PROVINCIA MEDITERRÁNEA

Stefano Cartabia, OMI

Stefano Cartabia, OMI (Foto: diariocronicas.com.uy)

Todo irá bien.

Cae la noche sobre una Milán golpeada y acorralada por el virus, un virus tan imperial que hasta tiene corona.

Me acuesto. Sirenas de ambulancia…una, dos, tres… En estos días es el sonido familiar que rompe el silencio de la cuarentena.

¿Podré hacer algo para aliviar el sufrimiento de tanta gente? ¿Cómo puedo colaborar? ¿Cómo entregar la vida en esta situación? Son las preguntas nocturnas, esperando un sueño reparador. “Tutto andrà bene” – todo irá bien – se proclama por todos los medios y con dibujos de niños.

Sin duda, estoy convencido. Al final y en el fondo de las cosas, todo está bien. Pero algo me dice que no puedo olvidarme de aquellos a los cuales no les fue bien.

A pocos centenares de metros de mi casa y a unos kilómetros han muerto de a cien. Han muerto solos, aislados, sin un apretón de mano de algún familiar. Han muerto en una fría terapia intensiva donde la única mano amiga era la de los médicos y las enfermeras. Médicos y enfermeras: los héroes de este tiempo. Turnos masacrantes, expuestos al contagio, sin dormir por días y comiendo cuando se puede y lo que se puede.

Los muertos ya descansan y ya viven una vida plena, sin virus ni respiradores. Quedan familias destrozadas: quedan hijos que no pudieron despedirse de sus viejos y quedan esposas que no pudieron dar el último beso. Quedan familias sin trabajo, en plena incertidumbre. “Todo irá bien”, sin duda. Pero hay que dar una respuesta a tanto dolor y a tantas cosas que no se comprenden, que no podemos comprender.

¿Qué puedo hacer? ¿Qué estoy llamado a ser? Tal vez es el momento del heroísmo de la impotencia. El heroísmo de sentarse en silencio y dejarse invadir por el dolor del mundo.

Sentir la angustia de la gente, el cansancio de los médicos, el llanto de las pérdidas. Respiro. Sentado y en quietud asumo la impotencia humana y me dejo transformar por ella.

Respiro. A menudo el heroísmo está en la quietud de un amor que asume la impotencia. No siempre podemos y tenemos que “hacer”. A veces simplemente tenemos que estar. Estar ahí, como Moisés en el monte, con las manos levantadas (Ex 17, 11).

Estar calmos y quietos para que nuestro ser que confía disuelva el dolor y la incomprensión. Es el momento del heroísmo de la impotencia. Impotencia que, si sabemos amarla, nos transformará en gratitud y gratuidad. Tal vez esto vino a enseñarnos el Corona: todo es regalo, nada es posesión. Todo pasa, solo el Amor permanece.

Respiro. Sentado. En quietud. Otra ambulancia. “Todo irá bien”.