1. Maestro de Novicios
  2. Fundador de la Provincia anglo- irlandesa.
  3. Superior de Calvario, provincial del Sur y asistente general
  4. Discípulo predilecto del Fundador – Muerte

Nacido en Digne, 30 de septiembre, 1810
Toma de hábito en Marseille, 24 de diciembre, 1826
Oblación perpetua, 25 de diciembre, 1827 (nº 30)
Ordenación en Marseille, 6 de abril, 1833
Fallecido en Marseille, 17 de enero, 1860.

El padre Joseph Jérôme Casimir Aubert nació en Digne, en los Alpes de Alta Provenza, el 30 de septiembre de 1810. Conoció a los Oblatos durante la misión de Digne, predicada por los padres Pierre-Nolasque Mie, Jacques Jeancard e Hippolyte Guibert, del 3 de noviembre al 11 de diciembre de 1826. El padre Guibert, maestro de novicios, se entrevistó entonces con varios jóvenes y seminaristas y volvió a Marseille con Casimir, quién tomó el hábito el 24 de diciembre de 1826. El Diario del tiempo de [su] noviciado, deja ya entrever que se trata de un joven muy metódico, de pocas palabras y muy generoso. Su padre lo había dejado partir, seguramente, con la esperanza de verlo volver pronto. Vino a visitarlo al noviciado, pero no consiguió llevarlo de vuelta a casa. Casimir, apenas de diecisiete años, pronunció sus votos el 25 de diciembre de 1827.

La Congregación acababa de aceptar la dirección del seminario de Marseille. Los escolásticos seguían ahí sus cursos, tras residir en Calvario. Allí Casimir estudió filosofía e hizo una parte de sus estudios teológicos.

Con ocasión de la revolución de julio de 1830, el padre Eugenio de Mazenod compró la casa de Billens, en Suiza, para enviar a los novicios y los escolásticos. El escolástico Aubert partió el 12 de septiembre, con el segundo grupo de emigrantes. El padre Vincent Mille, superior de Billens, cuenta que, en Aix, recién acaba “de ver disfrazados a Casimir Aubert y Raynaud. Éste tenía el aire de un joven mequetrefe, el otro con gorra y traje negro, se asemejaba a un joven doctor “(Missions OMI, 39 (1901), p. 286). A falta de profesores, según el uso de entonces, los escolásticos más avanzados en los estudios ayudaban a los más jóvenes. Por ello el escolástico Aubert enseñó filosofía en Billens, a partir de la Pascua de 1831 y Dogma en el seminario de Marseille, durante el año escolar 1832-1833.

Fue el primer Oblato ordenado sacerdote, el 6 de abril de 1833, por Mons. de Mazenod, obispo de Icosie. Éste escribió al padre Guibert, el 25 de marzo de 1833: Concedí al hermano Aubert quince días de preparación al sacerdocio “del cual es ya tan digno por la perfección de su vida. ¡Qué personaje es este muchacho! Espíritu, carácter, virtudes, corazón, todo es perfecto en él. Puede felicitarse por esta conquista y la familia le tendrá un reconocimiento eterno “(Écrits oblats I, t. 8, nº 444, p. 74).

Maestro de Novicios

En su viaje a Roma en 1825-1826, el padre de Mazenod visitó varios noviciados religiosos y quedó muy edificado. Resolvió formar mejor a los novicios oblatos y, sobre todo, destinar, exclusivamente para esta función, a uno de los mejores padres: el padre Hippolyte Guibert. Desgraciadamente, éste no gustaba del trabajo sedentario. Maestro de novicios de julio de 1826 hasta el principio de 1829 predicó, al mismo tiempo, varias misiones cada año. De 1829 a 1833, al menos cinco padres se sucedieron como maestro de novicios. El Fundador encontró, finalmente, al religioso que buscaba desde hacía tiempo: Casimir Aubert, quién ocupó este puesto desde comienzos de junio de 1833 hasta el mes de febrero de 1841.

