1. Teologia De Las Devociones
  2. Las Devociones Del Fundador
  3. Las Devociones En La Tradición Oblata
  4. Conclusión

TEOLOGIA DE LAS DEVOCIONES

Las devociones que no se refieren a los grandes misterios de nuestra fe (como el Padre, Cristo, el Espíritu, la Eucaristía, la Virgen) no han suscitado investigaciones desarrolladas de los teólogos ni de los biblistas. Los grandes diccionarios de liturgia, de teología o de espiritualidad son muy sucintos a este respecto.

Por otra parte, la Iglesia ha atendido sobre todo a reprimir las devociones que rozaban la idolatría o la ilusión, dejando que el Espíritu Santo animara la piedad popular verdadera. Sin embargo, ella ha alentado ciertas manifestaciones particulares cuyos frutos se han visto claramente a través de los siglos, como, por ejemplo, las devociones al viacrucis, al rosario y al ángel de la guarda.

Para el objeto de este artículo digamos solamente que lo esencial de las devociones consiste en la utilización de una realidad creada para llevar el corazón a una relación viva con Dios. La realidad empleada puede ser un objeto material que se ha vuelto sagrado, como la cruz, las reliquias, los signos sacramentales, etc.; o bien una realidad social ligada directamente a Dios, como la Iglesia- institución, el Cuerpo místico de Cristo, el Papa; o bien también una realidad humana individual, como las almas del purgatorio y los santos y santas.

En el N.T. todas las criaturas se vuelven parábolas del Reino de Dios. En forma muy especial, para Jesús, las personas humanas son a menudo puntos de apoyo para el encuentro con su Padre, sobre todo, aquellas que suscitan su

admiración a causa de su fe, como los pequeños y los humildes (Mt 11, 26), el centurión (Mt 8, 10) o la cananea (Mt 15, 28).

En la Iglesia, a lo largo de su historia, se van a multiplicar las devociones hacia realidades vinculadas a la vida de Jesús (María, José, el ángel Gabriel, el pesebre, la casa de Nazaret…); o bien hacia personas de todos los tiempos que han sido consideradas como amigos íntimos de Jesús por su santidad; o bien hacia lugares u objetos reconocidos como portadores de una presencia especial de Dios como las reliquias y los lugares de peregrinación.

La popularidad de todas estas devociones ha variado con los siglos, con los países y los temperamentos, según el puesto ocupado por los signos sensibles en la vida cotidiana de los pueblos y de las personas. No siempre se evitará el apegarse a los signos como si fueran la realidad principal, y el llegar así a una piedad supersticiosa. Pero también sucederá que los signos mantengan el corazón bien adherido al verdadero Dios y protejan al hombre contra una piedad nebulosa, abstracta y desencarnada.

LAS DEVOCIONES DEL FUNDADOR

San Eugenio de Mazenod vivió al final de un siglo en el que el corazón estaba desquitándose del espíritu cartesiano, del “clasicismo”, del jardín de Versalles. Era la revolución del pueblo, mucho más emotiva que racional.

Además, Eugenio llevaba en todo su ser el soplo del Mediodía, hinchado por los grandes vientos cálidos del Mediterráneo.

Desarrolló ciertas devociones más ardientes en que se enraizaban los cimientos mismos de su vida interior, como, por ejemplo, su devoción a la Trinidad, a Cristo Salvador, a la Virgen Inmaculada, a San José, a los Apóstoles, a la Iglesia, etc. A cada uno de esos temas consagra un artículo

especial este diccionario. Pero se encuentran en él también ciertas devociones peculiares en las que su corazón manifiesta una increíble vitalidad espiritual: solo de éstas hablaremos aquí.

