1. Afirmación Constante Del Fundador
  2. El Celo En Las Constituciones Y Reglas
  3. El Celo En Los Superiores Generales
  4. Algunas Conclusiones

En este intento de reflexión sobre el tema del celo, apareció desde el principio que su estudio ofrecía límites, tanto en la comprensión del término como en las fuentes disponibles. Hemos optado por lo que nos parecía más claro, teniendo en cuenta la ambigüedad del término en la espiritualidad contemporánea. Dice el Dictionnaire de spiritualité: “En el francés actual, cuando se trata de la jalousie [los celos, la envidia] del hombre, la palabra tiende a proyectarse por entero hacia la vertiente del pecado capital. El celo aparece entonces más bien haciendo pareja con el fervor” (D.S. t.5, col. 204-220). No obstante, estos tienden a diferenciarse. Así aparece ya en la literatura del s. XVII. Celo y fervor se definen uno y otro como cierto “ardor”, pero el fervor se sitúa en el campo de lo interior, del corazón; es más bien un sentimiento; mientras que el celo habita y anima la inteligencia activa; se manifiesta en dedicación, solicitud, servicio y fidelidad.

“En San Francisco de Sales, por ejemplo, se manifiesta bien esta distinción: el celo es atributo de la acción, de la ‘vida devota’. Aunque ‘el celo es un ardor inflamado del amor, tiende a quitar, a alejar o apartar lo que se opone a la cosa amada'” [1].

Este texto deja entrever que el uso de la palabra en Mons. de Mazenod y en la tradición oblata se emparentará con lo que dice San Francisco de Sales. Lo vamos a encontrar en el artículo 37 de las Constituciones de 1982, en el testamento del Fundador que la tradición oblata conserva hasta hoy. Este texto lleva a decir al P. Fernando Jetté en su comentario a las Constituciones y Reglas: “el artículo nos remite al testamento de nuestro Fundador: la caridad está en el corazón de nuestra vida, ‘la caridad fraterna debe alentar la vida de cada miembro’. ‘Practicad bien entre vosotros la caridad, la caridad, la caridad, y fuera el celo por la salvación de las almas’. Aquí es donde se encuentra en primer lugar nuestro espíritu fundamental. En la Iglesia, el oblato es un hombre de caridad,un hombre cuya vida entera está henchida de amor” [2].

AFIRMACIÓN CONSTANTE DEL FUNDADOR

En el Fundador hay que leer la palabra “celo” en el sentido característico de la espiritualidad de su época. Pero en seguida se aprecia que para él el celo es la expresión del ardor de la caridad y del amor fraterno. No es puro azar que el texto fundamental del Prefacio ponga el celo en el centro de la vocación oblata.

En el conjunto de las cartas y los escritos espirituales de Eugenio de Mazenod que se han publicado podemos encontrar algunas expresiones que nos ayudarán a describir con bastante precisión la evolución del celo apostólico en él.

1. HOMBRE DE GRANDES DESEOS Y DE CELO

En Eugenio de Mazenod se daba un deseo continuo de hacer la voluntad de Dios, de servir a la Iglesia, lo que nos brindará páginas que todavía sirven de inspiración a nuestras vidas: “El que quiera ser de los nuestros, deberá arder en deseos de su propia perfección, estar inflamado de amor por Nuestro Señor Jesucristo y su Iglesia, y de celo ardiente por la salvación de las almas” [3].

En un acta de visita a Lumières, el Fundador expresa su profunda alegría al comprobar en aquella comunidad la armonía de la vida oblata: “No hubiéramos creído necesaria un acta de visita en regla con ocasión de nuestro paso por Lumières, si no nos hubiera parecido provechoso consignar en este libro la profunda satisfacción experimentada a la vista de esta comunidad en cuyo seno reina la paz, la caridad y la más perfecta observancia […] Hemos podido apreciar que ahí se sirve al Buen Dios lo mejor posible, que se aman entre sí como hermanos, que de tal modo los corazones forman uno solo, que nunca surge la menor desavenencia, que cada uno se siente feliz en la práctica exacta de las Santas Reglas del Instituto, que se sabe unir el ejercicio del celo que hay que desplegar en las misiones y en la atención a los peregrinos con el trabajo sedentario del estudio en las temporadas de soledad de las que cabe disfrutar aquí más que en otras partes, en una palabra, que se percibe el valor de la vocación y se da gracias a Dios por ella” [4].

