1. Introducción
  2. La Cruz
  3. La Cruz Y El Fundador
  4. Un Compañero : El Padre Tempier
  5. La Cruz , Las Constituciones Y Reglas Y La Vida Oblata
  6. Conclusión

INTRODUCCIÓN

Durante su retiro de 1814, Eugenio de Mazenod trae a la memoria la experiencia vivida unos siete años antes mientras rezaba ante la Cruz en una iglesia de Aix, un viernes santo. “He buscado la felicidad fuera de Dios y por demasiado tiempo, para mi desgracia. ¡Cuántas veces, en mi vida pasada, mi corazón desgarrado, atormentado, se lanzaba hacia Dios, de quien se había alejado! ¿Puedo olvidar aquellas lágrimas amargas que la visión de la Cruz hizo fluir de mis ojos un viernes santo? . ¡Ah! ellas brotaban del corazón ; nada pudo pararlas, eran demasiado abundantes para que me fuera posible ocultarlas a aquellos que como yo asistían a aquella conmovedora ceremonia. Estaba en pecado mortal y era precisamente este el motivo de mi dolor . Pude entonces, y también en alguna otra circunstancia, notar la diferencia. Jamás mi alma estuvo más satisfecha, jamás probó una felicidad mayor; y era porque en medio de este torrente de lágrimas , a pesar de mi dolor, o más bien por medio de mi dolor, mi alma se lanzaba hacia su último fin , hacia Dios , su único bien, cuya pérdida sentía vivamente. ¿Para qué hablar más de esto? ¿ Podré alguna vez expresar lo que experimenté entonces?. Sólo el recuerdo me llena el corazón de una dulce satisfacción ” [1].

Se trata de un punto decisivo en la vida de Eugenio , tal vez de uno de las momentos de conversión más importantes de su vida. Está ante la Cruz de la que pende el cuerpo sin vida de Jesús , el mayor signo de la pobreza del hombre en el sufrimiento y la muerte. Lágrimas amargas acuden a sus ojos cuando reconoce su ingratitud al ofender a Dios que ha derramado su Sangre por él. Y con todo, ese signo supremo de la inmensidad del amor y de la misericordia de Dios suscita en él la dicha y el deseo ardiente de reparar mediante la entrega total de sí mismo .

En este artículo sobre la Cruz Oblata , veremos algunas huellas de estos encuentros de Eugenio con la cruz , encuentros que le llevan a adoptar y estimar la cruz como distintivo del misionero oblato .

LA CRUZ

La Cruz ha ocupado siempre un lugar único en la historia de la salvación como signo de contradicción por el que el sufrimiento y la muerte se transforman en resurrección y en salvación. Pero, según épocas y culturas , ha suscitado distintos modos de responder a este misterio [2] . Con frecuencia la Escritura contempla la muerte de Jesús como acto de obediencia y fidelidad al Padre (cf. Fil 2 , 8 ; Rom 5 , 19 ), pero somos bien conscientes de que los discípulos y los primeros cristianos percibían la cruz como un escándalo, como el signo de muerte del proscrito y del abandonado . Las cartas de San Pablo testimonian que muy pronto los cristianos vieron en la muerte de Cristo el sacrificio perfecto que rescata a los pecadores y restablece la alianza con Dios, un signo de amor y de reconciliación . Solo después del reconocimiento del cristianismo en el imperio romano , la cruz era mostrada a la luz del día y venerada públicamente en la liturgia y en las peregrinaciones . Durante toda la Edad Media , la cruz tuvo particular importancia en la vida monástica , donde el profeso estaba llamado a vivir crucificado para el mundo . La cruz fue tomando más importancia en la piedad del pueblo . Cruces de madera o de piedra fueron apareciendo poco a poco como señal de bendición o de protección . El Papa Sergio I reconoció oficialmente esta devoción instituyendo la fiesta de la Exaltación de la Cruz el año 701. Esta devoción alcanzó su cima , en cierto sentido , en la espiritualidad de San Bernardo (+1153) , de San Buenaventura (+1274) y de Santa Gertrudis (+1302), que acentuaron el aspecto humano del misterio de la Encarnación , centrando en buena parte la devoción popular sobre los sufrimientos y la muerte en cruz del Salvador .

