Mons. Jean-Lous Coudert OMI nació en Francia el 9 de agosto de 1895. En 1914, su familia emigró a los Estados Unidos. Al terminar sus estudios teológicos en Baltimore, el joven entró en los oblatos en Tejas, siendo ordenado sacerdote el 2 de noviembre de 1919 en San Antonio. Se le envió a las misiones de Mackenzie en 1923, donde desarrolló un fructífero ministerio entre los amerindios hasta 1936, en que fue nombrado Obispo de Yukon.

Primera visita al Vaticano
A finales de 1938, hizo su primera visita al Papa Pío XI. Él esperaba una recepción formal bastante rígida, de acuerdo a las normas acostumbradas de la época. Imaginen su sorpresa cuando, al comienzo de la entrevista, con toda naturalidad el mismo Papa apoyó su pierna en la esquina de la mesa para facilitar la circulación sanguínea en una pierna que le hacía considerable daño. “Sabes – dijo el Papa, que tenía ochenta y un años – cuando te haces mayor y te das cuenta de que has de hacer frente a la muerte, no le das mucha importancia a la etiqueta… ¿Conociste a Mons. Grouard, Vicario Apostólico de Mackenzie?. Pues bien, tu presencia aquí me recuerda la primera audiencia que concedí como Papa a ese venerable anciano”.

Una sorprendente aparición
“Al abrirse la puerta – siguió diciendo el Papa – este viejo patriarca apareció con una inmensa barba blanca. Se detuvo al entrar y gritó en alta voz: “Vuestra Santidad, estoy demasiado rígido para hacer las genuflexiones prescritas; se habrá de contentar con esta simple reverencia”. Al decir esto, hizo una ligera inclinación de cabeza. Se sentó luego frente a mí. Tras haber dado algunos detalles sobre su vicariato y haber expuesto algunas peticiones, cambió de pronto el tono de la conversación. “Vuestra Santidad, dijo, Ud. tiene muchas preocupaciones y los visitantes que vienen añaden aún más. Permítame, por favor, divertirle un poco y mostrarle cómo nosotros, en el Lejano Norte, cazamos las liebres”.

Una temporada de caza
“Entonces él se puso en pie, fue a las estanterías del final de la habitación, sacó algunos volúmenes, las apiló en el suelo junto a mí, y usó esos libros para montar una trampa. A continuación, sacó de su bolsillo un pequeño cordel, hizo un lazo con él y procedió a mostrarme en detalle cómo cae la liebre en este lazo, atrapándose a sí misma. Entonces, puso el cordel en torno a su propio cuello e imitó el alarido de la pobre liebre. Estaba tan absorto con este tema que giré mi silla y apoyé mis codos en mis rodillas para prestar toda mi atención a los detalles de la exhibición. Olvidé por completo el protocolo y el gobierno de la Iglesia”.

Antes de marchar, Mons. Grouard hizo una última petición al Papa Pío XI: “Vuestra Santidad – dijo con lágrimas en los ojos – soy mayor y quisiera retirarme tras haber trabajado sesenta años en las misiones polares. Pero pediría quedarme allí, incluso teniendo un sucesor”. “Si eso es todo lo que Ud. desea – contestó el Papa – velaré por que se le conceda su petición”.

André DORVAL, OMI