tenía una sección reservada para sus presbíteros y hermanos.

La directora de funerales, Aimee Anderson, estuvo encargada de coordinar el traslado de los restos.

“Desde el punto de vista profesional como directora de funerales, nunca pude imaginar estar involucrada en nada con este alcance y magnitud”, dijo Anderson, “pero eso no fue nada. Para mí, espiritualmente fue increíble”

Los restos de los dos presbíteros fueron enterrados sin problemas el 8 de mayo. Una vez que esto se hizo, los trabajos comenzaron para la tumba del Obispo Grandin que fue construida con grandes rocas y mortero de río, rematada con una gruesa lápida de mármol.

“Hubo muchísimos protocolos que seguir en relación a cómo deberían moverse los restos… y me lo tomé muy, muy en serio”, dijo Anderson.

“Fue un proceso de mucha oración y siento que toda la gente que vino a trabajar conmigo en este proceso fueron increíblemente respetuosos y reverentes, gente que no era necesariamente católica pero que sabían lo que significaba lo que estábamos haciendo y el papel que a ellos les tocaba jugar en esta historia. Todo lo que vi Fue realmente un regalo para mí”

“I prayed a lot that nobody would be injured, that nobody would be disturbed by what they would see, that we’d get through this safely.”

“Recé muchísimo para que nadie resultara herido y que ninguno se molestase por lo que pudieran ver y para que todo pasase de manera segura.”

Algunos artefactos que habían estado encima del ataúd junto con algunas pertenencias de Grandin los habían descubierto los oblatos ya en 1938 y fueron colocados en un pequeño cofre hecho a medida para que se enterrase en la nueva tumba.

El 27 de mayo el Obispo Grandin fue enterrado cerca de los dos presbíteros después de celebrar un servicio litúrgico al que asistieron representantes de los Oblatos, de la arquidiócesis, Connelly-McKinley y de la Sociedad Histórica Francófona de Alberta.

Para Anderson que ha trabajado como directora de funerales por 11 años, el proyecto no era nada menos que trasformador. Sus ojos se llenan de lágrimas cuando recuerda el servicio litúrgico en el cementerio. Finalmente se siente confirmada en el papel que desempeñó en todo el proceso.

“Sentí esa paz que estaba como lloviéndonos cuando los dejamos descansar. No sé cómo eso no puede cambiar tu vida. Cambió mi vida”.

Esta sección del cementerio de St. Albert es ahora el hogar que alberga las tumbas de dos oblatos a los que han sido reconocidas por la Iglesia sus virtudes heroicas, lo que quiere decir que sus vidas demostraron un esfuerzo consistente para crecer en santidad. El Obispo Grandin fue declarado venerable en 1966 y el hermano Anthony Kowalczyk en 2013. Se piden dos milagros atribuidos a su intercesión para que la Iglesia reconozca como santo a una persona que es venerable.

El Hermano Antonio, al que muchas veces se le llama el “herrero de Dios” sirvió la mayor parte de su vida como un jardinero  muy querido y el hombre de mantenimiento en el College St-Jean de Edmonton que actualmente es la Facultad francesa de la Universidad de Alberta.