El 24 de julio de 1994 marcaba el quincuagésimo aniversario de un drama que vivieron los oblatos de Francia, unos meses antes el final de la última guerra. En 1934, habían adquirido un ex castillo, en La Brosse-Monceaux, en el sur de París. Ahí vivían noventa religiosos, entre los cuales unos 80 escolásticos estudiantes.

 

Bajo la dominación alemana desde hace cuatro años, la “resistencia” se había organizado un poco en todas partes. A finales de junio de 1944, algunos aviones aliados lanzan en paracaídas unas armas en los aviones. Para disimularlas, el jefe de la división de Montereau piensa naturalmente en el escolasticado de los oblatos. De acuerdo con el padre ecónomo, se hacen desaparecer las armas y se echan el contenido y los paracaídas en un pozo abandonado, en el fondo de la propiedad. Sólo otros seis religiosos participan en la empresa. Desafortunadamente, la Gestapo detiene a un miembro de la organización clandestina. Escondía, a pesar de las órdenes recibidas, un cuadernillo con todos los nombres de sus compañeros.

Desenlace fatal
El 24 de julio siguiente, sobreviene, para la comunidad de los oblatos, el desenlace trágico. Hacia las seis de la mañana, los nazis invaden los lugares y obligan a todos los religiosos a subir al césped en frente del monasterio. Un jefe de la Gestapo, llamado Korf, ordena a los miembros del supuesto complot revelar el sitio donde se han escondido las armas. Nadie traiciona el secreto. Por más que se les somete al suplicio de “la bañera” y se les golpea con látigo, ni una palabra… Se amenaza entonces con matar a uno, dos, diez hombres hasta que no se quiera hablar. El torturador se arma con una metralleta y llama en primer lugar al padre Christian Gilbert. Delante de la comunidad impotente y aterrorizada, le mata a sangre fría. Después de unos minutos de intervalo, luego ejecuta al padre Albert Piat, a los escolásticos Lucien Perrier y Jean Cuny y al hermano Joachim Nio. Los sacerdotes, testigos de la escena, dan desde lejos la absolución a las víctimas. La hecatombe probablemente habría proseguido si un oficial superior, llegado de improviso, no hubiera intervenido para poner fin a la matanza. Korf ordena echar a los cadáveres en los pozos y cubrirles de tierra.

Algunos pueden preguntarse ¿por qué unos religiosos participaron activamente en esta resistencia al invasor? El padre Henri du Halgouët, que faltó de precisión en este drama, contesta a la pregunta: “La Brosse, muy cerca de una zona obrera, en Montereau, nos ponía evidentemente en contacto con gente de cualquier opinión política, especialmente comunistas comprometidos en la lucha armada. No habrían entendido que nosotros nos quedábamos al margen para dejarles correr los riesgos más grandes. Además, nunca se había considerado que utilizábamos las armas. El papel previsto, en caso de combates en los alrededores, estaba limitado al servicio de sanidad”.

Epílogo
Después de la masacre, en la tarde, se conducen a los religiosos sobrevivientes a Compiègne. El 25 de agosto siguiente, se les pone a bordo de un tren para Alemania. Afortunadamente, los “resistentes” han hecho saltar la vía férrea. La Cruz Roja ha podido liberar a los oblatos en la jornada del 1° de septiembre. Uno después del otro, los 85 supervivientes pueden volver a su escolasticado de La Brosse que encuentran completamente devastado.

André DORVAL, OMI