Maravillémonos todos por la actuación de Dios
en nuestras propias vidas

Entrevista con el Cardenal Orlando B. Quevedo OMI
Arzobispo de Cotabato

  • ¿Cuál es su historia personal con los oblatos que marcó el camino para, finalmente, hacerse oblato?

Crecí como joven con los oblatos, ayudando en las misas de los primeros misioneros oblatos de las Filipinas, en un lugar llamado Marbel, que hoy constituye una provincia en Cotabato del Sur. Pero, en aquellos días de los años ’40, esa ciudad era parte de la indivisa Provincia de Cotabato. Luego se dividió en cinco, trabajando los oblatos en la parte norte de aquélla provincia. Es una zona pobre donde también viven nuestros hermanos y hermanas del Islam. Crecí en el aprecio hacia los Padres Oblatos, misioneros estadounidenses, y cuando terminé mi escuela superior bajo los Hermanos Maristas, les dije a los Oblatos que quería hacerme oblato. Fui aceptado y marché al juniorado. Pero, luego del juniorado y el filosofado en un seminario jesuíta, tuve mi noviciado en Mission, Texas, y después la Teología en la Universidad Oblata de Washington D.C. Tras ser ordenado sacerdote en 1964, serví durante doce años en la archidiócesis de Cotabato, entonces bajo un arzobispo oblato, el Arzobispo Mongeau . Mis primeros doce años como sacerdote los pasé, sobre todo, enseñando en la universidad, y también, parcialmente, en el trabajo de la formación en el seminario diocesano. En efecto, fue la formación oblata que recibí lo que me ayudó a afrontar los desafíos que me se me presentaron en el camino.

  • ¿Cuáles eran las características más relevantes de los misioneros oblatos que más le atraían?

Creo que era su celo misionero. Eran estadounidenses y tenían que abajarse, en términos de cultura, al nivel filipino. Trabajaban en los barrios de los pueblos y creo que era su simplicidad y celo por la misión lo que me atrajo. No buscaban algo mejor. Se sentían muy agusto con lo que fuera de las cosas sencillas que los granjeros filipinos les daban. Eso era lo que más me atraía.

  • Mirando atrás ahora, ¿cómo se valorarías a sí mismo en términos de ser capaz de seguir sus huellas como oblato?

Siempre traté de serlo, de ser como los misioneros. Antes de ser obispo, ayudaba en una institución. La misma idea de compartir mi vida con los otros y de estar con la gente pobre, especialmente los musulmanes y los indígenas, fue siempre mi orientación. Creo, por supuesto, que era el resultado de estar con los oblatos, unido a mi propia formación oblata en los seminarios.

  • La isla de Mindanao y la región de Cotabato han sido zona de conflicto político durante décadas. ¿Cómo asumió Ud. el desafío de ser obispo en una diócesis tal?

Primero en Kidapawan, mi primera diócesis como obispo, ya había muchos conflictos por la ley marcial. Era obispo de un lugar en el que la Iglesia, de algún modo, era perseguida, dado que eramos sospechosos de subversión y de simpatizar con los comunistas. Por supuesto que eso no era cierto, pero, aún así, las sospechas llevaron a muchos asesinatos, torturas y desapariciones de nuestros líderes laicos, incluyendo la muerte de un misionero italiano. Pero luego, en Cotabato, la situación era diferente. Por supuesto, la diócesis de Cotabato ha atravesado temporadas difíciles, conflictos entre los rebeldes Moros islámicos y el gobierno. Es una lucha política, y no religiosa. Pero conseguimos mantenernos en amistad hacia los musulmanes en el nivel de campo. Muchos de los líderes rebeldes eran graduados de nuestras escuelas católicas de la archidiócesis y algunos eran estudiantes de la Universidad de Notre Dame, de la cual yo era presidente. Así pues, se ha dado demasiada publicidad a la situación, pues los conflictos se producen sólo en algunas partes de la archidiócesis de Cotabato, y no en todas. De cualquier modo, estoy preocupado, pues aún hay muchos sesgos y prejuicios tanto entre los musulmanes, como entre los cristianos.

  • ¿Cuáles son sus futures planes y esperanzas como cardenal respecto a su archidiócesis y a la Iglesia en su conjunto?

