Luis Ignacio Rois Alonso, OMI Superior General

LJC et MI

Cuidar nuestra casa común para que sea un hogar misionero para los pobres

Roma, 17 de febrero de 2023

Queridos hermanos peregrinos, oblatos y miembros de la familia carismática.

Los meses de enero y febrero están marcados por dos fechas importantes para nuestra familia : el inicio de la comunidad misionera en Aix el 25 de enero de 1816 y la aprobación pontificia de nuestras Constituciones y Reglas (CC RR) el 17 de febrero diez años más tarde. En estos días estamos celebrando nuestra primera sesión plenaria en la que el gobierno central y todos los directores de los servicios generales hemos comenzado a caminar para tratar de poner en práctica las propuestas de nuestro último Capítulo general. Escuchando y pensando en hacer memoria de nuestros orígenes, he pensado compartir algunos sueños sobre nuestra casa común, nuestra familia carismática.

En el corazón de san Eugenio la casa de Aix es aquel lugar al que siempre hay que regresar para encontrar nuestra identidad. Todos hemos leído sus recuerdos de esos primeros momentos de vida en común en el viejo Carmelo de Aix. Para nosotros, Aix no es un museo. Si sus muros nos hablan hoy es porque aquellos hombres supieron convertir aquella casa en un auténtico hogar misionero. Cada vez que visitamos esa casa, la sentimos algo nuestro, algo que nos habla, Aix es nuestro hogar, Aix nos habita.

Ante la posibilidad de abrir una nueva casa, los misioneros se plantean cómo vivir el mismo espíritu a pesar de la distancia. Eugenio de Mazenod escribirá nuestras primeras Reglas asegurando que cada casa oblata mantenga lo que es propio de nuestra familia. Sucesivas crisis harán que Eugenio, empujado por sus hermanos, se arriesgue a viajar a Roma para buscar la aprobación pontificia: ¡era una cuestión de vida o muerte, de ser o no ser! Diez años más tarde de comenzar la aventura, el papa aprobará las Reglas que a partir de ese momento se convertirán en la hoja de ruta para hacer de todas las comunidades oblatas, presentes y futuras, un hogar misionero como el de Aix.

Con la aprobación pontificia de nuestras Reglas, el don recibido en Aix se convierte a la vez en tarea para cada uno que abraza este estilo de vida y además es un compromiso para trasmitir este patrimonio a las generaciones futuras. Nuestro 37º Capítulo general nos llama a cuidar nuestra casa común: nuestra Congregación y nuestra familia carismática. Todo lo que podamos proponer para animar nuestro carisma aplicando las propuestas del Capítulo pasa por reforzar la vida y misión de las comunidades locales: es en las comunidades locales donde nos jugamos nuestro presente y nuestro futuro, nuestra identidad y misión.

Durante nuestras discusiones en la sesión plenaria, el consejero general por África-Madagascar propuso una imagen para motivar la animación poscapitular: la vida de una pareja. Yo imagino esta pareja buscando una casa donde comenzar su vida común. Una vez que la encuentran, probablemente más modesta de lo que soñaban, deben prepararla según sus gustos y necesidades. Dialogando deben decidir muchas cosas: cómo serán los muebles, la decoración, alguna reforma… Además, tienen que organizar su vida común, la manera de cocinar, cómo tomar decisiones, cómo solucionar conflictos; pero sobre todo, deben cuidar sus relaciones y soñar juntos el futuro, los hijos, etc. Viviendo juntos y sabiendo superar dificultades, poco a poco convertirán la casa que habitan en su hogar y el hogar de sus hijos. Un hogar que más que habitar en él, les habitará interiormente para siempre. Aunque tuvieran que cambiar de casa, aquel seguirá siendo su hogar. Todos tenemos experiencia de esto.

Para cuidar nuestra casa común, tendremos que escuchar con atención y agradecimiento a aquellos que viven el carisma desde la vocación del matrimonio y la familia. ¡Cuánto podemos aprender de ellos! ¿Los escuchamos suficientemente? ¿Nos ponemos a “su” escuela para aprender a hacer hogar de nuestra casa común?

Hacer de nuestra casa un hogar misionero como el de Aix: don y tarea.

