1. Pensamiento y enseñanza de mons. De mazenod sobre los apóstoles
  2. Los apóstoles en la tradición de la congregación
  3. Conclusion

Más de cincuenta veces habla de los Apóstoles en sus escritos Eugenio de Mazenod. ¿De dónde le nace ese interés? Sin duda, de su amor a la Iglesia cuyo fundamento son los Apóstoles.

Al volver a Aix en 1802, Eugenio encontró la Iglesia de su país en una tan “lamentable situación” que instintivamente era preciso recomenzar la evangelización como al principio del cristianismo. Por eso se pregunta al comienzo de la Regla de 1818: “¿Qué hizo nuestro Señor Jesucristo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos que él mismo formó en la piedad y llenó de su espíritu y después de haberlos iniciado en su escuela y en la práctica de todas las virtudes, los envió a la conquista del mundo que pronto habían de someter a sus santas leyes. ¿Qué hemos de hacer a nuestra vez para lograr reconquistar para Jesucristo a tantas almas que han sacudido su yugo? Trabajar seriamente por hacernos santos; caminar resueltamente tras las huellas de tantos apóstoles que nos dejaron tan buenos ejemplos de virtud en el ejercicio de un ministerio al que nos sentimos llamados como ellos; renunciar completamente a nosotros mismos […] y luego, llenos de confianza en Dios, entrar en la liza y luchar hasta la extinción por la mayor gloria de Dios” [1]. El P. de Mazenod se propone, pues, con sus colaboradores, trabajar por hacerse santos, como los Apóstoles, y luego, como ellos, evangelizar a los pobres.

La influencia de la escuela francesa de espiritualidad y de los sulpicianos aparece igualmente aquí. En la biografía del Sr. Olier (1608-1657) escribe Faillon: “Considerando el seminario como un cenáculo donde debía bajar de nuevo el Espíritu de Dios para formar hombres apostólicos que renovasen el conocimiento y el amor de Jesucristo, el Sr. Olier quiso que todos sus clérigos tratasen de adentrarse en los sentimientos y las disposiciones de los santos Apóstoles, y que estudiasen sin cesar sus virtudes. Hizo que los pintasen […]en el cuadro principal de la capilla, para que el seminario recurriera a ellos como a canales muy abundantes de la gracia apostólica, cuyas primicias ellos habían recibido para los siglos futuros, y para que los honrara con un culto especial por ser ellos, después de Jesucristo, los fundamentos de la Iglesia […] [2]

San Juan Bautista de la Salle (1651-1719), otro heredero importante de la escuela beruliana, consideraba a los educadores cristianos como sucesores de los Apóstoles en su ministerio. Ha dejado a sus hijos elevados textos espirituales en los que repite: “Los que instruyen a la juventud son los cooperadores de Jesucristo en la salvación de las almas […]; lo que Jesucristo dijo a los Apóstoles, os lo dice también a vosotros […]; vosotros habéis sucedido a los Apóstoles en su cargo de catequizar y de instruir a los pobres […]; agradeced a Dios la gracia que os ha hecho, en vuestro oficio, de participar en el ministerio de los santos Apóstoles, y de los principales obispos y pastores de la Iglesia […]” [3].

Marchar por las huellas de los Apóstoles, imitarlos en sus virtudes y en su ministerio, son también pensamientos centrales en la espiritualidad mazenodiana [4]. Vamos a ver su enseñanza al respecto y la influencia que sus exhortaciones ejercieron en la Congregación.

1. “CAMINAR POR LAS HUELLAS DE LOS APOSTOLES”

Esta es la expresión que más a menudo reaparece en los escritos del Fundador. Significa casi siempre la imitación de la vida de unión a Cristo y de la misión propia de los Doce. Se encuentra primeramente en su primera carta al abate H. Tempier: “Hemos echado los cimientos de una fundación que proveerá habitualmente a nuestras zonas rurales fervorosos misioneros. Se ocuparán sin cesar en destruir el imperio del demonio, al mismo tiempo que darán ejemplo de una vida verdaderamente eclesiástica en la comunidad que van a formar […] Tendrá usted cuatro compañeros: hasta ahora no somos más numerosos; y es que queremos escoger a hombres que tengan la voluntad y la valentía de caminar por las huellas de los Apóstoles” [5].

La exposición más explícita aparece en el texto de la Regla de 1818, ya mencionado; el sentido que el P. de Mazenod da a la expresión se desarrolla luego en el párrafo sobre Otras observancias principales: “ Ya se ha dicho que los misioneros deben, en cuanto lo permite la fragilidad humana, imitar en todo los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo, principal fundador de la Sociedad, y de los Apóstoles , nuestros primeros padres. Imitando a esos grandes modelos, emplearán una parte de su vida en la oración, el recogimiento y la contemplación en el retiro de la casa de Dios en la que habitarán juntos. La otra parte, la consagrarán enteramente a las obras exteriores del celo más activo, como son las misiones, la predicación y las confesiones, la catequesis, la dirección de la juventud, la visita a los enfermos y prisioneros, los retiros espirituales y otros ejercicios semejantes. Pero, tanto en la misión como en el interior de la casa, pondrán su principal empeño en avanzar por el camino de la perfección eclesiástica y religiosa […]” [6].

En la carta que el P. de Mazenod escribe al abate José Agustín Viguier el 6 de enero de 1819, explica así lo que entiende por la vocación misionera: “El misionero, por estar llamado propiamente al ministerio apostólico, debe aspirar a la perfección. El Señor lo destina a reproducir entre sus contemporáneos las maravillas realizadas en otro tiempo por los primeros predicadores del evangelio. Debe, por tanto, seguir sus huellas, plenamente persuadido de que los milagros que debe hacer no son efecto de su elocuencia, sino de la gracia del Todopoderoso que se comunicará por medio de él con tanto mayor abundancia cuanto más virtuoso sea, más humilde, más santo para decirlo de una vez […]” [7]Aquí hay una idea ya expresada en la Regla que el Fundador no cesará de repetir: la gracia del Señor se comunica a través del misionero con tanto mayor abundancia cuanto este sea “más virtuoso, más humilde, más santo”.

Durante su retiro anual a finales de octubre de 1831,el P. de Mazenod repasa la Regla. El 4 de noviembre escribe al P. Hipólito Courtès, superior de la casa de Aix. Le exhorta a él y a los padres y hermanos de la comunidad, a leer atentamente la Regla: “Tal vez les sorprenderá descubrir en ella lo que hasta ahora no habían visto. Por mi parte, añade, he aquí una de las reflexiones que he consignado en mis apuntes de retiro: Me he dicho, meditando nuestras Reglas, que nunca podremos agradecer debidamente a la bondad divina el habérnoslas dado, pues Dios solo es indiscutiblemente su autor […]No me sorprende ya el saluberrimi operis, [8] cuando considero que el fin de nuestro Instituto es el mismo que se propuso nuestro Señor al venir a la tierra. Encuentro no sé cuántos pasajes que me demuestran cada vez más la perfección de nuestro Instituto y la excelencia de los medios que nos ofrece para seguir las huellas de Jesucristo y de sus Apóstoles. No terminaría nunca acerca de este tema” [9].