Soy un pastor de la diócesis de Cotabato, pero mis pensamientos, por supuesto, tienen que dirigirse hacia toda Mindanao. La isla de Mindanao tiene cinco arzobispos y unos veintidós obispos. De algún modo, tengo que hacerme uno con ellos al hablar sobre ciertos asuntos. No puedo hablar desde mí mismo y decir que tal es mi propia opinión, pues los medios siempre dicen que cuando un cardenal habla, habla por todos. No es cierto, pero también he de ser prudente y conocer muy bien los asuntos, de modo que pueda hablar en nombre de los obispos de Mindanao. Mi primera preocupación y esperanza sería la paz: paz en nuestra tierra de Mindanao Central, paz en la archidiócesis de Cotabato. En segundo lugar, mi esperanza es ver unas relaciones más armoniosas entre cristianos, musulmanes e indígenas por medio del diálogo interreligioso. Mi tercera esperanza respecto a la gente de Cotabato es ver un desarrollo economíco para todos, independientemente de su credo. Pero mi preocupación principal es infundir la dimensión de la fe, sea en los cristianos o en el Islam o en los pueblos indígenas, para tener una base común para la paz y el diálogo interreligioso sobre el fundamenteo de la fe de la persona. Y quisiera hacer presión en favor de ello.

  • Como oblato, ¿podría Ud. mencionar alguno de los oblatos que en el pasado hayan dejado una huella indeleble en su vida?

Hay muchos oblatos que me han influenciado. El primero a mencionar sería el Arzobispo Gerard Mongeau, canadiense pero que recibió su formación teológica en EE. UU. y que se convirtió en el superior de los siete primeros oblatos que vinieron a las Filipinas en 1939. Era un tipo muy dinámico de obispo y de sacerdote. Era sencillo y siempre tenía una gran sonrisa. El segundo sería el Arzobispo Philip Smith. Fue mi superior en el Filosofado. Fue mi predecesor en la Universidad de Notre Dame y fue también mi inmediato predecesor como arzobispo. Su sencillez, generosidad y bondad resultaban muy inspiradoras. El tercero sería mi superior en la Universidad de Notre Dame, el P. Robert Sullivan. El P. Sullivan era una especie de intelectual. No sonreiría mucho, pero cuando tenías un problema siempre estaba cerca de tí y actuaría como un auténtico padre.

Sin embargo, el que más me atraía era un misionero, un párroco. Su nombre era P. Joseph Quinn, un estadounidense, un hombre muy alto. Era el párroco de la parroquia donde yo ayudaba en misa. Hasta su muerte llevó botas militares. Creo que, durante la II Guerra Mundial, formaba parte del número de oblatos que estuvo en Manila en los campos de concentración.

Y luego los profesores que tuve. Uno era el P. Jerry Kennedy en Washington, biblista. Fue mi confesor y, por tanto, desempeñó sin duda un gran papel en mi itinerario espiritual, siendo mi mentor. En el noviciado, dos me inspiraron mucho. El P. Larry Seidel, mi Maestro de novicios. En ese tiempo yo tenía diecisiete años y sufría de nostalgia, estando lejos de las Filipinas. Me ayudó mucho durante el noviciado. Su ayudante fue el viejo oblato, P. Henry Janvier. Era también miembro de la famosa “Caballería de Cristo” que iba a caballo. Era muy amable y comprensivo hacia mí.
Quisiera decir tabmbién que los sacerdotes oblatos hoy día en Cotabato son un grupo muy inspirador, pues están muy cerca de los pobres y llevan un estilo de vida muy sencillo. Ellos son hoy también muy inspiradores para mí.

  • ¿Cuál es su mensaje para todo el mundo oblato, como oblato que es Ud.?

Realmente no puedo entender los modos maravillosos en que Dios actúa en mi vida. Ahora he sido elegido cardenal, el segundo cardenal oblato vivo tras mi buen amigo y coetáneo el Cardenal Francis George. Maravillémonos todos por la actuación de Dios en nuestras propias vidas. Creo también que, como oblatos, necesitamos ser modelos de conducta de vida consagrada, en otras palabras, modelos de una vida consagrada a Dios. Pero nosotros hemos de ser modelos de fe. Dados los problemas del mundo de hoy, necesitamos ser modelos de esperanza en el futuro, también, para la gente en problemas. Hemos de ser también modelos de sencillez y humildad. Por medio de nuestro estilo de vida y de nuestra conducta es como podemos hablar más alto, más que con palabras.

Por P. Shanil Jayawardena, OMI
16 de febrero de 2014
Casa General, Roma