En el siglo XVI , Ignacio de Loyola , Teresa de Ávila y Juan de la Cruz contribuyeron a esta devoción con su ascética y su mística respectivas, fundadas en la meditación de la pasión de Cristo. Con Pablo de la Cruz (+1775) y Alfonso de Ligorio (+1787), la pasión de Cristo y el amor a Cristo crucificado pasan a ser temas dominantes de la predicación, antes de convertirse en parte integrante de la espiritualidad de varios nuevos institutos religiosos fundados en el siglo XIX . Numerosas devociones particulares han ido apareciendo en estos siglos , todas relacionadas con el misterio de la Redención , como la devoción al Sagrado Corazón y a la Preciosa Sangre.

Varias de estas devociones populares se mantienen todavía hoy . Pero nuestra manera de enfocar la cruz ha cambiado en la medida en que hablamos más a menudo de resurrección y nos inclinamos a ver la cruz en la pobreza y en los sufrimientos que nos rodean.

LA CRUZ Y EL FUNDADOR

En los primeros escritos de Eugenio de Mazenod , en particular en los de los retiros en el seminario de San Sulpicio , la cruz es tema importante de meditación y de oración [3] . En una carta a su abuela describe ampliamente la peregrinación realizada al calvario de Mont-Valérien con el viacrucis, la misa mayor y “un pequeño discurso del párroco a sus feligreses peregrinos, que fue predicado al pie de la Cruz […]” [4]. En el momento de recibir el sacramento del orden , la cruz aparece en sus notas unida a este sacramento. Por ejemplo , así da cuenta de su ordenación de subdiácono : “ Si era una visión encantadora para los espectadores indiferentes , que la curiosidad atrae este día al templo, el ver acudir de todas las partes de este amplio imperio , una multitud de levitas que se apresuraban a porfía a solicitar con insistencia unos su admisión , otros su ascenso en la santa milicia […] si en el asombro en que les sumía una entrega en la que apenas se atrevían a creer , siendo testigos de ella , no podían cansarse de admirar que se corriera a abrazar la cruz del Salvador con más alegría hoy día en que ese leño sagrado sólo destila amargura y dolor , que la que se sentía antes cuando al aceptarla como suerte se participaba mucho más en la gloria que en los sufrimientos de Jesús […]” [5].

Eugenio indica también claramente que “el amor de la Cruz de Jesucristo” [6] formó parte de las intenciones de su primera misa . Y en un texto titulado Resolución general , fechado en la misma época, decidió “ser del todo de Dios y para todos […] y no buscar sino la cruz de Jesucristo” [7].

Otro acontecimiento importante que sobrevino durante su estancia en San Sulpicio fue la expulsión , por las autoridades civiles , de su Superior y amigo , el Sr. Emery . En carta a su madre , en 1810 , narra la triste partida de éste : “Nuestro querido Padre , exclamé yo con el acento del dolor que me embargaba, nuestro buen Padre, no deje a sus hijos sin darles su bendición . A estas palabras , aumentaron los sollozos y todos , espontáneamente , nos postramos a sus pies . Conmovido él mismo hasta el fondo del corazón y llorando , dijo : vosotros lo queréis, como si su humildad hubiera sido violentada . Extendió entonces sus manos hacia el crucifijo que está al fondo de la sala y , con los ojos fijos en nuestro Salvador , que era toda su fuerza , pidió para nosotros la bendición que nos dio luego en su nombre ” [8].

La cruz está presente en toda su vida . Se ve especialmente en sus cartas , cuando encuentra dificultades , o bien cuando, como obispo o superior general , tiene que consolar y animar a los demás [9] .

Al final de la vida del Fundador , el P. Enrique Tempier escribe a los Padres y Hermanos de la Congregación a propósito de su enfermedad : “Contaros todos los ejemplos que ha dado , todos los sentimientos que ha manifestado durante estos tres días [de preparación a la recepción de los últimos sacramentos] sería del todo imposible . Consideramos como una gracia insigne haber podido ver y oír cuanto hemos visto y oído. ‘Estoy en la cruz, exclamaba, permanezco de buen grado en ella y ofrezco a Dios mis sufrimientos por mis queridos Oblatos’” [10].

