P. Luis Ignacio Rois Alonso, O.M.I.
Superior General

HOMILÍA EUCARISTÍA DE CLAUSURA DEL XXXVII CAPÍTULO GENERAL
Misioneros Oblatos de María Inmaculada
Nemi, 14 de octubre de 2022

Queridos hermanos y hermanas de nuestra familia carismática.

Al celebrar la Eucaristía de clausura del Capítulo, quisiera proponer el relato evangélico que acabamos de escuchar como el paradigma de lo que se espera de nosotros como misioneros peregrinos de esperanza en comunión. El papa Francisco nos lo sugería así en su mensaje: “María peregrina, María en el camino, María que se levantó deprisa para ir a servir. Después de decir su “si” a Dios a través del arcángel Gabriel, salió deprisa para ir a ver a su prima Isabel, para compartir el don y ponerse a su servicio. Que María sea también un ejemplo para ti en esto, para tu vida y para tu misión”. Os propongo unas posibles pistas que nos ayuden para aprender de María peregrina y madre de esperanza y comunión.

1. María, la Oblata.

Nos hemos preguntado en este Capítulo sobre nuestra identidad. Es una pregunta que compartimos con muchos ante la brutal realidad de injustica y destrucción que nos rodea. También la Iglesia se pregunta sobre su identidad y el sentido de su misión. En el fondo nos preguntamos sobre nuestro propio misterio: ¿Quién soy yo y para qué estoy aquí? Aprendamos de María a responder desde una oblación esperanzada. Ante un misterio que la sobrepasa, María pone toda su vida en manos de Dios y de este modo hace posible que el Verbo se haga carne en sus entrañas. No comprende todo, no sabe lo que tiene que hacer, pero ha escuchado que todo será obra del Espíritu y en Él pone toda su confianza, colaborando en cuerpo y alma con el proyecto de Dios. En la medida que va sintiendo las trasformaciones en su propio cuerpo, va aprendiendo a conocer y amar ese misterio que la habita. La Constitución 2 nos dice que para ser cooperadores de Jesús, los oblatos “lo dejan todo” y “se sienten obligados a conocerle más íntimamente, a identificarse con Él y a dejarle vivir en sí mismos. Esforzándose por reproducirle en la propia vida, se entregan obedientes al Padre, incluso hasta la muerte, y se ponen al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado”. “María Inmaculada, por su respuesta de fe y su total disponibilidad a la llamada del Espíritu, es el modelo y la salvaguardia” (C.13) de nuestra oblación.

Aprendamos como María a renovar cada día nuestra oblación, conociendo más íntimamente al Señor y caminando con celo por las sendas de la misión. 

2. María la peregrina.

El texto evangélico nos dice que María sale aprisa. En esa peregrinación no hay tiempo para el inmovilismo ni la autorreferencialidad. Peregrinar con esperanza exige salir de uno mismo y recorrer los caminos, a veces sinuosos, que nos llevan al otro, a lo otro, al OTRO. Me gusta pensar en María peregrinando hacia aquella aldea de la montaña. Sus pies descalzos van sembrando belleza porque dejan una huella preñada de esperanza hacia la plena manifestación del Salvador que ya porta en su seno. María camina en comunión con todo lo creado y la creación entera queda bendecida a su paso. Aprendamos de María y de su caminar contemplativo, a cuidar y respetar nuestra casa común. Además, su encuentro con Isabel es una epifanía de su propia identidad y misión: bendita entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno. Aprendamos de María a salir al encuentro de los otros, en ellos descubriremos lo que somos a los ojos de Dios. Hagámoslo con una vida sencilla, abierta a los demás, dejando en nuestra casa común la huella de la alabanza y la belleza y nunca la huella del odio, la destrucción o el despilfarro.

3. María la servidora.

La peregrina que porta al Salvador sabe que este misterio que la habita solo puede ser vivido poniéndose al servicio, haciéndose intencionalmente prójima de aquella que tenía necesidad: Isabel. Si queremos alimentar nuestra esperanza, lo tenemos que hacer como María, poniéndonos al servicio de los pobres y caminando con ellos. No olvidemos que también la comunión prometida por Jesús, se manifiesta cuando, como Él y en su memoria, nos lavamos los pies los unos a los otros. Decimos de María que es Madre de esperanza y Madre de la Iglesia comunión. Lo es porque se ha hecho humilde servidora del Señor y de sus hermanos los pobres. Aprendamos de María a peregrinar sirviendo cada vez con más amor y dedicación.

Queridos hermanos. Siento que María nos ha bendecido en este Capítulo. Lo ha hecho discretamente, con una mirada sonriente hacia toda nuestra familia. El papa, recordando la experiencia de san Eugenio hace 200 años, nos invitaba “a tomar a María como compañera de viaje, para que te acompañe siempre en tu peregrinación”. Para poder ser los peregrinos de esperanza en comunión que hemos soñado en nuestro Capítulo, tenemos que aprender a caminar de la mano de María y cantar con ella, llenos del Espíritu, la revolucionaria alabanza del Magnificat que muestra el camino para ser sembradores y levadura de “las bienaventuranzas en el corazón del mundo” (C.11). Caminemos viviendo “las alegrías y sufrimientos de misioneros en íntima unión con ella, Madre de misericordia” y anunciemos, con nuestro estilo de vida, “la victoria definitiva de Dios sobre el mal”. (C.10)


Ven con nosotros a caminar María, peregrina de esperanza en comunión. Danos tu mano y tu sonrisa.

Enséñanos a mirar con el corazón, para descubrir el paso misericordioso de Dios. Enséñanos a mirar a aquellos a los que nadie mira y descubrir que son los escogidos por Jesús como signos de su presencia: los pequeños y pobres, los humildes y vulnerables. Haz que seamos dignos de caminar con ellos todos los días.

Cuida, Madre, nuestra casa común y nuestra casa oblata. Ayúdanos a descubrir lo que tenemos que hacer para que el planeta y nuestras comunidades sean un hogar donde pueda nacer Jesús. Que nuestra comunión sea semilla y fermento de fraternidad universal para el mundo.

Al pie de la cruz y de los crucificados, enséñanos, María, a mirar el mundo con los ojos del Salvador crucificado. Que, al contemplarte a ti, María, nos comprometamos a colaborar con Aquel que traerá la victoria definitiva de Dios sobre el mal.

Somos tus oblatos: regálanos tu sonrisa, como lo has hecho desde nuestros comienzos. Intercede por nosotros, junto con san Eugenio y todos los santos oblatos que nos han precedido, y haznos emprender caminos audaces para convertirnos en auténticos peregrinos de esperanza en comunión, que viven y anuncian el Evangelio. Amén.