1. En Tiempo Del Fundador
  2. La Evangelización Tras La Muerte Del Fundador
  3. Conclusión

“Me ha enviado para anunciar a los pobres la Buena Nueva”. “Se anuncia a los pobres la Buena Nueva” (Lc 4, 18; Mt 11, 5). Esta doble expresión evangélica forma el lema inscrito en el escudo de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada y de su fundador, Eugenio de Mazenod. Ella indica el carácter misionero del carisma oblato y su actividad prioritaria. Los oblatos coinciden ahí, a pesar de la diversidad de sus ministerios.

La palabra misión se ha hecho quizás más corriente aún en el Instituto. De hecho, remite al nombre mismo y al doble ministerio sancionado por las Constituciones: las misiones populares y las misiones extranjeras.

Nuestro estudio comprende dos partes: la primera versa sobre la época del fundador; la segunda, sobre el período que siguió a su muerte.

EN TIEMPO DEL FUNDADOR

1. EN LAS FUENTES DEL CARISMA DE LA EVANGELIZACION

Fue la experiencia la que llevó a Eugenio de Mazenod a discernir las necesidades de salvación de la gente. Su estadía en Italia y su vuelta a Francia tras la Revolución le ayudaron a descubrir esas necesidades, en particular entre los pobres. No se arredra y se compromete como joven laico. Trabaja entre los prisioneros, da catequesis a los jóvenes campesinos, toma postura contra el jansenismo, etc. Su “conversión” un viernes santo le compromete en una nueva relación con Cristo y en una nueva visión de la Iglesia conquistada por su sangre. Está dispuesto a dejarlo todo para ponerse incondicionalmente al servicio de ellos.

Tras su formación en el seminario de San Sulpicio de París, donde capta personalmente las dificultades que se crean al Papa y a la Iglesia, regresa a su ciudad natal de Aix en Provenza y se consagra a un apostolado extraordinario. Predica a los pobres, a los obreros y a los criados en forma muy sencilla, sustancial y continua. Reúne a jóvenes de todas las edades, procurándoles diversiones y una formación cristiana a través de la Asociación de la juventud cristiana de Aix, creada por él.

El apostolado febril de esos tres años hace descubrir al joven sacerdote la extensión de las necesidades y la insuficiencia de su respuesta personal. Bajo una “sacudida externa”, decide formar una comunidad con algunos sacerdotes para evangelizar a las poblaciones abandonadas del campo por el ministerio de las misiones.

Las intenciones de Eugenio son claras ya en los primeros documentos relativos a la fundación. Las cartas al abate Henry Tempier y a los vicarios generales de la diócesis, la Regla de 1818, y sus recuerdos personales y los de sus compañeros lo atestiguan. Parte de la situación y de las necesidades de salvación. Escribe al abate Tempier: “Convénzase bien de la situación de los habitantes de las zonas rurales, del estado de la religión entre ellos, de la apostasía que cada día se propaga más y causa estragos horribles. Mire la insignificancia de los medios que se han opuesto hasta el presente a ese diluvio de males” [1]. En el mismo tono se explica en la solicitud de autorización dirigida a los vicarios generales de Aix: “Los sacerdotes abajo firmantes, vivamente impresionados por la deplorable situación de los pueblos y aldeas de Provenza que han perdido la fe casi por completo, habiendo conocido por experiencia que el endurecimiento o la indiferencia de esos pueblos vuelven insuficientes y hasta inútiles los auxilios ordinarios que la solicitud de ustedes les proporciona para su salvación […]” [2].

Él propone como solución la predicación de las misiones. Sigue así las recomendaciones del Papa y el ejemplo de eclesiásticos de otras diócesis de Francia, en especial el de su compañero de seminario, Carlos de Forbin-Janson. Al abate Tempier le escribe: “Pues bien, querido, le digo, sin entrar en mayores detalles, que usted es necesario para la obra que el Señor nos inspiró emprender. Como el jefe de la Iglesia está persuadido de que, en la desgraciada situación en que se encuentra Francia, solo las misiones pueden hacer que vuelvan los pueblos a la fe que de hecho han abandonado, los buenos eclesiásticos de varias diócesis se están reuniendo para secundar los proyectos del supremo Pastor. Nosotros hemos podido comprobar la indispensable necesidad de emplear ese remedio en nuestras comarcas y, llenos de confianza en la bondad de la Providencia, hemos puesto los cimientos de un establecimiento que proporcionará habitualmente fervorosos misioneros a las zonas rurales” [3]. Y a los vicarios: “Convencidos de que las misiones serían el único medio para hacer que estos pueblos extraviados salgan de su embrutecimiento […] los misioneros […] recorrerán las comarcas para anunciar la Palabra de Dios” [4].

El análisis de la situación de necesidad de salvación y la voluntad de responder a ella con las misiones, resaltan todavía con más fuerza en el prefacio de las Constituciones y Reglas, considerado como la expresión decisiva del ideal misionero de los Oblatos de María Inmaculada. Eugenio de Mazenod propone desde el comienzo no solo una actividad misionera concreta, sino también un estilo de vida común exigente y precisa, un modelo de misionero constantemente dedicado no solo a prepararse a su importante ministerio, sino también a hacerse santo.

2. LAS MISIONES POPULARES, FIN PRIMERO DE LA CONGREGACIÓN

Cuando fundó su instituto, Eugenio vio en la predicación de las misiones el medio más eficaz para cristianizar las zonas rurales del sur de Francia, para “reavivar […] la fe a punto de extinguirse en el corazón de buen número de sus hijos […] llevar a los hombres a sentimientos humanos, luego cristianos, y ayudarles finalmente a hacerse santos” [5].

En la nota que dirigía a Mons. Adinolfi, secretario de la Congregación de los religiosos, para obtener la aprobación de las Constituciones, Eugenio escribe: “Nuestra Sociedad trabaja en los pueblos, como usted ha podido observar en las Reglas, y realiza toda clase de obras buenas, pero con preferencia se dedica, con todo el celo de que es capaz, a evangelizar a las pobres almas abandonadas […] a difundir el conocimiento de Jesucristo y extender su reinado espiritual en las almas” [6].

En la carta apostólica de aprobación de las Reglas firmada por León XII se lee: “Hace cerca de once años que nuestro predecesor Pío VII […] manifestaba el deseo de ver surgir misioneros que, tras la tormenta revolucionaria, volvieran a traer las ovejas descarriadas al buen camino de la salvación; y he aquí que al mismo tiempo, para responder a ese deseo, una pequeña asociación de sacerdotes se estaba formando en la diócesis de Aix, en las provincias meridionales de Francia, con el fin de dedicarse a ese ministerio […].

“Ahora bien, esta congregación se propone diversos fines, entre los cuales el primero y más esencial es que sus miembros, ligados por los votos […] se dediquen especialmente a los santos ejercicios de las misiones, escogiendo preferentemente como campo de su celo, los pueblos desprovistos de asistencia, y usando en la predicación el idioma vulgar. Esta Sociedad se propone también acudir en ayuda del clero, ya asumiendo la dirección de los seminarios […], ya poniéndose de continuo a disposición de los párrocos y de los otros pastores para trabajar por la reforma de las costumbres mediante la predicación y los demás ejercicios espirituales. Brinda también sus cuidados y su solicitud a la juventud, esa porción escogida del pueblo cristiano, reuniéndola en agrupaciones piadosas para alejarla de las seducciones del siglo. Finalmente, administra los sacramentos y reparte el pan de la Palabra divina a los prisioneros […]” [7].

La carta de aprobación pontificia, ciertamente sugerida por el Fundador [8], recuerda los diversos fines del Instituto: las misiones parroquiales, los servicios al clero, la pastoral de la juventud y la de los prisioneros. Las misiones se presentan como la razón primera de su fundación, su fin principal.

a. El empeño en las misiones parroquiales

Esta prioridad otorgada a las misiones estaba ya inscrita en la primera Regla de 1818 y en la aprobada en 1826, aunque sin constituir un ministerio exclusivo [9]. De 1816 a 1861 los oblatos predicaron en Francia unas 3.000 misiones y retiros [10]. Ellas fueron, en tiempo del Fundador, el principal ministerio de los oblatos en el este del Canadá. Durante el primer año, por lo menos 14 parroquias se beneficiaron de la actividad del primer grupo. Desde 1842 los oblatos predicaron misiones parroquiales en Estados Unidos, partiendo de la base canadiense de Longueuil. De 1856 a 1862, los de Buffalo, bajo la dirección del P. Eduardo Chevalier, predicaron 108 misiones o retiros parroquiales, a favor de los inmigrados de origen irlandés o canadiense francés.