Al pie de la Cruz vivió algunos de los momentos más importantes de su vida , cuando estaba pronto a combatir por su Maestro o también cuando no había nada que decir y solo quedaba arrodillarse en silencio delante del crucifijo [11] . Conocemos dos acontecimientos que tuvieron lugar ante el crucifijo. El primero es la primera carta que escribió , sin firmar , al Padre Tempier: “Mi querido amigo, lea esta carta al pie del Crucifijo, con la disposición de escuchar únicamente a Dios y lo que el interés por su gloria y la salvación de las almas exigen de un sacerdote como usted” [12]. El segundo fue en 1818 , en los comienzos de la Congregación , cuando el Fundador , sentado o arrodillado ante su cruz de misionero que había colocado sobre su escritorio , redactó las Primeras Constituciones y Reglas [13].

1. EL FUNDADOR Y LA CRUZ DEL MISIONERO OBLATO

En la época de la fundación de la Congregación , la cruz del misionero es común entre los predicadores de misiones [14] . Sin embargo , al adoptarla, el Fundador le reconoce un valor particular . Muy pronto él mismo va a poner incluso sus reparos a la actitud del fundador de los Misioneros de Francia , Carlos de Forbin-Janson , sobre el uso del crucifijo . En un texto que vale la pena citar por entero, le escribe: “A su debido tiempo, me tomaré la libertad de decirte que habrías hecho bien en adoptar el crucifijo, al menos durante las misiones . No podrías imaginarte el efecto que produce y cuán útil resulta . Los pueblos, acostumbrados al hábito eclesiástico, hacen poco caso de él; en cambio este crucifijo les impone respeto. A cuántos libertinos he visto que, al mirarlo, no han podido menos de quitarse el sombrero. Da gran autoridad; distingue a los misioneros de los otros sacerdotes; y esto ya es bueno porque el misionero debiera ser mirado como un hombre extraordinario. En el confesionario es útil al confesor, y en el momento de la absolución, ayuda al penitente, en cuyas manos lo colocamos, a concebir el dolor de sus pecados, a aborrecerlos y aun a llorarlos. Todo lo que hemos experimentado debe de haber sido reconocido en todo tiempo, dado que en los otros países católicos los misioneros lo llevan como signo de su misión. No comprendo cómo tú te has echado atrás ante las falaces razones que han alegado aquellos de entre vosotros, que no eran partidarios de que se llevara. Desde mi punto de vista ha sido una debilidad, un tributo vergonzoso que has querido pagar a la filosofía de un pequeño número de personas, cuyos reparos hubieras debido despreciar. Me parece que has tenido miedo de participar en la locura de la cruz. ¿Qué quieres que te diga? Yo condeno tal prudencia humana. Hay que ser más resueltamente cristiano, sacerdote y apóstol de lo que has sido en esta ocasión. Ya sabes que digo con franqueza lo que siento. Por otra parte, solamente te lo digo a ti. No hay, pues, excusas que valgan” [15].

Por supuesto, los misioneros llevan la cruz no sólo pensando en el interés de aquellos con quienes se encuentran, sino también para su propio provecho. Según las Constituciones de 1818, el crucifijo “será para ellos mismos como un monitor permanente que les recordará la humildad, la paciencia, la caridad, la modestia […]” [16]. Al terminar la misión en Aix en 1820, el arzobispo se dirige a Eugenio de Mazenod, que era el predicador, y le solicita que bendiga al pueblo. Tras un momento de duda, Eugenio levanta lentamente su cruz de misionero y da la bendición [17].

En 1830 la transmisión de las cruces de los oblatos difuntos a los nuevos es ya parte de la tradición: “Es preciso que pasen a nuevos oblatos que han de sacar buen partido de esa herencia. Quiero poner mucha justicia en esta distribución” [18]. El Fundador replica al P. Hipólito Courtès que quiere conservar la cruz del P. Víctor Arnoux: “Al leer tu pequeño alegato acerca de la cruz de nuestro P. Arnoux, yo era casi de tu opinión, veía que las razones que dabas eran fundadas, pero esa decisión acarrearía inconvenientes. Habrá que guardar entonces un bosque de cruces en nuestras casas, pues espero de la bondad de Dios que todos los que van a morir en el seno de la sociedad llegarán al cielo cargados de méritos, después de haber edificado a sus hermanos y consagrado su vida al servicio de la Iglesia y a la santificación de las almas. ¿Quién va a ser juez del grado de heroísmo que se tendrá que alcanzar para ser preferido, en el supuesto de que solo se quisiera otorgar eso a una excelencia notoria?” [19]

La señal externa de la cruz del misionero oblato es de capital importancia para el Fundador. En 1852 replica al P. Semeria en Ceilán, situado ante el obispo que no quiere que los oblatos lleven la cruz: “en cuanto al capricho de Mons. Bravi que no quiere que nuestros oblatos lleven de manera visible el crucifijo de su profesión, no lo puedo consentir como costumbre en los lugares de misión. Si se ve algún grave inconveniente en llevarlo a la vista en Colombo, podrá en ese lugar llevarse bajo la sotana, como se hace a veces en otras partes, cuidando de llevar el cordón por fuera, de suerte que conste que se lleva realmente ese signo sagrado de nuestra misión apostólica” [20].

