1. La Lectura De La S. Escritura Según El P. De Mazenod
  2. Selección De Textos
  3. Testimonio De Fe
  4. La Palabra De Dios Acogida Por Los Oblatos
  5. Conclusión

La familiaridad de un hombre con la Biblia es reveladora de su identidad espiritual. En esta perspectiva vamos a estudiar la fidelidad de Eugenio de Mazenod a la lectura cotidiana de la Biblia, la influencia de algunos textos importantes en su vida espiritual y en su apostolado, su fe en el poder de la Palabra de Dios y la fidelidad de los oblatos a este ejemplo de su fundador.

LA LECTURA DE LA S. ESCRITURA SEGÚN EL P. DE MAZENOD

La Palabra de Dios fue el alimento habitual de su vida. “Transmitida por Jesucristo a sus apóstoles, no ha perdido nada de su eficacia al pasar a través de los siglos; se ha comprobado que, salida de la boca de aquel que es la vida eterna, ella sigue siendo siempre espíritu y vida” [1].

1. DURANTE LOS AÑOS DE SU JUVENTUD

Esta convicción se enraizó en el corazón de Eugenio gracias a la formación religiosa recibida en Venecia de Don Bartolo Zinelli. No conocemos en detalle lo que éste le hizo estudiar. El joven dirá simplemente en su Diario: “Fue este sacerdote quien me instruyó en la religión y me inspiró los sentimientos de piedad que han preservado mi juventud […]” [2]. A juzgar por las reacciones del joven Eugenio, esa enseñanza debía de incluir una iniciación en la Biblia para encontrar en ella alimento de vida. De vuelta en Aix unos años más tarde y siendo todavía laico, buscaba en la Sagrada Escritura respuesta a los problemas concretos de la existencia. Tenemos sobre esto una ilustración notable en la carta que escribió a Emmanuel Gaultier de Claubry, joven oficial del ejército francés, con quien había trabado amistad viajando a París en setiembre de 1805. Para alentar a su amigo en las dificultades que se le planteaban para testimoniar su fe, Eugenio le ofrece toda una serie de pasajes de la Biblia con este comentario: “[…] he reunido aquí abajo palabras de consuelo que cuidé de sacar de la fuente pura, del Libro de vida, de ese código admirable donde se han previsto todas nuestras necesidades y se han preparado los remedios. No es, pues, Eugenio, es Jesucristo, es Pedro, Pablo, Juan, etc. quien le envía ese alimento saludable que, recibido con ese espíritu de fe de que usted es capaz, no quedará ciertamente sin efecto” [3]. Tras haber citado esta carta, añade el P. Aquiles Rey: “No conocemos enumeración más completa ni más sorprendente respecto a textos apropiados para reanimar el coraje cristiano volviéndolo invencible” [4]. Desafortunadamente, el P. Rey no cita ninguna de las referencias utilizadas por Eugenio. Esta carta muestra que ya en esa época, a fines de 1805, la Biblia es para él palabra de vida. La carta manifiesta también una real familiaridad con la Sagrada Escritura.

2. EN EL SEMINARIO

El P. José Morabito ha estudiado con esmero la enseñanza dada en el seminario de San Sulpicio [5]. Los archivos generales de los oblatos conservan los cuadernos de teología de Eugenio. Entre ellos hay dos dedicados a la S. Escritura: 1. “Notas sobre la vida de Jesús hasta la Pasión”. 2. “Los 4 primeros capítulos del Génesis y notas diversas”. Cuando se habla de la formación bíblica que se impartía en los seminarios en el siglo pasado, hay que distinguir entre la enseñanza y la lectura meditada de la Biblia. Juan Leflon subraya la pobreza de la enseñanza a pesar de las dotes intelectuales de los profesores, porque había excesiva preocupación de apologética [6]. Un punto al que no prestan bastante atención los historiadores y que sin embargo es de capital importancia, es que sacerdotes y seminaristas de entonces consagraban al menos media hora cada día a la lectura de la Biblia y eso iba plasmando su mentalidad. Eran fieles a la Lectio divina. Aunque los seminaristas gastaran el tiempo midiendo el arca de Noé para saber si podía dar cabida a todos los animales cuando el diluvio, recibían la Biblia en forma mucho más vital haciendo de ella el alimento de su reflexión cotidiana. Y esta será la reacción de Eugenio de Mazenod y la de sus compañeros durante toda su vida.

3. ACTITUD PERSONAL DEL P. DE MAZENOD

a. Aprender a actuar como Jesucristo.

En el reglamento previsto para su vuelta a Aix en octubre de1812, Eugenio toma esta resolución: Después de prima y el martirologio “leeré la Sagrada Escritura durante media hora” [7]. Su manera de hablar y de obrar muestra que para él la parte principal de la Escritura es el Evangelio. Basta ver con cuánta frecuencia se refiere a Jesucristo como modelo. He aquí algunos ejemplos: En las notas con que preparaba los primeros sermones de la cuaresma de 1813: “[…] el Evangelio debe ser enseñado a todos los hombres y debe ser enseñado de forma que se comprenda. Los pobres, porción preciosa de la familia cristiana no pueden quedar abandonados en su ignorancia. Nuestro divino Salvador hacía tanto caso de ellos que se encargaba personalmente del cuidado de instruirlos y dio como prueba de que su misión era divina que los pobres eran evangelizados: pauperes evangelizantur” [8]. Para reaccionar como Cristo, él se dedica, desde el principio, a los pobres. Igualmente se refiere a Jesucristo como luz para la vida: “¿Qué hizo nuestro Señor Jesucristo?” Esta pregunta enunciada en el Prefacio, se la vuelve a hacer el P. de Mazenod en todas las circunstancias de la vida. Su preocupación es familiarizarse con el modo de hacer y de pensar de Cristo para reaccionar como él. Precisamente para adquirir esta actitud quiere que el tema habitual de la oración sea “la vida y las virtudes de Nuestro Señor Jesucristo que los miembros de la Sociedad deben reproducir en sí mismos” [9]. Así, la lectura de la Biblia consiste ante todo en la lectura del Evangelio, que le enseñará a ser como Cristo y a vivir con él. Al prepararse al episcopado, podrá decir: “Este libro del santo Evangelio se me confía para que, conforme a mi vocación, o mejor dicho, a la misión que se me da, yo vaya y predique la buena nueva de la salvación al pueblo del que estoy encargado” [10].

