CLAUSURA DEL CAPÍTULO
Misioneros Oblatos de María Inmaculada
Nemi, 14 de octubre de 2022

Mis queridos hermanos capitulares y todos los que habéis participado en el Capítulo como personal auxiliar.

La primera palabra que quiero deciros de todo corazón es ¡gracias! Muchas gracias por ser como sois y por soñar con esperanza lo que queréis ser. Gracias por vuestro esfuerzo y vuestro trabajo al servicio de la misión y de la Congregación durante estos días. Sobre todo, muchas gracias por el espíritu de familia y de fraternidad y el cariño mutuo que os habéis mostrado. Vuestro testimonio me hace soñar, con el Fundador, que somos la familia más unida de la Tierra. Una unidad que se construye en el alegre respeto por nuestra rica diversidad, vivida gozosamente en estos días y que es signo de esperanza para los pobres, para la Iglesia y para nuestra familia carismática. Espero que lo que hemos vivido aquí en Nemi pueda ir poco a poco impregnando todos los rincones de nuestro mundo oblato. 

He escuchado en esta sala la preocupación por la animación poscapitular. Comencemos nosotros mismos y comencemos ahora, sin esperar a mañana. En el momento de clausurar el Capítulo general quisiera poner ante nuestros ojos la poderosa imagen evocada por el papa Francisco en su mensaje al Capítulo: el grupo de los primeros misioneros de Provenza que va caminando, peregrinando, para predicar la Buena Noticia por los pueblos de Provenza. Creo que esta imagen puede ser un icono que expresa lo vivido en estos días y también para estimularnos en nuestro caminar como peregrinos de esperanza en comunión.

Hagamos memoria: los días previos a la predicación de su primera misión, los Misioneros de Provenza habían vivido intensas emociones personales: días de despedidas radicales para muchos de ellos; días de tomar riesgos abandonando su vida instalada para lanzarse a vivir en comunidad sin apenas conocerse; días de sueños compartidos, de preparar juntos el texto de la Suplica a los Vicarios generales. No sabemos cuántas enmiendas y subenmiendas y borradores tuvieron que hacer antes de llegar al texto definitivo que conocemos. ¿Sería algo parecido a lo que hemos vivido en esta sala?

Antes de lanzarse a predicar la misión hacen su primer retiro espiritual. Luego deciden ir a pie, desde la casa de Aix hasta Grans, unos cuarenta kilómetros. Su intención era imitar en lo más posible a los Apóstoles que, enviados por Jesús y de la misma manera que Jesús lo hacía, salían por los caminos a predicar la Buena Nueva del Reino. Querían en todo vivir como los Apóstoles, es decir, querían vivir el Evangelio. Sin duda a lo largo del camino descubrieron a su lado al Peregrino que hace que sus corazones ardan de esperanza, como ocurrió con los de Emaús. En su primera misión el Fundador contempla milagros: los pobres escuchan el Evangelio en su idioma materno y abren sus corazones a la misericordia de Dios, la reconciliación se logra entre familias divididas, Jesús se hace presente en medio de ellos con su poder perdonador y sanador.

Los misioneros se sentían enviados a predicar la Buena Nueva a los pobres y éstos la recibían con gozo. Esto llenó de esperanza el corazón de los pobres y también el de los misioneros.  Digamos que vivieron lo que nos pide el papa Francisco en su mensaje: “aprende a reconocer la esperanza entre los pobres a los que eres enviado, que a menudo consiguen encontrarla en medio de las situaciones más difíciles. Déjate evangelizar por los pobres que evangelizas: ellos te enseñan el camino de la esperanza, para la Iglesia y para el mundo”.

Desde los primeros días, nuestra familia carismática no ha dejado de peregrinar, explorando con audacia nuevas sendas para anunciar el Evangelio. El papa nos decía: “Habéis elegido ser peregrinos, redescubrir y vivir vuestra condición de caminantes en este mundo, junto a los hombres y mujeres, los pobres y los últimos de la tierra, a los que el Señor os envía a anunciar su Reino”. Sería un drama que abandonásemos a los pobres en nuestra peregrinación, más todavía, estamos llamados a caminar con ellos para ser sembradores de esperanza y comunión en el corazón del mundo. 

Nosotros hemos vivido la gracia de participar en este Capítulo: ¡Salgamos a los caminos a encontrarnos con nuestros hermanos y hermanas de humanidad, sobre todo con los pobres! ¡Salgamos a los caminos para poder compartir las maravillas que hemos descubierto en estos días! Caminemos sí, pero caminemos juntos, siendo promotores de comunión en una Iglesia que camina sinodalmente. Caminemos juntos viviendo el Evangelio y siguiendo el camino trazado por nuestras Constituciones y Reglas. Caminemos juntos explorando cómo promover la comunión y la fraternidad humana universal, cómo promover la paz y la reconciliación en este mundo roto: Seamos promotores de la justicia querida por Dios, promotores del cuidado de todo lo creado que habita nuestra casa común y acompañando y protegiendo a los más vulnerables. Seamos sencillos servidores habitados por la fuerza trasformadora del Evangelio que anuncian en comunidad que el Reino ya está entre nosotros. 

Al clausurar el Capítulo general, siento que comienza para toda la familia oblata una nueva aventura: la aventura de vivir nuestro querido como peregrinos de esperanza en comunión. Seamos animadores del Capítulo en nuestras respectivas comunidades. Para ello, cada día pongámonos en marcha para ser esos peregrinos que con entusiasmo viven el Evangelio e invitan a otros a compartir el camino hacia Aquel que lo será todo en todos y está realizando el milagro del nuevo cielo y la nueva tierra que un día esperamos habitar. Dejemos que Eugenio de Mazenod, sus primeros compañeros y todos los santos oblatos que nos precedieron, nos acompañen en esta peregrinación con su testimonio y con su intercesión.

Declaro clausurado el XXXVII Capítulo General de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada,

Laudetur Jesus Christus, et Maria Immaculata.