El 25 de agosto de l837, Mons. de Mazenod da al P. J.F Hermite la obediencia para Notre-Dame de Laus. Le asigna la tarea de “confesar a los peregrinos y a los naturales que se dirijan a él”; le invita a hacerse “todo para todos”, es decir, a estar siempre disponible “como el divino Maestro a quien servimos y como los santos Apóstoles cuyas huellas seguimos” [10].

A finales de 1840 el Fundador proyecta establecer el noviciado en N.D. de l’Osier. Permite al P. Ambrosio Vincens, propuesto para maestro de novicios, acoger al primer postulante, el abate Melchor Burfin. Le invita, no obstante, a examinar bien las disposiciones de este eclesiástico: “Lo que pedimos a Dios, escribe, es que nos envíe sacerdotes según su corazón que, santamente enamorados de la dicha de vivir conforme a los consejos de nuestro divino Maestro, quieran marchar por las huellas de los Apóstoles y de los discípulos privilegiados que supieron imitarlos. Ese de quien habla usted en su carta al P. Tempier, parece ser de ese temple[…] No puedo menos de bendecir al Señor por la inspiración que le da de unirse a una sociedad de obreros evangélicos cuyo número es insuficiente para recoger la inmensa mies que el padre de familias le ha encargado de cosechar” [11].

Hacia 1845 Mons. de Mazenod escribe Souvenirs sur les débuts de la Congrégation [Recuerdos sobre los comienzos de la Congregación]Texto importante, cuyo original desgraciadamente se ha perdido, en el cual se lee esto: “[…] Mi intención, al dedicarme al ministerio de las misiones para trabajar sobre todo en la instrucción y en la conversión de las almas más abandonadas, había sido imitar el ejemplo de los Apóstoles en su vida de entrega y de abnegación. Estaba convencido de que, para obtener los mismos resultados con nuestras predicaciones, era necesario seguir sus huellas y practicar, en cuanto estuviera en nosotros, las mismas virtudes. Por eso miraba los consejos evangélicos, a los que ellos habían sido tan fieles, como un compromiso indispensable […]” [12].

Después de enviar oblatos a las misiones extranjeras, esas mismas reflexiones se convierten a veces en directrices o bien en la comprobación de una realidad hecha de asombro y de agradecimiento. “No os dejéis enervar por el calor del clima, escribe al P. Esteban Semeria en Ceilán, el 25 de enero de 1848. Hay que servir a Dios en todas partes con fervor. Si pudiera pensar que degenerarais en esa tierra que debéis regar con vuestros sudores para devolver a unos a sus deberes y para instruir a los otros que no conocen al verdadero Dios, os declararía indignos de vuestra excelsa vocación y lamentaría haberos escogido con preferencia a tantos otros para la admirable misión de dar a conocer a Jesucristo y extender su reino marchando por las huellas de los Apóstoles. Pero no, jamás me daréis esa pena” [13].

En 1848 felicita al P. Eugenio Dorey, nombrado maestro de novicios en Nancy: “¡Qué ministerio más hermoso que ese de formar en la virtud y sobre todo en las virtudes religiosas a esas almas escogidas llamadas por Dios para seguir las huellas de los Apóstoles y propagar el conocimiento y el amor de Jesucristo!” [14].

En 1855 entró en el noviciado de N.D. de l’Osier el abate Juan Luis Grandin con el fin de unirse a Vidal, su hermano menor, que había salido poco antes para el Noroeste canadiense. Habituado a “la actividad de servicio de una parroquia”, le cuesta la vida demasiado tranquila de los novicios. Mons. de Mazenod le invita a aprovechar bien aquel “descanso momentáneo”. “Usted no ha entrado, precisa, en los cartujos que hacen un noviciado para acostumbrarse a una soledad perpetua. Al contrario, ha sido admitido entre quienes, a imitación de los Apóstoles, cuyas huellas están llamados a seguir, pasan en retiro unos meses únicamente para volverse más aptos para la vida muy activa del misionero, el ministerio más variado y más fecundo en resultados realmente milagrosos” [15].

Parece que fue escribiendo al P. Antonio Mouchette, moderador de los escolásticos, cuando el Fundador empleó por última vez en sus cartas la expresión marchar siguiendo las huellas de los Apóstoles: “Las noticias satisfactorias que usted me da de su comunidad de Montolivet me colman de consuelo. Mis ojos y más todavía mi corazón se dirigen sin cesar hacia esos queridos hijos, esperanza de nuestra familia. Estoy contento de verlos comprender la sublimidad de su vocación y trabajar con valentía por ser santos religiosos. Tengo confianza de que honrarán su gran ministerio y de que todos se harán dignos de ser elegidos, los unos para combatir los combates del Señor entre los cristianos degenerados de Europa, y los otros para seguir las huellas de los Apóstoles, y hacerse ellos mismos verdaderos apóstoles para anunciar la buena nueva a las naciones infieles de las diversas partes del orbe” [16]

2. LOS APOSTOLES, “NUESTROS PRIMEROS PADRES”

En la Regla de 1818 y en comentarios que hace de ella con ocasión del retiro anual de octubre de 1831, el P. de Mazenod llama a los Apóstoles “nuestros primeros padres” [17]. Pocas veces hace consideraciones sobre lo que entiende por Apóstoles. Con todo, emplea casi siempre la palabra en su sentido de los Doce [18], que han sido elegidos y llamados por Jesús [19], que le han seguido y han convivido con él [20], a quienes envió él luego por el mundo para continuar su misión y predicar el Evangelio [21].

Los oblatos, son, a su vez, como los Apóstoles, llamados por Jesús y por él formados y enviados para anunciar la Buena Noticia.

a. Elegidos y llamados por Jesús

La primera condición para ser apóstol en sentido propio es la elección divina [22]. Esta convicción tiene ya Eugenio poco después de entrar en el seminario. El 6 de enero de 1810 escribe a su madre que un “sacerdote sensual es a sus ojos un monstruo deforme”. Invita a rezar para que el Señor “conceda a su Iglesia, no un gran número de sacerdotes, sino un número pequeño pero bien escogido. Doce Apóstoles bastaron para convertir al mundo” [23]. Durante los años de preparación al sacerdocio, Eugenio escribe a menudo a su madre para hablarle de su vocación, de esa llamada del Señor, tan evidente para él que no puede dejar de responder sin poner en peligro su propia salvación [24]. Más tarde, en algunas cartas a candidatos a la vida oblata, el P. de Mazenod subraya la importancia de ese llamamiento [25]. Durante la crisis que sobrevino al salir para Marsella los PP. de Mazenod y Tempier, en 1823, el novicio Hipólito Guibert, como algunos otros, piensa en dejar la Congregación. El Fundador le expresa su dolor y le escribe: “[…] Persuadido como estoy de que Dios nos le ha dado por nuestras oraciones y de que le ha llamado como a los Apóstoles con las señales más seguras de una vocación verdaderamente divina a seguirle y a servirle en el ministerio que más se asemeja al que prescribió a sus Apóstoles, a cuyos trabajos quiso asociarlo” [26]

Después de la aceptación de las misiones extranjeras, Mons. de Mazenod se asombra pensando que sus hijos, como los Apóstoles, anuncian la Buena Nueva de la salvación a quienes nunca la han oído; les manifiesta que han sido “escogidos” [27] y “llamados por Dios” [28] y que su vocación es “apostólica” [29]

b. Formados por el Señor.

