El encuentro con otro mundo

Entrevista al P. Claudio Bertuccio, OMI

 

“Mondi Riemersi” (Mundos Re-emergentes) es una manifestación de la Provincia de Italia en la zona de los “Castelli Romani” (Castillos Romanos), que, cada año, se propone sacar a la luz diversos aspectos, desconocidos a los más, de alguno de los Países donde trabajan los Oblatos. Durante toda una semana se dirige especialmente a los jóvenes de los colegios y se está revelando como un nuevo modo de encarnar la misión. En 2006 ha tocado el turno a Tailandia y como portavoz ha sido invitado el P. Claudio BERTUCCIO, que lleva 13 años en ese país. Hemos aprovechado la ocasión para entrevistarlo.

Claudio conoció a los Oblatos en su ciudad natal, Mesina, siendo todavía un muchacho. De niño había frecuentado un “oratorio” de los Salesianos. Pero al ser trasladado el sacerdote animador, el grupo, de un centenar de chavales, quedó desorientado y fue acogido en la parroquia de los Oblatos. Inicia aquí un itinerario de fe más profundo y una experiencia de vida comunitaria que lo llevan a formar parte del Movimiento Juvenil y después a tomar la decisión de entrar en la Congregación.

Sigue el camino habitual de la formación. Durante los años de escolasticado el P. Zago, con su presencia, le contagia su amor hacia Asia y el deseo de ser misionero en ese continente. Por eso, tras conseguir la licenciatura en filosofía, hace el “stage” (experiencia pastoral) en Filipinas, donde permanece dos años para aprender bien la lengua, el tagalo. En 1991 es ordenado sacerdote y reanuda los estudios para conseguir otra licenciatura en teología dogmática. A la vuelta de dos años, todo parecía maduro para regresar a Filipinas; pero el P. Zago lo orienta hacia Tailandia, donde ha surgido una urgencia.

  • ¿Sabías desde el comienzo que te ibas a dedicar a la formación?

No, al contrario. Cuando partí para allá dije claramente: “Estoy saliendo de un escolasticado. No creo que sea el caso de volver a una casa de formación”. Así pues, la idea era dedicarme a otra cosa. En realidad, una vez en Tailandia, la primera obediencia oficial que recibí fue la de ser Superior en el Escolasticado.

  • ¿Cómo han transcurrido tus primeros años?

Los tres primeros años no tuve ninguna tarea fija. Obviamente lo primero era aprender el idioma. Cada día tenía que desplazarme para ir a clase a una escuela a 30 kilómetros de mi residencia. En Bangkok viajar 30 kilómetros no es cosa fácil y fue cansado de verdad: salía de casa a las 6 de la mañana y llegaba a la escuela de idiomas sobre las 9,30; recibía dos horas de clase, comía por el camino y regresaba a casa a eso de las 4 de la tarde. Después de 6 meses y el terrible impacto de la estación más cálida, pedí poder estar más cerca. Al cabo de un año hice unos exámenes equivalentes a los de un niño de 10 años, y me dieron el reconocimiento de uno que puede trabajar usando la lengua tailandesa. Los dos años sucesivos los pasé en una parroquia para practicar el idioma.

En principio era ayudar al párroco, pero éste, al poco tiempo, se fue de año sabático. Así que asumí la función de párroco durante casi dos años. Entre tanto me pidieron que enseñara en el Seminario Nacional. Las clases eran en tailandés, naturalmente. ¿Sería capaz? A pesar de todo acepté, también porque esto me facilitaría conseguir el permiso de residencia en el país. La experiencia fue traumática. El primer curso que impartí fue de Eclesiología y todavía hoy no estoy seguro que mis alumnos hayan entendido algo. Fue un encuentro con otro mundo.

 

  • ¿Qué significa encontrarte con otro mundo?