El Fundador nos ha soñado como la familia más unida de la Tierra. En sus cartas a los oblatos insiste en que, para mantener vivo este espíritu, hay que ser fieles a las Reglas y vivir juntos, en comunidad. Prácticamente todos los Superiores generales coinciden en esto: ¡no se puede vivir nuestro carisma sin esta dimensión comunitaria! También el 37º Capítulo general nos invita a dejarnos inspirar por nuestras Constituciones y Reglas para cuidar nuestra casa común, sobre todo en estos años que nos preparamos para celebrar el 200º aniversario de su aprobación pontificia.

Es cierto que mirando a nuestras comunidades podríamos insistir en nuestras debilidades, nuestros fallos y pecados, para intentar corregirlos…; en efecto, hay cosas que cambiar en nuestras vidas personales, nuestra comunidad y nuestra familia. Algunos, recorriendo este sendero, caen en la tentación del eterno lamento por las cosas que no van bien y se convierten en profetas de calamidades, siempre pesimistas, pero esclerotizados a la hora de proponer alternativas. Quisiera recorrer otro camino que, para mí, es mucho más urgente: que cada miembro de nuestra familia redescubra la belleza de nuestra vocación misionera vivida en comunidades apostólicas. Asombrados y atraídos por la belleza de vivir juntos nuestra vocación podremos encontrar nuevas energías para cambiar aquello que no se corresponde con el don recibido.

La vida comunitaria es un don misionero que tenemos que hacer fructificar colaborando con el Espíritu Santo: esa es nuestra tarea. Las CC y RR  son el regalo que nos da la Iglesia para comprobar si estamos caminando evangélicamente en la buena dirección. Las Reglas son la hoja de ruta para hacer de nuestras comunidades auténticos hogares misioneros, para hacer de cada casa un auténtico hogar misionero como el de Aix. La lectura orante de nuestras Constituciones y Reglas ha generado nuevas formas de vida laical y religiosa. Yo mismo soy testigo de esto, entre los jóvenes, los laicos e incluso con nuevas modalidades de vida consagrada y misionera. El Espíritu está actuando y por eso me atrevo a soñar que el empeño de vivir las CC y RR  de forma más radical y desde las distintas realidades carismáticas  generará una nueva vida para el bien de la Misión, de la Iglesia y sobre todo para el bien de los pobres y más abandonados.

Comunidades signos proféticos

La C.91 dice: “lo propio de una comunidad local es ser signo profético que da al mundo razones para esperar en la búsqueda de integridad y armonía”. ¡Qué asombrosa afirmación y que maravilloso reto! Hacer que nuestra manera de vivir en comunidad sea una profecía que dé esperanza a un mundo que se está rompiendo en pedazos. Renovar nuestras comunidades locales según las CC y RR es una urgencia misionera. Todo lo que nos propongamos debería responder a esta pregunta: ¿cómo vivir la comunidad apostólica para ser profetas de esperanza y comunión?

¡Cómo me gustaría que cada comunidad oblata se convirtiera en un hogar donde los pobres son escuchados, acogidos, protegidos, reconocidos en su dignidad y ayudados para llegar a ser plenamente humanos, cristianos y santos! Más todavía, ¡cuánto aprenderemos de los pobres si los dejamos estar en el centro de nuestra vida comunitaria y misionera! Una comunidad, como la de Jesús con los Apóstoles, en la que los marginados y abandonados ocupan el centro de la mesa común, donde compartimos todo lo que somos y tenemos para poder vivir juntos el Evangelio.

Estamos llamados a “ser levadura de las Bienaventuranzas en el corazón del mundo”(C.11) y nuestras comunidades locales, siempre en salida, deben vivir juntos las Bienaventuranzas y salir a anunciarlas. Tenemos que convertir todos los caminos por los que pasamos en anuncio de las Bienaventuranzas del Reino. Para Jesús eso era tan importante que no dudó en entregar su vida, en vivir hasta el extremo su amor en su propia oblación. Como misioneros, tenemos que recordar que nuestro estilo de vida debe estar en consonancia con nuestra identidad oblata y vivir evangélicamente: hay que optar por cultivar nuestras relaciones en línea evangélica de fraternidad, a la vez que nuestras casas van adoptando las formas sencillas que no sean contra testimonio de lo que predicamos. Por eso es urgente que cada comunidad asegure la protección y salvaguarda de los más vulnerables y continuar poniendo al día las prácticas y políticas que garanticen esta protección. ¡Esta debería ser también una preocupación misionera de primer orden en todas las comunidades locales!