La predicación, tal como se practicaba en las misiones populares, sirvió de modelo para las otras formas de ministerio. Así, según ese método se hizo la evangelización de los amerindios del Canadá. Estos eran todavía nómadas. Los oblatos los evangelizaron aprovechando los tiempos y lugares de sus concentraciones, instruyéndolos sin cesar. El ministerio en los campamentos de los madereros se inspiró también en ese método. En Texas, las parroquias de las que los oblatos se encargaron para atender a los mexicanos eran consideradas como misiones permanentes y centros de difusión del evangelio. De modo especial, la presencia de los oblatos en los santuarios marianos ofrecía la posibilidad de irradiar predicando misiones en la comarca y de preparar o profundizar esa predicación dando acogida a los peregrinos.

El Fundador insistió toda su vida en la importancia y la eficacia de las misiones parroquiales. El Padre Alfredo Yenveux consagra 144 páginas de su comentario a la Regla a recoger numerosas frases del Fundador sobre el tema [11].

b. El fin y la fórmula de las misiones

Eugenio de Mazenod escogió en primer lugar las misiones populares para evangelizar a las almas más abandonadas, aquellas a las que menos llegaba el ministerio ordinario. Su objetivo era darles a conocer a Jesucristo y extender su Reino entre ellas, volverlas a la Iglesia y a la práctica cristiana, instruyéndolas sobre las verdades fundamentales de la fe y sobre sus exigencias prácticas. Las misiones eran una forma bastante prolongada e intensa de predicación que llevaba a la transformación cristiana de las costumbres [12]. No miraban solo a instruir sino a convertir [13]. El sacramento de la reconciliación o la confesión tenían en ellas un papel importante [14].Las misiones eran convenientemente preparadas por los misioneros, que para ello debían dedicar una parte del tiempo pasado en la comunidad al estudio, a la oración y a la preparación de los temas de predicación.

La misión se anunciaba de antemano en la parroquia que se iba a evangelizar. Tras un día de oración y de ayuno, los misioneros se dirigían a pie de ordinario al lugar designado, donde el clero y el pueblo los acogían en una ceremonia especial. La misión era realizada por varios misioneros, por lo menos dos y normalmente cuatro o cinco. Duraba de tres a seis semanas. Los primeros días se tomaba contacto con la gente visitando a las familias e invitándolas a los ejercicios.

Cada día había dos tiempos fuertes para todos. Por la mañana temprano, antes que la gente saliera al campo, había la misa con una catequesis sobre los deberes cristianos, las verdades del credo, los mandamientos y los sacramentos. Por la tarde, en un contexto de oración, se tenía el acto principal de la misión que se desarrollaba así: rosario, invocación al Espíritu Santo, predicación, oración penitencial, bendición con el Santísimo y avisos acerca de la misión. La predicación duraba unos 45 minutos y trataba del amor y del temor de Dios, de la salvación y de la gracia, del pecado y de la conversión, de los novísimos (muerte, juicio, infierno, gloria) y de María…

Durante el día había otras instrucciones dirigidas a los diversos grupos. Había dos o tres días de retiro para los niños , que se hacían propagandistas de la misión en las familias. Se daban predicaciones especiales para los jóvenes y para las mujeres, sobre todo el domingo cuando estaban más libres de sus trabajos. Incluso los hombres tenían ciertas instrucciones adaptadas a ellos.

En el curso de la misión, ceremonias especiales daban ocasión para orar, instruirse y reflexionar. A más de la apertura de la misión y de la clausura, en la que se plantaba una cruz en el centro de la parroquia, había la ceremonia de la renovación de las promesas del bautismo o de la promulgación de las leyes de Dios, la ceremonia de los difuntos con procesión al cementerio, y la procesión penitencial.

La confesión era la cima del proceso de conversión. Podía comprender varios encuentros con el sacerdote. Los misioneros la preparaban con esmero y estaban disponibles para acoger a los penitentes. Constantemente se invitaba a rezar por la conversión de los pecadores. Por la tarde se tocaban las campanas por diez o quince minutos . Todo el pueblo debía entonces ponerse de rodillas y rezar por la conversión de los pecadores.

La misión miraba también a la conversión de la comunidad y a la solución de ciertos problemas morales de la sociedad. Así, durante los primeros años que siguieron a la Revolución, se establecieron tribunales para resolver el problema de los bienes ilícitamente adquiridos. Se organizaban sesiones para vencer los vicios comunes, como la frecuentación de las tabernas por parte de los hombres y de los bailes por parte de los jóvenes. Durante los meses siguientes, uno o dos misioneros regresaban a los lugares para reavivar o afianzar la renovación obrada por la misión.

En estas misiones parroquiales podemos destacar ciertos rasgos peculiares:

— Se caracterizaban, ante todo, por el puesto central que ocupaba la Palabra de Dios, anunciada en forma comprensible y adaptada al pueblo; se usaba la lengua popular, discursos substanciales, que dejaban huellas.

— Se vivían en un contexto de fe, donde se recurría a la gracia de Dios que se debía pedir en la oración; se insistía en la conversión personal y comunitaria. Toda la comunidad parroquial se implicaba: los sacerdotes como los laicos, los niños como las diversas categorías de adultos. Había diversos modos de acercamiento: desde la visita a las familias a la disponibilidad para oír confesiones, desde la predicación de cada día a las ceremonias especiales.

— El testimonio de los misioneros tenía tanta importancia como la palabra que anunciaban. Su estilo de vida, su oración y su disponibilidad formaban parte integrante de la misión. Su predicación sobre Cristo y el testimonio que daban brotaban de su experiencia de Cristo.

3. LAS MISIONES EXTRANJERAS, VIRAJE FELIZ PARA EL INSTITUTO

En 1840, veinticinco años después de su fundación, la Congregación se caracterizaba por su celo apostólico, pero tenía dificultad para desarrollarse. Contaba 55 profesos, de ellos 40 sacerdotes. Formaban 6 comunidades misioneras y otras dos encargadas de los seminarios de Marsella y de Ajaccio. La aceptación de las misiones extranjeras en 1841 constituyó para la Congregación un viraje decisivo que dio origen a su expansión geográfica, a su crecimiento numérico y a la profundización de su carisma evangelizador. Veinte años después, a la muerte del Fundador en 1861, los oblatos serán más de 400, se encontrarán en varios continentes y la media de su edad será de 35,7 años.

La opción por las misiones extranjeras no se hizo por una cabezonada. Se insertaba en la lógica de la visión del Fundador y en el deseo de los oblatos. En la primera Regla de 1818 Eugenio escribía: “Son llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano; y aunque, por razón de su escaso número actual, y de las necesidades más apremiantes de los pueblos que les rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos y demás, su ambición debe abarcar, en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera” [15].

Desde la primera aprobación de Roma en 1826, algunos compañeros de Eugenio, entre ellos los Padres Domingo Albini, Hipólito Guibert, Pascual Ricard y Juan José Touche, se declaraban prontos a partir. Esto permitía al Fundador escribir al cardenal Pedicini, ponente de la causa en la aprobación de la Regla: “Varios miembros de la Congregación irían gustosos a predicar el Evangelio a los infieles: cuando sean más numerosos podría darse que los superiores los envíen a América, ya para atender a los pobres católicos desprovistos de todo beneficio, ya para procurar nuevas conquistas a nuestra fe” [16]. En 1831 el Capítulo presentó una moción, adoptada por unanimidad, en que se pedía al superior general “que algunos de los nuestros sean mandados a las misiones extranjeras, en cuanto encuentre una ocasión favorable” [17]. Al año siguiente intentó sin éxito una misión en Argelia. La ocasión favorable iba a presentarse diez años después, cuando el nuevo obispo de Montreal, llegado a Europa en busca de sacerdotes y desanimado por el fracaso de sus diligencias, pasó por Marsella yendo hacia Roma. Entonces se encontró con Mons. de Mazenod. La Congregación consultada dio respuesta favorable y se pasó a la acción.

