PROVINCIA DE ASUNCIÓN

Me llamo Adam Wojdecki. Tengo 20 años y formo parte de un grupo de jóvenes de los Oblatos de la parroquia de San Maximiliano Kolbe en Mississauga, Ontario, Canadá. Este verano tuve la oportunidad de pasar tres semanas en Madagascar con el grupo de experiencia de trabajo misionero.

Cuando supe que el P. Marcin SERWIN estaba organizando un viaje a Madagascar con jóvenes, la idea me entusiasmó. Había oído hablar mucho de Madagascar a oblatos que trabajaban en la isla cuando éstos venían de visita a nuestra parroquia. Me interesaba mucho el trabajo de estos misioneros, cómo difundían la fe católica entre los malgaches y cómo era un día de su vida allí.

Lo que más me ha sorprendido es la hospitalidad de la gente. A pesar de ser pobres económicamente, no lo son desde el punto de vista humano. Siempre compartían todo lo que tenían. En cada pueblo al que llegábamos, la gente nos recibía con mucho cariño. Compartían con nosotros café, té, coco, o unos donuts malgaches. Aunque no nos conocían, decían que éramos su familia. Me impactó profundamente que lo más importante para ellos no era la ayuda material que pudiéramos ofrecerles, sino el hecho de que les visitáramos y pasáramos un tiempo con ellos.

En muchos poblados, al saber que íbamos a visitarles, la gente salía hasta varios kilómetros fuera del pueblo para recibirnos en el camino y ayudarnos a llevar nuestras cosas.

En la zona oriental de la isla pudimos ir con un misionero durante seis horas hasta un pueblo de la selva. Allí celebramos la misa, que la gente espera con gran expectación, pues apenas pueden celebrarla una vez cada varios meses. Pudimos constatar lo felices que eran al poder participar en la misa y recibir a Cristo. Un día muy especial para ellos.

Los niños en Madagascar tienen ya responsabilidades desde bien temprano. Cuidan de sus hermanos más pequeños y ayudan mucho a sus padres. Siempre querían saber más y más cosas de nosotros. Les alegraba poder participar en juegos y actividades y aprender algo de inglés. Les gusta mucho las canciones polacas. Les gusta cantar con nosotros, y aprenden rápidamente las letras de estos cantos en polaco. También nos sorprendió que durante una misa la gente comenzara a cantar en polaco “Jesús, en ti confío”. Después, el misionero nos dijo que este himno es conocido en toda la isla.

También tuvimos la oportunidad de visitar una iglesia en Tamatave que había fundado nuestra parroquia. La gente estaba muy agradecida por la ayuda recibida y nos pedían dar las gracias a los feligreses de nuestra parroquia.

Esta experiencia misionera me ha enseñado la importancia de la comunidad, de compartir con los demás, y lo importante que es vivir para los demás y no sólo para uno mismo.

Al constatar las condiciones en las que vive el pueblo malgache, lo difícil que le es a veces cubrir sus necesidades básicas y, sin embargo, lo felices que son, mucho más que nosotros, me ha hecho ver que las cosas materiales no son tan importantes como vivir en comunidad. Al ver su fe tan profunda, el anhelo con el que esperan la siguiente misa, me ha hecho descubrir que con frecuencia no valoramos suficientemente el hecho de poder asistir con facilidad a la iglesia, contactar con sacerdotes o celebrar la misa diaria. No pocas veces vemos la misa dominical como una obligación cumplir y no como un momento de encuentro profundo con Jesús.

Madagascar me ha enseñado muchas lecciones de la vida, que hasta ahora no había querido ver.