El noviciado cambió entonces varias veces de residencia: en Marseille en 1833-1834, en Saint-Just durante el verano 1834, en Aix de septiembre de 1834 al mes de agosto de 1835, en N.-D. de Laus de septiembre de 1835 al mes de agosto de 1836, en Aix durante el mes de septiembre de 1836, luego en el Calvario de Marseille, desde el mes de octubre de 1836 hasta 1841. A pesar del escaso número de ingresos a la Congregación, el padre Aubert tuvo la alegría de entregar el hábito a noventa y un novicios. Mons. de Mazenod le escribía a menudo, cuando el noviciado se encontraba fuera de Marseille. Daba principalmente consejos a los principiantes; rara vez elevó alguna queja contra el padre maestro, salvo porque éste no se ocupaba bastante de su salud, o porque, una vez, se permitió participar en una misión. El padre Aubert dirigía su noviciado con sabiduría y bondad. Si alguna vez se le reprochó ser muy indulgente, supo también ser firme cuando fue necesario. “Prefería la calidad a la cantidad” (Missions O.M.I., 40 (1902), p. 69-70).

El padre Dominique Albini, poco satisfecho por las virtudes de varios seminaristas, escribió a Mons. de Mazenod, el 4 de febrero de 1837: “El R.P. Aubert desempeña, en este momento, una enorme tarea. Sé que tiene los ojos abiertos, pero que los abra aún más”. Poco antes de su enfermedad, el padre Albini recibió una carta del padre Aubert a la cual respondió el 2 de julio de 1838: “Le agradezco infinitamente que, en medio de sus pesadas tareas, haya podido encontrar unos minutos para este hermano que lo ama y lo considera, Dios sabe cuánto y que lo amará y lo considerará aún más, en la medida que sepa que usted se ha convertido en tan gran santo, que ha hecho de sus novicios otros tantos santos.”

Si el Superior general obligó, durante algunos años, el padre Aubert a no ocuparse más que de los novicios, no tardó en confiarle, al mismo tiempo, varias otras tareas: la enseñanza de dogma en el seminario, entre 1836-1837 y superior de la casa de Calvario con el servicio de la iglesia, desde 1838 al 1841. Es sobre todo durante la permanencia del padre Aubert en Marseille, de 1836 a 1842, que Mons. de Mazenod aprendió a conocerlo bien. Lo nombró su secretario personal y lo hizo pronto uno de sus principales confidentes y colaboradores. Lo convocó, especialmente, al Capítulo general de 1837, dónde se nombró al padre Aubert asistente suplente y prosecretario de la Congregación. El padre Louis-Toussaint Dassy escribió, el 6 de mayo de 1834: “Diez padres como él incendiarían la tierra.” El padre Jean Françon, quién hizo su noviciado en Marseille en 1839-1840, escribirá más tarde del Maestro de novicios: “Diez Padres habrían bastado apenas, para hacer lo que este buen Padre hacía” (Missions, 20 (1882), p. 358-360).

Los primeros años de vida sacerdotal del padre Casimir Aubert fueron muy intensos: Predicación, confesiones, profesorado y dirección de seminario mayor, Maestro de novicios y superior, colaborador íntimo del Fundador en el gobierno de la Congregación; ningún tipo de trabajo le fue ajeno, escribirá el padre Achille Rey, “en la realización de todos estos deberes, supo conciliar la perfección religiosa con los impulsos del celo más ardiente. Dios abrió pronto ante él una carrera aún más extensa y se mostró a la altura de la misión que se le confió”.

Fundador de la Provincia anglo- irlandesa.

En 1837-1838, el padre Aubert había acogido a un Irlandés en el noviciado, William Daly, quién siguió a continuación los estudios de teología en el seminario mayor de Marseille. En el mes de mayo de 1841, algunas semanas antes de la decisión de aceptar las misiones del Canadá, Mons. de Mazenod hizo ir al joven padre Daly a Inglaterra, con el fin de examinar in situ la posibilidad de una fundación. Los informes del padre autorizaron a tener esperanzas, incluso de un reclutamiento fructífero, puesto que varios jóvenes Irlandeses se presentaron entonces al noviciado de N.-D. de Osier. Era necesario, sin tardanza, enviar allí a un hombre de confianza, con buen conocimiento del inglés. Fue con pesar que el Superior general se vio forzado a alejarse de su secretario, pero advirtiéndole que se trataría de una misión de corta duración: “Lo que sucede es que, escribe el 27 de julio de 1842, mi corazón descansa en tu existencia; siempre he pensado que el Señor te había regalado a mí, para ser el consuelo de mi vida y el apoyo de mi vejez… Crié a muchos hijos; ¿cuántos hay ahora con cuyos cuidados pueda yo contar? […] ¿En qué Orden, en qué Congregación el superior no puede rodearse de aquellos que puedan facilitarle el ejercicio de su cargo y sobre los cuales su espíritu y su corazón descansen? No hagas, pues, proyectos definitivos que tiendan a separarte de mí para siempre. Mira, examina, calcula, pero quédate siempre con una puerta de salida.”

