1. En vida de eugenio de mazeno
  2. Los comienzos
  3. Iniciativas de los superiores generales
  4. En las constituciones y reglas

EN VIDA DE EUGENIO DE MAZENOD

Los orígenes remotos de la Asociación Misionera de María Inmaculada (AMMI) se sitúan, por decirlo así, antes incluso de que existiera la Congregación a la que debía sostener.

El primer recurso a la ayuda financiera, asegurando a cambio oraciones y ventajas espirituales, es anterior a la fundación misma de la Congregación. Al proyectar la apertura de la casa de la misión en Aix, Eugenio de Mazenod, como hombre práctico, comprendió que tenía que encontrar los fondos necesarios para hacer frente a todas las expensas de una comunidad de misioneros. Las asignaciones recibidas de su madre y la ayuda de la diócesis no serían suficientes; por eso compuso un “prospecto para las misiones” en el que esbozó sus proyectos para los Misioneros de Provenza:

“Pero una fundación que debe producir tan grandes frutos, una fundación que puede declararse tan necesaria, no puede formarse sin que los fieles concurran con su caridad. No hay duda de que quienes llevan en su corazón un amor sincero por la religión, se creerán en el grato deber de sembrar algunos bienes temporales para recoger otros eternos.

“¿Sería posible que quisieran privarse de las gracias que Dios no puede menos de otorgar a la cooperación a una obra tan santa?

“[…] Como medio de contribuir a ella en una forma muy poco onerosa, se proponen suscripciones o cuotas para varios años, según las posibilidades de cada uno.

“ En la iglesia de las misiones de Aix se harán oraciones diarias por los bienhechores y durante el curso de las misiones se animará al pueblo a hacer lo mismo.

Fórmula de suscripción. Prometo pagar anualmente durante…años, siempre que mis facultades me lo permitan, la suma de… para contribuir a los gastos de la fundación de la casa de las Misiones de Provenza, fundada en Aix, en el antiguo convento de las Carmelitas” [1]

En respuesta a una llamada lanzada por correo entre octubre de 1815 y enero de 1816, un bienhechor se declaró dispuesto a prestar a Eugenio de Mazenod 12.000 francos, sin interés, por un año, y un primo de su madre, Francisco José Roze-Joannis, le prometió enviarle 300 francos. Los miembros de la Asociación de la Juventud de Aix aportaron cada cual de uno a seis francos.

Aun antes del envío de los primeros oblatos a las misiones extranjeras, Eugenio, primero como vicario general y luego como obispo de Marsella, apoyó con entusiasmo la Obra de la Propagación de la Fe que en 1822 había fundado en Lyón Paulina Jaricot. Respondiendo a sus llamadas, los fieles de la diócesis de Marsella se distinguieron entre los más generosos de Francia [2]. En cambio, más tarde, no iba a dudar en solicitar fondos a los Consejos de la Obra, tanto en Lyón como en París [3].

En setiembre de 1842 otorgaba una participación espiritual en todas las obras buenas de la Congregación a los Sres. Olivier Berthelet, en gratitud por el don de una propiedad en Montréal, a la Sra. Jules Quesnel que había hecho varios donativos en dinero, y también a la Srta. T. Berthelet que había insistido ante su hermano para la donación de la casa [4].

En 1848 concedía una participación en los beneficios espirituales de la Congregación, a las Hermanas Hospitalarias de San José del Hospital de Montréal por los servicios temporales y espirituales prestados a los oblatos [5]. En 1861 hacía lo mismo a favor de las Hermanas de la Sagrada Familia de Burdeos [6].

Sin duda alguna, el Fundador admitía el principio de una participación de los laicos y de otros religiosos en la vida espiritual de la Congregación y en el fruto de sus buenas obras, en agradecimiento por la ayuda prestada con la oración y la limosna. En su pastoral de cuaresma de 1848, Mons. de Mazenod urgía a los fieles de su diócesis a seguir el ejemplo de Jesús trabajando por la salvación de los otros:

“Pues bien, muy queridos hermanos, venimos a proponer a vuestro celo este divino Modelo imitado por los Apóstoles, según la medida de vuestras fuerzas y dentro de los límites de vuestras obligaciones de estado. Venimos a exhortaros a santificar la Cuaresma con obras espiritualmente útiles para la salvación de nuestros hermanos; los que sienten en su corazón el celo por la verdad están obligados a usar todos los medios en su mano para hacerla triunfar en las inteligencias cerradas a la luz […].