Hagamos que nuestras casas se conviertan en hogares misioneros, centrados en Jesucristo, viviendo el Evangelio, acogiendo y protegiendo a los más vulnerables y saliendo por los caminos como peregrinos de esperanza en comunión.

Remodelando nuestra casa común.

Para hacer de nuestras casas verdaderos hogares a veces necesitamos remodelarlas. Con la llegada de los hijos se tiene que pensar cómo remodelar la casa para acogerlos, protegerlos y que puedan desarrollarse. Incluso los que habitan en una tienda de nómadas o de refugiados, deben pensar en ensanchar su espacio para adaptarse a una familia que crece (Is 54,2-3). En otras ocasiones se remodelan las casas para que los ancianos o enfermos puedan vivir y ser cuidados. A veces son pequeñas obras, otras son más complejas. Si todo se hace bien, la casa, sin perder su identidad, será un mejor hogar, adaptado a las necesidades de la familia. Pues bien, el Capítulo general nos reta a remodelar nuestra casa común en dos direcciones: el proyecto global de restructuración de la Congregación de los religiosos oblatos y la búsqueda de las estructuras adecuadas para hacer crecer la comunión misionera entre los miembros de nuestra familia carismática, especialmente con los laicos.

El documento capitular Peregrinos de Esperanza en Comunión (PEC) nos habla de la interdependencia que es una consecuencia de las dinámicas de comunión que genera la vida evangélica como respuesta a una vocación común. La interdependencia reclama la puesta en práctica de acciones concretas buscando el bien común de la familia. Estas acciones deben ser guiadas por los principios de la solidaridad y la subsidiariedad. La solidaridad nos invita a compartir, incluso de lo necesario, para procurar el bien común. La subsidiariedad es el principio por el que cada nivel de actuación debe ser respetado y ayudado para cumplir con sus competencias. Estos dos principios pueden ayudarnos a vivir la interdependencia de una manera dinámica y justa.

Lo poco o mucho que hagamos afecta, para bien o para mal, al conjunto de nuestra familia y a la vez, lo que otros hacen y viven, nos pertenece. Hay que discernir lo que tenemos que hacer, pero seamos conscientes que la pasividad, no hacer nada, es poner nuestra familia en peligro. ¿Qué hacer y cómo hacerlo juntos? No es solo cuestión de cambiar estructuras externas, es sobre todo un llamamiento a la conversión personal y comunitaria. De nada nos serviría  embellecer la “casa” si los que la habitan no se ponen en camino para mejorar sus relaciones a la luz del Evangelio. Creo que el primer paso y el más  importante se realiza en nuestra vida personal y en la vida de nuestra comunidad local.

La C. 29 nos invita a ayudarnos “mutuamente a encontrar dicha y gozo en nuestra vida de comunidad y en nuestro apostolado” . Aquí encuentro yo ese calor de hogar que necesitamos: ayudarnos mutuamente, desde la verdad y la caridad, para encontrar plenitud de vida y alegría en nuestra vocación misionera y comunitaria. Muchas veces, el primer paso de nuestra peregrinación consistirá en encontrar al hermano de la puerta de al lado para ayudarnos mutuamente a vivir con alegría nuestra vocación y poder así emprender la marcha juntos. Ese paso tan corto a veces no es fácil y tal vez parece imposible… Confiemos en Jesús y su Espíritu para recorrer ese camino que a veces reclamará momentos de reconciliación y perdón.   