La segunda condición para ser apóstoles, es haber “visto al Señor” (1 Jn 1, 1-3), haber vivido con él, haber escuchado sus instrucciones, etc. “¿Qué hizo nuestro Señor Jesucristo? escribe en la Nota Bene de la Regla de 1818. Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos que él mismo formó en la piedad y llenó de su espíritu, y una vez instruidos en su escuela y en la práctica de todas las virtudes, los envió a la conquista del mundo […]” [30]

En la mitad de los pasajes donde menciona a los Apóstoles, el Fundador considera en ellos su vida de intimidad con Jesús, durante la cual los ha instruido y les ha hecho participar en sus virtudes y en su santidad. Comprende que él mismo y los suyos, para anunciar convenientemente como los Apóstoles la Buena Nueva de la salvación, deben ante todo como éstos convivir con el Señor, estar en escucha de él por la oración y el estudio, dejarse formar por él en la imitación de sus virtudes y por la práctica de los consejos evangélicos. Podemos decir, por otra parte, que sus muy numerosas invitaciones a la regularidad [31] solo miran a esto: vivir en la intimidad con Cristo, en la oración, la meditación del Evangelio y de las virtudes de nuestro Señor, la mortificación, etc. A este propósito habla con frecuencia de la necesidad de emplear los mismos medios que los Apóstoles para alcanzar los mismos resultados [32].

Durante su viaje a París en 1817, a fin de obtener la aprobación gubernamental del Instituto, escribe a menudo al P. Tempier, responsable de la formación de los novicios y escolásticos. Le dice que éstos deben dar buen ejemplo en el seminario mayor de Aix donde están siguiendo los cursos: “[…] todas sus acciones deben ser realizadas con la disposición en que estaban los Apóstoles cuando aguardaban en el cenáculo a que el Espíritu Santo, abrasándolos en su amor, les diera la señal para volar a la conquista del mundo” [33].

Evidentemente, es en la Regla donde mejor expone el Fundador lo que entiende por imitación de las virtudes de los Apóstoles. El párrafo más largo del Nota Bene de la Regla de 1818 se consagra a este tema: “¿Qué hemos de hacer[…]? Trabajar seriamente por ser santos; caminar resueltamente por los senderos que recorrieron tantos apóstoles que nos han dejado tan hermosos ejemplos de virtud en el ejercicio de un ministerio al que nosotros somos llamados como ellos; renunciar por entero a nosotros mismos[…]; renovarnos sin cesar en el espíritu de nuestra vocación; vivir en estado habitual de abnegación y con el empeño constante de alcanzar la perfección […]”.

En el comienzo del párrafo sobre Otras principales observancias explica también cómo los oblatos deben imitar en todo los ejemplos de nuestro Señor Jesucristo y de “sus Apóstoles, nuestros primeros padres”. “Imitando a esos grandes modelos, precisa, emplearán una parte de su vida en la oración, el recogimiento interior y la contemplación en el retiro de la casa de Dios, en la que habitarán juntos”.

En una nota de los años 1818-1821, antes de la introducción del voto de pobreza en la Regla, escribe: “Se cree que los santos Apóstoles hicieron voto de pobreza y que a su ejemplo hicieron lo mismo los primeros fieles; vendiendo sus bienes, llevaban el importe a los Apóstoles para que todo estuviera en común”. [34]

Cuando en 1819, antes de aceptar la dirección del santuario de N.D. de Laus, presenta sus misioneros al Sr. Arbaud, vicario general de Digne, no le oculta que ellos son religiosos que practican los consejos evangélicos: “Necesitamos hombres desprendidos, celosos por la gloria de Dios y la salvación de las almas, dispuestos, en una palabra, a seguir y practicar los consejos evangélicos. Sin esto, poco o ningún bien se puede esperar de ellos. Las misiones son la obra apostólica por excelencia; si queremos llegar a los mismos resultados que los Apóstoles y los primeros discípulos del Evangelio, tenemos que emplear los mismos medios […]” [35].

Imitar a Cristo y a los Apóstoles es también participar en sus sufrimientos. Durante la misión de Rognac, en noviembre de 1819, los Padres encuentran muchas dificultades. El P. de Mazenod escribe entonces al P. Tempier: “¡Bendito sea Dios! Mis queridos y verdaderos apóstoles; mi corazón sufre por vuestra situación, pero se regocija al mismo tiempo al veros compartir la suerte de nuestros primeros padres, los discípulos de la cruz” [36].

En 1823, subraya un aspecto particular de la intimidad de los Apóstoles y de los oblatos con Jesús. En París, donde está acompañando a su tío nombrado para el obispado de Marsella, no quedó edificado por la ceremonia del jueves santo en las Tullerías. Escribe al P. Tempier para decirle que hubiera preferido con mucho estar con los suyos en Aix: “[…] Me trasladaba en espíritu a esa sala, verdadera imagen del cenáculo, donde los discípulos, preparados por las lecciones habituales que reciben en la sociedad, impregnados del espíritu del Salvador que vive en ella, se reúnen en nombre de su Maestro y representan a los Apóstoles, de quienes pudo decir Jesucristo: Vos mundi estis (Jn 13,10), aguardando en el silencio y el recogimiento a que el representante del Señor entre ellos , tras haber oído pronunciar el mandamiento del Señor, mandatum, se postre a sus pies, los lave y aplique (sus labios) sobre esos pies, que han sido bendecidos y preconizados varios miles de años antes por el profeta, ya que son los pies de los que evangelizan el bien, de los predicadores de la paz […]” [37]

Después de 1823 es el P. Courtés, joven todavía, el responsable de los novicios y escolásticos en Aix. El Fundador le recomienda que no oculte nada a los postulantes, que les haga “saber toda la perfección que exigimos de aquellos que quieren enrolarse en una milicia que no puede combatir y vencer al demonio más que con las armas de la fe, a la manera de los Apóstoles” [38].