“No os sorprendáis si así queremos asociaros en cierto modo a nuestro ministerio, y haceros partícipar de la corona de los hombres apostólicos, como instrumentos gloriosos de la salvación eterna de las almas creadas a imagen de Dios y rescatadas por su sangre” [7].

Al afirmar que hay situaciones en las que los fieles deben proclamar la verdad con caridad a fin de llevar a los otros, sin herirlos, a la conversión, Mons. de Mazenod muestra que los laicos también están llamados a ser evangelizadores [8]. Enuncia entonces claramente un principio sobre el que se funda el apostolado de los laicos, lo cual constituye otro elemento en la asociación de los laicos a la Congregación.

En el Capítulo general de 1850 el Fundador se opuso a una moción que proponía crear una orden tercera laica asociada a la Congregación. La misma moción volvió a presentarse en el siguiente Capítulo de 1856. Entonces reconoció la oportunidad del asunto y anunció que dirigiría una solicitud a la Santa Sede para obtener el privilegio del escapulario de la Inmaculada Concepción, tal como había sido otorgado a los teatinos. Aunque este privilegio se concedió el 21 de setiembre de 1856, parece que no se llevó adelante el establecimiento de una cofradía. La falta de interés del Fundador por una asociación de laicos puede explicarse por el apoyo entusiasta que brindaba a la Obra de la Propagación de la Fe [9].

LOS COMIENZOS

Iniciativas de tres tipos distintos llevaron a la fundación de la Asociación misionera. Primero, las resoluciones de los Capítulos generales. Como ya vimos, en los Capítulos de 1850 y 1856 se presentaron mociones a favor de una organización que fuera como una especie de orden tercera.

El Capítulo de 1879 aprobó en principio la idea de una cofradía o tercera orden con el fin de afiliar a la Congregación a laicos para provecho de éstos y con miras a sostener las obras de aquélla.

El Capítulo general de 1893, inspirándose en las medidas tomadas por los oblatos de Francia e Inglaterra, aprobó dos resoluciones que proponían, una, la fundación de una asociación o tercera orden, y la otra, la creación de una asociación para el sostén financiero de los juniorados. El Capítulo de 1898 admitía la Asociación Misionera Mariana (Marianische Missionsverein) de la provincia de Alemania a participar de las oraciones, sufragios y buenas obras de la Congregación.

Con todo, estas diferentes resoluciones influyeron poco en el conjunto de la Congregación. La Administración general, en efecto, pidió a la Santa Sede la concesión de diversos favores de orden espiritual a los bienhechores y a las asociaciones fundadas en las provincias.

Si a nivel de la Congregación en conjunto hubo pocos esfuerzos comunes, en cambio, en diversas provincias se iban tomando medidas concretas. Entonces se procedía de dos maneras diferentes: por un lado, se intentaba suscitar ayuda para los juniorados, por otro, se trataba de crear una cofradía o una especie de tercera orden.

En 1896 aparecía en París un folleto titulado “Association des Oblats de Marie Immaculée”, con el imprimatur de Mons. Mathieu Balaïn,o.m.i., arzobispo de Auch. Allí se trataba de una verdadera tercera orden con noviciado, oblación, encuentros, etc. No sabemos, sin embargo, si dicha asociación llegó a realizarse alguna vez.

Hasta 1906 todos los escolasticados con su personal dependían del superior general quien debía sostenerlos financieramente. Los juniorados, en cambio, estaban a cargo de las provincias, y eran justamente las provincias con juniorados las que fundaron asociaciones con el fin de sustentarlos.