1. IMPORTANCIA DE LOS SIGNOS PARA EL

No nos sorprenderá ver la importancia que tuvieron los signos para alimentar su relación íntima y profunda con el Señor, pero sin que nunca se dejara llevar por el sensacionalismo o el sentimentalismo. He aquí lo que dice al respecto el P. Rambert: “Tal era la piedad de Mons. de Mazenod; animada por una fe viva, lo abrazaba todo; era grande, elevada como su espíritu; generosa, amplia y fuerte como su voluntad, ardiente y afectuosa como su corazón; sencilla, recta y llena de sentido como su hermosa alma […] sentía como un alejamiento instintivo de las singularidades y de las devociones nuevas. No osaba inicialmente condenar esas novedades, pues sabía bien que el Espíritu Santo podía esta allí, que él se manifiesta sin cesar en la Iglesia, que sus manifestaciones son infinitas, que sopla donde quiere, y que los dones de Dios se diversifican casi tanto como son las almas justas en la tierra. Pero, para él, no sentía ningún atractivo ni inclinación hacia ese lado. No se sentía llevado sino a las grandes, antiguas y perpetuas devociones de la santa Iglesia, nuestra Madre” [1].

2. LOS ACONTECIMIENTOS, PORTADORES DEL ROSTRO DE DIOS

Para el fundador, los signos más importantes que lo ligan a Dios son los acontecimientos cotidianos, felices o infelices; y cuanto más misteriosos son, más le hacen penetrar en el seno de la Trinidad, de la Providencia, del Espíritu Santo, de la voluntad divina, de la gloria de Dios [2].

3. DEVOCION A LOS ANGELES COMO ENVIADOS DE DIOS

Al hablar de las devociones particulares del fundador, hay que decir algo peculiar a propósito de los ángeles, especialmente de los ángeles custodios.

Recurre a la intercesión de ellos antes de emprender una gestión importante [3]; les da gracias siempre que un asunto importante sale bien [4]; cada mañana confía su jornada a su ángel de la guarda [5]; le gusta mantener contacto con sus amigos a través de los ángeles de la guarda de cada uno [6]. Le gusta también, los martes, rezar y hacer rezar el oficio de los santos ángeles [7]. Para completar estas indicaciones demasiado breves, se puede leer el resumen dado por el P. E. Baffie sobre la devoción del fundador a los santos ángeles [8].

4. DEVOCION A CIERTOS SIGNOS PARTICULARES

En otras partes de este diccionario se verá la importancia prioritaria que el fundador dio a signos como la Eucaristía, la Cruz, la Pasión y el Oficio divino. Pero quedan todavía otros signos importantes que destacar: la Palabra de Dios, la liturgia, las reliquias y los escapularios: estos fueron alimentos deseados por Eugenio de Mazenod para acercarse a Dios.

—La palabra de Dios. Para Eugenio, el libro de la Palabra, sobre todo el Nuevo Testamento, es la única verdadera fuente de todas las acciones apostólicas verdaderamente evangélicas. Su actitud de veneración queda bien de manifiesto en una carta que escribía en 1805 a un amigo que había encontrado en un viaje a París: “[`…] he reunido aquí abajo unas palabras de consuelo que cuidé de sacar de la fuente pura, del libro de la vida, de ese código admirable donde se han previsto todas nuestras necesidades y se han preparado los remedios. No es, pues, Eugenio, es Jesucristo, es Pedro, Pablo, Juan, etc., quien le envía ese alimento saludable que, recibido con ese espíritu de fe de que usted es capaz, no quedará ciertamente sin efecto” [9].

Al meditar la palabra de Dios en el seminario, expresa su veneración: “Adoremos a Jesucristo cuando enseña a sus Apóstoles esta admirable doctrina que ellos estaban encargados de trasmitirnos para nuestra santificación […] Le debemos el mismo respeto a la Palabra de Dios […] que si la escucháramos de la boca misma de Jesucristo […]” [10].