Durante su estancia en Roma, en 1825-1826, se entera de que el novicio Nicolás Riccardi, demasiado apegado a su madre, se ha ido a casa. Le escribe una larga carta el 17 de febrero de 1826 para invitarle a volver a la comunidad oblata en la cual “una parte de los miembros se preparan con la práctica de las virtudes más excelentes a hacerse dignos ministros de las misericordias de Dios para los pueblos […]”. Sin desprendimiento, añade, “no hubiera habido verosímilmente Apóstoles que pudieran seguir a Jesucristo, y desde el comienzo del cristianismo cuántos discípulos y después cuántos religiosos que se han santificado en la práctica de los consejos evangélicos, se habrían perdido para siempre con sus madres” [39].

Durante el retiro de octubre de 1826 el P. de Mazenod se examina sobre la obligación que tiene de tender a la perfección y exclama: “A qué santidad no obliga la vocación apostólica, quiero decir aquella que me consagra a trabajar sin descanso en la santificación de las almas por los medios que fueron empleados por los Apóstoles” [40].

En el transcurso del retiro de octubre de 1831, medita sobre la Regla. Después de hablar del fin del Instituto escribe: “Los medios que empleamos para alcanzar ese fin participan de la excelencia de tal fin, son incluso incontestablemente los más perfectos puesto que son precisamente los mismos que emplearon nuestro divino Salvador, sus Apóstoles y sus primeros discípulos, es decir, la práctica exacta de los consejos evangélicos, la predicación y la oración, feliz combinación de la vida activa y la contemplativa, de que nos han dado ejemplo Jesucristo y los Apóstoles […]” [41].

En agosto de 1838 el obispo de Marsella se alegra de recibir una carta de Mons. d’Astros, arzobispo de Tolosa, quien, poco favorable a la creación de equipos de sacerdotes diocesanos encargados de predicar misiones, propone más bien que se procuren vocaciones a las Congregaciones fundadas para eso, “las cuales tienen misión y por tanto gracia para este difícil ministerio que no puede ser ejercido dignamente más que por hombres especialmente consagrados a Dios y que practiquen, a ejemplo de los Apóstoles, los consejos evangélicos” [42].

c. Enviados para anunciar la Buena Nueva

Como Jesús es el enviado del Padre, los Doce, y los oblatos tras ellos, son enviados por Jesús para anunciar el Evangelio a los pobres (Jn 20,21¸2 Co 5,20).

Excelencia de esta misión . Después de la aceptación de las misiones extranjeras en 1841, Mons. de Mazenod percibe sobre todo la excelencia de la misión de los Apóstoles y de los oblatos. Desde el comienzo de la Congregación consideraba por cierto las misiones parroquiales como un ministerio “evangélico” y “apostólico”; y hasta se maravillaba al comprobar el bien que hacían en las almas. En 1819, por ejemplo, escribía al abate Viguier que el misionero está “destinado a reproducir entre sus contemporáneos las maravillas realizadas en otro tiempo por los primeros predicadores del evangelio” [43]. En 1823 recuerda al novicio Hipólito Guibert, que vacila en su vocación, que Dios le ha llamado “a servirle en el ministerio que más se aproxima al que él prescribió a sus Apóstoles” [44]. La misma reflexión hace cuando escribe al diácono Nicolás Riccardi en 1826. ¿Cómo puede dudar en su vocación, cuando ve a algunos de sus hermanos que están renovando las maravillas operadas por la predicación de los primeros discípulos del Evangelio?” [45] Durante la cuaresma de 1844, el obispo de Marsella , publica una pastoral sobre las misiones parroquiales en la que dice: “ Desde hace unos meses, esta palabra santa resuena con los más admirables resultados en nuestra diócesis; se la ha escuchado en las aldeas y en el campo como en la ciudad episcopal, y se ha advertido que, trasmitida por Jesucristo a sus Apóstoles, no ha perdido nada de su eficacia al atravesar los siglos […]” [46]

Pero la aceptación de las misiones extranjeras ocasiona un cambio de acento en sus cartas. Es la misma vocación misionera que ejercen los oblatos siguiendo a los Apóstoles: en los países de vieja cristiandad “para despertar a los pecadores” y entre los infieles “para anunciar y dar a conocer a Jesucristo” [47]; sin embargo, según él, las misiones extranjeras realizan este fin común de hacer que Jesucristo sea conocido y amado, en un sentido más pleno y más fuerte [48]. Mons. de Mazenod habla entonces con mucho entusiasmo de la alteza de la vocación misionera. Citemos simplemente algunos extractos de sus cartas. Al salir el P. Pascual Ricard para el Oregón en 1847, a petición de Mons. Magloire Blanchet, obispo de Walla Walla, le escribe el Fundador: “Nada digo de lo magnífico que es, a los ojos de la fe, el ministerio que van a cumplir. Hay que remontarse hasta la cuna del cristianismo para encontrar algo comparable. Es a un apóstol a quien van a asociarse, y las mismas maravillas que fueron realizadas por los primeros discípulos de Jesucristo se van a renovar en nuestros días por vosotros, mis queridos hijos, escogidos entre tantos otros por la Providencia para anunciar la Buena Noticia a tantos esclavos del demonio que yacen en la tinieblas de la idolatría y que no conocen a Dios. Ese es el auténtico apostolado que se renueva en nuestro tiempo. Agradezcamos al Señor el haber sido juzgados dignos de contribuir a él de forma tan activa” [49].

En 1851 explica todavía con más claridad su pensamiento al mismo Padre: “Las misiones extranjeras, comparadas con nuestras misiones de Europa, tienen un carácter propio de orden superior, ya que se trata de un verdadero apostolado para anunciar la Buena Noticia a las naciones que todavía no han sido llamadas al conocimiento del Dios verdadero y de su Hijo Nuestro Señor Jesucristo[…] Es la misión de los Apóstoles: Euntes, docete omnes gentes! Es preciso que esta enseñanza de la verdad llegue hasta las naciones más apartadas para que sean regeneradas en las aguas del bautismo. Sois de aquellos a quienes Jesucristo dirigió esas palabras al daros vuestra misión como a los Apóstoles que fueron enviados para convertir a nuestros padres. Desde este punto de vista, que es verdadero, no hay nada por encima de vuestro ministerio” [50].