2. HOMBRE INTERPELADO POR EL ESPIRITU EN SU MISION

Sin forjar teorías, Eugenio respondía como hombre práctico. En él el fervor apostólico no pretendía más que ser primero santo para que su celo fuera reflejo de la gloria de Dios.

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En sus Misceláneas históricas, Mons. Santiago Jeancard señala a propósito del celo que percibía en el Fundador: “No soñaba más que en entregarse sin reservas al servicio de las almas más abandonadas, y en particular de los pobres […] Como casi todos los santos de los que Dios se ha servido para hacerlos instrumentos de su designios, el Fundador de los Oblatos ha estado lejos de conocer, al poner manos a la obra, toda la extensión de su misión. No ha llevado a cabo un vasto plan preparado de antemano en todos sus detalles. El plan del que se sentía artífice, venía de más arriba de toda concepción humana. Le era inspirado, y de alguna manera revelado a medida que las circunstancias abrían un nuevo horizonte a su celo. El Señor, que le guiaba, no le permitía ver más que lo que debía hacer en la coyuntura del momento, y recompensaba su ardiente amor a la Iglesia y su entrega por la salvación de las almas, descubriéndole puntualmente el espacio que debía recorrer para hacer un nuevo progreso hacia el cumplimiento de la obra que se le había confiado” [5].

3. CELO QUE ENCUENTRA SU FUENTE EN LA OBLACION

Una carta del Fundador al P. Juan Bautista Honorat nos permite captar cómo el celo forma parte de toda la vida y se vuelve una respuesta de toda la persona que vive el espíritu de oblación: “¿Qué quiero mostrar con esta reflexión? Que es necesario que seáis dignos de vuestra vocación, hombres verdaderamente apostólicos, entregados al servicio de la Iglesia, llenos de celo por la salvación de las almas y ante todo santos para vosotros mismos y para con vuestros hermanos” [6].

Escribe al P. Andrés M. Sumien y a los Oblatos de Aix: “Lo sabéis; sois la esperanza de nuestra Sociedad. Podéis, pues, adivinar mi contento cuando os veo avanzar en los caminos del Señor, llenos de ardor por el bien, abrasados de santo celo por la salvación de las almas, entregados a la Iglesia, despreciando y pisoteando todo lo que aparta de la perfección y compromete la salvación” [7].

4. UN HOMBRE A QUIEN EL CELO LANZA A LA MISION

El celo también significa el envío a la misión, o incluso el impulso que lanza a los misioneros a la misión. Con todo, el Fundador se muestra preocupado por la salud y por el esfuerzo empleado.

El celo de los misioneros del Río Rojo debe también estar sometido a la autoridad del obispo del lugar: “No me cansaré de recomendaros, queridos hijos, que respetéis la autoridad de aquel a quien Dios ha puesto al frente del gobierno espiritual de la comarca donde desarrolláis vuestro celo, felicitaos de que él sea también vuestro superior regular. Así vuestra obediencia se halla doblemente sancionada ” [8].

“Ruego [a Jesucristo] que os mantenga en la santa humildad en medio de los prodigios de celo, de mortificación y de caridad que vuestro penoso ministerio os ofrece tan a menudo ocasión de realizar” [9].

Al P. Hipólito Courtès le da una indicación de prudencia que atempere un celo demasiado ardoroso: “En nombre de Dios, no os agotéis. ¿Cómo vais a llevar a cabo la misión de Rognes si os matáis en Istres? Es preciso que miréis los unos por los otros. Me parece que no lo estáis haciendo. Es una gran responsabilidad la que lleváis sobre vosotros. Desde aquí sólo puedo recordaros vuestro deber. El celo solamente es meritorio cuando va moderado por la prudencia” [10].

5. EL CELO VA A LA PAR CON EL ESPIRITU DE FORTALEZA

En la reflexión siguiente el Fundador se dirige al hermano Bernard, con ocasión del diaconado. Le enseña que el celo apostólico va unido al espíritu de fortaleza recibido en el diaconado, tanto para la vida como para el ministerio: “Que tu corazón reaccione en esos momentos felices, que se inflame, que se purifique. El celo es el carácter distintivo del diácono; ha recibido el espíritu de fortaleza, en primer lugar para sí, para su propia santificación y la perfección de su alma, y luego para combatir a los enemigos de Dios y rechazar al demonio con ese vigor sobrenatural que viene de lo alto” [11].