Ante la insistencia del obispo, de nuevo escribe al P. Semeria: “ Si fuera necesario habría que explicar que entre nosotros la cruz es parte esencial de nuestro hábito religioso. Nosotros no llevamos capucha ni rosario colgado a la cintura, pero la cruz se nos da el día de la profesión como signo distintivo de nuestro santo ministerio. No la llevamos, pues, ad libitum como los demás misioneros” [21].

2. EL FUNDADOR Y LAS CRUCES DE MISION

En el transcurso de las misiones predicadas en los pueblos y aldeas, la presentación de un crucifijo grande jugaba un papel importante. El superior de la misión lo recibía de manos del párroco. Todos los misioneros debían venerarlo antes de que sirviera para bendecir al pueblo [22]. La misión se clausuraba con la plantación de la cruz [23] en un paraje del lugar. Basta leer el informe de la misión de Marignane en 1816,para darse cuenta de la importancia que tenía la cruz en el desarrollo de la misión [24]. Dichas misiones debían ser impresionantes, pues a veces congregaban a miles de personas en torno a la cruz [25].

Precisamente las cruces de la misión fueron con frecuencia motivo de desacuerdos y conflictos con las autoridades civiles. Varias cartas del fundador tratan de la necesidad de impedir que sean abatidas. El texto que sigue es un ejemplo: “Oh Dios, apiñaos bien alrededor de ese buen Salvador que reside en medio de vosotros, deshaceos en amor y atenciones hacia su persona divina, besad con frecuencia el altar donde descansa y prosternaos ante El para rendirle los homenajes que le son debidos y testimoniadle, incluso exteriormente el deseo de reparar tantos ultrajes como recibe en Francia. No sólo su imagen es profanada, su propio cuerpo acaba de ser pisoteado y devorado por unos monstruos en la Iglesia de San Luis, en París. Me estremezco al decíroslo. Hasta ahí hemos llegado con nuestra decepcionante libertad. Nosotros aquí hemos defendido como debíamos el árbol sagrado de la cruz, ya que no sólo querían quitárnoslo, sino que pretendían arrebatarlo de nuestras propias manos. Dos veces el Sr. Alcalde nos mandó un miembro del consejo de la ciudad para inducirnos a esta infamia, con el pretexto de que era el único medio de salvar a la ciudad de una carnicería. Ya imagináis cuál fue nuestra respuesta y con qué indignación rechazamos esa indigna proposición., lo cual desconcertó el complot de los malvados. No me atrevería, sin embargo, a asegurar que no lleguen a sus fines si la impiedad sigue siendo protegida. Lo cierto es que los sacerdotes de Jesucristo nunca serán los cómplices de ese enorme crimen, ni los espectadores de este nuevo suplicio del Salvador de los hombres” [26].