Las misiones más duras fueron las del Noroeste canadiense. Allí se sufría de soledad, de hambre y de frío. A esos misioneros sobre todo siente necesidad de animar Mons. de Mazenod, aunque por lo regular hacían falta dos años para recibir respuesta a las cartas. El 28 de mayo de 1857 felicita al P. H.J. Faraud, que está en la misión de la Natividad, cerca del lago Athabaska: “ ¡Qué recompensa ya en este mundo contemplar los prodigios obrados en virtud de su ministerio! Hay que remontarse a la primera predicación de San Pedro para encontrar algo parecido. Apóstol como él, enviado para anunciar la Buena Noticia a esas naciones salvajes, el primero en hablarles de Dios, en darles a conocer a Jesús Salvador, en mostrarles el camino que lleva a la salvación, y en regenerarles en las santas aguas del bautismo. Hay que arrodillarse ante usted, por verle tan privilegiado entre todos sus hermanos en la Iglesia de Dios, porque Dios lo ha elegido para realizar tales milagros […] Sé que ofrece a Dios todos sus sufrimientos por la salvación de esas pobres almas tan abandonadas a las que, por su gracia, usted conduce al conocimiento de la verdad, al amor de Jesucristo y a la salvación eterna. Esto es lo que me consuela, sobre todo cuando pienso que usted ha sido escogido como los primeros Apóstoles para anunciar la Buena Noticia a pueblos que sin usted nunca hubieran conocido a Dios […] Es estupendo, es magnífico poder aplicarse las hermosas palabras del Maestro:Elegi vos ut eatis. ¡Qué vocación! ¡Qué recompensa será la suya, si, lo que no pongo en duda, sabe usted corresponder! [51]

El 16 de julio de 1860 escribe a Mons. Alejandro Taché, obispo de San Bonifacio: “El obispo de Satala [Mons. Grandin] me había hablado de las proezas de nuestro P. Grollier y del éxito de los esfuerzos de su celo. En verdad hay que congratularse al ver que la buena nueva llega así por el ministerio de los nuestros hasta los confines de la tierra. Ese es el verdadero apostolado, los nuestros son enviados igual que lo fueron los Apóstoles” [52].

Naturaleza de la misión de los Apóstoles. Los Apóstoles fueron enviados para enseñar (Mt 28, 19-20), gobernar (Mt 18, 17-18) y santificar a los hombres (Lc 12, 19-20¸n 20, 21-23). Para Mons. de Mazenod, los oblatos siguen las huellas de los Apóstoles porque tienden a la perfección practicando los consejos evangélicos, etc., pero también porque continúan la misión de enseñanza y santificación de ellos [53].

Recuerda esa doble misión con gran variedad de expresiones en la mayoría de los textos en que se trata de los Apóstoles. Algunos hablan de la misión en general, por ejemplo: “Doce Apóstoles bastaron para convertir al mundo” [54]; los escolásticos deben prepararse como los Apóstoles para “volar a la conquista del mundo” [55]. “¿Qué debemos hacer nosotros […]? Llenos de confianza de Dios, entrar en la lid y luchar hasta la extinción por la mayor gloria de Dios […]; hacer volver al redil a tantas ovejas descarriadas […] enseñar a los cristianos degenerados quién es Jesucristo, arrancarlos de la esclavitud del demonio y mostrarles el camino del cielo […]” [56]; “convertir a los pueblos extraviados con el brillo de las virtudes” [57]; “ganar a las almas para Jesucristo” [58]; “combatir y vencer al demonio” [59]; “tropa de avanzada que con tantos sacrificios hace conquistas para Jesucristo […]” [60]; “extender el reino de Jesucristo”, “combatir los combates del Señor” [61].

La mayoría de los textos relativos a los Apóstoles remiten a la misión de enseñar. Una expresión se repite constantemente: “anunciar la Buena Noticia de la salvación” [62]; pero hay también varias otras: “llevar al conocimiento del verdadero Dios y a la práctica de la virtud” [63], “iluminar”, “admirable misión de dar a conocer a Jesucristo” [64], “propagar el conocimiento y el amor de Jesucristo” [65], “propagadores de la doctrina de Jesucristo” [66], etc. Evidentemente es en la Regla donde la enseñanza del Fundador es más completa a este respecto. En el Nota Bene del comienzo, después de haber dicho: ¿qué debemos hacer?, escribe: “Los pueblos se corrompen en la ignorancia supina de todo lo concerniente a su salvación […] Es, pues, urgente […] enseñar a los cristianos degenerados quién es Jesucristo[…]”. Consagra luego un capítulo de la Regla a la predicación, donde expone con fuerza lo que entiende por eso: “No debemos absolutamente poner la mira más que en la instrucción de los pueblos, ni considerar en nuestro auditorio más que la necesidad del mayor número de quienes lo componen, no contentándonos con romperles el pan de la palabra, sino masticándoselo, procurando en una palabra que al salir de nuestros sermones, no se sientan tentados de admirar neciamente lo que no han comprendido, sino que vuelvan edificados, conmovidos, instruidos, capaces de repetir, en el seno de sus familias, lo que hayan aprendido de nuestros labios”.Ya en una instrucción de 1813 había anunciado a los fieles que, a imitación del apóstol Pablo, no había ido para anunciar el Evangelio de Jesucristo con los discursos elevados de la elocuencia y la sabiduría humana, sino con “la simple palabra de Dios, despojada de todo adorno, puesta en cuanto hemos podido al alcance de los más sencillos” [67].

Las expresiones que tratan de la misión de santificación son menos numerosas y menos variadas, pero suficientemente claras. Durante su seminario, Eugenio a menudo invitó a su hermana y a su abuela a recibir con más frecuencia la comunión. Eso es, escribe, un medio de santificación que practicaban los primeros cristianos según la intención de nuestro Señor “que les fue trasmitida por los Apóstoles” [68]. En una instrucción de cuaresma de 1813 trata de la confesión: “Todo cristiano sabe que hay un sacramento de penitencia instituido por nuestro Señor Jesucristo para perdonar los pecados cometidos después del bautismo. Y que los sacerdotes aprobados son los únicos ministros de este sacramento en virtud del poder que les ha sido dado por el Salvador […] Ojalá pudiera haceros ver la constante tradición y el montón de testimonios que os mostraran la uniformidad y la perpetuidad de esta doctrina, remontándonos de nuestros tiempos hasta los Apóstoles” [69].

Después de la fundación de la Congregación, habla bastante a menudo de esta misión de santificación, por ejemplo: nuestra vocación consiste en “trabajar sin tregua en la santificación de las almas por los medios que fueron empleados por los Apóstoles” [70]; los novicios y los escolásticos se preparan para ser “dignos ministros de la misericordia de Dios hacia los pueblos” [71], “sois vosotros los que compráis las almas con el precio de vuestra sangre” [72], enviados para “enseñarles el camino que conduce a la salvación […], y regenerarlas en las santas aguas del bautismo […]” [73]

Varios párrafos de la Regla exponen en detalle los diversos ministerios de los oblatos en orden a la santificación de los fieles: misiones, confesiones, dirección de la juventud, apostolado con los prisioneros y los moribundos, oficio divino, etc. Incluso cuando escribe a los misioneros, el fundador habla pocas veces del bautismo. Es que quería más bien que, a imitación de los Apóstoles , se dedicaran de lleno “a la oración y al ministerio de la Palabra” (Hch 6,4).