La provincia del Mediodía de Francia creó una “caja de becas” para cubrir los gastos de la formación de los novicios y los juniores. Estas becas se constituían mediante suscripciones a la “Obra de los jóvenes misioneros”. La provincia del Norte de Francia adoptó el mismo procedimiento. Más tarde, el proyecto tomaría el nombre de “Obra de las vocaciones”. En 1907, los Petites Annales daban por primera vez a esa obra el nombre de “Asociación de María Inmaculada. Obra de las vocaciones”. En 1912 se hablaba de ella como de la obra de las vocaciones religiosas y apostólicas bajo el patrocinio de María Inmaculada, o “Asociación de María Inmaculada para la promoción de las vocaciones religiosas y apostólicas”.

En Inglaterra se abría también un juniorado y se constituía una caja de becas para sostenerlo. Gracias igualmente a las becas creadas por bienhechores, el provincial con su consejo decidía en 1877 dejar abierto el juniorado de Kilburn.

Poco tiempo después vemos que ocurre lo mismo en Canadá. En 1891 la provincia de ese país abría en Ottawa el juniorado del S. Corazón. Dos años más tarde, el mismo lanzaba su órgano oficial:La Bannière de Marie Immaculée. Al fin del volumen que abarca los años 1900-1906 se da una lista de abonados a quienes se da el nombre de “asociados”. Se fundó también entonces el “Fondo del Sagrado Corazón” para el sostenimiento económico del juniorado.

En 1876 se establecía en Inchicore, Irlanda, al margen de la colecta de fondos para las vocaciones, una sociedad puesta bajo el patrocinio de la Inmaculada Concepción. En 1883, el provincial, P. William Ring, organizaba en Irlanda la primera peregrinación de Inglaterra e Irlanda a Lourdes y fundaba, a raíz de la misma, la “Asociación del mes de mayo”. En 1888, al dejar sus funciones de provincial, consagraba todos sus esfuerzos a esa Asociación , cuyos excedentes financieros debían servir al sostenimiento del noviciado, del juniorado y de las misiones. La misma recibió el nombre de “Asociación de María Inmaculada”.

En 1891 nacía en Londres la revista The Missionary Record. Funcionaban además en esa provincia los “círculos apostólicos” fundados por el P. Matthew Gaughren, que iba a ser después vicario apostólico de Kimberley. Estos círculos, formados de doce colaboradores, rezaban y hacían donativos en favor de las misiones oblatas.

Fue en 1893 cuando salió a la luz el primer número de la revistaMaria Immaculata, publicada en Valkenburg, Holanda, por el juniorado de San Carlos de la futura provincia de Alemania, e impresa en este país. Al año siguiente el escolástico Maximiliano Kassiepe fundaba en San Carlos la Asociación Misionera Mariana (Marianischer Missionsverein) con el fin de sostener, con la oración y las limosnas, las misiones oblatas y el juniorado. En 1897 la oficina se instaló en Hünfeld.

INICIATIVAS DE LOS SUPERIORES GENERALES

1. P. LUIS SOULLIER
En 1893 el P. Soullier obtenía de León XIII cierto número de indulgencias en favor de los miembros de la “Asociación de María Inmaculada para la promoción de las vocaciones religiosas y apostólicas”. En su solicitud el P. Soullier había declarado que el primer objetivo de esa asociación era promover, mediante limosnas y oraciones cotidianas, las vocaciones religiosas y sacerdotales entre niños pobres que, una vez ordenados, podrían consagrarse a las misiones.

2. P. CASIEN AUGIER
Por razón de la diferencia de nombre y también de una pequeña diferencia de objetivo, el P. Augier pidió que las indulgencias se extendieran a la Asociación Misionera Mariana, cuya finalidad era el sostenimiento de las casas y misiones de la Congregación en Alemania y en sus colonias. El favor fue otorgado por Pío X.

3. MONS. AGUSTIN DONTENWILL
En su informe a la Congregación con ocasión de Capítulo general de 1920, Mons. Dontenwill dice que el objetivo de la Asociación de María Inmaculada había sido ayudar a las vocaciones únicamente en los juniorados y que debía ampliarse de modo que englobara todos los esfuerzos apostólicos de la Congregación. El centro de la Asociación estaría en adelante en la Casa general. Sin embargo, todas las provincias y los vicariatos podrían pedir al superior general permiso para establecer su propio centro. Los provinciales eran invitados a difundir la Asociación. El permiso de fundar un centro comprendía también la facultad de crear revista, boletín, etc. como medio de contacto entre los directores y los miembros de la Asociación.