El P. de Mazenod quería ser en tal grado fiel a la resolución tomada en 1812 de leer cada día la S. Escritura, que se imponía una penitencia cada vez que faltaba a ella. En las notas de retiro de diciembre de 1813 encontramos: “Me impondré una penitencia por cada falta inexcusable a los artículos de mi reglamento […], si se trata de la lectura de la S. Escritura, dos horas de cilicio el día siguiente” [11]. Aprovecha los retiros anuales para renovar la misma resolución en 1817, 1818 y 1824 [12]. Porque ha sido fiel a ella, puede en mayo de 1837, a la hora de tomar posesión de la sede de Marsella, agradecer al Señor que le ha iluminado por la Biblia: “Os doy gracias, Señor, por haber hecho brotar semejante luz del depósito sagrado de vuestras santas Escrituras. Indicándome el camino que debo seguir, dándome el deseo de seguirlo, añadiréis el poderoso socorro de vuestra gracia […]” [13]. Y se propone seguir en la misma línea para ser pastor según el corazón de Cristo. “Alimentar el amor de Dios y todas las virtudes que de él se derivan por la oblación diaria del santo Sacrificio, por la oración, y la lectura de la S. Escritura, de los santos Padres, de buenas obras ascéticas y de la vida de los santos” [14]. El reglamento que se propone seguir como obispo de Marsella prevé una hora de lectura de la S. Escritura [15]. Una breve reflexión muestra que él aprovechaba también los momentos libres para leer la Biblia: “[…] esperaré a que me traigan el café ocupándome en la lectura de la S. Escritura” [16]. Advertimos que en sus resoluciones el fundador dice habitualmente “lectura” y no “estudio”, pues intenta ser fiel a la tradición de la lectio divina, que es una lectura reposada, durante la cual el corazón se deja moldear por la Palabra de Dios.

b. Comprender el texto según el espíritu

“Es más esencial […] reflexionar sobre un pasaje para conocer cuál ha podido ser la intención del autor […] a fin de no caer en el inconveniente contra el que nos previene San Pablo de seguir más bien la letra que mata que el espíritu que vivifica” [17]. Penetrar el espíritu de un texto, porque se trata de un mensaje que se dirige no solo a la inteligencia sino a todo el hombre. Y éste responde a ese mensaje con su comportamiento. Para el P. de Mazenod el espíritu del evangelio es primeramente la sencillez del verdadero misionero que se pone al alcance del más pequeño, como lo dice en uno de los sermones de la Magdalena: “[…] a imitación del Apóstol, no hemos venido a anunciaros el Evangelio de Jesucristo con los elevados discursos de una elocuencia y una sabiduría humana […] sino con la simple palabra de Dios despojada de todo adorno, puesta, en cuanto nos ha sido posible, al alcance de los más sencillos” [18]. El P. de Mazenod ha encontrado demasiados de esos predicadores brillantes que conocían bien la Biblia pero que predicaban para llamar la atención: “[…] que no suceda así con nuestras palabras, como con demasiada frecuencia he visto que sucede con las de tantos otros que anuncian las mismas verdades, y no son más que bronce que suena y címbalo que retiñe” [19].

c. Expresar el verdadero sentido de la Escritura

Esto será un fruto de la comprensión según el espíritu. Tenemos un ejemplo significativo en el párrafo sobre la confesión de la regla de 1818. Esta página es original, aunque empiece mencionando a San Ignacio y a San Felipe Neri. “No sabemos de dónde pudo sacar nuestro fundador toda esta materia” [20] “Para la redacción del párrafo de la confesión nuestro fundador se ha inspirado tal vez en algunas prescripciones de la Regla de San Ignacio” [21]. Pero las reflexiones espirituales vienen del mismo fundador. Es interesante notar que llama al ministerio de la confesión el talento confiado por Cristo a sus discípulos. Este modo de interpretar respeta plenamente el sentido de la parábola (cf. Mt 25, 14-30). El Señor confía “su fortuna” a los servidores. Es todo el tesoro de la salvación lo que se confía a los servidores para que lo hagan fructificar. Y dentro de ese tesoro está el ministerio de la reconciliación. Así el P. de Mazenod hace resaltar el verdadero sentido de la parábola mejor que cierto número de predicadores de lengua francesa que no ven en los talentos más que las cualidades personales de los discípulos. Por el contrario, hay que ver en ellos toda la riqueza de gracia que el Señor nos pide que hagamos fructificar. Durante el retiro de 1814 comprendía igual esta misma parábola aplicándola a las “gracias extraordinarias” de la vida sacerdotal: “[…] era el talento que no había que enterrar […]” [22].

4. DIRECTRICES DEL P. DE MAZENOD

a. En la primera Regla de 1818

Para redactar los textos sobre los votos, el fundador se inspiró mucho en la Regla de San Alfonso. Ahora bien, después de los artículos relativos a la perseverancia, aparece un párrafo sobre el recogimiento y el silencio, para el cual el P. G. Cosentino no ha encontrado ningún modelo en las otras reglas que tuvo delante el P. de Mazenod. En ese texto nuestro fundador reitera el llamamiento a imitar a nuestro Señor Jesucristo y a los Apóstoles, nuestros primeros padres. “Imitando a esos grandes modelos, emplearán una parte de su vida en la oración, el recogimiento y la contemplación en el retiro de la casa de Dios, en la que habitarán juntos”. Poco después precisa: “Cuando los misioneros no estén en misión, volverán gozosos al retiro de su santa casa, donde ocuparán el tiempo en renovarse en el espíritu de su vocación, en meditar la ley del Señor, en estudiar la sagrada Escritura, los Santos Padres […]”. Volvemos a encontrar aquí el ideal del P. de Mazenod: imitar a los Apóstoles en el celo más activo y en su adhesión profunda a la persona de Jesucristo, dos actitudes que se reclaman mutuamente. El silencio es necesario, silencio para escuchar a Jesucristo que habla en la Biblia. La escucha en silencio es generosa, animada como está por un amor profundo. Esto es lo que los oblatos están llamados a experimentar “en la alegría”, dice el fundador. Felices de estar en la intimidad de Cristo saboreando su palabra. Entonces la boca hablará de la abundancia del corazón (cf. Mt 12, 34). Así la lectura de la Escritura no se reduce a un estudio, se comprende en el contexto de un encuentro con Cristo y es, por tanto, una escucha de su palabra, acogida como un mensaje personal.

b. En el texto aprobado por el Papa en 1826

En el mismo contexto de silencio y de intimidad con Cristo, se guarda la directriz: “Está prescrito a cada miembro del Instituto el estudio cotidiano de la sagrada Escritura” [23]. Yo no sé qué corriente clerical redujo este estudio a los sacerdotes y a los escolásticos en la Regla de 1926. Comoquiera que sea, en las ediciones de la Regla de 1826 a 1928, esa prescripción va precedida por el párrafo sobre la oración.

C. En las cartas a los oblatos

Desde el principio de su formación los jóvenes oblatos deben familiarizarse con la lectura de la Biblia. Al P. H. Tempier, maestro de novicios en Notre-Dame du Laus, escribe el P. de Mazenod: “Hay que […] seguir haciéndoles aprender de memoria algunos versículos del Nuevo Testamento todos los días […]” [24]. La directiva de la Regla parece bastante importante al P. Juan Bautista Berne, que enseña en el seminario mayor de Fréjus, para que pida al superior general una dispensa parcial de la obligación de leer la Biblia cada día. Mons. de Mazenod le responde respecto a la lectura espiritual y luego respecto a la Biblia: “[…] consiento gustoso en que reduzca usted a 20 minutos, en vez de media hora, el tiempo que usted le dedica. Digo lo mismo para la lectura de la S. Escritura, puesto que el género de sus estudios le obliga a explotar a menudo esa mina tan fecunda” [25]. Este ejemplo muestra claramente lo que en su época el fundador y los oblatos entendían por “lectura de la Sagrada Escritura”. El P. Berne enseña en el seminario mayor; necesita, pues, para su enseñanza, estudiar la Biblia; pero esto no basta, le hace falta también una lectura continua del Libro sagrado. Así los oblatos, siguiendo al fundador, quieren ser fieles a la tradición de la lectio divina.