3. OTRAS REFERENCIAS A LOS APOSTOLES EN LOS ESCRITOS DEL FUNDADOR

Mons. de Mazenod se inspira en los Apóstoles en algunas otras circunstancias. En 1830 se relaciona con el P. J. A. Grassi, jesuita de Turín, acerca de un proyecto de fundación en los estados sardos, es decir, en Cerdeña, Piamonte o Saboya. Responde de antemano a algunas objeciones: “¿Se querrá objetar que somos extranjeros? Pero los miembros de una Congregación reconocida por la Iglesia, que tiene un jefe nombrado por el Papa, son católicos ante todo. Su vida está consagrada, según el espíritu de su vocación, al servicio de las almas sin acepción de personas ni de naciones, su ministerio es enteramente espiritual, pertenecen al país que los adopta y viven en él a la sombra tutelar de las leyes como súbditos fieles, ocupados únicamente del objeto de su misión celeste que intenta hacer cumplir todos los deberes, tanto para con Dios como para con el Príncipe, su representante entre los hombres. Los Apóstoles eran extranjeros en los países que nuestro Señor Jesucristo les encargó que evangelizaran” [74].

En 1837 el P. Vicente Mille acompaña a Mons. J. Bernet, arzobispo de Aix en visita pastoral. El predecesor del arzobispo había permitido a sacerdotes extranjeros predicar misiones en la diócesis. El P. Mille indica que esos predicadores se han retirado ya, tras haber hecho que se hablara mucho de ellos y haber anunciado grandes proyectos. El fundador anota entonces en su Diario: “Es el segundo tomo de los Misioneros de Francia a quienes pertenecen algunos de esos recién llegados. ¿Por qué se quiere actuar de otro modo que como hicieron los Apóstoles, nuestros modelos? Está escrito que ellos no iban a cosechar en el campo ajeno. Por eso Dios no ha bendecido sus obras, y nosotros tendremos el mérito de la resignación o del aguante que yo había recomendado tanto a los nuestros en los momentos penosos que era preciso dejar pasar” [75].

En la pastoral del 21 de diciembre de 1845, que ordena oraciones para el retorno de Inglaterra a la unidad católica, el obispo de Marsella observa que “espíritus rectos y sinceros” han visto que una Iglesia “era falsa si no tenía como fundamento a los Profetas, a los Apóstoles y a Jesucristo, piedra angular del edificio […] No han querido confundir el cayado del pastor espiritual con el cetro del rey temporal, las llaves que abren a las almas el reino del cielo con la espada que protege los cuerpos; no les ha parecido que hayan recibido del cielo la misión de apacentar las ovejas y corderos del Salvador los poderes de este mundo, sino aquél a quien Dios expresamente dijo: Apacienta mis corderos y mis ovejas (Jn 21, 16 y 17), y aquellos que, con él, fueron investidos del ministerio pastoral, es decir, el Papa, sucesor de San Pedro y centro de la unidad, y junto con él los obispos, sucesores de los demás Apóstoles, todos aquellos a quienes se dijo: Id y enseñad a todos los pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” [76].

Mons. de Mazenod emplea bastante a menudo la palabra Apóstol en el sentido más amplio de grandes misioneros del Evangelio. Lo hace primero dos veces en el Nota Bene de la Regla de 1818: “Una vez conocidas las causas, es más fácil aportar el remedio. Para ello es preciso formar apóstoles[…]” “¿Qué hemos de hacer […]? Caminar resueltamente por las huellas de tantos apóstoles que nos han dejado tan hermosos ejemplos […]” [77]. En 1819 escribe al P. Tempier y a sus compañeros, en misión en Rognac: “¡Bendito sea Dios! Mis queridos amigos y verdaderos apóstoles”, y también a comienzos de 1826: “Recomiende a los Padres que predican el jubileo, que se comporten como santos, como verdaderos apóstoles” [78]. En febrero de 1848 escribe al P. L. T. Dassy, en Nancy, dándole noticias de los padres y hermanos de Ceilán y del Oregón, y concluye: “Que nadie se queje ya de nada entre nosotros cuando tenemos en la avanzada a una tropa tan generosa y que hace conquistas para Jesucristo con tantos sacrificios, pero también qué méritos adquieren a los ojos de Dios y de la Iglesia. Queridos hermanos ¡qué admirables son! Recemos mucho por ellos y estemos orgullosos de pertenecer a semejantes apóstoles del Señor” [79]. La misma reflexión hace en 1852 en una carta al P. Carlos Baret: “Imposible encontrar una reunión de hijos más sabios y más fervorosos […] Nunca habíamos tenido tantos en la Congregación . Así abrazamos la tierra entera por nuestros apóstoles cuyo celo y dedicación me arrancan lágrimas de gozo y de ternura” [80].

El fundador emplea poco el adjetivo “apostólico”. Solo algunas veces llama a los oblatos “hombres apostólicos” [81]y habla de su “vocación apostólica” [82]; o también califica su misión como “obra apostólica”, o “ministerio apostólico” [83]

4. DEVOCION A LOS APOSTOLES, EN ESPECIAL A PEDRO, PABLO Y JUAN, E INTERES POR SUS ESCRITOS

En el primer Directorio de los novicios y de los escolásticos, que la tradición oblata atribuye al P. Casimiro Aubert, colaborador cercano y discípulo amado del Fundador, figuran en el capítulo de las devociones: los Apóstoles, sobre todo San Pedro, San Pablo y San Juan [84]. Sus nombres aparecen ya en las letanías de los santos propias de la Congregación que se rezan en el examen particular desde los primeros años del Instituto.

Ya en 1805, para afianzar en la fe a su amigo Manuel Gaultier de Claubry, Eugenio le manda una serie de textos de la Escritura y añade: “No es Eugenio, es Jesucristo, es Pedro, Pablo, Juan quien le envía ese alimento saludable que, recibido con ese espíritu de fe de que usted es capaz, no dejará ciertamente de producir efecto” [85].

Eugenio amaba a San Pedro porque Jesús le confió las llaves de su Iglesia [86]y porque, como él mismo, fue especialmente objeto de la misericordia del Señor. Le tomó como “patrono de elección” durante el retiro de preparación al sacerdocio en diciembre de 1811 [87]. A su amigo Carlos de Forbin-Janson, que visitaba Roma en 1814, le escribe: “Me queda todavía lugar para rogarte que ofrezcas mi corazón con el tuyo a San Pedro y a todos los otros santos de los que está llena la Ciudad santa” [88]. En el transcurso de su propia estadía en Roma en 1825-1826, el P. de Mazenod celebra la misa sobre la tumba del Príncipe de los Apóstoles el 21 de diciembre de 1825 y, en sus cartas y en su Diario menciona la existencia de recuerdos o reliquias de San Pedro en una docena de iglesias [89].