A petición del Capítulo de 1928, se insertó en el título de la Asociación el vocablo ‘misionera’.

En 1929 Mons. Dontenwill dirigía a toda la Congregación la circular titulada La Asociación de María Inmaculada. Ahí pedía a todos los provinciales que nombraran un director provincial de la Asociación y describía las principales responsabilidades del mismo. Nombraba también al P. Juan Pietsch primer secretario general de la Asociación.

“La Asociación de María Inmaculada es como una prolongación de nuestra Congregación entre los fieles; intenta agrupar a nuestro alrededor a los amigos de nuestras obras y, sobre todo, de nuestras misiones. Sus miembros se proponen trabajar, por los medios a su alcance, para sostenernos y ayudarnos en nuestro apostolado misionero. Bajo la protección de María Inmaculada, Madre de Misericordia, se hacen los apóstoles-auxiliares de los Misioneros Oblatos; forman, en cierto modo, parte de nuestra familia religiosa, tomando parte en sus alegrías y sus penas, en sus combates y sus luchas, congratulándose de nuestros éxitos, dando a conocer cada vez más nuestra Congregación, procurándole nuevos amigos, propagando sus publicaciones, atrayéndole vocaciones y sosteniendo con limosnas su apostolado. En compensación, les concedemos una participación en las oraciones y buenas obras que se realizan entre nosotros, en los sacrificios y en los méritos de nuestros misioneros; rezamos especialmente por ellos y hacemos que recen por sus intenciones nuestros juniores así como los miembros de nuestras cristiandades antiguas y nuevas […] Por medio de ella, diseminamos en el mundo grupos de almas que nos son adictas, que miran como suya nuestra familia religiosa y toman a pecho sus intereses y dirigen hacia ella vocaciones cada vez más numerosas” [10].

Mons. Dontenwill no dudaba en fijar el objetivo de la Asociación: “Se trata, pues, ante todo, de hacer prosperar nuestras casas de formación, a fin de procurar a nuestra familia religiosa los obreros que reclaman nuestras provincias y las misiones confiadas a nuestra responsabilidad.

“Para llegar a este resultado, nos hallamos frente a una verdadera necesidad de perfeccionar nuestros métodos de propaganda […]

“El Capítulo general de 1926 se ocupó ampliamente de esta situación. Estudió diversos métodos aptos para intensificar la propaganda en favor de nuestra Congregación, recomendó con calor nuestras obras de prensa y llamó nuevamente la atención sobre una organización que poseemos desde hace tiempo, que ya ha producido excelentes resultados y que se trata de mejorar todavía. Es nuestra Asociación de María Inmaculada” [11].

Aunque apoyaba fuertemente la Asociación, la circular no exigía uniformidad y no intentaba poner delante un modelo único de organización; más bien reconocía la necesidad de adaptarla a las situaciones particulares:

“En cada provincia, la organización podrá adaptarse a la situación y al espíritu del país. Sacaremos provecho de las experiencias ya hechas por nosotros o por otros, en la Congregación o incluso fuera, para darle la forma que más convenga al ambiente en que se trabaja y al público a quien nos dirigimos” [12].

Se dejaba, pues, una gran libertad a los directores provinciales para responder a las necesidades de sus provincias. Acaso sería mejor, entonces, hablar, no de una sola asociación extendida por el mundo oblato, sino de una federación de asociaciones que, teniendo los mismos objetivos, utilizan los medios que son más convenientes para las personas y las situaciones particulares.

A raíz de esta circular, se dio una verdadera expansión de la Asociación a través de la Congregación, como lo muestran los informes de varias provincias en el Capítulo general de 1947. Los capitulares pidieron al superior general que expusiera detalladamente en una circular las condiciones del compromiso, los beneficios espirituales otorgados a los miembros, las misas que celebrar, etc.