SELECCIÓN DE TEXTOS

Algunos fundadores de órdenes quedaron providencialmente impresionados por un texto de la Escritura que cambió radicalmente su género de vida. Se puede citar el ejemplo de San Antonio, fundador de la vida cenobítica, conmovido por el texto del Evangelio: “Si quieres ser perfecto, vete,

vende lo que tienes y dalo a los pobres”. En la vida de Eugenio de Mazenod no se dio cambio brusco debido a un versículo del Evangelio, pero hubo ciertamente pasajes de la Biblia que marcaron profundamente su existencia [26]. Sin duda, lo más fundamental fue, no una o dos frases de la Escritura que él repitiera a menudo, sino el relato de la pasión en su conjunto. Reviviendo la Pasión de Cristo, en la oración de la Iglesia, fue como quedó impresionado por su amor sin límites y decidió hacer de su vida una respuesta generosa a ese amor de Cristo. La gracia del viernes santo de 1807 es la manifestación más clara de ello. Podemos añadir algunas reflexiones como éstas: “Predicar, como el Apóstol, a Jesucristo y éste crucificado […] no con el prestigio de la palabra sino por una demostración del Espíritu” [27]. “Es preciso, si quiere vivir de la vida de Jesucristo que, según la consigna del Apóstol, lleve siempre en sí la mortificación de Jesucristo […] para ‘completar en su cuerpo lo que falta a la pasión de Cristo’ (Col 1, 24)” [28]. “Resolución general de ser totalmente de Dios […] de no buscar más que la Cruz de Jesús y la penitencia debida a mis pecados […]” [29].

Durante la liturgia de la semana santa se oyen, en las Lamentaciones de Jeremías, los gemidos de Jerusalén abandonada y perseguida; la tradición litúrgica ha visto en ellas los lamentos de la Iglesia que llora la defección de sus hijos. Ya desde el seminario Eugenio se dejó interpelar por esa lectura tradicional de las Lamentaciones, como manifiesta en su conferencia para la ordenación al subdiaconado: “[…] han penetrado hasta el fondo de nuestras almas esos dardos que desgarran a nuestra Madre, y hemos exclamado con acentos de dolor: Facta est quasi vidua domina gentium […] No, no, Madre tierna y amada, no todos vuestros hijos se alejan en los días de vuestra aflicción; un grupo, pequeño a la verdad, pero precioso por los sentimientos que lo animan, se presenta a vuestro alrededor para enjugar esas lágrimas que la ingratitud de los hombres os hace derramar en la amargura de vuestro dolor” [30]. En un estilo más sobrio en el Prefacio de la Regla, el P. de Mazenod volverá a expresar su voluntad de responder a la llamada de la Iglesia maltratada. Pienso, pues, que la página de la Escritura que más profundamente animó a nuestro fundador ha sido el relato de la Pasión. Esta página le revela el amor personal de Cristo a él mismo, el valor de toda alma rescatada por la sangre de Cristo y el amor de Jesucristo a todos los pueblos del universo. De este amor de Cristo, él no podía separar el amor de la Iglesia, que es “esa preciada herencia que el Salvador adquirió a costa de su sangre” [31]. “¿Cómo sería posible separar nuestro amor a Jesucristo del que debemos a su Iglesia? Estos dos amores se confunden: amar a la Iglesia es amar a Jesucristo y recíprocamente” [32]. Así, cuando medita los relatos de la Pasión, es sobre todo el amor de Jesucristo lo que descubre y de lo que se impregna [33].

Entre los textos significativos citados por nuestro fundador retengo en primer lugar los milagros de Pentecostés y de los comienzos de la vida de la Iglesia tal como se narran en los Hechos de los Apóstoles. Los oblatos son apóstoles por el don del Espíritu: “Estáis destinados a ser apóstoles, alimentad, pues, en vuestro corazón el fuego sagrado que el Espíritu Santo enciende ahí […]” [34]. Escribe al cardenal Fransoni acerca de los misioneros de Ceilán: “Estoy persuadido de que tienen cierta participación en el milagro de Pentecostés; ¿cómo explicar, si no, que hayan sido capaces, en tan poco tiempo, de conocer suficientemente esas lenguas difíciles para poder instruir y confesar a los indígenas de ese país? [35]. Por la fuerza del Espíritu es como los oblatos realizan milagros tan maravillosos como los de los primeros tiempos de la Iglesia. Es lo que el fundador afirma en una carta al P. Enrique Faraud: “Acabo de leer en toda su longitud y con el más vivo interés […] la admirable relación que me ha enviado desde la misión de la Natividad […] ¿Cómo expresarle todos los sentimientos que ella hizo nacer en mi alma […] Hay que remontarse hasta la primera predicación de San Pedro para hallar algo parecido. Apóstol como él, enviado para anunciar la Buena Nueva a esas naciones […], el primero en hablarles de Dios y en hacerles conocer al Salvador Jesús […] Hay que postrarse ante usted, ya que ha sido tan privilegiado entre sus hermanos en la Iglesia de Dios por la elección que él hizo de usted para realizar esos milagros” [36]. También aquí vemos el impacto de la lectio divina. El texto de la Biblia no solo recuerda un acontecimiento del pasado, es un mensaje para hoy. Porque el fundador tiene el corazón lleno de admiración por las maravillas obradas por los Apóstoles, capta el gran valor del apostolado de los oblatos hoy. En las cartas que le cuentan sus correrías apostólicas, es el Señor mismo quien le revela sus maravillas como las revela en el libro de los Hechos. Tal acto de fe traduce un llamamiento para los escolásticos, como escribe al P. Mouchette: “Deben saber que su ministerio es continuación del ministerio apostólico y que se trata nada menos que de hacer milagros. Las relaciones que nos llegan de las misiones extranjeras nos prueban que así es” [37].