“Devorado por el celo que henchía a los Apóstoles”, según la expresión del canónigo Cailhol [90], es normal que Mons. de Mazenod haya sentido una admiración y una devoción especial hacia San Pablo, el apóstol de los gentiles. Cuando viajó a Roma en 1825-1826, fue a rezar sobre la tumba de ese Apóstol el 29 de enero de 1826, y encontró recuerdos de él en algunas otras iglesias [91].

San Juan, el discípulo predilecto, fue venerado sobre todo por razón de su intimidad con el Señor. Con ocasión de la muerte de Delfín, uno de sus domésticos, Mons. de Mazenod confió su dolor a su Diario y creyó necesario dar una explicación: “Tengo buenos motivos para agradecer a Dios el haberme dado un alma capaz de comprender la de Jesucristo, nuestro dueño, que ha formado y que inspira y anima la mía, mejor que todos esos fríos y egoístas razonadores que al parecer colocan el corazón en el cerebro y no saben amar a nadie porque en último análisis solo se aman a sí mismos. Y después de la venida de Jesucristo, después del ejemplo de San Pedro, después de las enseñanzas de San Juan se nos viene a despachar un género de perfección más digno de los estoicos que de los verdaderos cristianos” [92].

El Fundador conocía bien los escritos de estos tres Apóstoles. A menudo, en sus cartas y más todavía en sus pastorales, cita extractos de sus epístolas y del evangelio de San Juan. Se encuentran unas cincuenta citas de San Pedro, algunos centenares de San Juan y todavía más de San Pablo [93].

LOS APÓSTOLES EN LA TRADICIÓN DE LA CONGREGACIÓN

Los oblatos contemporáneos del Fundador no parecen haber compartido mucho su interés y su devoción por los Apóstoles, pero se han sentido animados por el mismo celo. A la verdad, habría que conocer mejor todo lo que han escrito para emitir un juicio objetivo, pero lo poco que se conoce, a través de biografías o notas necrológicas, nos parece que permite formular esa afirmación. En efecto, en los escritos publicados de los dos principales colaboradores de Mons. de Mazenod, los Padres Tempier y Casimiro Aubert, casi nunca se hace mención de los Apóstoles. Al responder a la primera carta recibida del abate de Mazenod, Tempier se sirve de los mismos términos que su comunicante: “Veo por lo demás lo que usted más busca al escoger a sus colaboradores: usted quiere sacerdotes […] que estén dispuestos a marchar por las huellas de los Apóstoles […]” [94].

El P. Aubert los menciona también una vez. El jueves santo de 1833 Mons. de Mazenod le invita a servir como diácono en la catedral. Escribe en sus notas de retiro: “No es ya en una iglesia donde se celebra la admirable institución de la Eucaristía, tú tienes la dicha de estar con los Apóstoles en la gran sala donde el adorable Jesús va a dar la prueba más espléndida de su amor a los hombres” [95]. Se sabe que el P. Domingo Albini, a fin de imitar a los Apóstoles, procuraba ir a pie a los lugares donde iba a predicar [96].

En una carta de 1863 al P. José Fabre, Mons. J. F. Allard presta a los basutos consideraciones que suponen ya, en algunos de ellos, un buen conocimiento de los Evangelios y de los Hechos de los Apóstoles: “Los basutos, escribe, encuentran muy adecuado el celibato de los misioneros católicos. Sabemos, nos dicen, que los Apóstoles lo dejaron todo y que algunos de ellos no estaban casados. Por eso, al ver a nuestros ministros protestantes, nos hemos preguntado dónde estaban los sucesores de los Apóstoles que habían renunciado a todo y vivían pobremente. Pero cuando hemos visto llegar a los misioneros católicos, nos hemos dicho: éstos son más bien los verdaderos sucesores de los Apóstoles porque siguen mejor sus huellas” [97].

En 1868, el P. Marcos de L’Hermite dice que el P. Tempier ha sido el discípulo preferido del Fundador como San Juan lo fue de Jesús. El P. Fabre hace la misma comparación en 1870 en la nota necrológica del P. Tempier [98], pero en sus numerosas cartas circulares solo menciona una vez a los Apóstoles, al hablar de la obediencia [99]. En la del 21 de marzo de 1863 recuerda que el fin de la Congregación es evangelizar; pero presenta como ejemplo no a los Apóstoles sino a San Vicente de Paúl y a San Francisco Regis [100].

El P. Luis Soullier menciona más a menudo a los Apóstoles. En su primera circular del 24 de mayo de 1893 dice que ha sido elegido por el Capítulo, al cual compara con el Cenáculo “donde los Apóstoles se habían retirado al bajar de la colina de la Ascensión. En el silencio y el recogimiento, íntimamente unidos por la caridad, y en unión orante con María, la Madre de Dios, aguardaron con confianza la realización de las promesas divinas, y una transformación maravillosa se efectuó […]” [101].

En las importantes circulares sobre la Predicación y sobre los Estudios, el P. Soullier habla varias veces de los Apóstoles de la misma forma que el Fundador. Publica la de la Predicación en febrero de 1895. Tras una larga exposición acerca de la dignidad y la fecundidad de la predicación, añade: “Los Apóstoles enviados por Jesucristo apreciaban esta sublimidad. Obligados a escoger, confiaban las obras de caridad a ministros subalternos y se reservaban el cuidado de la predicación […]” [102]

En la circular sobre los Estudios publicada el 8 de diciembre de 1896 menciona unas diez veces a los Apóstoles, que no bautizan pero ejercen por sí mismos el ministerio de la palabra (p. 32). Afirma que “el mejor medio para regenerar el mundo es volver al método de los Apóstoles” y explica en qué consiste ese método (p. 45-46). En el cap. V sobre el estudio y el oblato que vive en misión en el extranjero, dice: “Vosotros os halláis en la situación de los Apóstoles que tenían que conquistar el mundo para la fe […]; vuestro cometido es, en cierto sentido, más arduo que el de los Apóstoles” porque “no solo tenéis enfrente al paganismo, tenéis a vuestro lado la herejía […]” (p.58-59). En varios lugares habla del “hombre apostólico” que es “el propagador y el defensor de la fe” (p. 64,106) [103].

En la ocasión de la expulsión de los oblatos de Francia en 1903 ,el P. Casiano Augier escribe: “¿No tenemos que alegrarnos, a ejemplo de los Apóstoles, por haber sido considerados dignos de sufrir por Jesucristo (Hch 5,41)?” [104].

