Mons. J. Norberto Provencher, un pionero del apostolado en el Noroeste canadiense, acababa de ser nombrado, en 1844, Vicario apostólico de todo el territorio situado al oeste de San Bonifacio hasta el océano Pacífico: un campo de evangelización diez veces mayor que Francia. En su labor pastoral no podía contar más que con diez sacerdotes diocesanos. Por eso deseaba llamar a la puerta de los religiosos. Entre tanto, los Oblatos de María Inmaculada acababan de establecerse en Montreal. Mons. Provencher ya los conocía a través de su Fundador a quien había encontrado en París en 1836. Así pues envía varias misivas apremiantes a Mons. de Mazenod. Éste cree ver la voluntad de Dios en esas instancias reiteradas. Acepta la petición, pese al pequeño número de miembros con que contaba entonces la Congregación. Él mismo designa al P. Pedro Aubert para fundar esa lejana misión. Al mismo tiempo ordena al padre Bruno Guigues, superior de los Oblatos en Canadá, que le dé un compañero a su elección. El elegido fue un novicio de veintidós años, ordenado subdiácono desde hacía sólo unos meses. Se llamaba Alejandro Taché.

Nacido en Rivièr-du-Loup (Río del Lobo) el 23 de julio de 1823, había estudiado en el seminario menor de Saint-Hyacinthe y en el seminario mayor de Montreal. Una vez terminada la teología, entró en el noviciado de los Oblatos en Longueuil, el 5 de octubre de 1844. El 25 de junio siguiente nuestros dos misioneros, acompañados de las hermanas Grises de Montreal, se embarcaron en Lachine, en una canoa con una tripulación de seis hombres. Era un viaje de unas 1.800 millas (2.900 kms.) que emprendían a través de lagos y ríos. Dos meses más tarde el P. Aubert pudo ofrecer finalmente el santo sacrificio de la misa a orillas de la Rivière-Rouge (Río Rojo) y al día siguiente los viajeros llegaron a su destino. Mons. Provencher baja a la vera del río para recibir a los apóstoles por tanto tiempo esperados. De momento se llevó una decepción. Él esperaba un ejército de sacerdotes misioneros dispuestos a emprender la tarea y no hay más que ¡un sacerdote y un subdiácono! Al ver la joven figura del hermano Taché, no pudo menos de gritar: “Yo había pedido hombres y he aquí que me envían un niño!” Y sin embargo era ese niño a quien la Providencia destinaría para ser su sucesor. El 12 de octubre siguiente el hermano Taché recibió el sacerdocio. Al día siguiente celebraría la primera misa y ese mismo día pronunciaba sus votos de religión en manos del P. Aubert.

Cuatro años más tarde Mons. Provencher, habiendo caído enfermo e incapaz de emprender largos viajes, pidió a Roma un coadjutor. Entre tanto el P. Taché había caminado. Tuvo tiempo para poner los fundamentos de una misión en Îl-à-la-Crosse y otra a orillas del lago Atabaska, a unos 1.430 kms. al noroeste de San Bonifacio. El 14 de junio de 1850 la Santa Sede, en respuesta al deseo manifestado por Mons. Provencher, nombró al P. Taché obispo coadjutor con derecho a futura sucesión. Todo se hizo a espaldas del nuevo elegido que no conoció su nombramiento hasta la llegada del correo entrado ya el invierno. Partió inmediatamente de Îl-à-la-Crosse rumbo a San Bonifacio, donde se encontró con una carta de Mons. de Mazenod ordenándole, en nombre de la santa obediencia, que emprendiera viaje inmediatamente a Marsella para encontrase con él. El Fundador quería a toda costa tener la dicha de consagrar él mismo al primer obispo misionero de su familia religiosa.

Así pues, el P. Taché partió para Marsella muy decidido a presentar a su superior objeciones capaces, pensaba él, de hacerle cambiar de idea. Su entrevista con el Fundador ha sido célebre en los anales de la Congregación. He aquí el relato tal como lo cuenta el mismo Mons. Taché en Vingt ans de Missions (Veinte años de Misiones). « Tú serás obispo », le dice Mons. de Mazenod. “Pero, Monseñor, mi edad, mis defectos, esta y aquella razón…” “El Sumo Pontífice te ha nombrado y cuando habla el Papa, es Dios quien habla.” “Monseñor, yo quiero seguir siendo Oblato” “Por supuesto, así lo entiendo yo.” “Pero la dignidad episcopal me parece incompatible con la vida religiosa.” “¡Cómo, la plenitud del sacerdocio excluirá la perfección a la que debe tender un religioso!” Después, puesto en pie, con el orgullo de nobleza que le caracterizaba, añadió: “Nadie es más obispo que yo y, de seguro, no hay nadie más Oblato. ¿No voy a saber yo qué espíritu he querido infundir a mi Congregación? Tú serás obispo… Quiero que obedezcas al Papa y yo también quiero obedecerle.”

Alejandro Taché, el niño de antaño, fue ordenado obispo en la catedral de Viviers, el 26 de noviembre de 1851. Tenía tan sólo veintiocho años y cinco meses.

André DORVAL, OMI