El proyecto apostólico de Jesús (cf. Lc 4, 18-19), aunque no se cita muchas veces, por lo menos en términos explícitos, es de capital importancia para captar el espíritu misionero de San Eugenio. Cuando cita ese texto o alude a él, es para expresar su dicha de ser llamado como Cristo y su voluntad de comportarse como él. Como Cristo, se deja conducir por el Espíritu; habla de “una fidelidad escrupulosa a los menores movimientos del Espíritu Santo” [38]. En la carta que envía al P. Tempier unos días antes de su ordenación episcopal, habla de la oración de Cristo por nosotros y añade: “Ahora bien, precisamente sobre este punto fija más mi voluntad la virtud del Espíritu Santo, y este es el fruto que aguardo y espero de mi retiro, a saber: que en esta última fase de mi vida, me parece que estoy bien resuelto, ayudado por la sobreabundancia de gracias que voy a recibir, a procurar con asidua aplicación conformarme de tal modo a la voluntad de Dios que no haya ni una fibra de mi ser que se aparte de ella conscientemente” [39]. Si, como Cristo, se deja guiar por el Espíritu, su apostolado ya no será su obra sino la de Dios.

Conducido por el Espíritu, con y como Cristo, se da generosamente a la evangelización de los pobres. Para ilustrar esta afirmación, habría que presentar toda la vida del fundador. Baste citar unas notas del retiro de 1831. “¿Tendremos algún día idea exacta de esta sublime vocación? Para ello habría que comprender el fin tan excelso de nuestro Instituto, indiscutiblemente el más perfecto que uno se pueda proponer aquí abajo, ya que el fin de nuestro Instituto es el mismo que se propuso el Hijo de Dios al venir a la tierra: la gloria de su Padre celestial y la salvación de las almas. Fue enviado especialmente para evangelizar a los pobres […] y nosotros hemos sido fundados precisamente para trabajar por la conversión de las almas y especialmente para evangelizar a los pobres […] Los medios […] son también incuestionablemente los más perfectos puesto que son justamente los mismos empleados por nuestro divino Salvador […] mezcla feliz de la vida activa y la contemplativa de la que nos dieron ejemplo Jesucristo y los Apóstoles […]” [40]. Aquí está lo esencial que la meditación de ese texto pone en evidencia para San Eugenio: ser como Cristo, estar con él.

Muy afectuoso para con los oblatos, el fundador cita a menudo las palabras de San Pablo a los filipenses (1, 3-9), sobre todo el versículo 8: “testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos vosotros en el corazón de Cristo Jesús”. Este texto ha inspirado manifiestamente sus relaciones con los oblatos. Como lo cita por entero en la hoja de obediencia de los primeros misioneros enviados al Canadá, tenemos la suerte de conocer la traducción francesa que utilizaba [41]. La vamos a recorrer mostrando la influencia que ejerció en la mentalidad de Eugenio de Mazenod.

Por mi parte, doy gracias a mi Dios cada vez que pienso en vosotros en todas mis oraciones“. Dar gracias es darse cuenta de que Dios es el primero que actúa en el apostolado y agradecérselo. “También he recibido muy hermosas cartas del P. Ricard. Me cuenta todo lo que nuestros Padres en Oregón intentan hacer para evangelizar y convertir las tribus en medio de las cuales se hallan. Dios sea bendito por todo el bien que realizan nuestros queridos oblatos […]” [42]. A los Padres Gondrand y Baret: “[…] bendigo a Dios por el éxito que otorga a vuestras predicaciones […]” [43]. A estos dos Padres jóvenes les recomienda que eviten la vanagloria, pues todo éxito debe atribuirse a Dios.

“Suplicándole con alegría por todos vosotros”. “Con alegría”. Mons. de Mazenod se siente feliz al conocer lo fecundo que es el apostolado de los oblatos: “[…] tendré el consuelo de dejar tras de mí una falange de buenos misioneros que emplean su vida en extender el reino de Jesucristo y en tejerse una corona para la gloria. No podéis imaginaros la alegría que me procura este pensamiento” [44]. Es la misma alegría que experimentan los misioneros: “No me sorprende que los consuelos que el Señor os da a gustar en el ejercicio de vuestro sublime ministerio colmen de alegría vuestras almas y os resarzan de todas las penas. El simple relato que me ofrecéis me impregna de agradecimiento a Dios […]” [45].

—“Por lo que toca a vuestra comunión en el Evangelio”. Es a la comunidad a quien se confía la misión, lo cual hace a los oblatos solidarios en su apostolado. Son compañeros de gracia, pues es una gracia extraordinaria el participar en la misión del Hijo de Dios. Siguiendo a Pablo, el fundador dice: “comunión en el Evangelio”. Por eso, en la medida en que le es posible, comunica a sus corresponsales noticias de otras misiones, por ejemplo, en una carta al P. Faraud, con esta reflexión: “Pienso que estos detalles de familia junto a los que he comunicado al P. Bermond le gustarán; haga usted lo mismo por su lado, se lo repito; ya sabe que todos nosotros debemos decir en el sentido más amplio: omnia mea tua sunt pues no vamos a formar todos más que cor unum et anima una, ya estemos en el cielo ya en la tierra; ahí está nuestra fuerza y nuestro consuelo” [46].

“Firmemente convencido de que quien inició en vosotros la buena obra, la irá consumando hasta el día de Cristo Jesús, como es justo que yo sienta así de todos vosotros, a quienes llevo en mi corazón. Pues testigo me es Dios de cuánto os quiero a todos con la ternura de Cristo”. El fundador quiere a los oblatos con la ternura de Cristo. Muchas cartas lo atestiguan. Escribe al P. Faraud: “Hay un padre más allá del gran lago al que no hay que olvidar; sepa bien que usted le está siempre presente, cualquiera que sea la distancia que le separa de él […] me conoce usted poco si no sabe cuánto le amo” [47]. Al P. L.T. Dassy: “No sé cómo da abasto mi corazón al afecto que nutre por todos vosotros. Es un prodigio que tiene algo de un atributo de Dios […] ninguno de vosotros puede ser más amado de lo que yo le amo” [48]. Con toda verdad puede afirmar: “Os quiero a todos con la ternura de Cristo” (Fil 1, 8), como lo expresa al P. Mouchette: “Me parece que cuanto más amo a seres como usted, mi querido hijo, más y mejor amo a Dios, principio y lazo de nuestro mutuo afecto” [49].

—“Y pido que vuestra caridad siga creciendo cada vez más en ciencia y en perfecto conocimiento por Jesucristo”. El mejor medio para el fundador de manifestar su afecto, es rezar por los oblatos: “[…] ¡si yo le dijera cuánto me ocupo de usted ante el buen Dios!” [50]. La oración ante el santísimo sacramento es el momento ideal para encontrarse con los oblatos en el amor de Cristo. “Confieso que me sucede a veces que, al hallarme en presencia de Jesucristo, experimento una especie de ilusión. Me parece que usted le está adorando y rezando al mismo tiempo que yoy que por él, presente a usted como a mí, nos escuchamos mutuamente como si estuviéramos muy cerca el uno del otro, aunque sin podernos ver” [51].