De estas pocas citas se puede concluir que, para el fundador, el celo se enraíza en la oblación, se vive en la caridad fraterna, y es también el espíritu que anima la vida misionera. Todo, sin embargo, para gloria de Dios, de la que el celo apostólico es reflejo.

EL CELO EN LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS.

Las Constituciones y Reglas presentan el celo dentro de un todo coherente. En primer lugar, es en el Prefacio donde encontramos todo el fervor del Fundador en relación a la Iglesia y a los pobres. El texto de las Constituciones nos lo aclarará mejor: “¿Hay algún fin más sublime que el de su Instituto? Su Fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios; sus primeros padres, los Apóstoles. Han sido llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano. Y aunque por su escaso número actual y de las necesidades más apremiantes de los pueblos que les rodean, tengan que limitar su celo a los pobres de nuestro campo y demás, su ambición debe abarcar, en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera” [12].

1. EL PREFACIO

El Prefacio nos hace oír, en nombre de la Iglesia, hermosa herencia del Salvador oprimida y devastada, tres llamamientos:

a. “Sacerdotes inflamados de celo, en una palabra: hombres apostólicos”.

“El Prefacio está escrito en el estilo apasionado de alguien que ama e impugna con violencia […] Estas violencias se comprenden en un hombre que ha descubierto el amor de Dios y no soporta que ese amor se ignore. No se le pueden pedir los matices de un juicio equilibrado. Es igualmente apasionado en el llamamiento que dirige a sus compañeros: sacerdotes celosos, desinteresados, … “dispuestos a hacerse santos” … “ renovarse sin cesar”, “luchar hasta la muerte”. “Hay que intentarlo todo”: no arredrarse ante ninguna audacia. Nada de medias tintas” [13].

b. Sacerdotes “llenos de celo, dispuestos a sacrificar bienes, talentos, descanso, la propia persona y vida por amor de Jesucristo, servicio de la Iglesia y santificación de sus hermanos”.

En nuestros días hemos oído un llamamiento parecido, lanzado a los religiosos por el Papa Pablo VI, en la exhortación apostólica sobre la evangelización [14].

c. “Sacerdotes entregados a todas las obras de celo”.

En las notas de expulsión de la Congregación, se encuentran afirmaciones que muestran el lazo que el Fundador ponía entre la caridad y el celo. Podemos ver allí despidos por dificultades para vivir en comunidad y otros por falta de celo: “Falta absoluta de celo, esencial en nuestra Congregación” [15].

2. LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS

Nuestra reflexión se ceñirá a las Constituciones y Reglas de 1982, para descubrir en ellas el alcance y la necesidad del celo apostólico en la Congregación. Repasando el texto podremos apreciar la armonía que se da en el tema. Nos vamos a servir en esta ocasión del excelente comentario del P. Jetté:

“Su celo apostólico es sostenido por el don sin reserva de la propia oblación, oblación renovada sin cesar en las exigencias de la misión” (C 2).

“En esta ‘sequela Christi’, o vida de unión a Cristo propia del oblato, el artículo insiste en dos virtudes que son esenciales para el misionero y que caracterizan la enseñanza espiritual de Eugenio de Mazenod: la obediencia y el celo apostólico. ‘Se entregan obedientes al Padre, incluso hasta la muerte, y se ponen al servicio del pueblo de Dios con amor desinteresado’. Como Cristo, el oblato será el hombre de la voluntad de Dios en todo, incluso hasta el sacrificio de su vida, y será un hombre de celo apostólico ardiente y desinteresado” [16].

“Participando en la eucaristía con todo nuestro ser, nos ofrecemos nosotros mismos con Cristo Salvador, nos renovamos en el misterio de nuestra cooperación con Él, estrechamos los lazos de nuestra comunidad apostólica, y ensanchamos los horizontes de nuestro celo hasta los confines del mundo” (C 33).

En la eucaristía, lugar del encuentro del Fundador con todos sus oblatos, se establece el principio de vida misionera del oblato: tejer los lazos de la comunidad y volverse hombres cuyo celo se dilata hasta los confines del mundo.