Cuatro padres y dos hermanos se embarcaban para Montreal el 16 de octubre de 1841. El mismo año se emprendía la fundación en Inglaterra con el envío del P. W. Daly. Cuatro años más tarde los oblatos partían hacia el oeste canadiense en la diócesis de San Bonifacio y comenzaban en seguida su ministerio entre los amerindios, extendiéndose en pocos años por todo el territorio de las praderas y de los hielos polares en busca de las tribus todavía nómadas. En 1847 emprendieron otras dos fundaciones, una en los Estados Unidos, en la costa del Pacífico, y otra en Jaffna, Ceilán, hoy Sri Lanka. En 1848 se fundó en Argelia, misión para la que el Fundador se había ofrecido sin éxito desde 1832. El fracaso sufrido en Argelia permitió aceptar en 1851 la propuesta de la Congregación de Propaganda de una misión en Natal. Entretanto, desde 1849, se había llegado hasta la frontera de México y tres años después se había fundado en Texas. El recuento de las fundaciones da difícilmente una idea de la audacia que requerían, teniendo en cuenta las dificultades de transporte y de integración así como las tareas asumidas rápidamente en territorios cada vez más extensos.

a. Las misiones extranjeras, profundización del carisma

En su carta de envío a los primeros misioneros que salían para Montreal, el Fundador manifiesta su solicitud de padre y su presentimiento de que van a abrir un nuevo campo de apostolado y la puerta para la conquista de las almas en otros países. Insiste en el testimonio que se ha de dar y en la caridad interna.

Pronto se dará cuenta de que las misiones extranjeras son una profundización de su visión primera de la evangelización: el don de sí, siguiendo a los Apóstoles, la búsqueda de las almas más abandonadas [18].

En las misiones extranjeras, la evangelización no consistía solo en despertar la fe adormecida, sino en transmitirla en toda su radicalidad. Escribe al P. Pascual Ricard, enviado a la diócesis de Walla Walla ( Estados Unidos), el 8 de enero de 1847: “Nada le digo de lo maravilloso que es a los ojos de la fe el ministerio que vais a realizar. Hay que remontarse a la cuna del cristianismo para encontrar algo que se le pueda comparar. Vais asociados a un apóstol, y las mismas maravillas que realizaron los primeros discípulos de Jesucristo van a renovarse en nuestros días por medio de vosotros, mis queridos hijos, a quienes la Providencia ha escogido entre tantos otros para anunciar la buena noticia a tantos esclavos del demonio que están sumidos en las tinieblas de la idolatría y no conocen a Dios. Ese es el verdadero apostolado que se renueva en nuestros días. Demos gracias a Dios por haber sido juzgados dignos de cooperar en él en forma tan activa […]” [19].

Cuatro años después escribirá al mismo P. Ricard: “Las misiones extranjeras, comparadas con nuestras misiones de Europa, tienen un carácter propio de orden superior, ya que son el verdadero apostolado para anunciar la Buena Nueva a las naciones que todavía no han sido llamadas al conocimiento del Dios verdadero y de su Hijo Jesucristo Nuestro Señor […] Es la misión de los Apóstoles: Euntes, docete omnes gentes (Mt 28,19). Es preciso que esa enseñanza de la verdad llegue hasta las naciones más apartadas para que sean regeneradas en las aguas del bautismo. Vosotros sois de aquellos a quienes Jesucristo dirigió esas palabras al daros vuestra misión como a los apóstoles que fueron enviados para convertir a nuestros padres. Desde este punto de vista que es verdadero, no hay nada por encima de vuestro ministerio […]” [20].

Las misiones extranjeras no eran una reproducción de las que se hacían en Francia para los fieles abandonados por la pastoral ordinaria. Miraban ante todo a los no cristianos para anunciarles por primera vez a Cristo y convertirlos a él.

b. La fiebre de la primera evangelización

Al superior de la misión de Jaffna, por la cual ha nutrido grandes esperanzas desde su entrevista con Mons. Bettachini, le escribe el Fundador con cierta impaciencia: “No me das bastantes detalles sobre vuestra situación, vuestra casa, vuestro ministerio. ¿Cuándo empezaréis a convertir infieles? ¿No sois en esa isla más que párrocos de los viejos cristianos? Siempre creí que se intentaba convertir a los paganos. Estamos hechos para eso, más todavía que para lo demás. Bastantes malos cristianos hay en Europa como para ir a buscarlos tan lejos. Dame amplias informaciones sobre este punto, aunque no haya aún más que esperanzas” [21]. Dos años y medio más tarde vuelve a insistir en el tema: “Tenga paciencia, y cuando pueda entablar combate con la idolatría, verá cómo va a encontrar menos dificultades y más consuelos que combatiendo entre esos cristianos degenerados que le ocasionan tan gran desaliento” [22].

A Monseñor Allard, vicario apostólico de Natal, le escribe: “Es para afligirse ver el fracaso de su misión entre los cafres. Hay pocos ejemplos de una esterilidad como esa. ¡Cómo! ¡Ni uno solo de esos pobres infieles a los cuales habéis sido enviados ha abierto los ojos a la luz que les llevabais! Me cuesta consolarme porque no habéis sido enviados para los pocos herejes que pueblan vuestras aldeas habitadas. A los cafres es a quienes habéis sido enviados, y su conversión es lo que la Iglesia espera del santo ministerio que os ha confiado. A los cafres, pues, deben tender todos vuestros pensamientos y apuntar todos vuestros programas. Es preciso que todos nuestros misioneros lo sepan y se persuadan de ello” [23].

Unos meses más tarde vuelve a encarecerle al mismo obispo: “Hay que confesar, querido Monseñor, que sus cartas son siempre muy desconsoladoras. Hasta el presente su misión es una misión fracasada. Francamente, no se envía a un vicario apostólico y a un grupo bastante numeroso de misioneros para atender a unas cuantas viviendas dispersas de viejos católicos. Un solo misionero hubiera bastado para visitar a esos cristianos. Es evidente que no se ha establecido un vicariato en esas regiones más que para evangelizar a los cafres. Ahora bien, llevamos varios años en esos lugares y usted se dedica a muy otras cosas. Hablándole con verdad, pienso que no cumple usted su misión, aun haciendo todo lo que de usted depende para ser útil a los colonos ingleses […] Veo que en otras partes los vicarios apostólicos se dan a la tarea como cualquier misionero; en algunos vicariatos se encargan ellos solos de una misión; en otros, exploran por sí mismos el país y fundan acá y allá, entre los infieles a los que han sido enviados, puestos a los que luego envían misioneros para continuar su obra. Para ejercer ese ministerio propio de su cargo, aprenden las lenguas del país, por difícil que resulte ese estudio. En una palabra, están al frente de todo lo que puede inspirar el celo por la salvación de los infieles. Me parece que no es así como usted actúa, y acaso haya que atribuir al sistema que sigue el fracaso de su misión entre los infieles hasta el presente” [24].

Al P.José Gérard, que intenta por todos los medios evangelizar a los no cristianos, le brinda su aliento y su esperanza: “Sigo con el mayor interés lo que usted hace por la conversión de esos pobres cafres que resisten con una terquedad diabólica a todo lo que le inspira su celo para llevarlos al conocimiento del Dios verdadero y a su propia santificación. Su obstinación es de verdad lamentable, y debe ser para usted motivo de gran pesar. Después de tantos años, ni una sola conversión ¡es horroroso! No hay que desanimarse por eso. Llegará el momento en que la gracia misericordiosa de Dios produzca una especie de explosión y vuestra iglesia cafre surgirá. Para ello tal vez habría que adentrarse algo más entre esas tribus salvajes. Si encontrara algunos que no han sido todavía adoctrinados por los herejes y que no se han relacionado con los blancos, sacaría probablemente mejor partido. No pierda de vista, y recuérdeselo al buen Padre Bompart, que ha sido enviado a la conquista de las almas, y que por eso es preciso no desistir de dar el asalto y hay que perseguir al enemigo hasta sus últimas trincheras. La victoria solo está prometida a la perseverancia. Afortunadamente la recompensa no se debe solo al éxito y basta para obtenerla haber trabajado con ese fin” [25]. Todos estos pasajes muestran que para el Fundador las misiones extranjeras miran ante todo a la evangelización de los no cristianos y que el anuncio de la Palabra está en el corazón del carisma oblato.

c. Las misiones, imitación radical de los Apóstoles

Además, por medio de las mismas misiones extranjeras es como se puede llegar a las almas más abandonadas. El Fundador escribe a los Padres del Río Rojo: “Salís de mi regazo para volar a la conquista de las almas y, se puede decir con verdad, de las almas más abandonadas, porque ¿puede haberlas más desamparadas que las de esos pobres salvajes a las que Dios, por un privilegio inapreciable, nos ha llamado a evangelizar? No desconozco por qué sacrificios, por qué privaciones y por qué tormentos tenéis que pasar para obtener los resultados que os proponéis, y es lo que tanto pesa sobre mi corazón, pero también ¿cuál no será vuestro mérito ante Dios cuando, fieles a vuestra vocación, os hacéis instrumentos de sus misericordias para esos pobres infieles a los que arrancáis de las manos del demonio que los tenía cautivos, y cuando extendéis así el reino de Jesucristo hasta los confines de la tierra?” [26].

