1. Religioso, profesor y misionero.

Nacido en Menton, Italia, 26 de noviembre, 1790
Ordenación en Niza, 17 de diciembre, 1814
Toma de hábito en Aix, 17 de julio, 1824
Oblación en Aix, 1º de noviembre ,1824 (nº 19)
Fallecido en Vico, 20 de mayo, 1839
Venerable, 4 de julio, 1968.

Fue a fines del año 1807, gracias a su educación cristiana y a pesar del período de la Revolución francesa y la muerte de sus padres en menos de dos años (1804 y 1806), que comenzó a manifestarse la vocación sacerdotal de Charles Dominique Albini. En octubre de 1810, entraba al seminario mayor de Niza, donde debía distinguirse por su amor al estudio y su crecimiento en madurez espiritual.

Una vez sacerdote, en su parroquia de Menton es donde ejerce su primer ministerio. Se ocupó, durante al menos cinco años, de la pastoral ordinaria -catecismo, confesiones, predicación- pastoral que se había convertido en algo indispensable en este período de crisis religiosa. Este ministerio, debía ejercerlo, en particular, en las zonas más aisladas de la parroquia.

A partir de octubre de 1820, fue capellán de las Hermanas Hospitalarias de San Agustín de Dieppe (Monjas Hospitalarias Agustinas de la Misericordia de Jesús), responsables del cuidado de los enfermos en el hospital de Carnolès, en Niza. Con gran seriedad, el padre Albini se aplicó a este ministerio, a pesar de su juventud, de las dificultades suscitadas por el superior y, también, de su carácter sensible y reservado.

A principios del año 1823, debido a la salida forzosa de las religiosas del hospital, el padre Albini debió volver a Menton, aunque no por mucho tiempo. En efecto, en julio del mismo año, se le confiaba el cargo de profesor de teología moral en el seminario mayor de Niza.

Su actividad no se limitó a la enseñanza. Prestaba con mucho agrado sus servicios en la catedral y, precisamente ayudando al cura durante un retiro para los ex prisioneros y los inadaptados, en julio de 1824, se entrevistó con los padres Eugenio de Mazenod y Marius Suzanne, llamados a dar los ejercicios del retiro.

Impresionado por su celo apostólico, el ideal misionero que los animaba y sus relaciones fraternales, el padre Albini consideró de inmediato la posibilidad de vivir en una comunidad religiosa. Por ello, al final del retiro, decidió formar parte de la congregación naciente.

Al principio, el obispo de Niza, no queriendo privarse de uno de sus mejores sacerdotes, se opuso a su salida. Sólo después de la promesa formal de una fundación oblata en su diócesis, dejó ir al padre Albini. El 14 de julio, éste llegaba a Marseille con los dos misioneros.

Religioso, profesor y misionero.

El 17 de julio comenzaba en Aix su breve noviciado. A la alegría de su nueva orientación, vinieron a mezclarse algunos escrúpulos, que el Fundador le ayudó a resolver con firmeza. El 21 de noviembre de 1824, veinte días solamente después de su oblación perpetua, que tuvo lugar el 1º de noviembre, el padre Albini predicaba su primera misión en Allauch. Se lo nombró pronto como profesor en el escolasticado de los Oblatos en Aix. En febrero de 1825, se ocupó de la traducción al latín de parte de las Constituciones y Reglas, que se someterían a la aprobación pontificia. Fue él quien ejerció presión sobre el Fundador y lo convenció de ir a Roma, con el fin de obtener el reconocimiento oficial de la Congregación.

El padre Albini predicó varias misiones populares. Precisamente durante una ellas, la de Aubagne, del 19 de febrero al 20 de marzo de 1826, el padre Henri Tempier vino a comunicar a los misioneros la noticia de la aprobación definitiva del Instituto y sus Constituciones y Reglas. El padre Albini estuvo entre los Oblatos que, el 13 de julio de 1826, durante el Capítulo general, pronunciaron nuevamente sus votos religiosos que, a partir de ese momento, cobraban plenamente validez.

