Es en 1847 que los oblatos llegan a Oregon, a la petición del obispo de Walla Walla, Mons. Magloire Blanchet. Cinco misioneros forman parte del primer contingente llegado de Francia. Se trata del padre Pascal Ricard, superior, de los escolásticos Félix Pandosy, Casimir Chirouse, Georges Blanchet y del hermano Célestin Verney. Los escolásticos Pandosy y Chirouse serán ordenados sacerdotes algunos meses después de su llegada, pero Georges Blanchet rehusó esta responsabilidad por razón de humildad y luego de pérdida de un dedo en un accidente de caza.

El dije
Nacido en Francia, en 1818, entra en el noviciado de Nuestra Señora de Osier, en 1841. Sigue sus estudios eclesiásticos y enseña durante cuatro años en el juniorado de Lumières. Llegado a Walla Walla, estado de Washington, el 5 de septiembre de 1847, se hace en seguida el postulador, el arquitecto y el constructor de las misiones de este territorio. Dondequiera reside, Yakima, Vancouver, Nueva Westminster, Lago Stuart y otras misiones, deja su nombre atado a una iglesia, una escuela o una residencia.

Un día que los funcionarios americanos buscan un nombre para una pequeña ciudad naciente, en el fondo de la Bahía Puget, el hermano Blanchet da una sugerencia personal: “Propongo Olympia, dijo. Este nombre bien conocido de la antigüedad griega hará nuestra ciudad élebre un día, ¿quién sabe?”. El futuro le dará la razón, ya que Olympia se convertirá en la capital del estado de Washington.

 

Con dulzura
En 1872, Mons. Louis D’Herbomez le educa al sacerdocio. Tiene cincuenta y cuatro años. A su llegada al lago Stuart, en la Colombia Británica, se entera con dolor de un amerindio que, recién convertido, se ha atrevido a insultar al padre Pandosy. Este último, el año pasado, había hablado fuerte en un sermón contra la embriaguez y la violencia. Uno de los auditores, que se siente probablemente concernido por estas palabras, se levanta en medio de la asamblea y, enseñando el puño al predicador: “Ven aquí, grita, sal afuera, mídete conmigo y veremos quien tendrá ventaja”.

Los católicos del lugar no pueden dejar impune semejante insulto al sacerdote. Los jefes de la banda infligen como penitencia al delincuente ir a ponerse de rodillas en medio de la iglesia y pedir perdón. Se niega obstinadamente durante todo el año. El padre Blanchet, puesto al corriente del asunto, hace venir al engreído a su casa. Lentamente, con dulzura, le hace razonar: “A ver, amigo mío, ¿qué quiere decir esto? ¿Te das cuenta del error que has cometido, verdad? Y bien, ejecuta lo que se te pide y esto se acabará para siempre”. “Tú, por lo menos, me hablas debidamente, reanuda el culpable. Sí, he cometido un error grave, pero voy a hacer todo lo que me has dicho que haga”. Lo cumple la misma tarde, pide perdón a la asamblea, añade que lamenta todo su pasado y que no volvería a empezar más. Maravilla de la gracia: cumplió con su palabra.

Un fantasma muy vivo
Cuando alcanza los ochenta años, el padre Blanchet un día va a la misión cercana en el lago Stuart. Un desconocido, viendo su sotana y su crucifijo en el cinturón, le aborda vacilando: “¿Conoces el viejo padre del lago Stuart que acaba de morir?”. El padre Blanchet contesta que no… pero, retrospectivamente, hace en su interior esta reflexión: “Un viejo padre en el lago Stuart… ¡no conozco a nadie más que yo mismo!”. Entonces se hace pensativo. Su sorpresa redobla el día siguiente cuando, volviendo a su casa, oye al jefe del lugar exclamar: “¿Padre Blanchet? ¡Creía que se había muerto…!”.

¡Mientras que no! El fantasma no se había muerto. Vivirá todavía ocho años, pero ocho años muy difíciles, es verdad, ya que vuelto casi ciego, es incapaz de decir su misa. Se muere el 17 de noviembre de 1906, a los ochenta y ocho años, después de una larga carrera de sesenta años de vida misionera. Apodado el “querido abuelo” por lo amerindios, ha dado su nombre a un río y a un lago de Colombia.

André DORVAL, OMI