Por otra parte, cuando en 1831 el fundador puede mostrar a las autoridades civiles que se pudo celebrar en Marsella una fiesta de la cruz con el mayor éxito y sin incidente alguno, experimenta una profunda alegría: “Era grato pensar que mientras en la mayoría de las ciudades de Francia Cristo había sido profanado y su cruz arrancada de en medio del pueblo, la nuestra, en el centro de una inmensa población, dominaba sobre todas las cabezas y se mostraba como en los más hermosos días de su triunfo. Para secundar la piedad de nuestro pueblo y reparar en cuanto nos era posible los ultrajes que Jesús, nuestro Dios, había sufrido en otros lugares, decidimos dar a esa hermosa fiesta todo el brillo que se podía esperar. En consecuencia. la gran octava fue anunciada en el Calvario, se levantó un arco de triunfo por encima de la cruz; guirnaldas, banderas y tapices adornaban ese santo lugar y polarizaban la atención de los transeúntes, encantados de ver los preparativos de una ceremonia tan conforme con sus sentimientos […] Nunca se ha visto cosa parecida desde la misión. El orden, la piedad y el entusiasmo de los fieles, a colmo. La afluencia a la cruz duró todo el resto del día y hubo mucha dificultad para desalojar el Calvario; hablo del recinto exterior. Por supuesto, la iglesia también estaba llena, cuando por la noche se la quiso cerrar. No ocurrió nada, ni durante la procesión ni después, que pudiera causar la menor pena. Al contrario, había lágrimas en todos los ojos cuando innumerables voces cantaban con fuerza aquellas palabras tan conmovedoras en la circunstancia: ¡Viva Jesús!¡Viva su cruz!” [27]No resulta sorprendente la crítica un tanto acerba que el fundador dirige al P. E. Guigues cuando éste sugiere algunos cambios en la conducción de la misión: “Si se tratara de cambiar algunos usos, se podría comprender, pero suprimir según el capricho de cada uno ora una cosa, ora otra, esto no se dará mientras haya orden, piedad y religiosos que mantengan nuestras tradiciones en la Congregación. Los prelados y los cardenales llevan la cruz procesional en los jubileos y en tiempo de calamidades ¡y un misionero se avergonzaría de cargar con tan precioso peso cuando se trata de atraer la misericordia de Dios sobre un pueblo extraviado! ¿No comprendería cuán conforme al espíritu de Jesucristo es hacer una pública expiación en nombre de los pecadores a los que viene a salvar? No hablo de andar descalzo, ya que esto nunca ha estado prescrito, pero la ceremonia misma y el discurso sobre ese tema ¿se harían sin espíritu de fe? ¡Qué confesión!” [28].

3. EL FUNDADOR, LA CRUZ Y CRISTO SALVADOR

Después de haber expuesto algunos rasgos del encuentro de Eugenio de Mazenod con la cruz, abordaremos algunos temas necesarios para comprender lo que esto significaba para él. El tema de Cristo Salvador está intrínsecamente unido al de la cruz. Pero tiene tanta importancia y es de tal amplitud, que aquí no podemos tocar más que su relación con el tema de la cruz.

En sus primeros escritos , donde percibimos con más claridad la trayectoria de su conversión, Eugenio pone con frecuencia sus pecados en contraste con “este Dios de las misericordias [que] ha venido entre nosotros solo para llamar a los pecadores […a quienes] estrecha contra su corazón” [29] y de quienes es el Salvador. En sus notas del retiro para la ordenación, en 1811, recuerda primero sus numerosos pecados, pero en seguida se vuelve a Dios a quien llama “mi Salvador” y a quien reconoce constantemente como Dios de misericordia, como “buen Padre” [30]. Con el tiempo, Eugenio se mostrará menos preocupado por sus faltas pasadas. Escribirá cada vez más sobre el pecado y sobre el Salvador. Hablará de redención y de cooperación con el Salvador para la salvación del mundo, yendo hacia los pobres y los pecadores y haciendo reparación. En la posdata de una carta a los misioneros de Aix, en julio de 1816, escribe: “Os ruego que cambiéis el final de nuestras letanías. En lugar de decir Jesu sacerdos,hay que decir Christe Salvator. Es el punto de vista bajo el cual debemos contemplar a nuestro divino Maestro. Por nuestra vocación particular estamos asociados de modo especial a la redención de los hombres; por eso el beato Ligorio ha puesto su Congregación bajo la protección del Salvador. ¡Ojalá que, con el sacrificio de todo nuestro ser, concurramos a lograr que su redención no sea inútil, ni para nosotros ni para aquellos a quienes estamos llamados a evangelizar” [31].

Y en la Nota bene de las Constituciones y Reglas de 1818, escribe: “¿Hay algún fin más sublime que el de su Instituto? Su fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios; sus primeros padres, los apóstoles. Están llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano” [32].

4. EL FUNDADOR Y LA SANGRE DE CRISTO[33]

El segundo tema fundamental es el de la sangre de Cristo, que dice relación a la Cruz como a Jesucristo Salvador. Este tema, importante para Eugenio y para la Iglesia de su tiempo, suscita distintas imágenes y tal vez, para algunos, una devoción particular. Para Eugenio, no obstante, es parte integrante del misterio de la salvación [34]. Ante este Dios de las misericordias y de los pecadores, que los llama, a él y a los miembros de su Congregación, a ser corredentores, Eugenio ve la sangre de Cristo como el precio de la redención de la humanidad. Además, como aparece en sus escritos y en su vida, está imbuido de la certeza de que Dios quiere realmente la salvación de cada uno y , por consiguiente, la sangre de Cristo es el precio pagado por todos nosotros.