La frase de San Pablo sugiere otra reflexión, y es que el discernimiento es fruto de la caridad. Está claro en la continuación del texto no citada por Mons. de Mazenod: “Que vuestro amor siga creciendo cada vez más en conocimiento perfecto y todo discernimiento con que podáis aquilatar lo mejor” (Fil 1, 9). Aunque nuestro fundador no se refiera explícitamente a esta idea de Pablo, su modo de actuar es una ilustración de ella. Siempre es en un clima de caridad para con los oblatos como él toma sus decisiones. Porque los ama es por lo que les pide informes precisos de su misión, para poder seguirles y procurar su bien. Tomemos simplemente el ejemplo de sus relaciones con los primeros oblatos enviados al Canadá. “Vosotros sois el objeto de mi más tierna solicitud, estáis siempre presentes en mi espíritu; y mi corazón no podría amaros más al considerar vuestra fidelidad en responder a vuestra vocación […]” [52]. “Usted advierte cómo, a la distancia en que nos encontramos, las menores circunstancias deben resultarnos agradables” [53]. Al superior de aquel grupo le recuerda que las decisiones deben ser tomadas en un ambiente de mutua confianza: “[…] deje de tomar solo por su cuenta una responsabilidad que debe ser compartida necesariamente por los otros […] Manifestando confianza, mostrando deferencia por los otros, sabiendo modificar las propias ideas para adoptar las de los demás, es como uno se atrae sus simpatías, su colaboración y su afecto” [54]. El fundador, por otra parte, se aplica a sí mismo esta regla invitando al mismo P. J.B. Honorat a hablarle francamente: “No tiene que temer replicarme cuando juzgue que he tomado una decisión que ofrezca algún inconveniente. Será probablemente porque no se me haya informado en forma suficiente” [55].

Estos ejemplos concretos ilustran el principio enunciado por San Pablo de que el discernimiento es fruto de la caridad.

A estos versículos el fundador añade el final del versículo 11 del mismo capítulo: “para gloria y alabanza de Dios”.

Siguiendo a Jesús que solo buscaba la gloria de su Padre, San Eugenio comparte con entusiasmo la misma aspiración: “¡Qué ocupación más gloriosa que la de obrar en todo y por todo solamente para Dios, que la de amarlo por encima de todo […] Ahí está el verdadero modo de glorificarlo como él desea” [56]. A menudo encontramos en sus escritos frases como ésta: “Teniendo principal y únicamente en vista la mayor gloria de Dios y la salvación de las almas”. Escribe a su padre: “Con tal que Dios sea glorificado y que se haga el bien, es todo lo que podemos desear. Solo para eso estamos en la tierra” [57].

Este texto de San Pablo, citado con frecuencia por nuestro fundador, es muy sugestivo para la espiritualidad misionera: acción de gracias, alegría, comunión en el Evangelio, afecto fraterno, oración de unos por otros, discernimiento, fruto de la caridad, por la gloria de Dios. Gracias a la lectura fiel de la Palabra de Dios, estos temas paulinos han moldeado el alma de nuestro fundador. El mensaje es siempre actual.

TESTIMONIO DE FE

Reflexiones sobre la carta pastoral de cuaresma de 1844 [58].

Cuando predicaban misiones parroquiales, el P. de Mazenod y sus compañeros oblatos experimentaban el poder de la Palabra de Dios, pero no tomaban apenas el tiempo de hablar de ello. La ocasión de hacerlo se le presentó a Mons. de Mazenod en 1844, cuando el P. Loewenbrück predicaba misiones sucesivamente en varias iglesias de Marsella. El obispo se interesó de cerca y tomó parte en varios ejercicios de las misiones, lo cual le recordaba los tiempos felices en que él mismo se daba a ese ministerio [59]. Esta experiencia le sugirió elegir aquel año como tema para su carta pastoral de cuaresm las misiones parroquiales. Aun cuando Mons. de Mazenod se haya servido de ayuda para redactar esa carta pastoral, como para las demás pastorales, es evidente que ésta se inspiró en su propia experiencia. Ella es, pues, el testimonio de un misionero que ha proclamado la Palabra de Dios y ha experimentado su fuerza vital. Para expresar sus convicciones, utiliza continuamente en la carta textos de la Biblia.

1. FE EN LA PALABRA DE DIOS

Él cree en la eficacia de la Palabra sagrada. “No ha perdido nada de su eficacia a través de los siglos; se ha sentido que, salida de la boca de quien es en sí mismo la vida eterna, ella es siempre espíritu y vida”. Por ser “espíritu y vida” (Jn 6, 62), la Palabra de Dios da la vida. Poder de vida que el fundador admira en los fieles que acogen esa palabra. Aquí parafrasea el texto, a fin de explicitar lo que considera el espíritu del mismo. La Palabra de Dios ha sido como “un fuego ardiente que ha infundido en ellas [las almas] un calor divino y les ha hecho amar la ley del Señor” (Sal 119/118, v. 140). “Es el Señor quien ha irradiado sobre sus siervos el resplandor de su faz, y ellos han aprendido a seguir sus caminos” (Sal 119/118, v. 135). “El Evangelio ha dado fuerzas a su fe” (Rom 1,16). “Recibieron las palabras del Señor y se alimentaron de ellas y encontraron el gozo y la alegría de un corazón vuelto a Dios” (Jer 15, 16). Como se ve, al comparar estas citas con el texto mismo de la Biblia, Eugenio no vacila en recoger a su modo los textos sagrados para destacar el mensaje que de ellos se desprende. En esta su versión personal no cae en el peligro de fantasear porque es un lector asiduo de la Biblia y se ha impregnado de su espíritu. Era ya el método del targum en Israel y es el método seguido por la mayoría de los Padres de la Iglesia.

Cuando recibe noticias de las misiones predicadas en su diócesis, saluda la aurora de la salvación como Zacarías en el Benedictus, “visitas inefables que el Señor, viniendo desde el cielo, hace a su pueblo en las entrañas de su misericordia, para darle la ciencia de la salvación y el perdón de los pecados” (Lc 1, 77-78). Volvemos a encontrar siempre la misma actitud de fe: hoy es cuando se cumple la Palabra de Dios.

En la fe, él ve en los misioneros al mismo Jesucristo. Los misioneros parten el pan espiritual “en el lugar mismo de Jesucristo” (2 Co 5,20), y como en el caso de Jesús “el Espíritu de Dios ha descansado sobre ellos para impulsarlos a evangelizar a los pobres” (Is 61, 1 y Lc 4, 18).

2. CONFIANZA EN LA FUERZA DE LA PALABRA

Tiene confianza porque Dios actúa aun antes de que intervengan los predicadores. “He aquí que vienen días en que yo mandaré hambre a la tierra, no hambre de pan ni sed de agua, sino de oír la palabra de Dios” (Am 8, 11). El comentario de esta cita proviene de la experiencia del P. de Mazenod y es siempre actual. “Frecuentemente la acción de la gracia se adelanta a la predicación evangélica y los corazones tocados por ella experimentan a los primeros acentos de esa predicación maravillosa la necesidad de abrirse […] para acoger la divina semilla”.