4. EL P. LEO DESCHATELETS
Fue el P. Deschâtelets, recientemente elegido superior general, quien cumplió ese mandato del Capítulo, publicando el 25 de enero de 1948 una circular sobre “La Asociación misionera de María Inmaculada”. Después de haber delineado la historia de la Asociación y de haber corregido el error repetido desde el tiempo del P. Fabre, en que se atribuía la fundación de la misma a Mons. de Mazenod en 1840, expuso sus deseos acerca de la Asociación: “Queremos que una verdadera armada de fieles se agrupe en torno a nosotros, formando como la retaguardia del gigantesco campo de batalla donde nuestros valientes misioneros están empeñados en los santos combates de la Fe y de la Caridad. Serán padres de familia y jóvenes sinceramente cristianos que se interesan por nuestros juniores, nuestros novicios y nuestros escolásticos como si fueran sus hijos y sus hermanos. Y quisiéramos que la divisa de esa gran armada de la Caridad fuera la consigna que lanzó a la cristiandad entera el gran Papa de las misiones: “Todos los fieles por todos los infieles”, a la que añadimos la frase de nuestras Santas Reglas: “Nihil linquendum inausum ut proferatur imperium Christi” […]

“Uno de los fines de la Asociación, que consideramos como el primero y más importante, es la formación profundamente cristiana de nuestros Asociados […] Si consideramos que éstos forman parte, en cierto modo, de nuestra familia religiosa, debemos trabajar seriamente por su santificación personal y por formar en ellos un verdadero espíritu misionero […].

“Lejos de nosotros la idea de mirar como objetivo supremo de la Asociación la ayuda material que nos puede procurar; la ayuda mayor a nuestros ojos será siempre la oración que pedimos a nuestros Asociados, y esa oración será tanto más eficaz cuanto más animada esté por una piedad sincera y por una devoción filial a la Santísima Virgen. Debemos, pues, inducir a nuestros Asociados hacia la vida interior en la medida en que sea compatible con sus deberes de estado […] La Virgen Inmaculada, Reina de las Misiones, que es la Madre y el Modelo de los oblatos, será también el modelo que hemos de proponer a la imitación de nuestros Cooperadores en la obra de la redención de las almas […].

“Nuestro ideal de oblatos de María Inmaculada es tan hermoso que vale la pena imbuir de él el corazón de los fieles. Es un tesoro que tenemos que compartir” [13].

El elemento más positivo de esta circular era la insistencia que ponía en la formación espiritual de los miembros. Indicaba también el título preciso que había de darse a la Asociación en francés, en inglés, en alemán, en holandés, en polaco, en italiano y en español. Se hacía obligatoria la inserción de la palabra misionera en el título. El secretario general de la Asociación pasaba a ser el director general. La carta afirmaba también que la Asociación era una pía unión, según la definición del canon 707 del código de 1917. Lo cual no era exacto.

Se había dado un impulso para crear en la Asociación una uniformidad que hasta entonces no existía e incluso estructuras desconocidas en muchas partes de la Congregación. La revista misionera de una provincia sería considerada como órgano de la Asociación. Después de los esfuerzos realizados, al principio, en algunas provincias, la Asociación continuó existiendo y funcionando como antes en la mayoría de los lugares. La Asociación misionera siguió siendo de hecho una federación de asociaciones que funcionaban cada cual a su modo, como había sucedido hasta entonces. El centro y el corazón de las actividades de la Asociación misionera no está en Roma, en la casa general, sino en las provincias donde se toman en cuenta la historia y las necesidades de cada lugar.

Un nuevo elemento se añadía también: una tasa del 15% de todos los ingresos de la Asociación, cuyo fruto debía enviarse dos veces al año al Superior general para ayudar a las misiones extranjeras. Esta disposición iba a cambiarse en aportación voluntaria por el Capítulo de 1953, antes de caer, poco tiempo después, en el olvido.

