El Padre Charles Dominique Albini aún no tenía cincuenta años cuando falleció, pero dejó una fama de santidad extraordinaria. Había nacido en Menton, cerca de Niza, Francia, el 20 de septiembre de 1790 y falleció en Vico el 20 de mayo de 1839. Fue ordenado sacerdote en 1814 y entró en los oblatos 10 años después. Este “santo hombre de Dios” predicaba igualmente de bien tanto en francés como en italiano. El Padre Hipólito Guibert, que más tarde llegó a Cardenal de París, dijo de su compañero oblato: “Es un hombre a quien Dios ha predestinado para Córcega. Se ha ganado un extraordinario poder sobre la gente por su celo y sus virtudes. No tiene más que abrir su boca y todo el país se ve sobrecogido”. He aquí dos anécdotas:

La cruz en Moïta
La mission en Moïta había comenzó el 11 de agosto de 1836 y terminó tres semanas después con la erección de la cruz monumental, diez metros de alta. La tarea planteó muchos problemas de manejo y el riesgo se convirtió en peligroso, dada la multitud cercana. Sin embargo, gracias al Padre Albini la erección fue un éxito maravilloso. El canónigo Brandisi, testigo ocular del suceso, dejó este testimonio: “La cruz era enorme, y tras horas de trabajo sólo se había alzado a la mitad. Todos estaban exhaustos y comenzaron a perder la esperanza de lograr alzarla. El santo misionero se hizo consciente de la situación. Corrió a la cruz. Estiró sus manos como para sujetarla. Y he ahí que se alzó recta, con la base en el agujero que había sido preparado para ello. Todos gritaron que era un milagro, atribuyéndolo a una fuerza sobrenatural. Todos lloraban de alegría”.

Una lámpara en el sendero
El año siguiente sucedió otro evento milagroso para confirmar la ya perceptible santidad de Don Carlo. Esta vez se encontraba predicando en Albertacce, en las montañas de Niolo. Durante tres semanas “mañana y tarde, la iglesia nunca estuvo vacía”, observó el misionero. Estaba acompañado de un diácono del seminario. Al final del retiro, dado el entusiasmo desbordante de la gente, los dos oblatos pensaron que sería aconsejable escapar a la montaña. Aquella noche, el sacerdote sugirió a su compañero que recitaran el breviario durante la senda en la montaña. El joven llamó la atención sobre cuán difícil sería esto, dada la oscuridad. “Empecemos, de todos modos”, sugirió el sacerdote. A la mañana siguiente, un campesino estupefacto contaba a sus amigos todos los detalles de la visión que había visto la tarde anterior: “Vi a dos pastores avanzando lentamente, leyendo sus libros de oraciones, incluso cuando la oscuridad hacía difícil ver. El mayor de los dos tenía una especie de halo alrededor de su cabeza. Era como una corona de luz que brillaba para ellos”.

El Padre Albini podía responder con el verso del salmo 118: “Luz es tu palabra para mi sendero”.

André DORVAL, OMI