Su trabajo misionero esforzado y su constitución física más bien delicada, fueron la causa de su enfermedad de junio de 1827, al final de la misión de Valiguières y Pouzilhac, la última que predicó en el continente. En octubre de 1827, los padres Tempier y Jean Baptiste Honorat se establecieron en el seminario mayor de Marseille, confiado a los Oblatos. El padre Albini debió enseñar teología moral. A fines de julio de 1828, se encargó de la asistencia espiritual la Obra de los Italianos en Marseille: una misión para los inmigrantes italianos que realiza con pasión y vivo interés.

Entre 1829 y 1831, período especialmente difícil para la vida interna de la Congregación, el padre Albini se dedicó seriamente a reformar la vida religiosa, no ahorrando sus observaciones delante de algunos colegas quienes, en su opinión, se mostraban infieles a su vocación oblata.

El 19 de septiembre de 1834, el Fundador respondía afirmativamente al obispo de Ajaccio, Mons. Casanelli de Istria, quién deseaba que una comunidad oblata dirigiera el seminario mayor y garantizara la predicación de las misiones populares en toda la isla. Le prometió dos de sus mejores misioneros, los padres Hippolyte Guibert y Albini. El padre Guibert partió con Mons. Casanelli de Istria para Corce, fue la primera misión oblata fuera del continente, el 9 de marzo de 1835. El padre Adrien Telmon y el hermano Jean Bernard Ferrand, sólo se pudieron unir a ellos el 25 de abril.

El padre Albini debió esperar a octubre de 1835 para incorporarse al grupo de misioneros. El Fundador había, en efecto, dudado mucho antes de dejarlo partir; lo consideraba casi indispensable debido al servicio apostólico que prestaba a los italianos. Sólo después de la intervención y los argumentos convincentes del padre Guibert, venido al continente, el Fundador dejó ir al padre Albini. Pudo así dedicarse a su nueva misión.

La nueva comunidad se establece en Ajaccio: el padre Guibert como director del seminario, el padre Albini como uno de los profesores, teniendo a veces que reemplazar al padre Guibert con motivo de los viajes de éste, al continente.

En mayo de 1836, Mons. Casanelli de Istria regaló a los Oblatos el convento franciscano de Vico, una localidad del interior. El padre Albini fue allí al final del año escolar, a pasar sus vacaciones y prepararse para la predicación de las primeras misiones populares.

A partir del 30 de agosto, predicó la misión de Moïta: la primera en la isla de Córcega, desde la última misión de San Leonardo de Puerto Mauricio (Moïta, 18 de octubre de 1774) y, para el padre Albini, su primera desde hacía cerca de diez años.

Su actividad misionera se distinguía por la solidez de su doctrina y la preocupación de hacerse entender por la gente, con una palabra simple y convincente. Gracias a su personalidad, conoció un éxito notable en el arreglo de las discordias entre familias y entre clanes en las regiones que evangelizaba y que vivían una situación social y religiosa difícil.

En noviembre de 1837, fue a Ajaccio para predicar los ejercicios espirituales al clero de la diócesis. En ese momento, justamente, se pensó nombrarlo responsable de la formación y el perfeccionamiento de un grupo de sacerdotes. Éstos habrían ocupado el convento de Vico, de modo que habría cambiado radicalmente la fisonomía de la comunidad. La cuestión preocupó al padre Albini. Tras reconocer la importancia vital del proyecto, temía que su realización se hiciera en detrimento de las misiones populares, tan importantes para la población y hacia las que él sentía especial predilección. El proyecto no se realizó y el padre Albini reanudó su predicación de las misiones, interrumpida solamente por una larga temporada pasada en Ajaccio, en la primavera de 1838, mientras dirigió el seminario.

En octubre del mismo año, predicó en Ota su última misión. En noviembre, cayó seriamente enfermo, hasta el punto que se pensó en su muerte inminente. En febrero de 1839, se repuso un poco y enseguida empezó a preocuparse del momento en que podría, de nuevo, predicar misiones. Pero su salud se deterioró de nuevo. Se debilitó poco a poco, hasta su muerte que ocurrió el 20 de mayo de1839.

La desaparición del padre Albini se consideró como una grave pérdida para toda la Congregación, en particular para el Fundador, que lo consideraba como un ejemplo que todos los Oblatos debían seguir, debido a su celo apostólico y a su vida religiosa. La gente también lo lloró. Se comenzaba, ya entonces, a considerarlo un santo.

ANGELO CAPUANO, O.M.I.