Esta obediencia ocupará, en adelante, una parte importante del tiempo y, sobre todo, de las preocupaciones del padre Aubert y privará muy a menudo a Mons. de Mazenod del fiel secretario de la Congregación. El que será considerado como fundador de nuestras misiones en Inglaterra, hará diez viajes y pasará allí una temporada cercana a cinco años entre 1842 y 1857. Le corresponderá tomar las decisiones relativas a varias de las quince fundaciones que los Oblatos hicieron en Inglaterra, en Irlanda y Escocia o del abandono de ocho de ellas, mientras vivía Mons. de Mazenod.

Su viaje más largo y más doloroso tuvo lugar entre el mes de junio de 1848 y el mes de mayo de 1850. Entonces, estableció allí a los Oblatas de la Inmaculada Concepción de Osier y solucionó los tristes asuntos financieros del padre Daly, cuyo precio fue tener que dejar las propiedades oblatas de Manchester y Penzance. Fue el momento en que organizó, prácticamente, como provincia las casas de Inglaterra, e hizo nombrar al padre Charles Bellon como responsable de todos los establecimientos. Después de la división oficial de la Congregación en provincias, en el Capítulo de 1850, en julio de 1851, fue nombrado como primer provincial, ayudado por el padre Robert Cooke como viceprovincial. Sólo se quedó algunos meses.

Mons. de Mazenod se mostró siempre muy satisfecho de las actividades y decisiones del padre Aubert en Inglaterra y afirmó que realizaba su tarea “con inteligencia y dedicación” (carta al padre Guigues, el 18 de febrero 1843). ¿Es posible que el padre haya tomado demasiada libertad de iniciativa en 1851? El 12 de marzo, el Fundador lamentaba no poder enviar a un padre irlandés a Ceilán y escribía al padre Étienne Semeria: “Aubert, tomado por no sé qué vértigo, ¡acaba de hacer pasar al Canadá, a ocho padres de los que se encontraban en Inglaterra!”

Superior de Calvario, provincial del Sur y asistente general

Durante sus estadías en Marseille, el padre Aubert acumuló cargos y compartió las responsabilidades del Fundador en la administración de la Congregación.

Calvario, prácticamente, ocupó el lugar de casa general hasta la apertura de Montolivet, en 1854, e incluso después de esta fecha, puesto que esta casa se encuentra a algunos pasos del Obispado. Allí vienen a alojar los padres que desean entrevistarse con el Superior general, así como los misioneros que esperan su salida para el extranjero. El servicio de la capilla de Calvario, la Obra con los Italianos, la asociación de N.-D. des Sept Douleurs y las misiones parroquiales hacen necesaria la presencia de varios padres y de un superior dotado de cualidades de acogida, de celo y de liderazgo. El padre Aubert ocupa este puesto de 1845 a 1848, entre 1854 y 1856 y de 1858 a 1860.

Al separarse la Congregación en provincias, Mons. de Mazenod sigue siendo el superior de la Provincia del Sur, pero con el padre Aubert como viceprovincial de 1851 a 1854; lo nombra a continuación provincial de esta provincia en 1854 y, al mismo tiempo, profesor de Moral en el nuevo escolasticado de Montolivet. El padre Aubert visita entonces las casas de la provincia, se interesa mucho por la reapertura del juniorado de N.-D. de Lumières en 1859 y por la Escuela eclesiástica de Vico.

