OMI LACOMBE

Por el P. Ken Thorson, OMI

  • Publicación original en www.omilacombe.ca

En los últimos siete meses, la agitación provocada por la pandemia ha sido constante y profundamente perturbadora. Por doquier encontramos incertidumbre sobre el futuro. Hacer planes a corto o largo plazo nos parece un ejercicio inútil; sencillamente es imposible saber cómo estarán las cosas (número de casos, una vacuna, la economía, nuestros sistemas sanitarios) en seis semanas, seis meses o en un año. En Canadá los casos aumentan por doquier, también en Manitoba, una provincia que había capeado la pandemia con más éxito que otras partes del país, ve cómo aumentan seriamente los contagios. Los confinamientos planean una vez más, y el miedo por nuestra salud y nuestra situación financiera -y la de nuestros seres queridos- son motivos de ansiedad para millones de personas.

En su mensaje para el DOMUND, publicado este año en la fiesta de Pentecostés, el Papa Francisco escribía,

En este año, marcado por los sufrimientos y desafíos causados por la pandemia del COVID-19, este camino misionero de toda la Iglesia continúa a la luz de la palabra que encontramos en el relato de la vocación del profeta Isaías: «Aquí estoy, mándame» (Is 6,8). Es la respuesta siempre nueva a la pregunta del Señor: «¿A quién enviaré?»

El diálogo entre Isaías y Dios es también nuestro diálogo, como individuos y como comunidad. Por nuestro bautismo, participamos todos de la misión de Jesús, estamos llamados a discernir cómo responder mejor a las necesidades que nuestro tiempo nos presenta. El Papa Francisco es claro, incluso en medio de tanto miedo e incertidumbre,

la invitación a salir de nosotros mismos por amor de Dios y del prójimo se presenta como una oportunidad para compartir, servir e interceder. La misión que Dios nos confía a cada uno nos hace pasar del yo temeroso y encerrado al yo reencontrado y renovado por el don de sí mismo.

En el lanzamiento, a principios de esta semana, de ‘Juntos Adelante: Escuchando al Espíritu’, me senté ante mi ordenador y recorrí la pantalla, siempre llena de caras sonrientes de Oblatos y Asociados de todo el país. Mientras observaba y escuchaba los alegres comentarios de personas que habían estado separadas durante demasiado tiempo, sentí una gran gratitud por el carisma de S. Eugenio que nos une, y da forma a nuestra identidad misionera. También sentí una gran esperanza; la misma que expresaban muchos de ustedes en sus cartas y correos electrónicos después del evento: que el proceso que se desarrollará durante las siguientes semanas y meses nos permita seguir reuniéndonos, compartir nuestra vida y nuestra fe, y discernir nuestra llamada misionera para los próximos 2 o 3 años, también en estos días de pandemia.

Una vez más, en su carta para el día del DOMUND, el Papa Francisco escribe;

Comprender lo que Dios nos está diciendo en estos tiempos de pandemia también se convierte en un desafío para la misión de la Iglesia. […] esta condición debería hacernos más atentos a nuestra forma de relacionarnos con los demás. […] nos abre a las necesidades de amor, dignidad y libertad de nuestros hermanos, así como al cuidado de toda la creación.

Dejemos que estas palabras nos guíen ahora que iniciamos este importante tiempo de discernimiento.