Sí, sabes… Un mundo diverso desde el punto de vista cultural y religioso; pero también diverso del que había vivido con los Oblatos. Aquí el grupo era internacional; la mayoría eran de generaciones anteriores a la mía; la vida comunitaria se concebía de un modo distinto; muchos vivían solos y nos encontrábamos únicamente de vez en cuando. Fueron años difíciles y experimenté también yo la soledad, porque me encontraba aislado a causa de la lengua y con frecuencia no llegaba a captar lo que ocurría en mi entorno.

  • Después en el escolasticado. ¿Cuánto tiempo estuviste?

Tres años. Los escolásticos eran ocho y de hecho, a causa del reducido número de personal oblato, yo era el único formador. Después retomé el ministerio parroquial por cinco años. Aquí, desde el comienzo, la Conferencia Episcopal Tailandesa me invitó a ir al Seminario Nacional. Fue entonces cuando comencé a impartir clases de diversas asignaturas. Formaba parte de la Comisión Teológica y de la Comisión para la Formación Permanente del Clero de la Conferencia Episcopal y predicaba los retiros. Amén de todo esto, tuve que seguir de párroco durante cuatro años. En estos años la Conferencia Episcopal me presionaba cada vez más y así, el año pasado, al terminar mi mandato de párroco, fijé mi residencia en el Seminario Nacional.

  • ¿Cómo es este Seminario Nacional?

Es el único para toda Tailandia. Se enseña tanto Filosofía como Teología. En este último año había 138 seminaristas de 10 diócesis distintas. Soy profesor e imparto dos o tres materias por semestre. Soy también el director espiritual de muchos de ellos. Y además prosigo con todo el trabajo de la Conferencia Episcopal.

  • Dada tu larga experiencia parroquial, ¿nos podrías decir cómo es una parroquia en Tailandia?

El concepto es muy distinto del nuestro, aunque exteriormente parezca igual: una iglesia, un sacerdote y cristianos. Sin embargo el territorio es muy vasto. Donde estaba yo, creo que habría unas cien mil personas, pero los cristianos apenas rebasaban el millar. Hay que asegurar los servicios religiosos, sin duda; pero ante todo hay que acompañar a estos cristianos diseminados entre los budistas y ayudarle para que no pierdan su identidad. Por tratarse de una parroquia urbana, estaba integrada por personas venidas de fuera y por consiguiente ya desarraigadas. Lo prioritario era proponer actividades para invitarles a encontrase con frecuencia. La asistencia era del 50 %. Después hay que añadir la visita a las familias… En nuestro territorio había un barrio de chavolas con problemas sociales no indiferentes.

  • ¿Tiene Tailandia una expresión litúrgica propia?

Sí y no. La Liturgia es muy romana y creo que a ellos les interesa mucho esto, porque al ser minoría, es un modo de identificarse. Las formas son muy importantes. Hay pequeños elementos de inculturación, pero no es una liturgia explícitamente local. Todo es en tailandés y típicamente locales son ciertas posiciones corporales: la oración no se hace nunca con los brazos abiertos, sino con las manos juntas porque para ellos éste es el signo de la oración. A veces se celebra descalzo, como se hace en las pagodas.

  • ¿En qué consiste la evangelización hoy en Tailandia?

Ante todo debemos comprender que nos encontramos integrados en una Iglesia local. La misión en Tailandia se encuentra particularmente ligada a lo que te pide la Iglesia local. Ciertamente de vez en cuando llega algún estímulo para tomar conciencia de que se puede hacer algo más. En el pasado la Iglesia en Tailandia tuvo una mentalidad de gueto, de grupo cerrado. La política de los primeros misioneros franceses consistía en sacar a los cristianos de su habitat normal, comprar una porción de tierra, llevarlos allá y construir una aldea de sólo cristianos, en torno a la iglesia. Hasta hace unos treinta años estaba prohibido casarse con no los cristianos. Quien lo hacía era excomulgado. Lentamente se está tomando conciencia de que las cosas pueden ser distintas.