“La caridad fraterna debe sostener el celo de cada miembro, en conformidad con el testamento de nuestro Fundador: ‘Practicad bien entre vosotros la caridad, la caridad, la caridad, y fuera, el celo por la salvación de las almas’” (C 37).

Sobre la caridad y el celo, el testamento del Fundador señala el espíritu fundamental de nuestra vocación. Se ha de notar el cuidado constante por lograr la unidad de vida del oblato y de la comunidad apostólica en torno a la caridad y al celo. Está claro que para nosotros, oblatos, el celo debe permanecer siempre unido a la caridad.

“Jesús formó personalmente a los discípulos que había elegido, y los inició en los secretos del Reino de Dios (Mc 4, 11). Para prepararlos a la misión, los asoció a su ministerio; y para fortalecer su celo, les envió su Espíritu” (C 45).

Lo que impresiona aquí, sigue siendo la voluntad de unir caridad y celo. En el corazón de la formación se toma como modelo a Jesús mismo. Es el quien elige, forma y envía el Espíritu para afianzar el celo de sus discípulos.

“Las comunidades locales se agrupan normalmente en Provincias o Viceprovincias, que viven y despliegan su particular celo apostólico en colaboración con las iglesias locales y en contacto con las demás provincias, especialmente las de la misma región” (C 76).

El mismo dinamismo se aprecia en el nivel de la comunidad local y se agrega que el celo apostólico adquiere un carácter peculiar y bien identificado en cada Provincia . Sin embargo, el lazo de colaboración se mantiene en la base de la obra misionera.

“El Superior general es el vínculo viviente de la unidad de la Congregación. Con el ejemplo de su vida, con su celo apostólico y su afecto a todos, estimulará la vida de fe y de caridad de las comunidades para que respondan más generosamente a las necesidades de la Iglesia” (C 112).

Hasta en la cima de la Congregación se da el testimonio de la caridad y del celo. La característica de la vida del Superior general es la de juntar celo apostólico y afecto hacia todos. Es evidente que son siempre las palabras del Fundador las que aparecen en los momentos importantes de la vida de la Congregación: caridad y celo apostólico.

En las Constituciones y Reglas, el espíritu del Fundador marca los puntos fuertes de la vida del oblato en todas las Constituciones. Aparece en las primeras líneas del carisma, en el corazón de la vida y de la acción, lo mismo que en el centro de la comunidad apostólica, en la formación primera lo mismo que en el dinamismo de la comunidad local, y finalmente en la persona del Superior general.

EL CELO EN LOS SUPERIORES GENERALES.

Para seguir la evolución de la caridad y el celo en los Superiores generales, las principales fuentes son las circulares administrativas y algunos escritos más elaborados, especialmente de los Padres Deschâtelets, Jetté y Zago.

1. EL P. JOSE FABRE, 1861-1892

Una de las notas significativas del generalato del P. Fabre, que duró treinta y un años, fue la de mantener lo mejor posible el espíritu del Fundador, de quien era el primer sucesor: “…y puesto que no podemos hablaros con la autoridad y el celo con que él mismo nos hablaba, nos esforzaremos al menos por animaros con su espíritu” [17].

“Seamos hacia fuera misioneros celosos y abnegados, seamos en nuestras comunidades oblatos fervorosos, llenos de caridad los unos con los otros. Juzguémonos con indulgencia, amémonos de todo corazón, seamos en nuestras relaciones mutuas verdaderos hermanos. Que en todas partes y siempre se nos reconozca por esta señal” [18].

Se puede apreciar en el P. Fabre un desplazamiento del celo, del exterior hacia el interior de la comunidad: “El celo que pongamos en observarlas [las Reglas] con afecto y puntualidad será la medida del celo que pongamos en nuestra santificación” [19].

“Unámonos con santo celo por mantener entre nosotros el espíritu religioso que nos ha legado nuestro venerado Padre y que nuestros mayores han sabido recibir y conservar tan bien” [20].

2. EL P. LUIS SOULLIER, 1893-1897

Conservamos algunas expresiones de este corto período. No son suficientes para poder decir que indican una manera nueva de ver el celo. El P. Soullier parece recoger la expresión de la época, sin alejarse demasiado del Fundador. El celo del que se hace eco tiende a volverse hacia el interior de la comunidad “[…] responder a la confianza de la Santa Sede con un aumento de celo por la santificación de las almas y de fervor por vuestra propia santificación” [21]. “Redoblemos el celo y la prudencia en nuestras obras exteriores […]” [22].

