De todos los misioneros oblatos que, desde hace más de un siglo, se han entregado al servicio de los amerindios en los Territorios del Noroeste canadiense, no se sabe con exactitud cuántos se han ahogado mientras iban a predicar el Evangelio en misiones lejanas. Se pueden recordar los nombres del hermano Joseph Thouminet, desaparecido en 1880, Joseph Rio, en 1907, Emile Portelance y Alexandre Cadieux, en 1909, Auguste Weisch y Joseph Nicolas, en 1910, y Honoré Pigeon, en 1934, pero la lista no está completa.

El padre Elphège Allard
He aquí la historia de un joven misionero desaparecido trágicamente, a los cuarenta y cuatro años, en unos rápidos peligrosos; su cuerpo se encontró milagrosamente, gracias a una intervención especial de la Santa Virgen. Elphège Allard nació el 11 de junio de 1891, en Saint-Simon-de-Bagot, en una familia que dio a la Iglesia tres oblatos y tres religiosas de la Presentación de María. Después de sus estudios en el seminario de San Jacinto, Elphège siguió entre los oblatos a sus dos hermanos mayores, Joseph y Odilon. Ordenado sacerdote, el 27 de julio de 1918, por Mons. J. H. Bruneault, obispo de Nicolet, el joven padre Allard partió el mes siguiente para las misiones en Colombia Británica. Durante diecisiete años, mostró un fervor extraordinario que produjo frutos abundantes. Como misionero itinerante a lo largo del ferrocarril, visitó muchos campos mineros. Encargado de misiones en Telegraph Creek, McDame, Lower Post y Stuart Lake, construyó varias iglesias, instruyó y bautizó a algunos amerindios. Encontró también el tiempo para seguir los cursos de aviador y, en 1930, fue uno de los primeros misioneros a recibir el despacho de piloto.

Accidente fatal
Este audaz apóstol de Cristo desafortunadamente acaba sus días de manera trágica. El 13 de julio de 1935, baja el río Dease junto con su obispo, Mons. Emile Bunoz. La pequeña barca que conduce está cargada de equipajes voluminosos, amontonados detrás del obispo que ha tomado asiento adelante. De repente, la embarcación es llevada por la corriente de los rápidos y el padre Allard no puede evitar una rama de árbol que caía sobre el rió. Es echado violentamente por la borda y desaparece rápidamente en las aguas hirvientes, bajo los ojos de su compañero que no puede hacer nada para ayudarle. De milagro, este último escapa de la muerte. Después de dos días de larga espera en el río desierto, cerca del lugar del naufragio, un fletador socorre a monseñor y le conduce a la misión amerindia más cercana.

Un signo providencial
Después del relato de la tragedia, la policía y un grupo de amerindios parten en seguida en busca del desaparecido. Durante tres semanas, se explora el río sin éxito. Se está a punto de abandonar las búsquedas, cuando un papel pegado a una rama que flota en el agua, a varios kilómetros del naufragio, llama la atención del policía. Por curiosidad atrae hacia él este objeto raro. Es una imagen de la Santa Virgen. ¿De donde viene? Probablemente de los paquetes caídos en el agua con el padre. Entonces, los hombres vuelven a explorar este sitio. ¿Quién sabe? ¿Puede ser un signo del cielo? De hecho, pronto sacan del agua el cadáver del valiente misionero, bloqueado en el fondo del río por una cepa desarraigada de la ribera.

El padre Allard de cierto no ha subido el martirio, pero, delante de Dios, goza de un gran mérito: haber dado su vida por la salvación de las almas más abandonadas. Su tránsito parecía una desgracia, pero él está en la paz (Cf. Sb 3, 2-3).

André DORVAL, OMI