En cuanto a los Oblatos, estamos casi todos en parroquias, pero en algunos casos tenemos sólo unas decenas de cristianos, y por lo tanto podemos decir que estamos presentes en un contexto misionero, pero un trabajo misionero abierto no es fácil, porque la cultura tailandesa se identifica con el budismo. Para un tai, no ser budista es un poco como perder su identidad cultural.

En general se trata de un trabajo de presencia, de construcción de relaciones, de lenta comunicación de valores. Y poco a poco hay algunos que se interesan por el cristianismo; pero en Tailandia no se puede hablar de grandes movimientos de conversión.

Por otra parte creo que hay que hacer emerger esta dimensión en la Iglesia local. La Conferencia Episcopal ha confeccionado ya un

plan pastoral para los próximos diez años y este año la archidiócesis de Bangkok, al haber transcurrido el primer quinquenio, ha celebrado un Sínodo en el que se ha tratado de hacer una valoración y unos proyectos de futuro. Yo, en cuanto representante de los religiosos en la diócesis, he tomado parte en la comisión que ha preparado el Sínodo, la comisión dirigente y de la que ha escrito el documento. Yo he escrito dos capítulos.

 

Durante el Sínodo han tenido especial relieve: la Iglesia evangelizadora y el papel de los laicos. La Iglesia, debido quizá a la influencia del budismo, es muy clerical. El budismo tailandés está centrado particularmente en la figura del monje, del bonzo: en cierto modo es éste el único que se puede salvar y lo único que puede hacer el laico es acumular méritos manteniendo al bonzo. Esto mismo ocurre en relación con el sacerdote y explica el porqué del elevado número, en proporción, de seminaristas: 138 sobre un total de 300 mil católicos.

  • ¿Puede considerarse Tailandia una ventana de observación sobre Asia?

En algunos aspectos sí. En primer lugar porque es un país abierto. Es fácil entrar en él y quedarse. Muchos de nuestros encuentros se celebran aquí por esta razón, por más que los Oblatos seamos sólo 17, de los cuales 5 tai. Después es una sociedad que se abre al resto del mundo a nivel comercial y económico.

Tailandia jamás fue colonizada por nadie y los tai se sienten orgullosos de tener una cultura que nunca ha sido influenciada, por más que hoy ciertas influencias llegan de China, Japón y Corea, que tienen aquí fuertes intereses económicos.

  • ¿Existen formas de colonización cultural?

Sin duda. Al menos en las ciudades. De hecho conviven tres generaciones: los ancianos que se aferran a un mundo que ya no existe; la edad media que ya se abre al mundo; y los jóvenes que no se diferencian mucho del resto de los demás jóvenes que encuentras en otras partes del mundo. En el modo de vestir, de hablar, de relacionarse, han desaparecido ya muchos elementos propios de la cultura tailandesa. Por ejemplo, un elemento típico es que no se toca nunca, la mujer se presenta siempre muy elegante… Esto entre los jóvenes, al menos en las grandes ciudades, ya no existe. Y aquí Japón y estados Unidos hacen ley.

  • Para terminar, dinos una palabra sobre “Mondi Riemersi”.

No sabía gran qué. De hecho para mí ha sido una ocasión para descubrir Tailandia y presentar mi experiencia de estos años. He comprobado que cuando se hablaba de Tailandia la gente pensaba en dos o tres cosas: el tsunami, el turismo sexual y las playas… Para mí ha sido un intento de hacer ver que hay algo más que esos estereotipos que nos presenta la tele. Y que está la riqueza de un pueblo que debe ser apreciada.

 

Nosotros catalogamos a Tailandia como Tercer Mundo. Ciertamente Tailandia no se reconoce a sí misma en el Tercer Mundo. De hecho no es así. En ciertos aspectos Bangkok es una ciudad más desarrollada que Roma. Pienso en particular en las estructuras viarias. Hay muchísimas calles con dos o tres pisos para agilizar el tráfico, y muchos rascacielos…

Nino Bucca, OMI