Mons. Dontenwill cita una vez en sus circulares el conocido pasaje de las Memorias del Fundador sobre los principios de la Congregación: “Mi intención, al consagrarme al ministerio de las misiones […] había sido imitar el ejemplo de los Apóstoles en su vida de entrega y de abnegación […]” [105]

El P. León Deschâtelets en la mayor parte de sus circulares habla del Fundador y menciona varias veces a los Apóstoles. En la circular 191 sobre nuestra vocación, los llama “nuestros primeros padres” [106]; en la que escribió en 1968 acerca del espíritu de renovación, cita el Prefacio respecto al modo en que nuestro Señor escogió y formó a los Apóstoles; insiste en la “ascesis que tiene su origen en las enseñanzas del Evangelio y de los santos Apóstoles”; invita luego a los oblatos a “marchar por las huellas de Cristo y de los Apóstoles” y añade que “los santos, los Apóstoles nuestros primeros padres siempre han pensado que nunca hacían bastante por seguir las huellas de Cristo” [107].

En las circulares de sus últimos años de superiorato, entre 1969 y 1972, a más de las expresiones tradicionales de “hombres apostólicos” y “vida apostólica”, el P. Deschâtelets emplea otras nuevas como “compromiso apostólico”, “vida comunitaria apostólica”, “comunidad apostólica” [108].

En las pocas circulares del P. Richard Hanley se encuentra una vez la fórmula “comunidad apostólica” [109], mientras que el P. Fernando Jetté habla a menudo de “hombres apostólicos” [110], de “obra apostólica” [111], de “compromiso” y de “cuerpo apostólico” [112], de “períodos de actividad apostólica de los novicios” [113], de “los Apóstoles nuestros primeros padres, cuyas huellas seguimos” [114].

Las Constituciones de 1982, preparadas y aprobadas durante el mandato del P. Jetté, mencionan a los Apóstoles en tres artículos. El 3º, “En comunidad apostólica”, expone una idea que no se encuentra expresamente en el Fundador: “La comunidad de los Apóstoles con Jesús es el modelo de su vida. El reunió en torno suyo a los Doce para que fueran sus compañeros y enviados (cf Mc 3,14). El llamamiento y la presencia del Señor en medio de los oblatos hoy los unen en la caridad y la obediencia, haciéndoles revivir la unidad de los Apóstoles con Él, y la común misión en su Espíritu”. El P. Jetté recogió ese pensamiento en la circular 299 al convocar el Capítulo de 1986: “El Capítulo es ante todo un encuentro de familia en torno a Cristo, como el de los Apóstoles al regreso de su misión (Mc 6,30-32) o el de la tarde de Pascua […]” [115].

El art. 6 de las Constituciones, “En la Iglesia” se inspira en el pensamiento del Fundador, muy adicto a la Iglesia y al Papa y que deseaba ver a los oblatos al servicio de los obispos [116].El artículo dice: “Por amor a la Iglesia, los Oblatos cumplen su misión en comunión con los pastores que el Señor ha puesto al frente de su pueblo; aceptan lealmente, con fe esclarecida, la enseñanza y las orientaciones de los sucesores de Pedro y de los Apóstoles”

El art. 45, sobre la formación con inspiración evangélica, repite expresiones que se hallan a menudo en los escritos del Fundador: “Jesús formó personalmente a los discípulos que había elegido y los inició en los secretos del Reino de Dios (cf Mc 4,11). Para prepararlos a la misión, los asoció a su ministerio; y para fortalecer su celo, les envió su Espíritu. Este mismo Espíritu forma a Cristo en aquellos que se comprometen a seguir las huellas de los Apóstoles. Cuanto más los introduce en el misterio del Salvador y de su Iglesia, más los impulsa a consagrarse a la evangelización de los pobres”.

El P. Marcelo Zago, como el P. Jetté, nombra a veces a los Apóstoles [117]. Emplea también la expresión tradicional “hombres apostólicos” [118] y sobre todo las más recientes “espiritualidad apostólica”, “prioridades apostólicas” [119] y muy frecuentemente “comunidades apostólicas” [120].

CONCLUSION

En la pastoral del 28 de febrero de 1848 el obispo de Marsella escribía: “El apóstol es más perfecto que el cenobita. Las virtudes de aquellos que predican la verdad, dice el papa San Gregorio, son los ornamentos de los cielos. Ahora bien, el apóstol, inspirado por una caridad sublime, se olvida a veces a sí mismo, y realiza una entera abnegación de todo lo que le es propio, para entregarse totalmente al cuidado de salvar a sus hermanos. Querría, como San Pablo, ser anatema por ellos […]” [121].

Después de su regreso a Aix en 1802 y de su conversión entre 1805 y 1808, la gracia encendió en el corazón de Eugenio la llama del celo. Consagró luego su vida a la salvación de las almas y compartió la solicitud de todas las Iglesias [122]. No sin razón al salir de una entrevista con él en 1850, Mons. L. Berteaud, obispo de Tulle, tradujo sus impresiones con estas palabras: “He visto a Pablo” [123].

Siempre los oblatos han estado animados del celo ardiente en que ardían los Apóstoles y Mons. de Mazenod. Con frecuencia éste se ha congratulado de la dedicación y de los éxitos apostólicos de sus hijos. El secretario del Capítulo general de 1838 cuenta, en el informe de la primera sesión, que el Fundador dirigió a los capitulares palabras muy paternales “en las que al principio no pudo evitar una viva emoción, que fue compartida con todos, al contemplar a su alrededor a hijos a quienes había visto nacer ante sus ojos y a quienes había formado con sus propias manos, convertidos ahora en apóstoles, en triunfadores, en hombres de milagro, ya que por una señalada protección del Señor, a sus pasos brotaban los prodigios […]” [124]

Al regreso de su viaje a América en 1895, el P. L. Soullier, superior general, publicaba una carta circular en la que decía: “Sí, nuestros misioneros han seguido las huellas de los Apóstoles; con la cruz y el Verbo divino han convertido a naciones enteras y las han llevado, a través de la Madre de Misericordia, a Jesucristo,el Hijo de Dios” [125]

Los Superiores generales y los Papas han hecho a menudo las mismas comprobaciones. Los Oblatos han anunciado valientemente la Buena Noticia a los pobres y han formado cristiandades en muchos países. En 1932 el Papa Pío XI expresaba su admiración en estos términos: “Hemos visto una vez más cómo sois fieles a vuestra hermosa, gloriosa y santa especialidad, que es la de consagrar vuestras fuerzas, vuestros talentos y vuestras vidas a las almas más abandonadas en las misiones más difíciles […]” [126]. En el Capítulo general de 1986 el Papa Juan Pablo II los invitaba a ser fieles a esa herencia: “Hijos de Eugenio de Mazenod, cuyo celo por el anuncio del Evangelio se ha comparado al viento mistral, herederos de un linaje dos veces secular de oblatos apasionados por Jesucristo, dejaos atraer más que nunca por las turbas inmensas y pobres de las regiones del tercer mundo, como también por este cuarto mundo occidental que yace en la miseria y con frecuencia en la ignorancia de Dios” [127].

Yvon BEAUDOIN