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Queridos hermanos Oblatos y todos los que viven inspirados por el carisma oblato.

«El Espíritu del Señor está sobre mí,
porque él me ha ungido.
Me ha enviado a evangelizar a los pobres,
a proclamar a los cautivos la libertad,
y a los ciegos, la vista;
a poner en libertad a los oprimidos;
a proclamar el año de gracia del Señor». (Lucas 4,18-19)

Cada vez que escucho estas palabras, proclamadas o contempladas en oración, creo que estamos ungidos de nuevo para la misión de Jesús. La Trinidad obra en y entre nosotros: el Padre con su efusión de amor, nos llena del Espíritu y nos envía a participar en la Misión del Verbo hecho carne.

Hoy celebramos la bendición de la Iglesia sobre la visión misionera de Eugenio de Mazenod. Sorprendentemente la aprobación de la Iglesia fue concedida con rapidez. Eugenio de Mazenod reconoció que fue la divina providencia la que lo guio y la que movió al papa León XII para conceder la aprobación pontificia de nuestras Constituciones y Reglas el 17 de febrero de 1826. El papa deseaba renovar la Iglesia y escuchando las maravillas que hacía este equipo de misioneros en Francia, aceleró el proceso de aprobación.

El proyecto misionero de Eugenio y sus compañeros, expresado de manera apasionada en el “Prefacio”, está escrito en nuestros corazones. Las Constituciones y Reglas aprobadas en 1826 son una expresión ordenada de esa visión misionera. Nos ayudan a ser fieles al fuego apostólico que ardía en él y que dio a luz un carisma misionero para predicar el Evangelio a los pobres y los más abandonados.

Repasando el celo apostólico expresado en el “Prefacio” vemos su relevancia profética incluso hoy. La Iglesia de nuestros tiempos, de diversas maneras y en diversos lugares del mundo, ha sido devastada. Experimentamos una Iglesia que está desacreditada por la falta de virtud de sus propios ministros, una Iglesia dividida y polarizada por las ideologías, una Iglesia cuyos fieles están frecuentemente perseguidos a causa de su fe y en otros lugares, una Iglesia en que los cristianos han dejado de profesar su fe, una Iglesia debilitada por la ausencia de la Eucaristía, la falta de presbíteros y con difícil accesibilidad.

Esta realidad nos reclama con urgencia y toca nuestros corazones como lo hizo con san Eugenio. Si pudiera haber misioneros, totalmente apasionados por anunciar el Evangelio a los pobres; misioneros inflamados por el celo apostólico; misioneros comprometidos a vivir una vida santa de amor genuino a los demás; misioneros que compartieran la vida en común y colaboraran juntos y con otros por la Misión de Dios… entonces, en poco tiempo, habría una razón para esperar que la gente abriese de verdad sus vidas a la Buena Nueva de Dios. Eugenio tenía una visión profética con profunda hambre pastoral para servir a la gente olvidada por la Iglesia.

Su motivador impulso a evangelizar a los más abandonados estaba enraizado en su experiencia personal, un viernes santo, del amor salvador de Jesucristo y la alegría del perdón.

Esta visión guía hoy a los misioneros oblatos. Como De Mazenod, ardemos en el deseo de anunciar la Buena Nueva del Reino de Dios a aquellos que son pobres, olvidados, descartados y rechazados. Conocemos bien los rostros de los pobres de nuestra sociedad, los inmigrantes y refugiados, las mujeres, los niños y los hombres que son mercancía del tráfico y la explotación de diversas formas. En nuestra misión por todo el mundo, trabajamos para combatir la continua destrucción del medio ambiente causada por la explotación económica.

Junto a los pueblos indígenas, a menudo en situaciones de peligro, defendemos su cultura, tierras y agua. Con otras personas de buena voluntad, acogemos y apoyamos a los inmigrantes y refugiados que recorren el mundo. En el corazón de las grandes ciudades de la tierra, estamos entre los pobres, afrontando la violencia diaria por defender sus derechos, seguridad, empleo, asistencia sanitaria. Comprometidos en la misión con la juventud, acompañamos a los jóvenes en su fe y en sus posiciones de liderazgo para que tomen su puesto en la Iglesia. Luchando a favor de la vida en el vientre materno, no solo nos unimos en red para defender el don sagrado de la vida, sino que proveemos los medios necesarios para que las mujeres acojan esa nueva vida con dignidad y seguridad. Prestando oídos a la oración de Jesús, promovemos la unidad de los cristianos con esfuerzos ecuménicos y contribuimos al diálogo interreligioso, tanto a un nivel local y práctico, como en la mesa de la reflexión teológica.

Por todo el globo la familia oblata trabaja unida para proporcionar educación a los más pobres, estamos presentes en la calle por la noche para ofrecer amistad, una taza de café, una palabra amable, visitamos en sus domicilios a los ancianos pobres ofreciéndoles el sacramento de los enfermos y la Eucaristía, se nos encuentra sirviendo a pequeñas comunidades de católicos, a menudo en comunidades indígenas o en tribus de zonas aisladas que de otra forma hubieran sido olvidados. Servimos a los jóvenes y ancianos con carencias, con discapacidades auditivas y visuales. En muchos lugares los misioneros van al monte por semanas, cargando a la espalda los suministros para el servicio pastoral y su cuidado personal, afrontando la malaria, el calor extenuante, serpientes y otras enfermedades. Los misioneros prolongan la compasión de Cristo hacia aquellos que están en la cárcel o en los hospitales.

Hay muchísimo por lo que estar agradecido al contemplar la obra del Espíritu al atraer a tanta gente para vivir el carisma oblato de muchas hermosas maneras. Nos regocijamos por el número inmenso de personas que se comprometen con la visión de san Eugenio. Agradezco a todos ustedes, misioneros inspirados por el carisma de san Eugenio, por su compromiso generoso. Cantamos con María nuestro agradecimiento porque el Señor nos ha utilizado como sus humildes instrumentos para extender su misión. ¡A Dios sea toda alabanza!

Recordando a María, fue en 1826 cuando recibimos un nuevo nombre, los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, nuestro pasaporte para el cielo. Damos gracias a Dios por este nombre maravilloso que portamos.

La aprobación de las CC&RR es tan significativa porque este pequeño libro comunica la visión del Fundador, su pasión por Dios y por los pobres. Nos guía y ayuda a ser fieles al carisma derramado sobre nosotros por el Espíritu Santo. Les invito a dedicar algo de tiempo a leer el Prefacio y las CC&RR en estos días. Especialmente las primeras 44 Constituciones nos inspirarán con el carisma de san Eugenio y también nos estimularán.

¡Feliz Fiesta!

Su hermano Oblato en Jesucristo y María Inmaculada
Louis Lougen, OMI