En las misiones en que se da la primera evangelización alcanza su ápice el ideal del don total de sí mismo descrito en el Prefacio de la Regla. Mons. de Mazenod escribe al P. Agustín Maisonneuve: ” El menor detalle de lo que a vosotros os concierne me interesa y me encanta. ¿Cómo podría ser insensible a los sufrimientos que soportáis por extender el reino de Jesucristo y para responder a esa hermosa vocación que os ha llamado a la misión más meritoria que yo conozco? Vosotros sois los que rescatáis las almas al precio de vuestra sangre, sois los primeros apóstoles de esas almas que Dios quiere salvar por medio de vuestro ministerio” [27].

Al P. J.A. Ciamin, gravemente enfermo en Jaffna, le escribe el Fundador el 26 de enero de 1854: “Si el buen Dios le llama ¿qué importa que sea por las flechas de los infieles o la muerte infligida por los verdugos o bien por el fuego lento de la enfermedad contraída en el ejercicio del sublime ministerio de la predicación evangélica y de la santificación de las almas? El martirio de la caridad no será menos recompensado que el de la fe” [28].

El Fundador ve a los oblatos como émulos de los Apóstoles, por su voluntad de seguir a Cristo y por el ministerio de la palabra al que se dedican. En la tarea de la primera evangelización, la conformidad con los Apóstoles le parece aún más radical porque se enraíza en la fe [29]. Respondiendo al P. Faraud , tras haberle expresado su admiración por lo que debe aguantar por conquistar almas a Cristo, añade: “Hay que remontarse a la primera evangelización de San Pedro para encontrar algo semejante. Apóstol como él, enviado para anunciar la Buena Noticia a esas naciones salvajes, el primero que les ha hablado de Dios, que les ha dado a conocer al Salvador Jesús, que les ha enseñado el camino que lleva a la salvación, que los ha regenerado en las santas aguas del bautismo, hay que postrarse ante usted, que es tan privilegiado entre sus hermanos en la Iglesia de Dios por haberle escogido él para obrar esos milagros” [30].

Dos años después escribía al mismo y al P. Clut: “Sé que ofrecéis a Dios todos vuestros sufrimientos por la salvación de esas pobres almas tan desamparadas a las que lleváis con su gracia al conocimiento de la verdad, al amor de Jesucristo y a la salvación eterna. Eso es lo que me consuela, sobre todo cuando pienso que habéis sido elegidos como los primeros apóstoles para anunciar la buena nueva a pueblos que sin vosotros jamás hubieran conocido a Dios…Es grandioso, es magnífico el poderse aplicar al pie de la letra las bellas palabras del Maestro: Elegi vos ut eatis (Jn 15,16) ¡Qué vocación!” [31].

Sobre el mismo tema escribe a los misioneros de Ile-à-la-Crosse: “Os considero, mis queridos hijos, como verdaderos apóstoles. Vosotros sois los que fuisteis elegidos por nuestro divino Salvador para ir los primeros a anunciar la buena noticia de la salvación a esos pobres pueblos salvajes que hasta vuestra llegada entre ellos estaban sumidos, bajo el imperio del demonio, en las más densas tinieblas. Vosotros hacéis entre ellos lo que hicieron los primeros apóstoles del Evangelio en las naciones antiguamente conocidas. Es un privilegio que os estaba reservado y que asemeja vuestro mérito, si comprendéis bien vuestra misión, al de los primeros apóstoles que propagaron la doctrina de Jesucristo. ¡Por amor de Dios, no perdáis ni el más pequeño florón de vuestra corona!” [32].

4. LA AUDACIA ANTE LOS NUEVOS DESAFÍOS

Eugenio no se deja encerrar en proyectos preconcebidos. Hombre de grandes aspiraciones y de un sano realismo, busca la voluntad de Dios en su vida personal y en la guía de la Congregación. No le falta la prudencia, pero le caracteriza todavía más la audacia. En la clara trayectoria del anuncio de la Palabra de Dios para dar a conocer quién es Cristo por las misiones parroquiales y extranjeras, sabe captar los nuevos desafíos que son la ocasión de ensanchar el campo de la acción apostólica. Sabe acoger las nuevas propuestas de los obispos y de los socios oblatos y, tras un discernimiento apropiado, prestarles su apoyo.

Al fundar la comunidad de Aix, intenta entregarse a las misiones en su archidiócesis de origen. Cuando, dos años después, el obispo de Digne le propone el santuario de Nª Sª de Laus, reza al Señor y consulta a los suyos. Como escribe en sus memorias: “Todos fueron de esa opinión, y me rogaron que me ocupara seriamente y pronto de redactar la constitución y la regla que debíamos adoptar” [33]. Con la aceptación del santuario, la Congregación conocía su primera expansión; adoptaba una regla y un género de vida religiosa y se abría al ministerio de los santuarios marianos. En ellos, como escribió el Fundador en el acta de visita al santuario de Nª Sª de l’Osier, el 16 de julio de 1835, “se realiza una misión permanente y además se propaga el culto de la Virgen ” [34]. Los santuarios constituyen centros ideales desde los cuales los oblatos irradian por la región para predicar misiones de noviembre hasta Pascua. Durante el período veraniego, acogen allí a los peregrinos.El estado de abandono del clero, desde el comienzo, conmovió por un lado e irritó por otro al Fundador. Para responder en forma positiva, elige el camino del sacerdocio y funda luego una comunidad de misioneros que, según la primera Regla, debe colaborar a la reforma del clero acogiendo a los sacerdotes y animando retiros. La dirección de los seminarios quedaba excluida. Pero, tras la opinión favorable expresada en el Capítulo de 1824 y el aliento recibido de Roma en 1825-1826, Eugenio se abre a la dirección de seminarios. La considera como íntimamente ligada al fin principal de la Congregación: la evangelización de los pobres. El Fundador aceptará cinco en Francia y uno en Estados Unidos, y ofrecerá sus servicios para otros dos. Con todo, al año siguiente a su muerte, solo quedarán dos.

En su apostolado, los misioneros tienen una preferencia: los pobres de las zonas rurales. Así empezarán en Inglaterra ocupándose de pequeñas comunidades católicas protegidas por algunos Lores y abriéndose a los anglicanos. Pero cuando, a consecuencia del hambre causada por la enfermedad de la patata en 1848-1849, llegan en masa católicos irlandeses a establecerse en las ciudades industriales, el Fundador anima a los oblatos a hacerse cargo de ellos en las metrópolis. Se pasa así de los agricultores de las aldeas a los obreros inmigrados concentrados en las zonas urbanas. Escribe entonces al P. Casimiro Aubert: “Creí entender que debíais estableceros en esa gran ciudad de Manchester, igual que os proponíais hacerlo en Liverpool. Me interesaría mucho que pudierais así situaros en las grandes ciudades donde hay tanto bien que hacer, pero deberíais poder tener un lugar propio” [35]. En Canadá anima a los oblatos a establecerse en Montreal, en Quebec y en Bytown (futura Ottawa). Lo que interesa no son los lugares sino las personas, sobre todo aquellas que necesitan ser evangelizadas.

Incluso son nuevos desafíos el atender a los obreros temporeros de los campos de trabajo del Canadá y, más tarde, a las familias que se aventuran a la colonización de tierras por roturar. El Fundador quiere que se evangelice a los más necesitados. Con mayor razón anima a la evangelización de los amerindios, a pesar de los sacrificios, los viajes y la soledad que implica. No quiere que se dejen pasar las ocasiones. Escribe al P. Honorat, que vacila en aceptar la fundación de Bytown: “Sin duda, uno tiene que ser emprendedor cuando está llamado a la conquista de las almas. Yo pataleaba al encontrarme a 2000 leguas de vosotros y al ver que mi palabra tardaría dos meses en llegaros. […] No era un ensayo lo que había que hacer. Había que haber ido con la firme resolución de vencer todos los obstáculos, de quedarse allí y establecerse allí. ¡Cómo ponerlo en duda! ¡Qué misión tan hermosa! Ayudar en los campamentos madereros, evangelizar a los salvajes y afincarse en una ciudad llena de porvenir. Era la realización de un hermoso ideal ¡y la ibais a dejar escapar! Solo pensarlo me estremece. Así que recobrad por entero el ánimo y que la fundación se haga en regla. Solo así se atraen las bendiciones de Dios” [36].