Aunque en algunos tardan en manifestarse los frutos de la misión, su confianza en la Palabra sigue en pie porque está seguro de la fuerza de esta Palabra, y es también la Biblia la que alimenta su confianza. “La palabra no vuelve vacía a aquél de quien procede” (Is 55, 10). “Viva y eficaz, más penetrante que una espada de doble filo, llega hasta la división del alma y del espíritu, hasta las junturas y las médulas, y escruta los pensamientos y sentimientos del corazón” (He 4, 12). “Ella es esa luminosa declaración de los discursos de Dios que da inteligencia incluso a los niños” (Sal 119/118, v. 130). En el entusiasmo de su confianza, el P. de Mazenod refuerza el texto del salmo, como refuerza el texto de Santiago que sigue: “Ella es esa enseñanza divina que penetra, que se imprime [60] profundamente en las almas y que tiene el poder de salvarlas” (St 1, 21). Se ve cómo el texto puede ser reforzado por el modo como Eugenio lo cita, pero siempre es para traducir su certeza de que la Palabra de Dios es bastante fuerte para vencer todas las resistencias.

3. ALABANZA AL SEÑOR

Aunque una larga experiencia de las misiones parroquiales había dado a San Eugenio ocasión de admirar la obra de la gracia, sigue siempre tan entusiasta como al principio y toma el tiempo para expresarlo a los fieles de su diócesis, sobre todo al describir el retorno de los pecadores que se apiñan junto al confesionario. Entonces da gracias a Dios: “¿Podríais creer que las misericordias del Señor, que el Rey-Profeta quería cantar eternamente (Sal 89/88, 1) no merecen ser ensalzadas con todas las magnificencias de su lenguaje inspirado?”. Esta es la obra de la misericordia de Dios, y es una cosa en verdad admirable a nuestros ojos (Sal 118/117, 23).

La acción de Dios es tan poderosa que empuja a los hombres a la santidad, es “un movimiento casi irresistible que empuja las almas hacia Dios, que les hace recorrer […] los diversos grados de la justificación, todas las ascensiones misteriosas que los elevan hasta aquél que es el manantial de toda justicia”. Entonces los pecadores “se hacen a sí mismos un corazón nuevo y un espíritu nuevo” (Ez 18,31). Esta conversión es la victoria de la luz sobre las tinieblas, y en el cielo hay alegría: “Hay más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierte que por noventa y nueve justos que no tienen necesidad de conversión” (Lc 15, 7). Y explicita la alegría del cielo: “El Padre celestial ha vuelto a encontrar a los hijos que había perdido; el Hijo, a aquellos que son otros él mismo, por los que murió; y el Espíritu Santo, a corazones renovados en los que habita; y los hermanos les han sido devueltos a los ángeles y a los santos que están en la gloria”.

Al concluir su carta pastoral, Mons. de Mazenod cuenta su felicidad por haber hecho la “experiencia del poder de la Palabra de Dios en su ministerio de las misiones parroquiales”. Y se siente contento de que Dios le haya dado “una familia santa y una posteridad espiritual de obreros evangélicos destinados al mismo ministerio”. Utilizando una expresión de San Pablo, los llama “su corona y su gozo” (Fil 4, 7). A los oblatos toca ahora vivir la misma fe en la Palabra de Dios.

LA PALABRA DE DIOS ACOGIDA POR LOS OBLATOS

1. EJEMPLOS DE ALGUNOS OBLATOS EN TIEMPO DEL FUNDADOR

El caso del P. Berne arriba citado es un ejemplo de fidelidad a la lectio divina. Para exponer el ejemplo de algunos oblatos contemporáneos de nuestro fundador, voy a utilizar casi exclusivamente los textos publicados por el P. Yvon Beaudoin en la segunda serie de los Escritos Oblatos.

a. El P. Tempier. En la hoja de guarda de su Nuevo Testamento, conservado en Aix, el P. Tempier escribió en latín este pasaje del libro de Josué: “No se aparte el libro de esta Ley de tus labios; medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas” (Jos 1, 8). Su fe en la Palabra de Dios le dicta su conducta como superior del seminario mayor de Marsella. Cuando, según los historiadores, la Sagrada Escritura aparece como la cenicienta en los seminarios de aquella época, en Marsella se le da más importancia. “Tras haber recordado que ‘la ciencia de la sagrada Escritura es absolutamente necesaria y absolutamente indispensable para los eclesiásticos’, el reglamento compuesto por el P. Tempier obliga a todos los alumnos a participar en las conferencias que se dan semanalmente (art. 19) los jueves por la mañana. Estas presentaban, a lo largo de cuatro o cinco años, una buena introducción a cada uno de los libros de ambos Testamentos, y luego la exégesis de los principales pasajes” [61]. El P. Tempier recomienda al P. Dassy que no haga demasiada arqueología “en detrimento del estudio de la Sagrada Escritura” [62].

b. El beato José Gérard. Según él, es sobre todo el Evangelio lo que ilumina su método de apostolado. A las cuestiones que se plantea sobre esto, “la respuesta está en todas las páginas del Evangelio, hay que amarlos, amarlos a pesar de todo, amarlos siempre” [63]. Si en sus notas de retiro se reprocha “faltar con frecuencia […] a la Sagrada Escritura” [64], es porque ésta es para él muy importante.

c. El P. Casimiro Aubert. Las notas del retiro de 1828 merecen ser citadas por completo. “Haré con el mismo cuidado y todavía con mucho más respeto la lectura de la Sagrada Escritura. Me mantendré siempre de pie y con la cabeza descubierta durante ese ejercicio. Mientras no tenga más tiempo que ahora, buscaré únicamente en la Sagrada Escritura materia de edificación, no olvidando, sin embargo, adquirir en este campo un grado de conocimiento y de instrucción indispensable para una persona dedicada al servicio de las almas. Pero no debo contentarme con ese conocimiento bastante ligero y, apenas el tiempo me lo permita, debo entregarme a un estudio serio de esta parte tan esencial de la ciencia eclesiástica y para ello me aplicaré a estudiar cada parte en forma extensa y detallada, sirviéndome de los mejores comentarios y sobre todo recurriendo intensamente a la oración. Haré esta lectura como si fuera Dios quien me habla por el autor sagrado y como si lo que leo fuera una carta que el Señor me hubiera enviado del cielo, mi verdadera patria” [65]. Esta última frase explica en forma luminosa lo que toda la tradición de la Iglesia entiende por la lectio divina.

2. DESPUES DEL TIEMPO DEL FUNDADOR

El P. José Fabre (1861-1892) se refiere ante todo a las Constituciones y Reglas. Hablando de los medios para ser fieles a nuestra vocación, dice: “El estudio de la Sagrada Escritura y la lectura espiritual se presentan también cada día para brindar a nuestra piedad un alimento importante y recogido en las mejores fuentes” [66]. Al informar sobre el Capítulo general de agosto de 1867, recuerda la necesidad del estudio, incluso para los más ancianos, y plantea a todos esta pregunta: “¿ Cómo andan nuestros estudios de la Sagrada Escritura y la teología?” [67]. La enseñanza que se saca de las circulares del P. Fabre es que las Constituciones nos enseñan cómo vivir en fidelidad y que basta ponerlas en práctica.