3. EL P. CASIANO AUGIER, 1898-1906

También el P. Augier muestra el deseo de conservar, al mismo tiempo, el celo apostólico y el celo en el interior de la comunidad. Parece haber alguna confusión o al menos alguna vacilación en sus afirmaciones. En cambio insiste en un don sin límites de sí mismo: el celo irá a veces hasta el agotamiento de las fuerzas.

“No defraudemos esta espera; seamos a los ojos de todos no sólo hombres de celo, sino también hombres de oración. Así nuestra acción por las almas será más eficaz” [23].

“[…]sacrificamos nuestros ejercicios a lo que llamamos las exigencias del ministerio […] Adornamos esto con el hermoso nombre de celo; pero con frecuencia, en el fondo de nuestra conciencia, la voz de Dios nos dice una palabra menos halagadora pero más verdadera: negligencia, pereza espiritual” [24]

“Que vuestros pensamientos sean elevados, vuestros propósitos firmes y vuestro celo infatigable, por la gloria de Dios y la extensión de su Reino” [25].

“Además, hay la llama siempre viva y ardiente de un celo que se da y se desgasta sin tasa, celo que llega con frecuencia hasta el agotamiento prematuro de las fuerzas físicas” [26].

4. MONS. AGUSTIN DONTENWILL, 1908-1931

El celo encuentra en Mons. Dontenwill su verdadero sentido, que es ir hacia los más abandonados, y su raíz profunda, que se encuentra en el espíritu religioso y la fidelidad a las Constituciones.

“Esta abundancia de celo no es posible […] sino porque la entrega de nuestros queridos misioneros se ha inspirado siempre del más puro espíritu religioso que nos es propio, y porque la fidelidad a nuestras santas Reglas ha seguido siendo la característica de la vida de los oblatos de Ceilán” [27].

Establece luego el lazo entre el celo en la vida del oblato y el celo de Nuestro Señor durante su ministerio público. Es ya una característica que se asemeja a la comunidad apostólica oblata.

Cita al Fundador en su carta circular del 17 de Febrero de 1853. “En nuestros orígenes, todo era, pues, pequeño y humilde, excepto el estar animados de una gran compasión por las almas más abandonadas y de un gran celo para entregarnos, a ejemplo de Cristo, a la evangelización de los pobres […]” Y prosigue: “El celo es para las asociaciones religiosas un principio de vitalidad siempre creciente, hablando claro, de universalidad e inmortalidad”.

“El celo del P. de Mazenod y de sus discípulos debía ser tanto más fecundo y bendecido cuanto más vivamente reproducía el celo del que Nuestro Señor durante su ministerio público había dado ejemplo a sus doce apóstoles” [28]

Se encuentra en él, finalmente, una mención de la Virgen, como causa del crecimiento del misionero: “A estas dos primeras causas de progreso: el celo por las almas y el apostolado con los pobres, nuestro Fundador agregaba una tercera: la maternal protección de María […]” [29].

5. EL P. LEON DESCHATELETS, 1947-1972

Tanto por sus palabras y escritos como por su actuación, el P. Deschâtelets ha sido un hombre de celo. Su superiorato ha estado marcado por una búsqueda constante de unidad y de clarificación de la vocación del oblato. En la circular sobre Nuestra vocación y nuestra vida de unión íntima con María Inmaculada, revela un conocimiento profundo del Fundador y una voluntad de unidad de vida que encontrará su expresión en la definición del Oblato.

Me limito a citar una página que describe al hombre de celo apostólico que es el oblato. Sin embargo, debiéramos volver a leer la circular por entero, porque encontramos en ella una inspiración y un celo presentes durante todo el período de 1951 a 1972.

“El tipo de hombre espiritual y apostólico descrito por la Regla es:

a. sacerdote,

b. religioso,

c. misionero,

d. oblato, es decir, consagrado a la búsqueda de la santidad y de los trabajos apostólicos a la manera de los mismos Apóstoles,

e. abrasado de amor a Jesús, nuestro Dios Salvador, y a María, la Inmaculada Madre de Dios y nuestra; amor que alimenta sin cesar en un profundo espíritu de oración,

f. que ahí aprende también un desasimiento total de sí mismo por la obediencia, la pobreza y la recta y sencilla intención,

g. con la más verdadera caridad familiar y fraterna,

h. tomando de ellos un corazón repleto de celo sin límites y de misericordia inagotable, especialmente para acudir a las masas pobres más abandonadas” [30].