La misión de Texas, aceptada en 1852, presenta otros desafíos. Los católicos privados de sacerdotes y desperdigados en un territorio inmenso tienen necesidad de pastores. Los oblatos aceptan entonces parroquias que son centros de evangelización y de irradiación, misiones permanentes, como decía el P. Agustín Gaudet el 28 de agosto de 1858. Un historiador describe así la situación: “En aquel momento teníamos residencias con parroquias en Brownsville y en Roma y, durante algún tiempo, en Matamoros y Ciudad Victoria en México. Pero lo más corriente era encontrar a un oblato de Texas a caballo, con un gran sombrero, recorriendo las arenosas llanuras y llevando consigo un altar portátil” [37].

5. LA VISIÓN DEL FUNDADOR

Eugenio de Mazenod hizo opciones apostólicas claras a las que siguió fiel en la animación de la Congregación. Sus opciones no se inspiraban en consideraciones abstractas sino en una fe profunda que tomaba en cuenta las necesidades de la Iglesia de su tiempo, miradas desde el punto de vista de Cristo. Quería colaborar a la salvación de las almas más abandonadas por el anuncio de la Palabra de Dios y el testimonio de una vida consagrada.

a. Responder a las necesidades de la Iglesia

Exiliado, repatriado, luego seminarista viviendo en un contexto de persecución, y finalmente, sacerdote celoso trabajando fuera de las estructuras parroquiales, Eugenio se fue afinando en su forma de ver la sociedad y la Iglesia. Como escribe a su madre en 1809, ha decidido hacerse sacerdote para “acudir en ayuda de esa buena Madre en situación casi desesperada” [38], “esta pobre Iglesia tan horriblemente desamparada, despreciada y pisoteada, que sin embargo nos ha engendrado a todos para Jesucristo, […] la Esposa de Jesucristo que este divino Señor formó con la efusión de toda su sangre” [39]. Justamente en función de las necesidades de la Iglesia él hará la opción concreta de su ministerio y fundará su Instituto. Pero a esa Iglesia él la ve con fe en el misterio de su relación con Cristo y también en el estado de abandono causado por la ignorancia de las masas y la despreocupación del clero, una Iglesia a menudo perseguida. De esa Iglesia él percibe las necesidades urgentes [40].

b. Como Cristo evangelizador, con quien se coopera

Para responder a las necesidades de la Iglesia, Eugenio observa el comportamiento de Cristo. “¿Qué hizo, en realidad, nuestro Señor Jesucristo cuando quiso convertir el mundo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos que él mismo formó en la piedad y llenó de su espíritu y […] los envió a la conquista del mundo […]” [41].

De Cristo, el Fundador capta la función de evangelizador. Ese es el carácter específico de su carisma expresado en la divisa: “Me ha enviado a evangelizar a los pobres. Los pobres son evangelizados” (Lc 4,18; Mt 11,5). En esta perspectiva peculiar es como él quiere seguir el camino de Cristo [42]. Echando un vistazo al pasado de la Congregación a la luz de la Regla, escribe en sus notas de retiro de 1831: “¿Tendremos algún día idea exacta de esta sublime vocación? Para ello habría que comprender la excelencia del fin de nuestro Instituto, indiscutiblemente el más perfecto que pueda darse aquí abajo, ya que el fin de nuestro Instituto es el mismo que tuvo en vista el Hijo de Dios al venir a la tierra: la gloria de su Padre celestial y la salvación de las almas. “Venit enim filius hominis quaerere et salvum facere quod perierat”(Lc 19,10). Especialmente fue enviado para evangelizar a los pobres, “evangelizare pauperibus misit me”, y nosotros hemos sido fundados precisamente para trabajar en la conversión de las almas, y especialmente para evangelizar a los pobres. […] Los medios que empleamos para alcanzar este fin participan de la excelencia del mismo; son incuestionablemente los más perfectos, porque son precisamente los mismos empleados por nuestro Divino Salvador, sus apóstoles y sus discípulos, es decir, la práctica exacta de los consejos evangélicos, la predicación y la oración, mezcla feliz de la vida activa y la contemplativa de la que nos dieron ejemplo Jesucristo y los Apóstoles, la cual, por eso mismo, es sin discusión, el culmen de la perfección que Dios nos ha dado la gracia de abrazar, de la que nuestras Reglas son sólo el desarrollo […]” [43].

Eugenio de Mazenod era un “apasionado de Cristo”, como dijo Pablo VI en su beatificación. La experiencia del viernes santo, probablemente en 1807, fue el punto culminante de un proceso hacia la conversión y el comienzo de una vida completamente consagrada a Él y en continuo crecimiento hacia Él.

Nos hacemos cooperadores de Cristo a través de la evangelización de los pobres y del empeño en hacernos santos. En un momento de prueba, escribe desde París a su comunidad: “Nuestro Señor Jesucristo nos ha encomendado continuar la gran obra de la Redención de los hombres. A este fin únicamente deben tender todos nuestros esfuerzos; mientras no hayamos empleado toda nuestra vida y dado toda nuestra sangre para lograrlo, no podemos abrir la boca; mucho menos cuando todavía no hemos dado más que algunas gotas de sudor y algunas leves fatigas. Este espíritu de entrega total por la gloria de Dios, el servicio de la Iglesia y la salvación de las almas es el espíritu propio de nuestra Congregación, pequeña, es verdad, pero que será siempre poderosa en la medida en que sea santa” [44]. En la primera Regla había escrito: “Son llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano” [45].

c. Sobre todo por el ministerio de la Palabra

De la respuesta de Cristo a las necesidades de la Iglesia nació la visión y el proyecto del Fundador: la evangelización de los pobres. Esta evangelización se efectúa por las misiones internas para los grupos de fieles más desatendidos y todavía más por las misiones extranjeras entre los no cristianos. Las dos formas dan a conocer quién es Cristo y conducen a Él. El anuncio de la Palabra de Dios es el vehículo privilegiado de la conversión [46].

De la meditación de la Escritura y de su asimilación en la oración y del trato con Cristo debe brotar el anuncio de la palabra. Este se hace en nombre de la Iglesia: “[Lasmisiones] no son más que el ejercicio del poder de enseñar dado por Jesucristo a su Iglesia; cuando se sabe que los sacerdotes que las dan […] son enviados por los obispos, enviados a su vez por Jesucristo […] son la predicación legítima de la palabra de Dios para instruir y convertir las almas […] son la predicación misma que Jesucristo había impuesto a sus apóstoles y que éstos han hecho resonar en todo el universo” [47].

La experiencia muestra la eficacia de la acción del Espíritu en el anuncio directo de la Palabra: “Usted habrá reconocido igual que yo, que es a su gracia y solo a ella a la que se debe todo el éxito de nuestros trabajos. Ella es la que penetra en los corazones cuando nuestras palabras golpean los oídos, y ahí tiene en qué consiste la enorme diferencia entre nuestras predicaciones y las inmensamente superiores, bajo otros aspectos, de los predicadores de gala. A la voz del misionero se multiplican los milagros, y el prodigio de tantas conversiones es tan notorio que el pobre instrumento de esas maravillas es el primero que queda confundido y, al tiempo que bendice a Dios y se alegra, se humilla ante su pequeñez y su nulidad. Qué sanción como la de los milagros; y ¿los hubo alguna vez mayores que los que se realizan en la misión, que los que usted mismo ha realizado?” [48].

Por eso la predicación debe ir acompañada de la confianza en la gracia de Jesucristo y de la oración. El Fundador escribe al P. Magnan que misiona en Brignoles: “¡Vamos! Cuando vais enviados en nombre del Señor, dejad de una vez todas esas consideraciones humanas, fruto de un orgullo mal disimulado y de una falta de confianza en la gracia de Jesucristo, cuyos instrumentos habéis sido durante tantos años. Mereceríais que esa gracia divina se retirara de vuestro ministerio; entonces sí podríais temer el juicio de los hombres, pero mientras ella os acompañe, convertiréis las almas con vuestros sermones sencillos, sin afectación, inspirados únicamente por el espíritu de Dios que no llega a través de las frases sonoras y el estilo elegante de los retóricos […]” [49].

