La Caballería de Cristo es una forma tradicional asignada a los Oblatos que realizaban su ministerio a caballo en Texas y al norte de México de 1849 (fecha de fundación de la misión) hasta 1904 (creación de la Provincia Oblata). Algunos usan el término para incluir a cualquier Oblato que hiciera rondas pastorales a caballo antes de que el uso del automóvil fuera común al sur de Texas, por lo tanto, hasta cerca de 1914.

Durante el primer período, de 1849-1851, tres sacerdotes, un Hermano y un escolástico trabajaban en Brownsville y áreas circunvecinas. El en segundo período, de 1852-1883, encontramos a treinta sacerdotes y ocho Hermanos a cargo de cientos de ranchos atendidos desde tres centros de misión: Brownsville, Roma y La Lomita; y en ocasiones trabajando en parroquias en México: Matamoros, Ciudad Victoria y Agualeguas. En el tercer período, 1883-1904, encontramos un número reducido de Oblatos cubriendo los mismos territorios en Texas, además de Eagle Pass y San Antonio.

El Padre Pedro Yves Kéralum (1817-1872) puede ser considerado un típico misionero del segundo período. Recorría a caballo un circuito misionero en el Valle del Río Grande que abarcaba 120 ranchos. El Padre Juan Bautista Bretault (1843-1934), quien realizó su  ministerio durante gran parte del tercer período, tenía a cargo 180 ranchos a lo largo de la costa del Golfo de México y en “los matorrales” tierra adentro. En sus circuitos, que normalmente duraban seis semanas o más, llevaban sotana y su cruz, a pesar del calor desértico. El Padre Juan María Jaffrès (1840-1891) escribió en 1867: “Permítame contarle sobre nuestro equipo de campaña en Texas. Imagine, antes que nada, un caballo, parte esencial, y como decimos modestamente, la mejor mitad del misionero. Si desea conservar el buen humor, elija un buen caballo; no le costará más, y un buen arnés. Luego, con respeto, colocaré en el pomo de la silla la bolsa con los Santos Óleos y todo lo necesario para administrar los sacramentos. En el lado opuesto colgaré mi cantimplora con mi provisión de agua, que relleno en toda oportunidad. Una tipo alforja con la piedra del altar, el cáliz, la hostia, vino y lo que se requiere para celebrar el santo Sacrificio; en la parte de atrás se aseguran algunos artículos de uso personal del misionero. Una cobija enrollada firmemente completa el equipo”. (Jaffrès a Rey, Octubre 15, 1867; cf. Missions OMI, Vol. 7 (1868), pp. 320-321).

En la época de la Caballería de Cristo, la gran mayoría de la población era pobre y de origen mexicano-americano. El Padre Bernardo Doyon describe una visita misionera a uno de los humildes ranchos (pp. 130-131):

“La llegada del padrecito a un rancho en una de sus raras visitas, era un evento de la mayor importancia para toda la colonia.  El misionero no desmontaba hasta que se lo pedían, habría sido una falta de educación. Pero aún más imperdonable hubiera sido si los  rancheros no invitaran al sacerdote a desmontar. Le ofrecían algunas tortillas, frijoles y una taza de café… Sin pérdida de tiempo, el misionero visitaba todas las casas, invitando a las personas a la misa de la noche. Si la tarde no estuviera muy avanzada, llamaba a los niños a una clase de catecismo… Al llegar la noche, cuando los trabajadores ya habían vuelto de su jornada, los fieles se reunían en la choza de mayor tamaño para rezar el rosario, cantando uno de sus amados himnos después de cada decena. Seguía una instrucción en la doctrina cristiana, tal vez algunos bautismos e incluso la ceremonia de un matrimonio… Y al terminar su ministerio ya tarde por la noche, el sacerdote descansaba después de su viaje de veinticinco a cincuenta kilómetros a caballo, en el mismo lugar donde había predicado. Normalmente no había cama, así que se envolvía en su cobertor sobre el piso de tierra, con su alforja o silla de montar como almohada… A la siguiente mañana el Padre se levantaba y tocaba su campana despertando a todos. Después de las oraciones matutinas y el sermón recordándoles de su tarea como cristianos, celebraba la Misa. Después de un frugal desayuno, normalmente de tortillas y frijoles, el misionero se ponía en marcha hacia el siguiente rancho a 30 ó 50 kilómetros, para repetir el mismo programa.”

Los Oblatos de la Caballería de Cristo participaron en los tumultuosos eventos de la historia del Valle del Río Grande: la frontera sin ley, guerras civiles en ambos países, la fiebre amarilla y huracanes. Siete fallecieron entre 1853 y 1862, ocasionando que el Fundador, Eugenio de Mazenod exclamara: “¡Cruel misión en Texas!” (Mazenod a Agustín Gaudet, Noviembre 26, 1858).

El Padre Kéralum es el miembro más famoso de la Caballería de Cristo. Había sido arquitecto en Francia antes de unirse a los Oblatos. Enviado a Texas por el Fundador en 1852, diseñó la iglesia neo-gótica de la Inmaculada Concepción (ahora catedral) en Brownsville en 1856, y las primeras iglesias en Laredo, Roma, Santa María y Toluca. Pero es recordado principalmente en el Valle del Río Grande como el Misionero Perdido. Mientras realizaba un recorrido de 114 km, con mala visión, desapareció entre los matorrales al noroeste de Mercedes en 1872. Las historias acerca de su desaparición abundaron, hasta que su cuerpo fue descubierto diez años después, recargado bajo un árbol de Mesquite, con su silla de montar colgando de una rama y con todas sus posesiones. La misteriosa muerte, probablemente de inanición, se convirtió en parte del folklore del Valle.

El Padre Julio Piat (1852-1914), de acuerdo a los cálculos del Padre Pablo Emilio Lecourtois (1871-1939) [notas sin publicar, c. 19], pasó un tercio de su vida montando caballo. Cada año pasaba 150 días en el camino, fuera de Roma. Según las cifras del Padre Lecourtois, el Padre Doyon (pág. 139) escribió: “Se dice que en veinticinco años, los Padres Piat y Clos cubrieron al menos 280,000 kms, o una distancia de siete vueltas alrededor de la Tierra por el Ecuador. Para lograr esta proeza, habrían necesitado un promedio de 960 km. al mes, o 16 km. al día cada uno, a caballo”.

A los ochenta años de edad, el Padre Clos dijo que entre él y su caballo tenían cien años: él ochenta y su caballo veinte. Una vez el Padre Jaffrès dijo: “Mañana debo montar 96 km. para ponerme de buen humor de nuevo y tener algunas nuevas ideas”. Al Padre Piat le gustaba repetir: “¡Quiero ser santo, pero uno a caballo!”

Guillermo Watson, o.m.i.