KENIA

¿Cuidamos a nuestros hermanos y colegas oblatos?

Padre Cosmas Kithnji KUBAI, OMI

En cierta ocasión unas religiosas me llamaron por teléfono para saber si podría dedicar algo de tiempo para ungir y dar la comunión al padre de una de sus hermanas. Me dijeron; “Hemos estado buscando un presbítero y de preferencia uno que pueda hablar su idioma, pero ninguno está disponible”

Una vez que acepté hacer el servicio me preguntaron por cuánto dinero de estipendio pediría. Al preguntarme esto me dijeron cuál era la situación de la familia: “Este hombre ha estado viviendo en la ciudad con su hijo, recibiendo un tratamiento de enfermo terminal, con medicinas muy caras, visitando la clínica para ver un especialista casi todas las semanas. El hijo tiene que sacarlo todo de lo que consigue con su pequeño trabajo que además abandona para estar con su padre en la clínica. Él tiene una pequeña tienda con la que paga el alojamiento de su familia,  la educación de sus hijos y el tratamiento de su padre”,

Al escuchar esto, respondí: “Como misioneros estamos para la gente y cuando alguien está en dificultad deberíamos salir a encontrarlo. Además, él ha dado voluntariamente su hija para servir en la Iglesia como religiosa. Me siento mal cuando la gente no puede recibir los sacramentos y más triste todavía en este caso en que una hermana que sirve espiritualmente al pueblo de Dios no tiene a nadie que sirva a su papá espiritualmente”. 

Liberamos una tarde del domingo y fuimos a visitar a su padre. Escuché su confesión, le administré el sacramento de la unción de los enfermos y le di la sagrada comunión.

Desde entonces he ido a visitarlo en diversas ocasiones junto con las Hermanas. Siempre que lo visitamos conectamos con su hija religiosa que está trabajando a mucha distancia de aquí,  en la otra parte del país y que nunca se olvida de dar las gracias a sus hermanas de congregación.

La cercanía y los estrechos lazos que unen a estas hermanas entre sí me ha tocado profundamente. Ellas intentan asegurar que el padre de una de las suyas reciba el cuidado espiritual que necesita. ¿Cuidamos a nuestros hermanos y colegas oblatos tanto como ellas?

Otra vez cuando lo visité, me dijo: “Cuando lo miro a usted, veo que los sacrificios que hice en mi vida no fueron en vano”. Él me contó cómo luchó para educar a sus hijos y en cierto momento ellos se hicieron cargo de su padre anciano y moribundo. Continuó: “Dios me ha bendecido con una religiosa en mi familia y  a través de ella ahora todos ustedes son mis hijos”    

Lo vi como un hombre agradecido y contento. ¡Qué gracia más inmensa llegar a este momento de la vida con un sentido de satisfacción y plenitud! ¡No tiene muchas riquezas materiales que mostrarnos pero está agradecido y gozoso!

Esta experiencia me dejó varias enseñanzas:

  1. El bien que hacemos vuelve a nosotros.
  2. Como misioneros debemos siempre contemplar las necesidades de nuestra gente, sin importar de lo poca cosa que puedan aparentar.
  3. Muchas riquezas materiales no aseguran vivir con alegría y gratitud.
  4. La fraternidad: merece la pena el cuidado de nuestros colegas y hermanos, e incluso de sus familias. Esto les hace mucho bien.