Con la confianza en Dios y la oración, hace falta, no obstante, la debida preparación. En el acta de visita de la provincia de Inglaterra, el Fundador escribe: “Con la predicación, acompañada de la oración, es como llevaréis la luz a los espíritus. Están prontos a escucharos. Se trata de hablar como es debido, y a eso solo llegaréis con el estudio” [50]. Según la Regla, escribe al P. Marcos de l’Hermite: “Os recomiendo también a todos que no descuidéis el estudio […] No mire al lucimiento sino a la solidez, a lo que todo su auditorio puede comprender, a lo que instruye y logra conversiones duraderas. Es un consejo que no le doy personalmente a usted, sino que os lo doy a todos para el mayor bien” [51].

d. A través del testimonio de una vida consagrada

El ministerio de la predicación debe ir acompañado del testimonio de una vida ejemplar. Es lo que escribe en sus memorias: “He dicho que mi intención, al consagrarme al ministerio de las misiones para trabajar ante todo en la instrucción y en la conversión de las almas más abandonadas, había sido imitar el ejemplo de los Apóstoles en su vida de entrega y de abnegación. Me había convencido de que, para obtener los mismos resultados de nuestras predicaciones, era preciso seguir sus huellas y practicar, en cuanto estuviera en nosotros, las mismas virtudes. Veía, pues, como imprescindible abrazar los consejos evangélicos, a los que ellos habían sido tan fieles, para que no quedaran nuestras palabras en lo que quedaron, como he comprobado demasiado, las de tantos otros que anunciaban las mismas verdades: en un bronce que suena y unos platillos estridentes. Mi idea fija fue siempre que nuestra reducida familia tenía que consagrarse a Dios y al servicio de la Iglesia con los votos de religión […]” [52].

Solo hombres apostólicos pueden evangelizar con fruto. La práctica de los consejos evangélicos, la fidelidad a la Regla, la vida común en la obediencia y la caridad, la vida de fe y de oración son esenciales para quien aspira a ser un misionero auténtico.

6. RESPUESTA DE LOS OBLATOS AL PROYECTO DEL FUNDADOR

El carisma de una Congregación le viene del Espíritu Santo a través del Fundador. Todos los que lo comparten ejercen también cierta influencia en él, sobre todo las personas que han tenido un papel importante en los primeros tiempos del Instituto. Por haber estado cerca del Fundador y por el ascendiente que han tenido en el conjunto del Instituto, oblatos como los Padres Enrique Tempier, Casimiro Aubert, Hipólito Guibert, Domingo Albini y José Gérard han dejado su huella en el carisma.

“En esta evolución, escribe un historiador, se podrían distinguir cuatro elementos motores: la práctica de la base, la animación y dirección del Fundador que era a la vez superior general, las decisiones de los Capítulos generales, y la codificación de las principales decisiones en la Regla” [53]. Mientras vivió, Eugenio de Mazenod supo llevar en su mano el timón de la Congregación, consciente como era de interpretar su espíritu y su fin.

Los oblatos seguirán las huellas del Fundador a veces en forma más intransigente que él. Han compartido su proyecto y su compromiso en las misiones parroquiales y en las misiones extranjeras, del todo orientadas a la evangelización de los pobres y de los más humildes. Los estudios realizados con ocasión del congreso sobre la evangelización lo prueban ampliamente [54]. La expansión por los diversos continentes, la diversidad de los contextos, y el aumento de personal originaron la aceptación de nuevos ministerios y de otras responsabilidades para responder a los nuevos desafíos. Pero la orientación a la evangelización de los pobres quedó sin cambiar y las nuevas iniciativas se inspiraron en la experiencia de las misiones populares. Puede decirse que la evangelización de los pobres como anuncio de la palabra ha sido la prioridad común de los oblatos contemporáneos del Fundador.

En este punto, la respuesta de los oblatos de Francia ha sido ejemplar [55]. Había en ellos un “sentimiento universal” a favor de las misiones internas y extranjeras. Aun cuando él no era un predicador hábil, el P. Tempier era un ardiente defensor de las misiones, y cuando él era responsable, comprometía en ellas a los Padres en forma casi desmedida. Las 24 casas fundadas en Francia bajo el gobierno del Fundador estaban dedicadas a las misiones. Los santuarios marianos aceptados durante aquella época se empeñaban también en esa clase de predicación. El sentimiento universal de los oblatos al respecto era tan profundo que solo con reticencia se aceptaban los ministerios secundarios. Así el P. Santos Dassy, invitado por el Fundador a predicar cuaresmas para dar a conocer la Congregación también en otras diócesis, expresa al Fundador su preferencia por las misiones. No se aceptaba con agrado el ministerio parroquial. El P. Melchor Burfin interviene ante el Fundador y obtiene el apoyo del P. Tempier para liberar a su comunidad de los compromisos parroquiales en la diócesis de Limoges. El ministerio en los seminarios que progresivamente pasó a ser un fin del Instituto, no era apetecido incluso por hombres tan santos como los Padres Albini y Guibert. Siendo este último superior de Ajaccio, escribe al Fundador en 1840: “Me he sentido feliz al poder suspender durante quince días mis ocupaciones habituales para volver a tomar un ministerio que ya es solo un recuerdo para mí. He disfrutado de verdad volviendo a nuestro apostolado, y si mi salud demasiado frágil no me impidiera entregarme a él con todo el ardor que siento en mi voluntad, le pediría mil veces que me volviera a enviar a los pobres que Jesucristo nos ha dado para evangelizarlos” [56]. Veinte años después el P. Andric, profesor en el mismo seminario de Ajaccio, escribe al P. Tempier: “Las misiones habían sido siempre el objeto de mis deseos […]” [57]. El favor general otorgado a la predicación de las misiones fue causa de que el apostolado de la juventud, aunque había sido emprendido con vistas a la evangelización de los pobres, cayera en desuso entre los oblatos, mientras que el Fundador animaba a otros institutos a ocuparse de él [58].

Con el mismo espíritu, se aceptaron en Inglaterra los nuevos desafíos planteados por situaciones muy diferentes [59]. El apoyo encontrado en lores católicos permitió en un primer tiempo atender a pequeñas comunidades católicas en el campo e interesarse en la conversión de los anglicanos. Con la llegada en masa de irlandeses, los oblatos se instalan en las ciudades de Liverpool, Manchester y Leeds. Su apostolado se dirige a los pobres inmigrantes necesitados y abiertos a la asistencia pastoral. El Fundador prefería a las parroquias los centros de irradiación misionera abiertos a toda una ciudad, pero las necesidades concretas le llevaron a aceptar la labor parroquial en principio menos deseable. Ahí vemos su flexibilidad en la realización de su proyecto, con tal que se anunciara Cristo a los pobres.

En Sri Lanka el trabajo de evangelización no se realizó según las previsiones de Mons. de Mazenod, a pesar de la calidad de los hombres que él había enviado [60]. El Fundador desea la evangelización y la conversión de los hindúes y de los budistas, e insiste con impaciencia en este punto ante el P. Esteban Semeria y los otros oblatos de la isla [61]. No olvida expresar su gozo cuando el P. Constante Chounavel obtiene resultados entre los budistas [62]. Tal vez se daba cuenta de la dificultad de las conversiones en un contexto asiático. Allí los oblatos tuvieron más éxito en la reorganización de las comunidades cristianas, incluso mediante las misiones populares.

