Por Mons. Guillermo Steckling, O.M.I.
(Obispo de Ciudad del Este, Paraguay y antiguo Superior general OMI)

El Papa Benedicto ha fallecido. Será recordado por muchos motivos. Quedará para la historia, por supuesto, todo lo que ha sufrido como pontífice supremo. También debería ser considerado como uno de los mayores eruditos de después del Vaticano II. “Introducción al Cristianismo” fue uno de los libros que más me impactaron cuando fui estudiante de teología. Y el Papa Benedicto XVI también debería quedar en nuestro corazón por su gobierno fuerte y amable a la vez.

¿Y su relación con los Oblatos? Con el tiempo, algunos de nuestros historiadores podrán evaluar con detalle cómo ha sido. Por ahora, permítanme compartir con ustedes algunas anécdotas personales.

Durante mi tiempo como Superior general, encontré al entonces cardenal Ratzinger sólo una vez; fue en el Dicasterio de la Doctrina de la Fe. Sabía que mi predecesor, el P. Marcello Zago le había visitado varias veces. El motivo fue siempre temas de doctrina que implicaban a los Oblatos. Cuando me llegó el turno a mí de ver al cardenal Joseph Ratzinger recuerdo que fui muy bien recibido en su oficina privada. Luego, en la reunión formal con él y su equipo, debatimos nuestro asunto y la conversación se volvió bastante controvertida. Después del encuentro escribí una memoria de cuanto recordaba de aquella reunión y propuse una solución. Varios días después, mi propuesta fue aceptada por Ratzinger. Me sentí sorprendido y feliz, y siempre recordaré el espíritu de diálogo que experimenté cuanto tuve que tratar con el Prefecto.

Después de su elección como Papa y tras nuestro siguiente Capítulo general, los Oblatos fuimos recibidos por él sólo en audiencia general, si mi memoria es correcta. Había disminuido las audiencias privadas o en grupo debido a su carga de trabajo. Más tarde, un grupo de Superiores generales, de congregaciones masculinas y femeninas, fuimos recibidos por el Papa Benedicto XVI, para tratar el tema de la vida consagrada. Yo era uno más del grupo. Allí experimentamos una nueva forma de comunicarnos con el Santo Padre. Nos sentamos con él, en torno a una larga mesa, con algunos cardenales también presentes, y hablamos abiertamente sobre los puntos que se nos había pedido preparar.  El encuentro duró una hora más o menos. Fue una magnífica experiencia de diálogo que puso fin a otras, de alguna manera más ásperas, de años anteriores, que tuvimos con los responsables del Dicasterio para la Vida Consagrada.

El tercer encuentro significativo para mí tuvo lugar tras una misa en la plaza de San Pedro. Al P. Louis Lougen y a mí se nos autorizó a presentarnos al Papa como el nuevo Superior general  y el saliente de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada respectivamente. Fue un encuentro breve. Benedicto nos dijo algunas palabras, hizo algunas preguntas sobre los Oblatos y sobre nosotros mismos, sorprendiéndonos por todo lo que sabía.

Algo de lo que quizá no todos hayamos sido plenamente conscientes fue la determinación de Benedicto a la hora de abordar el asunto de los abusos sexuales cometidos por los ministros de la Iglesia. El Papa Juan Pablo II ya le había encomendado algunos casos. Después, leí que el cardenal Ratzinger estaba decidido a arrojar toda la luz sobre el caso del Fundador de los Legionarios de Cristo en un momento en que este sacerdote todavía era muy elogiado por muchos. Esta nueva forma de proceder causó un nuevo impacto en la Iglesia y en los Oblatos cuando nos tocó a nosotros tratar con temas de abuso.

Detrás de todo esto descubrimos en Benedicto un gran amor por la Iglesia, y por todos sus fieles. Sí, nunca dejó de ser el famoso  “Profesor Dr. Dr” de sus días de Alemania. Pero sobre todo demostró ser un gran y santo discípulo de Cristo, reconocible como tal por su bondad, alegría y humildad. Al cabo de algunos años, no temió devolver la responsabilidad pontificia de la Esposa de Cristo a su Esposo; sentía que había quedado demasiado disminuido para cumplir su misión. Benedicto amaba a la Iglesia. Y en esto se parece a San Eugenio de Mazenod.