Me asombra, por su rotundidad, lo que dice la C.91 : “todo oblato tiene el derecho y la obligación de pertenecer a una comunidad local y participar en su vida y en su misión”. Vivir en comunidad es un derecho que todos y a todos los niveles debemos respetar y promocionar. Hay que intentarlo todo, tomando decisiones valientes, para que cada oblato con votos desarrolle este derecho y esta obligación. Los mínimos exigibles los encontramos en las Constituciones y Reglas, y son, entre otros: “comunidades donde se ora y reflexiona cómo vivir el Evangelio de forma más radical, donde se crece en fidelidad a la vocación, donde se vive un proyecto comunitario, donde viven al menos tres oblatos y hay un superior que anima y guía” (C.91 – 93). Pido a todos los miembros de nuestra familia carismática que nos ayuden a vivir estos mínimos.

Alguno me dirá que no es suficiente vivir bajo un mismo techo para que la comunidad sea un  hogar misionero. Es cierto. Por eso, mientras vamos diseñando el “plano de obras general” reclamado por el 37º Capítulo, con la humildad de reconocer que soy el primero que necesita ponerse en camino, me atrevo a proponer algunos pasos que dar juntos para redescubrir la belleza de nuestra vocación y caminar cuidando nuestra casa común para convertirla en un hogar misionero como el de Aix.

Algunas propuestas para peregrinar juntos:

1.- Invito a cada miembro de nuestra familia a que lo intente todo para que los que viven el carisma en su comunidad local encuentren gozo y dicha en su vocación y misión (C.29).

2.- Invito a cada miembro de la familia carismática a evaluar su estilo de vida y el estilo de vida de su comunidad local a la luz de las CC y RR y del Evangelio.

3.- Invito a cada comunidad local a elaborar su proyecto comunitario y misionero, en colaboración con otros miembros de la familia carismática. Un sencillo modelo lo sugiere el documento del Capítulo “PEC”: peregrinos (Formación continua y Constituciones y Reglas) de esperanza (Casa común Laudato Si y la Interdependencia) en comunión (Restructuración y Laicos y Familia carismática). Otros modelos podemos encontrarlos en el documento  “Sostener y discernir la Misión Oblata”

4.- Que cada Misión, Delegación y Provincia evalúe la vida comunitaria de su Unidad a la luz de las CC y RR (comunidades con un mínimo de tres oblatos, con un proyecto comunitario y misionero concreto, compartiendo lo que se es y tiene, con un superior y una estructura adaptada a su contexto…) e implemente los cambios de las CC y RR aprobados en el 37º Capítulo general antes de la próxima reunión Intercapitular.

5.- Que en las comunidades locales y en las Unidades se ponga en práctica el mandato del 37º Capítulo general en relación a los laicos asociados (PEC, H) y la protección de personas vulnerables (PEC E)

6.- Como gobierno central, además de la implementación de todo lo anterior a nuestro nivel, nos comprometemos a implementar el mandato del Capítulo general sobre la remodelación de la Congregación (PEC, K Restructuración) presentando en la próxima reunión Intercapitular propuestas para que se disciernan en los años que antecedan al 38º Capítulo General.

7.- Como gobierno central, apoyaremos a cada Unidad para animar y vivir la comunidad evangélica según nuestras CC y RR y remodelar las Unidades según los criterios de las mismas antes del próximo Capítulo general. También buscaremos sinodalmente con los laicos y otros miembros de la familia carismática, las estructuras más adecuadas a su realidad para caminar juntos en nuestra vocación común.

Ya estamos en camino. Un camino de fe, esperanza y caridad del que esperamos muchos frutos misioneros. Si todos, de manera sinodal, solidaria y subsidiaria, recorremos el camino que nos propone las CC y RR y el 37º Capítulo general, estoy convencido que encontraremos la manera de construir esos hogares misioneros soñados por el Fundador y que podremos remodelar nuestra casa común para seguir siendo la familia más unida de la Tierra.  Gracias por emprender el camino, gracias por vuestra entrega.

Que María Inmaculada que peregrina con nosotros nos enseñe a hacer de nuestras casas y de nuestro mundo un hogar para Jesús y para los pobres y más vulnerables.

Que san Eugenio y los Beatos oblatos nos den la fuerza para caminar como ellos, abiertos dócilmente a las sorpresas del Espíritu Santo.

Que todos encontremos plenitud de dicha y gozo en nuestra vida comunitaria y en nuestra misión como peregrinos de esperanza en comunión.

Vuestro hermano peregrino, 

Luis Ignacio Rois Alonso, OMI
Superior general