El Fundador se mostró satisfecho de la respuesta de los oblatos del Canadá en la evangelización de los pobres [63]. Entre los católicos francófonos se organizan con éxito las misiones parroquiales y se adopta su mismo estilo en la pastoral de los campamentos madereros. La evangelización de los amerindios todavía nómadas se efectúa rápidamente, con éxito y heroísmo, tanto que suscita la admiración profunda y constante del obispo de Marsella: “Sublime misión, nunca podremos agradecer bastante al Señor el habérnosla confiado” [64]. “Hay que confesar, escribía al mismo unos años más tarde, que esa misión de los salvajes de la Bahía de Hudson está por encima de las fuerzas de la naturaleza. Hace falta una asistencia milagrosa e incesante para no sucumbir” [65].En el Oeste del Canadá la misión conoció desde el comienzo dificultades quizá mayores, pero su desarrollo fue todavía más característico. Las misiones del Norte canadiense se convirtieron en poco tiempo en el símbolo del heroísmo misionero. El P. Enrique Grollier, muerto a los 38 años de agotamiento en busca de un grupo de amerindios e inuits, exclamaba poco antes de morir: “La gloria de Dios ha sido el único móvil de mis acciones durante mi vida; si es también la gloria de Dios que yo deje esta tierra, lo hago de todo corazón”. Su compañero, el P. Juan Séguin añade: “La gloria de Dios y la salvación de las almas han sido su único objetivo durante su vida y ese fue también el tema de su delirio” [66]. Mons. Alejandro Taché escribía a su madre: “Es muy consolador, querida madre, ver que el buen Dios es conocido y amado en estos lugares, donde hace diez años se ignoraba por decirlo así su existencia suprema…¿Cómo quiere usted que no esté contento de ser misionero?” [67]. Los misioneros no solo intentaban evangelizar dando a conocer al Señor; abrían escuelas y favorecían las relaciones entre los amerindios y los colonos europeos. Pero la salvación de las almas mediante la evangelización era el fin por el cual estaban dispuestos a todo. Mons. Taché escribía a un compañero: “Esta misión no es muy importante por razón del número de salvajes, pero aunque no hubiera más que uno solo, ¿no es su alma el precio de la sangre de mi Salvador? ¿y puede el misionero vacilar en acudir a su ayuda?” [68].

Por las misiones populares hechas desde Canadá fue como los oblatos tomaron contacto con los Estados Unidos de América. La primera inserción estable, en Oregón, en 1848, fue en favor de los amerindios. La fundación de Texas siguió poco después. Se prestaba atención especial a la población de lengua española, practicando un ministerio itinerante que llegó hasta las fronteras de México. Con una decisión bien característica, los oblatos se retiraron de las dos diócesis de Oregón porque los obispos no reconocían el carácter religioso de los misioneros. Se retiraron también del colegio Santa María cuando cesó de ser seminario [69].

LA EVANGELIZACIÓN TRAS LA MUERTE DEL FUNDADOR

1. DURANTE EL PRIMER SIGLO TRAS LA MUERTE DEL FUNDADOR

Durante el siglo que siguió a la muerte del Fundador, el Instituto vio acrecentarse el número de sus miembros, se extendió a numerosos países y asumió ministerios variados. A través de sus diversos compromisos, la evangelización de los pobres ha constituido su ideal apostólico. El estudio de este tema en lo que concierne a los capítulos, a los superiores generales y a las Constituciones y Reglas ha sido abordado. Pero no lo ha sido su evolución concreta, aunque haya abundante documentacion al respecto. Basta pensar en los informes de las provincias con ocasión de cada Capítulo general y en las relaciones publicadas en Missions, la revista oficial de la Administración general.

a. Los Capítulos generales

La principal preocupación de los Capítulos tenidos durante ese siglo ha sido evaluar la observancia de las Constituciones y Reglas, contribuyendo así a la evangelización [70]. Se ha vuelto a proponer regularmente la predicación de las misiones como el fin primero de la Congregación, hasta el punto que el Capítulo de 1947 pidió que se establecieran casas de predicadores incluso en los países de misión. La prioridad dada a la predicación de las misiones populares ha originado vacilaciones y a veces polémicas acerca de las parroquias y los centros de enseñanza. Las misiones extranjeras siempre han gozado de estima y de aliento. En cuanto a saber quiénes son los pobres, varios Capítulos (1904, 1920, 1926 y 1932) se fijaron en las clases obreras. El de 1947 se pronunció de manera muy significativa: “Verdaderamente misionero oblato no es solo aquel que trata de conquistar para Cristo la masa que se aleja de él. El Capítulo pide también que nuestro apostolado se apoye cada vez más en el laicado por medio de la Acción Católica” [71].

b. Los superiores generales

Los superiores generales apoyaron las misiones parroquiales en países cristianos, insistiendo en la santidad de vida como fuente de fecundidad apostólica y en la competencia del misionero [72].

El P. José Fabre intentó guiar a la Congregación permaneciendo fiel lo más posible a la Regla “tesoro de familia, su bien precioso”. Ya al principio de su mandato, en 1862, recuerda: “¿A qué estamos llamados, mis queridos hermanos? A hacernos santos, para trabajar eficazmente en la santificación de las almas más abandonadas. Ahí está nuestra vocación, no la perdamos de vista y tratemos ante todo de comprenderla bien” [73]. Comentando el primer artículo de la Regla, escribe: “He ahí el fin que nos ha asignado nuestro venerado Padre. Debemos evangelizar a los pobres, a las almas más abandonadas, y para tener acierto en esta sublime vocación, debemos imitar las virtudes de las que nuestro divino Maestro nos brindó tan admirables ejemplos. Ser misionero de los pobres y vivir la vida religiosa, tal es la vocación del verdadero oblato de María Inmaculada, tal es la vuestra, tal es la nuestra” [74].

El P. Luis Soullier escribió una larga circular titulada “La predicación del misionero oblato de María Inmaculada según León XIII y las Reglas del Instituto”. En 51 páginas trata de la estima de la predicación, de su necesidad, de su dignidad y su fecundidad, de la ciencia y la preparación que exige y de sus características. En anexo recoge la carta circular sobre la predicación que, por orden del papa León XIII, publicó la Congregación de Obispos y Regulares. El P. Soullier escribe: “Si el aspecto característico de nuestro apostolado […] es la misión, nuestra vocación especial es ser misioneros; pero lo que hace sobre todo al misionero es la predicación”. Prosigue en el estilo de la época: “Cuando Dios hace un apóstol, le pone una cruz en la mano y le manda ir a mostrar y a predicar esa cruz. Pero, antes, la planta en su corazón y según que la cruz está más o menos clavada en el corazón del apóstol, la cruz que lleva en la mano hace más o menos conquistas”. Los temas desarrollados son temas fundamentales de la vida cristiana centradosen Cristo, de forma que las almas se conviertan por el conocimiento y el amor de Jesucristo. Escribe: “Hacer que se conozca y ame a Jesucristo, tan desconocido por nuestros cristianos degenerados, extender su reino por la observancia de sus leyes, derrocar el imperio del demonio por la extirpación del pecado, perseguir los crímenes de todas clases, hacer que se estimen y practiquen todas las virtudes: ahí tenéis, misioneros Oblatos de María Inmaculada, vuestro sublime programa” [75].

Apoyado en las decisiones tomadas por el Capítulo cuando se efectuó su elección, el P. Casiano Augier remite e la circular de su antecesor sobre la predicación, añadiendo: “Nuestros padres deben inspirarse en estas enseñanzas” [76]. Y unos años más tarde, a continuación del Capítulo de 1904, declara: “Aunque las misiones son el fin primero y principal del Instituto, no obstante, el apostolado entre los obreros, en todas las formas aprobadas por la Santa Sede y el episcopado […] no solo es conforme al fin del Instituto, sino que también debe ser vivamente alentado en los tiempos actuales” [77].

El P. Teodoro Labouré afirma que la misión es “la obra, o más bien el ministerio por excelencia de nuestra querida Congregación”. Y el P. León Deschâtelets declara: “Esto hace que seamos misioneros ante todo”. La evolución experimentada en los países occidentales llevó al P. Hilario Balmès a aceptar parroquias descristianizadas o casi paganas. El P. Deschâtelets invita a los capitulares de 1953 a promover el apostolado contra el comunismo, y a los de 1959 a procurarlo con los obreros. A los de 1972 les recuerda que “este problema de la justicia en el mundo subyace, en efecto, al de todo nuestro apostolado de evangelización. Como misioneros de los pobres, somos de los más comprometidos en esta lucha por la paz en el mundo, por la instauración de la justicia en todos los campos” [78].

En el Capítulo de 1966 el P. Deschâtelets plantea el problema de los fines y de los medios de nuestra misión: “La cuestión está planteada y viene de varios puntos y uno se inclinaría a creer que ella ha tenido respuestas válidas. Ahí estaría una de las causas más profundas de la escasez de nuestro reclutamiento actual. Al no saber bien lo que somos y para qué existimos en la Iglesia, la Congregación no podría ofrecer una imagen exacta de sí misma a quienes tengan la idea de entrar con nosotros” [79]. La respuesta se encuentra en el texto de las nuevas Constituciones y Reglas de 1966.