La importancia de la Palabra de Dios ya había ocupado su corazón de niño, cuando su tío abuelo hacía que Eugenio le leyera capítulos del Nuevo Testamento, en Venecia, en un libro que conservará toda la vida [11]

Su adhesión a la Palabra de Dios como fuente de toda palabra evangelizadora está claramente expresada en un artículo de E. Lamirande [12]. Y la referencia instintiva del fundador a esta Palabra queda ilustrada en dos artículos del P. Jorge Cosentino [13] y del P. Silvio Ducharme [14], donde muestran las fuentes escriturísticas de nuestras Constituciones y Reglas.

—La liturgia. Para el fundador, la liturgia era verdaderamente un lugar privilegiado para acercarle el corazón a su Creador y su Salvador, y para reunir a los creyentes en gestos de fe viva y ostensible. “Tengo hambre y sed de estas hermosas ceremonias religiosas” escribía en su diario el 8 de marzo de 1859. En 1856, al salir de las ceremonias de la semana santa, anota: “[…] son hermosas jornadas, es un paraíso anticipado”. Y el P. Rambert comenta: “[…] la piedad recta, sencilla y expansiva de Mons. de Mazenod le hacía apreciar mucho la pompa de las ceremonias religiosas […] Nada le alegraba como las ceremonias públicas y sobre todo las procesiones generales […] en que toda la ciudad parece asociarse en un sentimiento unánime de fe y de amor para hacer cortejo a Nuestro Señor Jesucristo” [15]. Nada podía alimentar con tanto sabor su corazón de marsellés ni hacer vibrar tan ardientemente su amor como unos fieles reunidos en torno al Salvador. Por eso rehusó que se omitiera la celebración pontifical de Pentecostés con el pretexto de que se encontraba moribundo [16].

—Los escapularios. Personalmente, el fundador no parece haber dado gran importancia a los escapularios como objetos de veneración o de devoción. Pero, más bien como hábito de familia consagrada a María, pidió a Roma que otorgara a los oblatos dos escapularios que les fueran propios: el escapulario blanco de la Inmaculada Concepción, decidido en el Capítulo de 1837 como signo de la consagración a María [17] y el escapulario azul de la Inmaculada Concepción, decidido en el Capítulo de 1856, como emblema propio a predicadores de la Virgen [18].

5. DEVOCION AL MISTERIO DE LA COMUNION DE LOS SANTOS

Resulta un fenómeno algo excepcional la importancia que el fundador da, en su vida cotidiana, al misterio de la comunión de los santos. Se puede decir que él vivía habitualmente en presencia de los santos, como de hermanos y hermanas que le revelaban toda clase de aspectos del corazón de Dios. Ellos habitaban en su espíritu, donde se desarrollaba una teología que le era grata y que él mismo consideraba bastante audaz [19].

Y, con todo, esa percepción del misterio impregnaba su corazón. Después de una celebración solemne de jubileo en favor da la Iglesia de España, Mons. de Mazenod anotaba en su diario: “Esta alegría se debía a la gran comunión de los santos, cuya sensible impresión era imposible dejar de percibir, se debía a la dicha que se sentía de formar parte de esta iglesia católica que tiene a Dios por Padre y a todos los hombres regenerados por hermanos” [20]. Así comprendemos mejor el gusto que sentía por la oración litúrgica [21].

Entre los santos, las almas del purgatorio ocupaban un lugar especial en el corazón del fundador [22].

Pero tal vez el aspecto más conmovedor de su devoción a los santos se ve en la veneración que mostraba a sus reliquias. No se trataba de una devocioncilla, sino de un verdadero encuentro con personas amigas de Dios, con hermanos y hermanas unidas a él en Cristo [23]. Ese modo de ver nos lleva a entender mejor sus transportes íntimos al hallarse en presencia de las reliquias de S. Exuperio [24], de S. Sereno, antiguo obispo de Marsella [25], de Mons. Gault [26], también antiguo obispo de esa sede, de S. Lázaro, supuesto fundador de Marsella [27]. Sentía también un afecto muy vivo a los recuerdos de los oblatos fallecidos con signos de santidad [28].

