KENIA

P. Gerard Conlan OMI,
Misionero en Kenia

Uno de los retos de ser presbítero aquí y peor aún si eres un presbítero blanco, es que todo el mundo piensa que tienes dinero. Por eso no es fácil intentar distinguir las peticiones de ayuda que son sinceras de las que son simplemente un capricho. El segundo reto es intentar que la gente no dependa de mí o de los oblatos. Para eso es bueno trabajar a través de delegados. Es algo que san Eugenio de Mazenod, ya hacía hace 200 años con las mujeres de los pescadores en los muelles del puerto de Marsella, Francia. En primer lugar ellas aconsejaban al obispo Eugenio sobre quién era sincero en su petición y más tarde ellas mismas actuarían como intermediarias, de tal manera que con frecuencia la persona ayudada pensaba que eran las mujeres de los pescadores quienes estaban ayudando.

Hoy, leyendo la homilía diaria del obispo de Estados Unidos, Robert Barron (29 de marzo de 2020), el texto siguiente me anima a ver a Jesús trabajando a través de nuestras acciones para ayudar a los jóvenes. “La voz de Jesús nos llama… de diversas maneras, por nuestras obras y palabras, para desatarlo y dejarle andar”.

Para ponernos en el contexto, una de nuestras parroquias oblatas en zona rural creó un sub-grupo juvenil en la capital, Nairobi, como una manera de mantener a los jóvenes desde que salen de sus hogares unidos y poder ayudarse mutuamente. Como los oblatos tienen ya unas cuantas parroquias, ahora podemos llamarlo Juventud Oblata de Nairobi (OYN sus siglas en inglés). Animamos a los jóvenes que vienen desde nuestras parroquias a Nairobi para trabajar o estudiar a que contacten con OYN. A veces ni se toman la molestia y por eso nos resulta difícil saber si sus peticiones son sinceras o no. Además, muchos de los estudiantes universitarios descarrilan y comienzan a comportarse mal y meterse en drogas y consumo de alcohol. Por eso incluso un grito de ayuda  podría ser una estrategia para obtener dinero para la bebida.

Hace diez días, Alan a quien ya había asistido para su viaje de regreso a casa en el año 2017, me llamó por teléfono. Su nombre todavía aparecía en mi lista de contactos por lo que pude decirle con sinceridad que me acordaba de él (gracias a Dios la tecnología nos hace más inteligentes de lo que sin ella seríamos). Después de su primer intento pidiendo ayuda le dije que le llamaría más tarde porque estaba trabajando con un topógrafo en una montaña. Más tarde fue el día siguiente cuando simplemente envié un mensaje preguntando por el número de teléfono de su  padre porque él se quejaba que su padre no le ayudaba ni se comunicaba con él y el número no recibía llamada. Al día siguiente, domingo, después de asistir a las misas parroquiales, llamé de nuevo. Pregunté por qué quería tanto dinero para regresar a su casa cuando podría estudiar con menos distracciones en Nairobi (la universidad estaba cerrada por el coronavirus). Él intentó decirme que su vida era difícil allí: “Padre, ¿realmente sabe lo que está pasando en Nairobi?” Yo le dije que sí. Después de un rato de conversación él pudo comprobar que no me ponía de su parte y entonces terminó la conversación con palabras poco placenteras: “Lamento haberlo llamado padre” y después colgó. ¡Ay!, ¡eso me dolió! Estaba un poco turbado preparándome para regresar a Nairobi.

Pero cuando entré en el carro una moto apareció con Jason, uno de mis feligreses. Charlamos un rato antes de preguntarle si conocía a Alan. Él llamó a varias personas y descubrió algunos detalles más sobre la familia de Alan. Su padre era un alcohólico conocido en la localidad, su madre había muerto, su madrastra lo ignoraba. Era su abuelita la que pagaba la universidad. Desde 2017 hasta hace poco, Alan trabajaba a tiempo parcial para pagar sus gastos de subsistencia pero su trabajo terminó y ahora quería regresar a su hogar por su propio su bien, porque “es demasiado duro”  (estaba a tan solo un año de terminar su licencia de cuatro años). Después de todo esto me di cuenta que no podía permitir que Alan dejara la universidad. Jason me prometió consultar con la familia y con el jefe local para ver lo que se podía hacer. El jefe ha estado asistiendo a la abuelita para trasferir el dinero de la matricula cada semestre.

Salí para Nairobi y más tarde envié a Alan un poco de dinero para que pudiera comer mientras esperaba a que el Jefe local y Jason hicieran un milagro. Al próximo día Jason me llamó para compartir que el Jefe iba a convocar a la familia para buscar una solución.

El siguiente paso fue llamar a uno de los líderes de la Juventud Oblata de Nairobi (OYN) y preguntarle si lo conocía. Geoff dijo, “claro que sí, estuvimos en el mismo grupo de bautismo”. Pedí a Geoff que llamara a Alan para animarle y que le dijera que “dejar la universidad no es la opción que deberías escoger”. Geoff me informó que Alan se encontraba mejor y que ahora estaba decidido a terminar sus estudios universitarios.

Estamos recluidos por el coronavirus pero eso no significa que Dios esté durmiendo y tampoco nosotros deberíamos hacerlo. “Podemos trabajar desde casa”. Sé que el Espíritu Santo puso a Jason en mi camino en el momento justo y que la generosidad de Geoff ha crecido gracias al OYN.

Creo que con la ayuda de Dios tenemos que “desatarlo y dejarlo andar”

Nota: Los nombres de las personas y de los lugares han sido cambiados para proteger la privacidad.