Su función le causa bastantes preocupaciones. La mayoría de los superiores piden ayuda en dinero y en personal, en circunstancias que la Congregación pasa por una crisis financiera, después de la construcción de Montolivet y que el Fundador prefiere enviar a la mayoría de los padres jóvenes hacia las misiones extranjeras. Sereno y diplomático, el Provincial consigue responder a las necesidades más urgentes o hacer entender que es preciso esperar con paciencia. Únicamente el padre Adrien Telmon, quién hizo sufrir a todos sus superiores, lo crítica abiertamente. Este padre, a su regreso del Canadá, cansado y mal dispuesto, es nombrado, en 1854, superior de N.-D. de Lumières, en circunstancias que él deseaba vivir fuera de las comunidades oblatas; se propone transformar rápidamente todo y formar una comunidad dinámica y se adapta muy mal a las respuestas dilatorias, tanto del Provincial, como del padre Henri Tempier. Escribe, por ejemplo, al Fundador, en 1855: “El R.P. Aubert se mostró molesto porque me quejé a usted de la lentitud y cambios tan frecuentes en sus decisiones. Creo haber sido muy moderado. Una revisión categórica de sus promesas y sus anuncios hubiera sido más espinuda y más desagradable. No sabe todos los inconvenientes que tiene esta manera de actuar. Cuántas perturbaciones, malestares, gestiones ambiguas, órdenes y contraórdenes, cuánto dinero perdido en trabajos que no tienen ningún objetivo, qué desconsideración para un superior local que avanza, retrocede, vacila y termina por parecer un ingenuo en su propia casa, porque tomó en serio las cartas de los superiores mayores. Dudo mucho que el padre Aubert se sintiera cómodo en parecida situación.”

Es, sobre todo, como colaborador inmediato del Fundador que el padre Aubert sobresale y presta a la Congregación inapreciables servicios. Ya lo hemos visto, de 1837 a 1842 desempeñaba la función de secretario de Mons. de Mazenod para los asuntos de la Congregación. Éste lo confirmó en este cargo a fines del año 1844; lo nombró también asistente general después de la muerte del padre Francois-Noël Moreau, en febrero de 1846 y procurador de las misiones extranjeras, en 1848.

Como secretario general, el padre Aubert redacta fielmente las actas del consejo general, desde el mes de diciembre de 1844 hasta 1859. No hay rastros de los consejos generales antes de esta fecha, ni durante los dos años que siguen. Después de la aceptación de las misiones en el extranjero, es el padre Aubert quien redacta, cada año, el informe destinado a la Obra de la Propagación de la Fe, con el fin de obtener las asignaciones para las distintas misiones. Estos informes, escritos con una claridad y una concisión ejemplar, causaron la admiración de los responsables de la Obra.

Mons. de Mazenod escribía a los padres y hermanos cartas estimulantes o con reproches, pero dejaba al padre Aubert el cuidado de todas las cartas de asuntos relacionados con las misiones fuera de Francia. Estaba seguro que su secretario expresaba su pensamiento en los mínimos detalles; casi cada día, por otra parte, el padre Aubert iba a pasar algunos momentos al Obispado (véase de Mazenod a Vincens, el 11 de junio 1851).

El Superior general apreció mucho los servicios de este valioso colaborador. Escribió, por ejemplo, al padre Semeria, en Jaffna, el 9 de mayo de 1848: “Me apoyo en el fiel e incomparable padre Aubert, que está a la cabeza de todo, con una actividad y una presencia de ánimo admirables”. Durante las ausencias del padre Aubert, el Superior general se hacía ayudar por el padre Bellon o por padres jóvenes que estaban menos al corriente de los asuntos. En estas circunstancias se sentía desbordado. Escribía al padre Semeria, el 17 de enero de 1850: “la ausencia del padre Aubert me deja solo y debo soportar todo el peso de una correspondencia que supera mi capacidad”, o también al padre Vital Grandin, en octubre de 1858: “Sólo el padre Aubert me puede orientar y cuando no está cerca de mí, me desaliento.”

Discípulo predilecto del Fundador – Muerte

Las confidencias que preceden hacen comprender qué golpe terrible recibió Mons. de Mazenod cuando se enteró de la muerte súbita del padre Aubert, el 17 de enero de 1860 y qué vacío terrible dejó esta partida inesperada en su vida.