Otra característica de su devoción a los santos era la atención que daba a su patrocinio. Para él los patronos son muy importantes, ya como modelos, ya como intercesores, ya como protectores, siempre como amigos en connivencia con él para el servicio del Reino, tanto en su vida personal como en sus tareas apostólicas.

Están primero sus patronos personales: San Carlos [29], San José [30] y San Eugenio [31]. Y a lo largo de su ascenso al sacerdocio, se encomendó a los santos del martirologio que marcaban cada una de las etapas [32]. Para su Congregación de jóvenes escogió a San Luis Gonzaga [33]. Desde el comienzo de su Sociedad de Misioneros, la confía a San Vicente de Paúl [34], y poco después a San Alfonso de Ligorio [35], luego a San Carlos [36] y a San Francisco de Sales [37]. Además acudirá a San Leonardo de Porto Maurizio para que velara por el celo apostólico de los oblatos [38]. Más tarde, en las letanías cotidianas introducirá a los santos cuya vida puede inspirar más el celo apostólico: San Fidel, Santo Domingo, San Francisco Javier, San Felipe Neri y San José de Calasanz. Ya en su primera carta había anunciado a Tempier que la regla de vida se tomaría de San Ignacio, San Carlos, San Vicente de Paúl y el beato Ligorio [39].

Siempre está atento a los patronos de la diócesis de Marsella: “Nombrado obispo de Marsella, Mons. de Mazenod se consideró siempre como el gerente oficial de los intereses y de la gloria de todos los santos cuyas virtudes y cuyas reliquias formaban el patrimonio secular de su Iglesia” [40].

Como misionero predicador, insistió siempre en entablar una relación interior profunda con el patrono de la parroquia donde iba a predicar [41] y pidió a los oblatos que hicieran lo mismo.

En fin, todas las circunstancias eran buenas para acudir a la protección de algún santo o santa. Así se sentía especialmente cercano a santa Teresa a causa del convento de las carmelitas de Aix poseído por los oblatos, y a causa de las carmelitas muertas en dicho carmelo [42]. Las fechas del contrato y de la instalación de una casa son importantes por razón de los santos que se celebran esos días [43]. El simple paso de las reliquias de San Exuperio por Marsella, le hace pasar horas en oración, en fraternidad con ese santo [44].

En todo lo que precede, la realidad más importante y más significativa que destaca, es la conciencia muy profunda que el fundador tiene de su parentesco con todos los santos del cielo y con las almas del purgatorio, así como con todas las personas que quería llevar al Señor. Hacía muy poca diferencia entre los miembros triunfantes, purgantes o militantes que constituyen el Cuerpo de Cristo, excepto en cuanto al poder de intercesión y de protección. Todos eran para él amigos íntimos con quienes deseaba conversar siempre: ya se trate de las criadas reunidas en la iglesia de la Magdalena, ya de San Exuperio. La comunión de los santos no era ante todo un dogma para él, sino una realidad bien viva de todos los días. Por eso él acudía tanto a los santos de la iglesia militante como a los otros para lograr apoyo en las situaciones difíciles; hablaba de todos con el mismo corazón y el mismo afecto.

6. CONCLUSION

Al final de esta exploración demasiado breve sobre las devociones del fundador, uno queda sorprendido por el equilibrio bastante excepcional entre una viva sensibilidad y una fe sin fisuras: sin caer hacia la superstición ni hacia la desencarnación. El se nos presenta como una luz para una edad en que el miedo a la emotividad religiosa popular tendía con frecuencia a inducir hacia un falso despojamiento de lo visible.

LAS DEVOCIONES EN LA TRADICIÓN OBLATA

En forma general, podemos decir que las devociones vividas por los oblatos en tiempo del fundador, fueron perdiendo gradualmente importancia al hilo de la historia, siguiendo así la misma curva que en la vida de la Iglesia.

