ADMINISTRACIÓN GENERAL

Carta del Superior General
para la Solemnidad de la Inmaculada Concepción de María del año 2019

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L.J.C. et M.I.

Queridos hermanos oblatos y todas nuestras hermanas y hermanos que viven el carisma oblato.

En diversas ocasiones me han preguntado los oblatos y los laicos si yo tengo una relación estrecha o especial con san Eugenio de Mazenod. Es una pregunta fascinante y, sí, yo siento una afinidad especial con él de diversas maneras: en su amistad con Jesús, en su cercanía a los pobres, en su deseo misionero de renovar la Iglesia, en su amor por la Palabra de Dios y en la predicación. 

En esta carta me gustaría compartir con ustedes otra dimensión en la que siento un vínculo muy estrecho con Eugenio: el testimonio de su amor por María, la Madre de Jesús. Invito a que todos nosotros consideremos nuestra propia y especial relación con Eugenio para prepararnos a nuestra fiesta patronal, la Inmaculada Concepción. Describiré mi conexión con su amor por María con tres palabras: esperanza, misericordia y alegría.

Inmensa Esperanza: Un gran signo apareció en el cielo: una mujer vestida del sol, y la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza “ (Apocalipsis 12,1)

Siento una profunda comunión con Eugenio en el extraordinario don de esperanza que se le concedió el 15 de Agosto de 1822, al bendecir la estatua de María que ahora llamamos la “Madonna Oblata” o la “Virgen de la Sonrisa”. Este acontecimiento, seis años después de la fundación de los Misioneros de Provenza, encontró al celoso fundador plagado de dificultades y dudas. Estaba preocupado y desanimado. Un número de Misioneros de Provenza habían abandonado. Encontraba oposición hacia su ministerio por parte de otros presbíteros. Los obispos estaban reclamando sus misioneros para sus diócesis. ¿Era este “su” proyecto o el proyecto de Dios? 

En este estado de angustia, Eugenio recibe una gracia poderosa: la certeza de que el pequeño grupo de misioneros era en efecto la obra de Dios que produciría mucho fruto para la Iglesia y  sería un camino de santidad para sus miembros. Sus temores y dudas se evaporaron y recibió la certeza de que la creación de este grupo misionero era obra del Señor para construir la Iglesia evangelizando a los pobres. En un momento de crisis particularmente fuerte, la intercesión de María trajo esperanza, confianza y paz.

En la situación actual de la Iglesia y la Congregación encontramos muchos desafíos que pueden llevarnos al desánimo, al pesimismo y al cinismo. Yo me he sentido fuertemente animado por Eugenio para comprender que aquella gracia del 15 de agosto de 1822 no era solo para él y para aquel tiempo. María continúa sonriendo sobre nuestra misión. La certeza que fue fruto de este místico encuentro nos bendice. Las palabras que el papa Francisco pronunció en el mensaje que nos dirigió el 7 de octubre de 2016 confirman esta gracia en relación con el futuro de la Congregación y su importancia para la Iglesia (ver las Actas del Capítulo General de 2016). Sin embargo, no podemos quedarnos simplemente complacidos con la experiencia de Eugenio de 1822. Tenemos que hacer todo lo que podamos para reclamar esa bendición para nuestro tiempo presente.

Misericordia entrañable: “Junto a la cruz estaba su madre…” (Juan 19,25)

Hace muchos años el P. René Motte nos dijo a un grupo en Aix-en-Provence que el título mariano favorito del Fundador era el de “Madre de misericordia”. Esto no nos sorprende si consideramos la experiencia personal del amor incondicional de Dios que tuvo Eugenio ante la cruz un viernes santo. Él, que recibió tanta misericordia, la propagó a otros.  En la vida personal de Eugenio, en sus relaciones con su familia y con sus hijos oblatos, en su papel como obispo de Marsella, la Madre de Misericordia siempre lo acompañó. 

Frecuentemente he experimentado la Misericordia de Dios a través de la presencia de María en mi vida misionera y en esto encuentro una profunda afinidad con san Eugenio. Sea en los fallos y las debilidades personales o en los retos a los que se enfrenta la Congregación, la Madre de Misericordia nos apoya, llenándonos de fortaleza, fidelidad y compasión. Como estuvo ante la cruz, en comunión con su Hijo en su agonía y en solidaridad con toda la humanidad, María permanece firme con nosotros. Su presencia activa me llama y llama a toda nuestra familia oblata a una profunda unión con Jesús y con los pobres con sus múltiples rostros en los que Jesús sufre hoy. 

Alegría exuberante: “El ángel, entrando en su presencia, dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lucas 1,28)

Encuentro una cercana relación con Eugenio en la alegría que expresó tan espontáneamente con respecto a la Inmaculada Concepción. Estamos familiarizados con su carta al P. Tempier en 1825, en la que se refería a nuestro nuevo nombre exclamando: “… ¡pero si es un pasaporte para el cielo! ¿Cómo no lo habríamos pensado antes? Reconoced que será tan glorioso como consolador para nosotros estarle consagrados de un modo especial y llevar su nombre. ¡Oblatos de María! Este nombre halaga al corazón y al oído” (Selección de Textos n. 99). La viva alegría del Fundador fue especialmente evidente en la proclamación del dogma de la Inmaculada Concepción. Su inmensa felicidad desbordaba cuando la Iglesia reconoció esta gracia singular que Dios dio a la Madre de Jesús. Estaba lleno de gratitud por su presencia permanente en su itinerario misionero.

Siento una profunda comunión de alegría con san Eugenio, gozándome en el misterio precioso de la Inmaculada Concepción de María. No es simplemente un privilegio más de María sino que revela la intrínseca conexión entre la santidad y la misión. María fue concebida sin pecado y  llena de gracia con vistas a su misión como Madre del Salvador. La gracia, la santidad, la vida de Dios en nosotros está íntimamente conectada con nuestra oblación y misión. San Eugenio no quiso que únicamente tuviéramos devoción a María. Quiso que viviéramos su Fiat, su oblación para estar comprometidos en el profético espíritu misionero de su Magnificat; para estar fielmente junto a Jesús y junto a los pobres en su sufrimiento y, como ella, perseverar en la oración en la comunidad apostólica , invocando que el Espíritu Santo nos unja para la misión.    

Mi corazón está muy cerca del de san Eugenio al celebrar la Inmaculada Concepción: agradecimiento, alegría, asombro… Todos nosotros, inspirados por el carisma oblato, tenemos una relación especial con san Eugenio. Invito a todos a considerar nuestro vínculo particular con él y compartirlo con otros de una manera orante.

¡Que esta Solemnidad de la Inmaculada Concepción esté llena de inmensa esperanza, misericordia entrañable de Dios y alegría exuberante! ¡Feliz fiesta!

Roma, 8 de diciembre de 2019