Entre los oblatos destacados cuyos nombres deben ser recordados como misioneros de los amerindios de la Columbia británica, debemos mencionar a los Padres Paul Durieu, Jean-Marie Le Jacq, Georges Blanchet, Léon Fouquet and Casimir Chirouse. El Padre Claude Bellot OMI que pasó 36 años de su vida en estas misiones, es menos conocido, pero nos ha quedado como un hombre verdaderamente admirable. Nació en Francia (Haute Loire) en 1847, y llegó a la Isla Victoria en 1901. Contribuyó a mejorar casi todas las misiones de aquella región, siempre feliz de llevar el conocimiento de Dios a esos “enfant des bois” (niños de los bosques). Su pluma vivaz nos ha dejado simpáticas historias de sus encuentros con los amerindios. Por ejemplo, nos cuenta las incertidumbres de un anciano cuando quería casarse.

Nessait visita el lago Babine
Cuando Nessait, un hombre de 55 años, escuchó que el Obispo Augustin Dotenwill OMI, Obispo de New Westminster, estaba visitando el Lago Babine, hizo un viaje de 250 kilómetros a través de los bosques para ver al “gran priant” (el gran hombre de oración). Era la primera visita de este no creyente a una misión católica. Su asombro llegó al máximo cuando entró en la Iglesia para el rezo comunitario. Todo estaba tan limpio, comparado con su propia casa, y ¡las canciones eran tan bonitas! Pero cuando escucho hablar de un Dios de amor, sobre “la terre d’en haut” (la tierra de arriba) y sobre su Madre del cielo, fue una revelación para un hombre que hasta ese momento era habituado a hablar sólo de pieles de castores, armas de fuego y caza. Así que esa misma noche su nombre entró en la lista de los catecúmenos. En menos de una semana dominaba el catecismo, o al menos, conocía lo suficiente para recibir el bautismo.

Nessait quiere casarse

Dos días antes de nuestra partida”, escribe el P. Bellot, Nessait vino a verme. Parecía desconcertado. Después de un momento de silencio, me señalo sus deteriorados mocasines. Finalmente dijo: “Padre, mire que apariencia tan lamentable tengo. Soy viejo… Quiero casarme, porque necesito una mujer que me haga un par de mocasines”. Yo lo animé lo mejor que pude, y le aconseje de elegir entre las “perlas” del lugar. Él me habló de una, fea hasta dar miedo, arrugada como una vieja manzana. Pensé para mí que estaba tomando la opción correcta, si ella le podía proveer de mocasines. Siguiendo mi consejo, Nessait continuo indagando sobre las intenciones de su posible media naranja. Aquella misma noche, ¡cáspita!, volvió con un aspecto abatido. Después de un largo silencio, me contó que la elegida por su corazón estaba deseando casarse con él para poder tener te, verduras y carne de venado, pero que ella no podía hacer mocasines ya que a causa de su poca vista, estaba casi ciega. Naturalmente, le anime a seguir buscando.

Al final encontró
Al día siguiente, volvió radiante. Pensé: “Va a tener sus mocasines”. De hecho, había encontrado una mujer para hacer sus anhelados mocasines. ¿Quién era? La misma mujer vieja que había proclamado estar casi ciega el día anterior. Hoy podía ver algo mejor, solo un poco, lo suficiente para hacer un par de mocasines. La única condición que puso para el matrimonio fue que Nessait tenía que hacer que esos mocasines le duraran el máximo tiempo posible, porque ella no quería trabajar mucho. Quería morir de vieja, pero no de excesivo trabajo. Nessait le prometió todo, con gran seguridad, y tuvo su vieja compañera.

Moraleja de esta historia
El P. Bellot concluye así: “Anteriormente, había leído en algún sitio que para solicitar a una mujer en matrimonio había que pedirle cuatro cosas: que la virtud permanezca en su corazón, que la modestia brille en su frente; que la dulzura fluya de sus labios; y que sus manos permanezcan ocupadas en el trabajo. Nessait, sin embargo, me enseñó que sólo una cosa es necesaria en una mujer: saber hacer un par de mocasines”.

André DORVAL, OMI