1. EN LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS

El Fundador no había incluido en el texto de las CC y RR más que las tres grandes devociones a Cristo Salvador, a la Cruz y a María Inmaculada, pues las otras se basan solo en las costumbres cotidianas y en los directorios. La misma orientación se ha seguido siempre que se ha retocado nuestro libro de vida.

2. EN LOS CAPITULOS GENERALES

Por su parte, los Capítulos generales en sus decretos oficiales han dado muy poco lugar a las devociones oblatas. Se han contentado con promover la redacción y aprobar los diversos directorios en los que se mencionaban ciertas devociones.

Podríamos indicar algunas decisiones ocasionales. En 1873, el Capítulo insiste para que se den nombres de santos a nuestras casas y a cada habitación, siguiendo una costumbre que se remonta al tiempo del fundador [45]. La misma recomendación se repetirá en varios Capítulos subsecuentes: 1898, 1920 y 1947.

El Capítulo de 1887 decide pedir a la Congregación de Ritos que la fiesta de San Jorge sea elevada al rito doble mayor para los oblatos, pero el informe no indica el porqué de esta devoción.

En 1893, el Capítulo decide abandonar la fiesta de San Lázaro porque es una devoción local de la diócesis de Marsella.

El Capítulo de 1879 desea que se pida a la S. Sede que eleve al rango de rito doble la fiesta de Santa Margarita María Alacoque.

—El directorio de los juniorados. Los Capítulos generales insistieron por mucho tiempo en que se redactaran directorios de formación para los juniorados, los noviciados y los escolasticados [46].

En el directorio preparado para los alumnos de los juniorados, redactado por el P. Alejandro Soulerin y publicado en 1891, el capítulo VI enumera las devociones especialmente recomendadas. Tras haber mencionado las grandes devociones a Nuestro Señor, la Santísima Virgen y San José, se añaden los ángeles custodios, los arcángeles Miguel, Gabriel y Rafael, así como los patronos de la juventud: San Estanislao de Kostka, San Juan Berchmans y, con cierta preferencia, San Luis Gonzaga. Estas opciones provienen, no de la tradición antigua, sino de que Roma las recomienda [47].

— El directorio de los noviciados y escolasticados. Desde los años

1830-1835 se tenía un texto de directorio para noviciados y escolasticados que quedó en forma de manuscrito y sirvió hasta 1876, fecha en que el P. Rambert retocó el texto y lo publicó en la editorial Mame [48].

En los manuscritos, en el capítulo de las devociones, volvíamos a encontrar, como para el juniorado, una gran importancia dada a los ángeles. Y se añadían estas devociones: “a los Apóstoles, sobre todo a San Pedro, San Pablo y San Juan evangelista, a todos los fundadores de órdenes religiosas y a los santos que se han distinguido por su amor a Jesucristo: San Agustín, San Bernardo, San Francisco de Asís, San Francisco de Sales, San Pedro de Alcántara, San Luis Gonzaga, San Estanislao de Kostka, y entre las santas, Santa Magdalena, Santa Teresa, Santa Catalina de Génova, Santa Catalina de Siena, y Santa Magdalena de Pazzis, etc.” [49] Y el directorio pide a los novicios que consagren cada día de la semana a una devoción particular, orientando hacia ella “sus rezos, buenas obras y oraciones jaculatorias” [50].

Pero en el texto del P. Rambert se nos indica únicamente la devoción a Nuestro Señor (Infancia, Pasión, Eucaristía, S. Corazón), a María y a José. Y se concluye así: “Estas son las devociones principales que creemos deber limitarnos a recomendar como más propias a los oblatos y como más conformes al espíritu de su vocación. Podrían indicarse también otras muy excelentes y capaces de producir mucho bien en las almas , pero no tendrían una aplicación tan general a nuestras necesidades comunes […] En esto vale más dejar a cada uno libre para seguir su atractivo especial, tras haber consultado a su director. Solo hay que evitar: 1) abrazar demasiadas, pues entonces estas devociones, lejos de servir al progreso espiritual, lo obstaculizarían quitándonos la libertad de espíritu y la paz del alma; 2) despreciar alguna de esas devociones aprobadas por la Iglesia, pues teniendo su fuente en el Espíritu Santo, todas ellas son dignas de nuestro respeto” [51].

