Los Oblatos de María Inmaculada se han ocupado de los prisioneros desde siempre. El Fundador mismo fue capellán de la cárcel de Aix en sus primeros años de vida apostólica. Lo que quiero contaros en este artículo es la aventura que protagonizó un Oblato como prisionero durante cuatro meses. Se trata del P. Augusto Brunet (1816-1866). ¿Cómo ocurrió? Fue a raíz de una acusación que presentó Carlos Chiniquy, un sacerdote apóstata, de triste recuerdo en Québec, ante los tribunales de Kankakee, cerca de Chicago.

Chiniquy nació el 30 de julio de 1809 y fue ordenado sacerdote en 1833. Estuvo primero en Beauport en 1838 y después, en 1842, en de Kamoursaka como párroco. Su predicación sobre la ley seca le hizo célebre en el Este de Canadá. En noviembre de 1946 entró en el noviciado de los Oblatos, y permaneció en él trece meses; pero se le rechazó para la profesión religiosa. Poco después se le encuentra como sacerdote colonizador en Bourbonnais, en el estado de Illinois, USA. Es allí donde desgraciadamente apostata de la fe católica y arrastra consigo un grupo de canadienses inmigrantes en esa región. Mons. O’Reagan, obispo de Chicago decretó el entredicho contra Chiniquy y recurrió a los Oblatos de Québec para intentar atraer al buen camino a esas pobres víctimas del error.

Es entonces cuando entra en escena nuestro P. Brunet. Llega a Bourbonnais en octubre de 1858, en compañía de otro Oblato, el P. Luciano Lagier. La misión fue todo un éxito. A pesar de las maquinaciones infernales desplegadas por Chiniquy y sus secuaces, 150 heréticos volvieron al seno de la Iglesia y participaron en los sacramentos con todos los católicos del lugar. Los dos misioneros, contentos de su trabajo, se disponían a regresar a Canadá cuando un acontecimiento maldito vino a aguarles la fiesta.

El diario Le Canadien relata los hechos así: “El señor Chiniquy, que no vive más que de escándalos, tuvo la osadía de detener como prisionero al P. Brunet, con el falso pretexto de que el padre lo había acusado de haber incendiado la iglesia de Bourbonnais en 1853. Esta noticia provocó la indignación de los católicos contra ese miserable. Acudieron en masa a la casa rectoral a depositar la fianza necesaria para ponerlo en libertad”. Los misioneros regresaron, pues, a Canadá, con la preocupación, no obstante, del giro que pudieran tomar los acontecimientos.

Se abre el proceso en el tribunal judicial de Kankakee el 3 de enero de 1860. Los dos testigos principales presentan el relato de una supuesta conversación con el demandado en el confesionario. La defensa intenta en vano rechazar tal acusación, puesto que se trata de una conversación confidencial. Según sus testimonios, el P. Brunet les había dicho que era malo escuchar a Chiniquy…; y también les habría peguntado si sabían que Chiniquy había incendiado la iglesia de Bourbonnanis. Al final de ese largo proceso, ante un tribunal claramente hostil a la religión católica, declaran al P. Brunet culpable. Le condenan a pagar a Chiniquy una multa de 2.500 dólares, suma importante en aquella época.

Pero todo ese proceso se desarrolla en ausencia del acusado que está en Canadá. Al enterarse de la sentencia, para no arriesgar a sus amigos a perder su dinero y no teniendo él mismo los medios para pagar tal suma, el P. Brunet decide irse allá para que lo detengan como prisionero. El 13 de mayo de 1861, tras asegurarse que habían devuelto la fianza en su totalidad, se presenta en la cárcel de Kankakee. Este imprevisto no favorece a Chiniquy, porque ahora será él quien tenga que pagar semanalmente 3 dólares para el mantenimiento del detenido y encima tiene que abona los gastos del proceso. Cuatro meses más tarde, a pesar de que el prisionero estuvo bien tratado en la cárcel, sus amigos católicos deciden emplear un medio excepcional para liberarlo. Planean una evasión. Un miembro de la policía secreta se emplea a fondo para serrar, por la noche, un barrote de la cárcel. El P. Brunet era un tipo de cierta corpulencia. Eso peligraba echar a pique el plan. La cabeza del prisionero pasa sin dificultad entre los barrotes que quedan en la ventana, también el tórax, ¡pero la barriga se resiste absolutamente! “¡Tirad, seguid tirando -gritaba el padre a sus liberadores- aunque tengáis que dejar aquí un trozo de mi armazón!”

Un último envite le devuelve por fin la libertad. A toda prisa monta el caballo que le habían preparado. Llega a la ciudad cercana y sube al tren que le llevará a Canadá, sin darle tiempo de ir a despedirse de su amigo Chiniquy.

André DORVAL, OMI