Bajo la autoridad del P. Fabre, el P. Alejandro Audruger fue encargado de redactar el Directorio para las misiones. No lo firmó, pero recibió una carta de aprobación del cardenal H. Guibert, que había vivido la experiencia de las misiones parroquiales bajo la dirección del fundador y que reconocía en el Directorio la fidelidad al método del P. de Mazenod. Respecto a la preparación necesaria para las misiones, el Directorio se expresa así: “Pero lo que sobre todo tenemos que conocer y por tanto estudiar, es la Sagrada Escritura y la teología. La Escritura es el liber sacerdotalis por excelencia según San Ambrosio, quien lo llama también substantia sacerdotii nostri. Es la mina fecunda y el rico arsenal donde se han proveído los Santos Padres y los Doctores. Es el libro que hay que devorar: ‘Comede volumen istud, et vadens loquere ad filios Israel’ [come este rollo y luego vete a hablar a la casa de Israel](Ez 3, 1). ‘Accipe librum et devora illum’ [toma el libro y cómelo] (Ap 10, 9). Es el libro de Dios. En él se encuentra todo: enseñanza de la verdad, refutación de los errores, condenación de los vicios, doctrina de la perfección”. El texto añade la cita de 2 Tim 3, 16 [68].

De las circulares del P.Luis Soullier (1893-1897) podemos destacar dos en las que habla más extensamente de la S. Escritura. El 31 de julio de 1894 la S. Congregación de los obispos y regulares publicaba, por orden del Papa León XIII, una carta sobre la predicación. El P. Soullier no se contenta con comunicarla a los oblatos sino que la comenta ampliamente apoyándose sobre todo en las Constituciones y en la Escritura. Es primordial, dice, recurrir a la Palabra de Dios. Por ejemplo, cuando se trata de la sencillez adaptada a las necesidades de la gente, el superior general exhorta: “Vayamos a sacar con abundancia de la fuente viva de la Sagrada Escritura”. E inicia así el párrafo siguiente: “En una palabra, seamos misioneros”. Y menciona el ejemplo de nuestro fundador, quien “jamás tuvo más que un solo fin: convertir las almas por el conocimiento y el amor de Jesucristo” [69].

En la circular titulada Des études du Missionnaire Oblat de Marie, ya al comienzo afirma el principio: “El estudio de la Sagrada Escritura es el principal de nuestros estudios”. Para desarrollar su pensamiento el superior general tenía a su disposición un documento que ejerció influencia decisiva acerca del estudio de la Biblia en la Iglesia católica, la encíclica Providentissimus Deus. “En ella, dice el P. Soullier, León XIII nos muestra cómo la Sagrada Escritura es conjuntamente el gran poder del apostolado y el instrumento más eficaz de santificación personal” [70].

El P. Casiano Augier (1898-1906) fue superior general en una época dolorosa para la Congregación. Era, en Francia, el momento de las persecuciones contra los religiosos y de su expulsión en 1903. Como entonces muchos oblatos eran franceses, quedaba afectada la mayor parte de la Congregación. Hablando de esas pruebas, el P. Augier se refiere a la Biblia, a las lamentaciones del Antiguo Testamento: “Tribulaciones y angustia” (Sal 116/114, 3), la destrucción de las comunidades (Sal 123/122), el despojo de nuestros bienes (Jl 1, 2-12). Se refiere sobre todo a la pasión de Jesús, a Getsemaní (Mt 26, 38 s) con la aceptación de la voluntad del Padre (Lc 22, 42). Los oblatos llevan la cruz con Cristo (Mt 10, 38); reviven el destino de los primeros cristianos, de los Apóstoles perseguidos (Hch 5, 41), de los cristianos dispersados (He 11, 38). Hace escuchar a los oblatos la promesa de Jesús: “vuestra tristeza se convertirá en gozo” (Jn 16, 20), “bienaventurados los perseguidos por la justicia” (Mt 5, 10). Sostenidos por la palabra de Cristo, los oblatos serán fieles hasta el fin (Ap 2, 10). Su gran fuerza es la unidad fraterna recomendada por Cristo (Jn 17, 22) [71]. Así la Palabra de Dios ilumina la fe y sostiene el coraje de los oblatos en un momento doloroso de su historia.

Para el P.Augusto Lavillardière (1906-1908) las cuestiones son muy distintas. En este comienzo del siglo XX, los problemas de exégesis se debaten con pasión. En su circular del 21 de abril de 1907, después de haber dado cuenta del Capítulo general de setiembre de 1906, que trató de la situación de los escolasticados, el superior general cita algunos autores influyentes como Strauss, Baur, Harnack, Renan. Promulga el decreto del Capítulo que condena a Loisy y prohíbe enseñar sus tesis [72]. En aquel momento en que la crisis modernista perturbaba los espíritus, el P. José Lemius colaboró en la redacción de la encíclica Pascendi, que salió el 8 de setiembre de 1907. Para el estudio de la Biblia, la reacción del superior general y del Capítulo fue conformarse a las directrices del Santo Padre.

En las circulares de Monseñor Agustín Dontenwill (1908-1931) y del P. Teodoro Labouré (1932-1944) no hay ninguna mención especial sobre el estudio de la Biblia. De vez en cuando alguna cita da a conocer el pensamiento del superior general. Notemos simplemente las evocaciones evangélicas en la circular de Navidad de 1915, que anuncia celebraciones para el primer centenario de la Congregación. Esta al principio no era más que un grano de mostaza y luego ha crecido. Lo que ha favorecido su desarrollo ha sido el celo de los oblatos por los pobres. Así el instituto ha llegado a ser como un árbol vigoroso junto a la corriente (Sal 1, 3). Algunas palabras de Jesús caracterizan la actitud de los oblatos: “Siento compasión de la gente” (Mc 8, 2); “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados” (Mt 11, 28); “evangelizar a los pobres” (Lc 4, 18). Es la misión que Jesús confió a sus discípulos: “Como el Padre me ha enviado…” (Jn 20,21) [73].

El P. León Deschâtelets (1947-1972) trabajó mucho para la intensificación de los estudios. En su informe al Capítulo de 1953 apela a un “retorno a las fuentes espirituales que deben abrevarnos y estimularnos: la santa Biblia, la santa Regla, la doctrina espiritual de todos los santos, la enseñanza de la santa Iglesia” [74]. Al presentar las deliberaciones del Capítulo, dice que “los profesores de escolasticado se especialicen en la materia que enseñan, adquiriendo en lo posible un grado en esa materia…sobre todo en Sagrada Escritura […] y que pasen un tiempo en Tierra Santa” [75]. La mayoría de las Provincias respondieron a esta llamada, como señala el P. Daniel Albers en su informe al Capítulo de 1959: “La preparación académica es buena y aún está mejorando rápidamente gracias al esfuerzo realizado en muchas partes estos últimos años” [76].