Como los manuscritos de 1831-1835 fueron muy poco citados, en especial por el Fundador, y como, por otra parte, el P. Rambert amaba mucho a Mons. de Mazenod, ¿sería falso pensar que su interpretación de las devociones recomendables se aproxima más a la tradición que lo que se indica en los manuscritos e incluso en el directorio de los juniorados, publicado 15 años más tarde?

—Los libros oblatos de oraciones. Ha habido 8 ediciones diferentes del manual de oraciones para los oblatos: 1865, 1881, 1897, 1913, 1929, 1932, 1958 y 1986. Fuera de la última, todas repiten las devociones tradicionales mencionadas en este artículo. Pero la última edición modificó mucho las orientaciones, eliminando casi todas las oraciones, menos las dirigidas a Dios, a la Virgen a San José y a los santos Apóstoles. Solo se conservan las letanías del examen particular para tomar contacto con los santos más queridos del fundador. Por otra parte se insistió más en recoger oraciones del fundador y del misal actual.

3. EN LAS CIRCULARES DE LOS SUPERIORES GENERALES

Los diversos superiores generales no han hablado apenas de las devociones tradicionales oblatas fuera de lo que toca al S. Corazón y a María Inmaculada.

Pero, a partir del primer aniversario de la muerte del fundador, se ha empezado a exhortar a los oblatos a unirse cada vez más íntimamente al fun- dador mismo en primer lugar y luego a los oblatos que han marcado a la Congregación por su santidad. Por supuesto, no se habla formalmente de “devoción” pero se expresan sus elementos: contar con su intercesión, dejarse imbuir por sus ejemplos, tomar de ellos inspiración de vida y de fidelidad [52]. Se puede decir que el P. Deschâtelets fue el gran promotor de la devoción al Fundador con toda clase de iniciativas que han sensibilizado a toda la Congregación, de suerte que la beatificación apareció como el estallido normal de la piedad de los oblatos más que como el comienzo de una nueva devoción.

CONCLUSIÓN

¿Cómo situarnos hoy en esta tradición de las devociones oblatas sin perder nada de los valores que contiene pero también sin regresar a comportamientos que serían artificiales para la vida espiritual de hoy?

Parece que el fundador nos ofrece la clave con su adhesión tan fuerte a la comunión de los santos. Por encima de esta o aquella devoción particular, había en su corazón una fe profundamente socializada que le hacía vivir en total solidaridad con todos aquellos a quienes el Padre ama y a quienes Cristo salva. Recordemos el texto arriba citado tomado de su diario y escrito a raíz de la celebración del jubileo de la Iglesia de España: “Esta alegría se debía a la grande comunión de los santos, cuya sensible impresión era imposible dejar de percibir, a la dicha que se experimentaba por formar parte de esta iglesia católica que tiene a Dios como Padre y a todos los hombres regenerados como hermanos” [53].

Parece claro que las orientaciones espirituales suscitadas actualmente por el Espíritu en la comunidad eclesial tienden a hacernos salir de nuestra fe, a menudo demasiado individualista, para llevarnos a vivir en comunión fraterna con toda la humanidad en nuestros diversos encuentros con Dios.

Estas orientaciones las encontramos ya muy vivas en nuestro fundador, en un grado algo excepcional para su época. Por tanto es entrar a fondo en la tradición oblata el vivirlas hoy a nuestra vez. Y se puede decir que nuestro último manual de oraciones sostiene esa orientación, reemplazando varias oraciones dirigidas a santos particulares por oraciones que ponen en comunión con diversas categorías de personas que buscan a Dios o que lo han encontrado: las comunidades eclesiales, los laicos, los sacerdotes, los misioneros, los oblatos que viven y los oblatos difuntos.

Roger GAUTHIER