En el estudio que llevó a cabo sobre el tema, E. Lamirande afirma que la sangre del Salvador constituye un tema central de la espiritualidad de Eugenio de Mazenod. Gradualmente fue profundizando el sentido de la sangre del Salvador por medio de la cual la humanidad entera ha sido rescatada, la Iglesia entregada en herencia a Cristo y las almas conducidas a la vida y elevadas a una dignidad inconmensurable [35].

Ya hemos reconocido los pensamientos del joven Eugenio que, en 1808, pone sus pecados ante el Dios de las misericordias y ve en la sangre de Cristo un signo de redención : “¡Ah! si he podido traicionar los primeros juramentos que le había hecho en el bautismo, ¿no podré seguir a mi Maestro hasta el calvario para renovarle el homenaje de mi fidelidad a los pies de su cruz y lavar mi ropa en su sangre, después de haberla teñido con la mía?” [36].

Según E. Lamirande, de ahí pasa Eugenio a consideraciones más universales sobre la dignidad de los rescatados y de la Iglesia [37]. Al final de su vida, en la carta pastoral de 1860 , encontramos: “Esta unión entre los hijos de los hombres y Jesucristo ha sido estipulada en el Calvario, cuando se derramó para la redención la sangre divina y por la pasión y muerte del Salvador les ha sido merecida la gracia. Por la gracia precisamente quedamos unidos a nuestro adorable Mediador y por El a su Padre. Es el lazo que nos une a El y nos hace partícipes de sus méritos, como si hubiéramos muerto con El, y su sangre mezclada con la nuestra nos comunicara el precio y la virtud inherentes esencialmente al sacrificio del Hombre-Dios” [38].

Aunque la redención es para todos y el Dios de las misericordias está siempre cercano a los pecadores, la imagen de la sangre de Cristo hace resaltar las obligaciones que para ellos fluyen de su redención. Para seguir siendo porción viva del cuerpo de Cristo, para que la sangre de Cristo “circule por sus venas”, deben tomar parte en el banquete de la Eucaristía. De otro modo, en cierto sentido, “ya no son de la misma sangre” [39]. La redención es un gran regalo, pero tiene también sus exigencias.

La redención parece referirse a las personas individualmente, sin embargo es en la Iglesia donde éstas se congregan como “pueblo adquirido”, lleno de dignidad en virtud de la redención. La Iglesia no es tan excelsa, a los ojos de Eugenio, más que porque ha nacido de la sangre de Cristo. “Nacida de la sangre de un Dios que muere en la cruz, tendrá siempre una existencia que responda a su origen y siempre, la mismo bajo la púrpura que en los calabozos , llevará esa cruz dolorosa donde está suspendida la salvación del mundo [40].

No solamente la Iglesia es preciosa por razón de su inmenso precio . Cada alma adquiere una dignidad infinita por la sangre de Cristo. En Eugenio es esta una convicción que se manifiesta desde los comienzos de su ministerio presbiteral, como aparece al dirigirse a los pobres en la Iglesia de la Magdalena, en 1813 : “Hay dentro de vosotros un alma inmortal, hecha a imagen de Dios y destinada a poseerlo algún día: un alma rescatada con el precio de la sangre de Jesucristo, más preciosa para Dios que todas las riquezas de la tierra, que todos los reinos del mundo; un alma en la que pone más cuidado que en el gobierno del universo entero [41]”. Esta será una de las ideas fuerza que inspirará toda su vida y que dejará en herencia a sus oblatos para que ellos sean “los instrumentos gloriosos de la salvación eterna para las almas creadas a imagen de Dios y rescatadas por su sangre” [42].

UN COMPAÑERO : EL PADRE TEMPIER

Probablemente, el P.Tempier es el compañero que ha seguido más de cerca al Fundador y el que ha compartido su cruz. A su lado desde el principio, le ha apoyado y animado:”Sea lo que sea cuanto hayamos hecho ¿cómo hemos merecido esta gracia de tener parte así en la Cruz preciosa del Hijo de Dios?[…] Es una gracia de predilección que Dios no otorga más que a sus santos; ¿cómo podremos , entonces, lamentarnos?” [43].