EN LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS

1. CAPITULOS GENERALES DE 1972 Y 1980.
El director general presentó una petición de algunos directores provinciales que deseaban que las Constituciones mencionaran en un artículo la Asociación misionera de María Inmaculada. El Capítulo de 1972 respondió decretando la inserción de la Regla 89 bis, que sonaba así:

“La Asociación misionera de María Inmaculada se recomienda vivamente como una asociación de las más importantes y como ayuda eficaz, de parte del laicado, en favor de nuestro compromiso y de nuestra perspectiva misionera” [14].

El Capítulo de 1980 en dos artículos separados (R 27 y 28) distinguió claramente entre la parte activa de ciertos laicos “en la misión, en los ministerios y en la vida comunitaria de los Oblatos” y la pertenencia a la “Asociación misionera de María Inmaculada”. Los orígenes históricos y la naturaleza peculiar de la Asociación quedaban así respetados. No se la intentaba trasformar en otra cosa, pero, al mismo tiempo, se dejaba la puerta abierta a otras iniciativas que permitieran a los laicos participar en la misión de la Congregación.

2. LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS DE 1982
Las Constituciones y Reglas de 1982 reproducen el pensamiento del Capítulo en la regla 28, que dice así acerca de la Asociación: “Nuestras comunidades pondrán empeño en colaborar con los directores provinciales de la ‘Asociación misionera de María Inmaculada’ para suscitar y animar grupos de laicos que deseen participar en la espiritualidad y en el apostolado de los Oblatos”.

Dirigiéndose a los directores provinciales de la Asociación reunidos en Roma, el superior general de entonces, el P. F. Jetté, el 12 de febrero de 1978, exponía en forma precisa la naturaleza y el objetivo de la Asociación misionera de María Inmaculada. Tras haber citado a Mons. Dontenwill (véase arriba), añadía: “fijaos en las fórmulas: ‘una prolongación de nuestra Congregación entre los fieles’, ‘sus miembros…pasan a ser los apóstoles auxiliares de los Misioneros Oblatos; forman en cierto modo parte de nuestra familia religiosa’ , ‘miran como suya a nuestra familia religiosa’, ‘son laicos y permanecen integralmente laicos, pero al mismo tiempo tienen el corazón oblato y forman, en cierto modo, parte de la familia oblata” [15].

Hablando del papel de la Asociación, el superior general subrayaba la reciprocidad de intercambios entre oblatos y miembros de la Asociación misionera:

“Lo que nos aporta la A.M.M.I.

“Lo que nos aportan los miembros de la Asociación, es ante todo ciertamente un interés especial por nuestras obras, por nuestra actividad misionera, por la promoción de las vocaciones, para el desarrollo de nuestra familia religiosa. Lo hacen con la oración, la propaganda, una propaganda inteligente, la dedicación a nuestras obras, y el apoyo financiero.

“Todos estos beneficios se captan fácilmente, son sobre todo externos. Pero hay otro apoyo que nos brindan, todavía más importante y mucho más interior, más espiritual, que yo sentí profundamente en el momento de la beatificación de Mons. de Mazenod: su fe en la Congregación y su forma de verla. Su fe en la Congregación es un estímulo para muchos oblatos y viene de alguna manera a confirmar nuestra propia fe, y su forma de mirar a la Congregación , a menudo más objetiva, más libre de las minucias y mezquindades de la vida cotidiana interna, viene a purificar nuestra propia mirada volviéndola más capaz de admiración, de una admiración sana ante lo que hay de admirable en nosotros. ¡Necesitamos a los laicos para vivir sanamente!

“Lo que nosotros debemos aportar a los miembros de la A.M.M.I.

“Por otra parte, como oblatos, nosotros mismos podemos y debemos proporcionar mucho a los miembros de la A.M.M.I. Al hacerse miembros -se indica en la Circular n. 182- tienen derecho a oraciones especiales y ‘participan en los méritos de las oraciones, sufragios y buenas obras de todos los Oblatos’ (p. 7). Ya es algo importante, pero nuestro deber no para ahí. Aceptando a esos hombres y mujeres en la Asociación misionera, nos comprometemos a ayudarles a crecer en la vida interior y en la espiritualidad oblata” [16].

William H. WOESTMAN