Rodolphe Smit

Si tenéis cincuenta años y más, puede que os acordéis de un célebre predicador oblato, gran siervo de María, que hablaba bien francés, pero con un ligero acento extranjero. Hacia 1945, predicó un “mes de María” muy apreciado en las parroquias San Salvador de Québec, San Pedro de Montreal y la catedral de San Juan. Durante la novena de la Asunción, en Cabo de la Magdalena, había cautivado a miles de peregrinos con su lenguaje fascinante y sus anécdotas marianas. ¿Acaso habéis reconocido al padre Rodolphe Smit, o.m.i.?

Predicador de María
Nace en Holanda, el 2 de octubre de 1892. Hace estudios clásicos en Suiza y entra en el noviciado oblato de Bélgica en 1911. Después de sus votos perpetuos, en 1915, va a Roma para estudiar teología. Ordenado sacerdote en 1917, el año siguiente le envían al Oeste canadiense. Antes profesor en el escolasticado de Edmonton, luego, durante unos quince años, ejerce su ministerio en las parroquias de San Alberto y San Joaquín de Edmonton. En 1934, es asignado a la provincia franco-americana de Nueva Inglaterra, donde se dedica sólo a la predicación de retiros parroquiales, sacerdotales y religiosos. Recorre Estados Unidos y Canadá, de este a oeste, predicando semanas y meses seguidos, tanto en francés como en inglés, tanto en alemán como en italiano. Su brío, dondequiera que permanezca, va a la par de la vivacidad de su predicación. Insiste sobre todo en la devoción a la santísima Virgen en la que tiene una confianza inquebrantable. Su larga experiencia de las almas y sus numerosos viajes le exhiben mil pruebas para reforzar esta confianza a la que nunca se invoca en vano.

Accidente mortal
Todavía me acuerdo del hermoso retiro mariano que el padre Smit predicó a los oblatos, en Ville La Salle, en 1944. Entonces, nos había citado un ejemplo de la protección evidente de María de la que fue testigo sorprendido. Un día que viajaba en tren, en el oeste de Estados Unidos, en Montana, una rueda de un vagón se averió y el tren tuvo que pararse durante algunas horas para hacer las reparaciones. Era un lugar apartado donde el tren para sólo raramente y si se da la señal. El padre Smit entonces aprovechó estos momentos de descanso para bajar y estirar las piernas en la vía de la estación. De repente, apareció un coche. Un hombre abrió la puerta y gritó al pastor protestante todo sorprendido: “¿Usted es un sacerdote católico? Entonces venga conmigo. Hay un terrible accidente muy cerca de aquí”. Se apresuraron hacia un campo cercano donde algunos hombres se afanaban en girar un tractor agrícola que acababa de arrollar a un hombre bajo su pie.

Coincidencia providencial
El desgraciado pronto se murió, evidentemente, pero todavía podía hablar: “¿Usted es sacerdote?”, suspiró con dificultad. “¿Habla alemán? Escuche mi confesión, por el amor de Dios”. El padre Smit exhortó al moribundo a arrepentirse de sus pecados, le dio la absolución y, para darle confianza, añadió esta reflexión: “Qué extraordinaria coincidencia, ¿ay que sí, mi buen amigo? Cómo es posible que el tren se haya inmovilizado en este lugar lejano, pues, si he entendido bien, ¡no hay sacerdotes en el radio de 50 millas! ¿Cómo es posible que haya salido del tren justo en el buen momento? ¿Cómo es posible que hable alemán?”. El hombre, entonces, tuvo fuerza suficiente para contestar, con un hilo de voz apenas perceptible: “Desde que dejé mi Baviera natal para este país de América, todas las noches rezo a María. Le supliqué que permitiera que en el momento de mi muerte, pudiera tener a mi lado a un sacerdote que habla mi idioma”. Entonces, empieza en alemán esta bonita oración: Se acuerde, oh dulce Virgen María, que nunca se ha oído decir…”. Pero es incapaz de acabar. Ya la Madre de Misericordia conducía su alma hacia el Padre.

André DORVAL, OMI