El 8 de Julio de 1823 el P,Tempier es nombrado vicario general de Marsella. Dos días antes lo había sido el P. de Mazenod, a raíz de la ordenación episcopal de su tío Fortunato. Este nuevo ministerio representaba una tarea considerable. El P.Tempier la había rechazado al principio, entre otras razones porque el Fundador habría de ausentarse de tal forma que el peso vendría a recaer sobre sus propias espaldas. Fue justamente lo que sucedió. Aunque no se queje, el P.Tempier escribe con mucha frecuencia al Fundador para tenerle informado de cuanto hay que hacer y de las dificultades que encuentra [44]. Las dificultades con las autoridades civiles se acrecientan y, a raíz del nombramiento del P. de Mazenod como obispo, estalla un nuevo conflicto. Las autoridades civiles exigen que tal nombramiento, antes de ser aceptado, reciba la aprobación regia. Al P. Tempier le resulta muy difícil convencer al fundador de que responda a lo que se le pide. De nuevo solo en su tarea de vicario general, escribe al Fundador en 1835:”Pienso que es la última vez que le hablo de esto, pues estoy ya cansado. Puedo asegurarle que si el descanso le resulta agradable, lo reclamo y lo deseo al menos tanto como usted para mí. ¿Por qué he de estar aquí requemándome la sangre desde hace doce años, enganchado siempre al arado, en las más penosas circunstancias? La Providencia ha dispuesto siempre las cosas de tal modo que jamás ha habido una crisis difícil de superar, de cualquier naturaleza que haya sido, sin que yo me haya encontrado solo para paladear su dulzura” [45].

Desde que Monseñor de Mazenod toma posesión de la sede de Marsella, las relaciones del P.Tempier con las autoridades civiles, lo mismo que el desempeño de su función de vicario general, se tornan más fáciles. Sin embargo, por razón de la profunda amistad que le unía al Fundador, el período más doloroso de su vida es el que va de la muerte de éste, en 1861, a la suya, acaecida en 1870. Pasa meses enteros a la cabecera de Eugenio de Mazenod y anuncia su muerte a la Congregación. Tiene también que hacer frente a la oposición que se desata abiertamente en seguida tras la muerte del Obispo [46] . El sucesor de Monseñor de Mazenod como obispo de Marsella tiene parte en ello. Comprometido directamente en todas las dificultades suscitadas, el P. Tempier trata de defender la memoria del fundador y al mismo tiempo los intereses de la Congregación. El P.José Fabre, sucesor del fundador como superior general, escribe a Mons Santiago Jeancard, el 9 de noviembre de 1861:”Bien crucificado está este Padre tan abnegado que tanto ha hecho, y por quien tan poco se ha hecho y se hace” [47].

El P. Tempier nos ha dejado, con su vida y su espiritualidad, el ejemplo de un oblato que ha vivido mucho a la sombra de la cruz. Con el Fundador y también solo aceptó que la cruz formara parte de su vida y de su ministerio [48].

LA CRUZ , LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS Y LA VIDA OBLATA

Tendemos ahora una mirada a las Constituciones y Reglas, tomando como punto de partida las de 1982, haciendo referencia a ediciones anteriores y a algunos comentarios.

En la primera parte, El carisma oblato, en el capítulo primero: La misión de la congregación , encontramos la primera referencia a la cruz en la C 4 : “ La Cruz de Jesús ocupa el centro de nuestra misión. Como el Apóstol Pablo, predicamos ‘a Jesucristo y éste crucificado’ ( 1Cor 2, 2 ). Si llevamos ‘en el cuerpo la muerte de Jesús’, es con la esperanza ‘de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestro cuerpo’ (2 Cor 4,10) A través de la mirada del Salvador crucificado vemos el mundo rescatado por su sangre, con el deseo de que los hombres, en quienes continúa su pasión, conozcan también la fuerza de su resurrección (cf. Fil 3,10)”.

En la página anterior se pueden leer dos extractos de las Constituciones de 1826 : “Predicar a Jesucristo crucificado” y “ Con Jesús en cruz” [49] . Las CC y RR de 1853, 1928 y 1966 mantienen estos dos artículos [50]. En su apostolado, el oblato toma parte en la pasión y en la cruz, que invitan a la renuncia pero también a la valentía. La C 57 de 1966 habla de ser “ testigo de la Verdad” y “servidor de la Palabra”, desafiando al oblato a practicar lo que anuncia y a no buscarse a sí mismo [51].