Con estos dos últimos rasgos completa el P. Deschâtelets la fisonomía espiritual del Oblato según el Fundador [31].

6. EL P. FERNANDO JETTE, 1974-1986

Aprendemos en contacto con el P. Jetté, sobre todo en el comentario que hace de la Constitución 37, la necesidad de volver al espíritu fundamental de la vida oblata. De los escritos del P. Jetté vamos a quedarnos con el Comentario de las Constituciones y Reglas de 1982 [Hombre apostólico]yEl Misionero Oblato de María Inmaculada, por parecernos lugares privilegiados acerca del celo apostólico. La caridad fraterna y el celo ahí aparecen siempre unidos de una manera vital. Además, el fervor espiritual y la santidad personal se añaden como elementos esenciales de la vida del Oblato.

“Lo uno no va sin lo otro. La caridad entre nosotros que no estuviera abierta al mundo de los pobres no sería caridad oblata, y el celo que no se apoyara en una aceptación verdadera y en el amor mutuo entre oblatos, quedaría vacío. Su testimonio carecería de fuerza” [32].

“Las vocaciones. A este propósito, desde hace unos años, ha surgido una esperanza nueva, la de las vocaciones, que parecen ir en aumento en el territorio sudamericano. Os animo de todo corazón en vuestro esfuerzo a favor de las vocaciones. Id adelante con fe y perseverancia. El Señor no puede menos de bendecir ese esfuerzo. Poned empeño en formar hombres como los quería nuestro beato Fundador: ‘hombres interiores y hombres verdaderamente apostólicos’, sólidos en la fe y llenos de celo por los más pobres, los más abandonados” [33].

“En el hombre apostólico se encuentran siempre dos elementos inseparables entre sí: el fervor espiritual y el celo misionero. No es suficiente el segundo; hace falta también el primero” [34].

7. EL P. MARCELO ZAGO, 1986-1998

Es demasiado pronto para tener en cuenta todos los elementos del celo apostólico que se contienen en la enseñanza del P. Zago. Sin embargo, en él todo parte de la misma fuente: el testamento del Fundador. El celo viene a ser un reflejo, un testimonio de la vida del oblato. Esta vida se alimenta de la caridad de Cristo Salvador y del amor a los demás. Bastará dar algunos extractos de esa abundante literatura.

“[El Fundador] deseaba que fuéramos misioneros llenos de celo, es decir, llenos de amor activo y creativo para con las almas amadas y salvadas por Cristo” [35].

Inflamado de celo, el misionero está completamente entregado a la misión, lleno de dinamismo y de creatividad; es en su apostolado y sobre todo en el anuncio del Evangelio; se abrasa en el fuego del amor divino por los hombres.

En el Prefacio se encuentran los rasgos que describen este celo: “Hombres que trabajan sin descanso por la conversión de los demás”; “les envió a conquistar el mundo”; pueden “entrar en la lid y luchar hasta la muerte”; “es urgente hacer que vuelvan al redil tantas ovejas descarriadas, enseñar a los cristianos degenerados quién es Jesucristo y, arrebatándolas al dominio de Satanás, mostrarles el camino del cielo. Hay que intentarlo todo para dilatar el Reino de Cristo, destruir el imperio del Mal, cerrar el paso a innumerables crímenes, difundir la estima y la práctica de todas las virtudes, llevar a los hombres a sentimientos humanos, luego cristianos, y ayudarles finalmente a hacerse santos”.

En estas expresiones, el celo tiene visos de conquista, de horizontes y objetivos amplios; nada parece poderlo detener. Expresa la voluntad de transformar el mundo, incluso si, con cierto realismo debido al reducido número del momento, el Fundador escribe en esta misma Regla de 1818: “Su ambición debe abarcar en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera” [36]. Semejante celo brota de la caridad divina y debe manifestarse en una caridad sin límites, como afirma a propósito del ministerio de la reconciliación: “Que los misioneros acojan siempre a los pecadores con una caridad inagotable; que los animen[…] mostrándoles un corazón compasivo; en una palabra, que los traten como quisieran ser tratados ellos mismos, si estuvieran en la infortunada situación en que aquellos se encuentran” [37].