Se puede decir que Mons. de Mazenod amó al padre Aubert con todo el afecto que tuvo por el padre Marius Suzanne y con todo el aprecio que tuvo al padre Tempier. Encontraba que este padre, al igual que él mismo, se manejaba bien en los asuntos y que se ocupaba bien de todo lo que se le confiaba (véase de Mazenod a Aubert, el 2 de mayo 1856). Lo amaba sobre todo debido a sus buenas maneras, a su corazón afectuoso, a su espíritu abierto, a su vida religiosa ejemplar. Decenas de veces, en su Diario y sus cartas, el Fundador se refiere a este respecto. Escribe, por ejemplo, el 13 de junio de 1836: “Tu me mimas, querido hijo, con todo lo que me expresas en tu relación afectuosa. No hay, realmente, gran mérito en amar tiernamente a un hijo como tú […] ¿Me has dado acaso un solo momento de pena desde que te adopté? Tu alma, por el contrario, ¿no se ha fundido, hasta cierto punto, con la mía a partir del momento en que entraron en contacto? y desde entonces, ¿hubo jamás la menor interrupción? ¿La menor nube? ¡Ni mucho menos! ¿Podría yo despreciar un sentimiento que no se ha contradicho ni un solo instante?”

La salud del padre Aubert no dejaba prever una partida tan rápida. Sólo había estado enfermo en 1841 y en 1855, pero cada vez se trató de enfermedades serias. En 1855, Mons. de Mazenod habló “de una parálisis cerebral que le quitaba toda facultad física y moral” (de Mazenod a Jean- Baptiste Conrard, el 19 de marzo 1855). Parece que fue justamente un ataque cerebral que se lo llevó el 17 de enero de 1860. Al día siguiente, el Fundador escribía a Mons. Guibert que el padre Aubert había muerto en dos horas “sin estertor, sin más movimiento que si se hubiera dormido pacíficamente”. En su Diario, la noche misma de la muerte, el obispo había anotado: “El santo, el incomparable padre Casimir Aubert murió repentinamente. Me cubro la cara, me arrodillo, hago adoración ¡Nescio loqui (no sé que decir)! Que corran y corran mis lágrimas, es todo lo que puedo…” Se detuvo en esta palabra y sólo retomó la pluma algunos días más tarde. Envió una circular a los Oblatos sólo el 1º de febrero, para recordar las virtudes del difunto.

Muchos Oblatos, llenos de aprecio por el secretario general y conociendo todo el dolor que debía experimentar el Fundador, le dirigieron mensajes de condolencia en los cuales alababan la memoria y las virtudes del desaparecido. El padre Joseph Arnoux, entre otros, escribió el 5 de febrero de 1860: “Únicamente la aflicción de Jacob puede ser comparada a la suya. Como el santo patriarca, usted perdió a su hijo amado, aquél que era para su Reverencia lo que el discípulo amado para Nuestro Señor… Desde lo alto de los cielos, seguirá interesándose con un celo muy divino, por la prosperidad de nuestra Congregación, sobre todo por su amada provincia británica de la cual fue el fundador…”

En cuanto a Mons. de Mazenod, el recuerdo del difunto, “fiel intérprete de (sus] pensamientos y de (sus) sentimientos” (de Mazenod a Semeria, 18 de febrero de1860), ya no lo dejó. En todas sus cartas del año 1860, se disculpa al no poder responder a quienes le escriben, ni seguir todos los asuntos de la Congregación; no deja de repetir que el vacío que el padre Aubert dejó “es un abismo que nada podría colmar” (de Mazenod a Semeria, el 8 de julio 1860).

Es en una carta del hermano Antoine Jouvent donde se encuentra el más hermoso y breve elogio fúnebre del padre Casimir Aubert, al cual, desgraciadamente, no se le hizo ninguna nota necrológica: “Qué dulzura, ¡qué previsora caridad! ¡Qué celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas! ¡Qué vida de dedicación y sacrificio! En verdad, se habría podido decir y creer que, como el discípulo amado sobre el corazón del divino Maestro, él también se había apoyado en vuestro corazón paternal, donde había bebido esas grandes virtudes que parecían reflejar vuestra viva imagen “(Notices nécrologiques, VI, p. 125).

YVON BEAUDOIN, O.M.I.