En el Capítulo de 1959 el P. Deschâtelets insiste: “Percibimos también entre nosotros un movimiento que se está delineando; un estudio más a fondo de la Sagrada Escritura, de la Biblia considerada como alimento de vida espiritual […] Comprobamos un hambre de las Sagradas Escrituras, una sed de esta agua viva que antes no se advertían con tanta claridad. El artículo 255, colocado en la regla de 1818, recupera así todo el dinamismo que encierra para la actual generación de los oblatos, más deseosos tal vez que lo fueron otros de un retorno a las fuentes más auténticas y más vivificantes de la espiritualidad” [77].

Vuelve a abordar el tema en el informe al Capítulo de 1966. Quiere subrayar un punto al que se ha referido varias veces: “[…] un punto que tiene relación con el movimiento actual de la teología bíblica. Como oblatos y como misioneros, no podemos quedar ajenos a esta nueva forma de abordar las Sagradas Escrituras. Debemos ser especialistas de la Palabra de Dios. Este deber ha de tener gran interés para nosotros, tanto más cuanto que refleja el pensamiento de los Sumos Pontífices y el de la Iglesia en concilio” [78].

En este movimiento de renovación bíblica, las Constituciones y Reglas redactadas por el Capítulo de 1966 contienen un párrafo titulado: Mirada de fe a la luz de la Palabra. Los artículos 54-58 tratan explícitamente de la función de la Palabra de Dios en nuestro apostolado.

Las intervenciones del P. Fernando Jetté (1974-1986) constituyen un mensaje de notable unidad para sostener a los oblatos en la fidelidad a su vocación. Lo presenta ya en su primera carta citando el artículo 137 de las Constituciones de 1966: “Amor al Evangelio que es amor a Jesucristo y que hay que procurar vivir de forma absoluta […] en medio de los hombres, sobre todo de los más pobres y en comunidad apostólica, es decir, como los Doce que lo habían dejado todo para estar con Jesús e ir a predicar (Mc 3, 14)” [79].

Así, el P. Jetté cita la Biblia, sobre todo el Nuevo Testamento, en la perspectiva de la vocación oblata. Y, en sentido más amplio, el ejemplo y la enseñanza de Jesucristo y la mentalidad de los Apóstoles revelada por el Evangelio son temas subyacentes en sus escritos. Veamos algunos ejemplos.

—Amor a Jesucristo. Eugenio de Mazenod “encontró en su propia vida a Cristo y experimentó el precio de la sangre de Cristo” [80]. Después de haber evocado la gracia del viernes santo de 1807, el P. Jetté añade: “Lo que domina aquí es la experiencia personal del misterio de la Redención, el encuentro personal con Cristo Salvador” [81]. Para vivir con Cristo, los oblatos se comprometen con los votos; en especial, “el voto de obediencia se inspira […] en la actitud de Cristo que se sometió voluntariamente, hasta la muerte en cruz, a la voluntad del Padre (Jn 4, 34; 5, 30; Fil 2, 8; He 10, 7) y aprendió, sufriendo, la obediencia (He 5, 8) […] A los ojos de los hombres, este voto atestigua en forma muy especial el misterio de la salvación del mundo por el sacrificio de la cruz […]” [82]. Unas páginas antes el P. Jetté podía decir: “Para mí, es auténtico el oblato que de verdad lo ha dejado todo para seguir a Jesucristo” [83].

Amar el mundo. “Dios ha amado tanto a este mundo que le ha dado a su Hijo único, no para condenarlo sino para salvarlo. Recordará, pues, el oblato que ese mismo amor es que le consagra y le envía” [84]. De ahí esta frase típica, inspirada por la reflexión sobre la vocación oblata a la luz del Evangelio: “El Evangelio es amar al hombre hasta dar la vida por él, pero es también amar a Dios, Creador y Padre de todos los hombres” [85].

Enviados a los pobres. “Ser capaz de oír hoy día las llamadas de los pobres […] Un llamamiento a una vida más humana y menos sofocante, un llamamiento a la superación y al amor, un llamamiento a la salvación y a la plenitud de vida en Jesucristo. ‘Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia’ dice Jesús (Jn 10, 10)” [86].

Como los Doce. Fidelidad a la gracia recibida. Para nosotros, es la gracia transmitida por el fundador la que hay que reavivar. “Ese era el consejo de Pablo a Timoteo: reavivar el don que Dios había depositado en él por las manos del Apóstol (2 Tim 1, 6)” [87].

Fidelidad a la misión. “En un servidor de Cristo, en un administrador de los misterios de Dios, lo que se busca, dirá San Pablo, es ‘que sea fiel’ (2 Co 4, 1-2)” [88].

La audacia apostólica. Citando el ejemplo de un misionero dispuesto a dar su vida, escribe: “Al leer estas líneas, me vienen al pensamiento estas palabras de San Pablo: ‘El Espíritu que habéis recibido no es un espíritu de siervos para recaer en el temor’ (Rom 8, 15)” [89]. Tener la valentía de “anunciar a Jesucristo: ‘No podemos dejar de proclamar lo que hemos visto y oído’ afirmaban Pedro y Juan ante el Sanhedrín (Hch 4, 20)” [90].

Servidor. Para ilustrar este tema, el P. Jetté recuerda textos muchas veces citados por el fundador. “No perdamos de vista esta hermosa expresión de San Pablo: ‘Nos autem servos vestros per Iesum’. Con esto se soportan todas las dificultades y todas las penas”. “Quienesquiera que seamos, somos siervos inútiles en la casa del Padre de familia” [91].

Estos son solo unos ejemplos que hacen resaltar la riqueza de una reflexión sobre la vida oblata a la luz del Evangelio y del ejemplo de los Apóstoles. Se puede recoger abundante cosecha en el conjunto de los textos del P. Jetté arriba citados.

El Capítulo de 1980 pone la Palabra de Dios entre las fuentes espirituales que alimentan la vida del oblato [92].

En su comentario, el P. Jetté destaca el doble fruto de la Palabra de Dios: “Esta Palabra es a la vez ‘alimento de nuestra vida interior y de nuestro apostolado'”. E insiste sobre un punto fundamental: “Los oblatos queremos ‘conocer mejor al Salvador a quien amamos’. Este aspecto afectivo, más personal, tiene su importancia […]. Muestra bien que el interés primordial del oblato es una penetración más profunda del Verbo de Dios como Salvador. Aprende a leer la Escritura con el corazón, con ‘un corazón atento'[…]” [93].

CONCLUSIÓN

Los estudios bíblicos han evolucionado mucho desde los tiempos de nuestro fundador. Hoy acogemos la Palabra de Dios aprovechándonos lo más posible de los progresos efectuados en la investigación bíblica. Nuestro santo fundador, con los primeros oblatos, sigue siendo para nosotros un modelo de fe y de adhesión al mensaje que el Señor nos dirige. Podemos siempre hacer nuestra la resolución del P. Casimiro Aubert: “Haré esta lectura como si fuera Dios quien me hablara por el autor sagrado, y como si lo que leo fuera una carta que el Señor me hubiera mandado del cielo, mi verdadera patria”.

René MOTTE