En 1826, el P. de Mazenod escribe al P. Tempier que se encuentra, con otros oblatos, en una misión difícil: “Recomiéndeles que procedan como santos, como verdaderos apóstoles, uniendo a la predicación la modestia exterior y una gran caridad para con los pecadores. Que se pueda apreciar por su conducta que no son predicadores ordinarios, que están de verdad animados por un celo que es propio de su santa vocación. Que no se olviden de sí mismos, si quieren ser útiles a los otros” [38].

“Fuera el celo” y “entre vosotros la caridad” forman parte del testamento del Fundador; es la síntesis de su vida y de su enseñanza. Este celo nace y se nutre de la caridad de Cristo Salvador y de su amor por los otros. “Su celo apostólico está sostenido por el don sin reserva de su oblación, una oblación renovada sin cesar en las exigencias de su misión” (C 2). El celo es renovado en la Eucaristía (cf. C 33), es sostenido por la caridad fraterna (cf.C 37) y es fortalecido por el Espíritu (cf. C 45).

ALGUNAS CONCLUSIONES.

El uso de la palabra celo o celoso en la literatura oblata guarda siempre relación intensa con la comunidad de donde proviene. De este modo deja de tener el sentido peyorativo que encontramos en el francés. Entre nosotros, el celo es presentado siempre como característica de la caridad. Para el Fundador, los dos elementos se atraen y se complementan, y nos dan la verdadera vida comunitaria que viene a ser en sí misma apostólica.

Mons. de Mazenod, en lo esencial de su carisma que es el encuentro personal con Cristo, no es solo un hombre de acción lleno de celo, sino alguien que ha comprendido que toda una vida no es suficiente para compensar siquiera un poco el amor del que se ha visto colmado. Justamente como hombre apostólico trabajará con celo por la salvación de las almas. Es Cristo quien está en el corazón de la vocación del Fundador y será Él también quien marque su celo. Es, pues, necesario reconocer la importancia de la gracia inicial del Fundador para comprender el celo que le anima. De otro modo, todo aparece como activismo puro y simple. Esta necesidad de encontrar a Cristo condujo al Fundador a insistir en la necesidad de consagrar tiempo a dejarse modelar por Cristo Salvador [39].

En la vida entera del oblato hay una especie de trilogía que podría expresarse así: con el Fundador, el oblato se enraíza en el amor a Cristo Salvador; este amor se prolonga en un amor especial por la Iglesia; por último, el celo impulsa al Oblato a la salvación de las almas.

El celo apostólico ha estado siempre presente en la vida de la Congregación. Pero esta herencia del Fundador toma una forma particular en el período que arranca del Capítulo de 1966. Una atención particular, que tiene su origen en el carisma propio de la Congregación, nos lleva a ver la riqueza del celo apostólico querido por el Fundador y expresado en sus últimas palabras. Ellas son ahora la raíz de la caridad fraterna y del celo de nuestra comunidad apostólica.

Terminamos con un último texto, sacado de la carta del P. Zago sobre la caridad fraterna. Trata de la santidad, tal como la quería el Fundador: “Seamos decididamente santos”.

“De igual modo cabe preguntarse cuál es para el Oblato el camino de la santidad, su manera peculiar de participar en el misterio pascual de Cristo. No es ciertamente el silencio y la soledad del contemplativo, ni siquiera la pobreza del franciscano. ¿ No será justamente su ideal de caridad fraterna y apostólica? […] Recogiendo una frase de Tomás Merton, creemos poder decir: el ideal oblato de la caridad parece jugar el mismo papel en la vida espiritual que el del silencio y la soledad en las órdenes puramente contemplativas. El testamento brotado del corazón del Fundador expresa bien el alma de nuestra alma” [40]. “Estoy de acuerdo con esa conclusión, uniendo el celo a la caridad. El ideal oblato de caridad y de celo es una característica de nuestro carisma; es el camino privilegiado de nuestra purificación interior y de nuestra unión con Dios, es nuestro camino de santidad, es nuestra manera de comunicar y transmitir el misterio pascual” [41].

Lucien PÉPIN