Reconocemos aquí ciertas ideas del Fundador. La sangre de nuestro Salvador crucificado rescata el mundo, nos invita a practicar la reparación y a ser testigos en la humildad y la verdad. Pero, en el contexto de hoy, con frecuencia asociamos la cruz a la Pascua y al gozo de la resurrección. Se nos invita a mirar el mundo con los ojos del Salvador crucificado para purificar nuestra manera de contemplar el mundo y nuestro apostolado [52].

La segunda referencia a la cruz se encuentra en la C 24, que trata del voto de obediencia y cita Fil 2,8 :”Obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz”. Este texto sólo se encontraba en la Regla de 1966 cuando hablaba de la comprensión de nuestro voto de obediencia [53].

En tercer lugar, encontramos en la sección que lleva por título “Viviendo en la fe” , la C 34 sobre las pruebas y la penitencia. Las ediciones de 1853 y de 1928 han mantenido exactamente la versión de 1826, mientras que la edición de 1966 contiene el texto que sirve de base a la edición de 1982 [54]. En su comentario de la Regla de 1982, el P. Jetté tiene un largo pasaje donde habla de ascetismo misionero en el contexto de una oblación total, de renuncia a sí mismo y de disciplina personal que lleva a la generosidad y a la conformidad de la voluntad propia con la de Dios [55].

En cuarto lugar, en la sección sobre el compromiso religioso, la C 59, al hablar de los primeros votos, tiene una formulación que no se encuentra en ninguna otra edición.

En quinto lugar, en la misma sección, las CC 63 y 64 tratan de la cruz oblata y del hábito religioso. Las ediciones de 1826,1853 y 1928 tienen el mismo artículo, por más que no repitan las mismas palabras. La edición de 1966 solamente afirma que “el crucifijo recibido en la oblación perpetua será su único signo distintivo” [56].

La Regla de 1826, ya lo hemos visto, habla de la cruz en la sección sobre el desarrollo de las misiones [57]. Tiene también una cláusula recordando la tradición de colocar en cada nueva casa, en lugar bien visible, una cruz que deberá ser puesta en las manos de un oblato difunto. La cruz con la que un oblato era inhumado no era la de su profesión. Esta, en efecto, debía ser entregada a un nuevo oblato [58].

Hoy frecuentemente se asocia la cruz al problema de la bondad y del amor de Dios y al del sufrimiento y del mal que nos rodean. ¿Cómo puede suceder todo esto? Las CC y RR, con todo, nos invitan a verlo a través de la mirada del Salvador crucificado, a tener presente que todos los que sufren toman parte en los sufrimientos de Cristo. Nos invitan a integrarlo todo en nuestras vidas. Escribe el P. Jetté: “El punto en el que [Jesús] más insiste es éste: que [los Apóstoles] terminen superando la concepción puramente humana y terrena del Reino de Dios. Y el criterio que les da es el misterio de la cruz, de la salvación por la cruz, escándalo para los judíos, locura para los paganos, pero sabiduría para Dios” [59].

CONCLUSIÓN

Sin duda, la cruz habla de sufrimiento. Pero al contemplar la cruz y los sufrimientos de Cristo, el Fundador veía el amor de Dios Salvador y Redentor. Allí veía su vocación y la de todos los oblatos. Vivir esta vocación significa sufrir de esa clase de sufrimiento que acompaña a la denuncia del espíritu del mundo y a la renuncia a sí mismo. Además, lo que hace de esto un verdadero sufrimiento es la profundidad de la propia respuesta ante la cruz, una respuesta que nos empuja al don total, a la generosidad total y al amor total.

Los oblatos, guardando en el espíritu sus flaquezas, no perderán nunca su dignidad de rescatados de Cristo Salvador, dignidad que hace de ellos testigos y servidores y los invita no a disminuir sino a crecer personalmente. El fundador ha insistido desde el principio en cierta pasividad, dentro de la cual son felices de reconocer y de recibir los abundantes dones de Dios, y responden plenamente a su llamada a ser oblatos, a ser cooperadores suyos en la salvación del mundo.

Fredrik EMANUELSON