Con la aceptación de nuevos campos de trabajo y con la facultad de dar las primeras obediencias, los superiores generales han tenido influjo en el campo de las misiones extranjeras. El P. Fabre, sucesor inmediato del fundador, se esforzó por desarrollar las misiones existentes. Aceptó dos nuevas: la de Colombo, ya anhelada por el fundador y la de Windoek, en la actual Namibia, para favorecer la implantación de la Congregación en Alemania. El P.Fabre fue el primero que visitó los territorios de misión, y el P. Lavillardière separó la autoridad religiosa de la eclesiástica. Mons. Agustín Dontenwill, que había sido misionero en Columbia Británica, aceptó la misión del Pilcomayo y del Congo belga. Sobre la obra misionera escribió que su función era “mantener en la fe a las poblaciones convertidas, crear y sostener obras de todas clases para asegurar su perseverancia y el fervor de su vida sobrenatural y empujar cada vez más lejos la evangelización de los pueblos todavía infieles” [80]. El P. Labouré reorganizó las estructuras de las misiones entre los amerindios y preparó el traslado de ciertos sectores al clero diocesano de Sri Lanka.

Las Administraciones generales de ordinario han sido reacias a aceptar nuevos territorios, a fin de poder desarrollar las misiones ya asumidas y responder así a las constantes peticiones de personal por parte de nuestros vicarios apostólicos. No se han dado cuenta tal vez de las necesidades importantes que se daban en los territorios confiados a los otros. El P. Deschâtelets ha sido más audaz. A pesar de la consigna del Capítulo de 1947 de reforzar solo las misiones ya existentes, supo abrirse a las necesidades de la Iglesia. Gracias al aumento de vocaciones, pudo aceptar al menos 28 nuevas fundaciones.

En la evolución de los compromisos misioneros durante el siglo que siguió a la muerte del Fundador, pienso poder destacar las grandes tendencias siguientes [81]:

— El ministerio de las misiones populares se conservó en varias provincias sobre todo en Europa y Canadá. Otras provincias, como la de Argentina, se fundaron con ese fin [82].

— Nuevos territorios de misión, como Namibia, Zaire, Laos, Camerún, Pilcomayo, etc., se aceptaron en la perspectiva de la primera evangelización.

— Se han fundado provincias para ocuparse de los emigrantes cristianos: la de Santa María en Canadá y la central de Estados Unidos, para los inmigrantes de origen alemán, la de Asunción, en Canadá, y la viceprovincia de Francia-Benelux,para los polacos, la de San Juan Bautista, en EE. UU. para los francoamericanos.

— Se fundaron provincias para atender a las clases obreras de Chile y Bolivia.

— En las antiguas misiones, una presencia oblata más intensa aseguró mayor estabilidad y permitió la organización de las estructuras parroquiales y escolares.

— Casi en todas partes, pero sobre todo en las provincias anglófonas, se han aceptado parroquias, que pasaban a ser su ministerio principal. Pero la naturaleza de estas parroquias varía mucho.

2. EL VIRAJE DEL CONCILIO Y LA REGLA DE 1966

Durante la primera mitad del decenio del 60 se celebró el concilio Vaticano II (1962-1965) que fue un acontecimiento de grande esperanza, de comunión activa, de reflexión y de discernimiento teológico. Signo de un viraje en la Iglesia, ha permitido a ésta comprender mejor su naturaleza y su misión. Para algunos, pareció que todo en la Iglesia volvía a empezar de nuevo. Las decisiones conciliares transmitidas en los documentos respectivos constituyeron puntos de referencia en la acción y en el magisterio de la jerarquía, y en todo el esfuerzo de renovación que siguió, incluyendo la de la vida religiosa. El Concilio tuvo lugar en el momento en que aparecía un viraje sociocultural cada vez más profundo: fin de la época colonial y emergencia de las nuevas naciones, explosión de los medios de comunicación de masas, desarrollo tecnológico y creciente brecha económica entre los pueblos, pluralismo en aumento de las culturas, de las religiones, de las opiniones, emigración del hemisferio sur hacia el norte. No es fácil distinguir el impacto del Concilio del de estos cambios. La vida religiosa misma ha quedado profundamente marcada por este impulso conciliar y por los cambios socioculturales. Tras el resurgir de vocaciones que siguió a la guerra, se ha asistido a un descenso del número de los candidatos y a la salida de miembros. El desafío del Concilio con la renovación que proponía se ha llevado a cabo con ritmos y en niveles diversos.

En este clima de efervescencia, a menos de tres meses de la clausura del Concilio, se tuvo el Capítulo general (25 de enero a 23 de marzo). Dio a la Congregación un texto completamente nuevo de las Constituciones, adoptando el lenguaje y las perspectivas del Concilio. Desde el punto de vista de nuestro tema, me parece que los elementos más significativos del texto de las Constituciones de 1966 son los siguientes:

a. Se distingue netamente entre el fin y los medios, entre la evangelización de los pobres (C 1, 3) y los medios de lograrla (R 20 -36). Las misiones populares se presentan como un medio de evangelizar (R 21-23) [83].

b. Entre los diversos medios disponibles, se recuerda la necesidad de practicar un discernimiento en los compromisos actuales y en las prioridades que se han de adoptar para alcanzar la meta. Es una condición para la renovación de la acción pastoral. Este aspecto será destacado por las posteriores administraciones generales, empezando por la del P. Deschâtelets [84].

c. La actividad evangelizadora se inscribe en la perspectiva del carisma, como don del Espíritu, participación en el misterio de Cristo y servicio de la Iglesia. El prefacio del Fundador es su expresión privilegiada [85]. En esta perspectiva, la vida religiosa y la vida apostólica son aspectos complementarios. El Oblato está presente como hombre apostólico. En cuanto realidad viva, el carisma necesita la institución a la vez que la supera: ésta debe, pues, adaptarse a la evolución de aquél.

d. La Regla muestra el carácter misionero de la Congregación, inspirándose en el decreto Ad Gentes, especialmente en el n. 6, que traduce también nuestra experiencia. La Constitución 3 es bien característica: “La Congregación entera es misionera y su primer deber es acudir en ayuda de los más abandonados. Con el testimonio de vida así como con el ministerio de la Palabra debe revelar ‘quién es Cristo’, a fin de avivar o despertar la fe y de fundar en esa fe una Iglesia viva que extienda en el mundo la caridad y progrese así hacia su consumación. Por eso lleva el Evangelio a los pueblos que todavía no lo han recibido, y allí donde la Iglesia está ya implantada, a los grupos humanos y a las regiones más alejados de ella […]”. Las palabras misión y misionero son las más utilizadas en el texto [86].

e. La opción por los pobres queda confirmada y acentuada. Se la menciona con frecuencia [87]. Dentro de una perspectiva de fe se pone el acento en la situación socioeconómica del pobre [88].

f. El texto recuerda suficientemente el ministerio de la palabra [89], pero al mismo tiempo los comentarios lo relativizan. Se lo enfoca en relación con las palabras humanas y su credibilidad, más que en su relación a la Palabra de Dios. Se insiste en la necesidad de una palabra vivida más bien que proclamada. El nexo entre la evangelización y la palabra transmitida es más bien desvaído [90].

3. ENCUESTA Y ESTUDIO SOBRE LA EVANGELIZACION EN EL CARISMA OBLATO

Las nuevas Constituciones y Reglas ad experimentum de 1966, especialmente en los puntos que acabamos de indicar, trazaron el camino que iba a seguir la Congregación. La encuesta sociológica preparatoria al Capítulo de 1972 permitió verificar cómo habían sido miradas y vividas por los Oblatos [91]. Dicha encuesta revelaba lo siguiente:

— El 90 % de los oblatos piensan que para ser un verdadero misionero el oblato debe preocuparse ante todo de anunciar la Buena Nueva (Q 145).

— El 97 % piensan que predicar el Evangelio a los pobres es un elemento que marca la acción misionera de la Congregación (Q 150).

— El 61 % consideran que trabajar en la conversión de los no cristianos es un elemento que manifiesta la acción misionera de la Congregación (Q 153).

— El 45 % sostienen que la denuncia profética de las injusticias flagrantes forma parte de la evangelización (Q 147).

La evangelización de los pobres sigue siendo, pues, un valor muy presente en la conciencia de los oblatos incluso en el momento de una revisión global. Solo la caridad fraterna fue reconocida por los oblatos como un valor más importante.

Esto lo confirmó también el congreso sobre el carisma oblato que se tuvo en 1976 [92]. La evangelización es uno de los elementos característicos y esenciales reconocidos por todos. Se trata, pues, de uno de los cuatro elementos fundamentales que ha de tenerse en cuenta en la evaluación y la renovación de la vida y las obras de la Congregación. Estos elementos son: Cristo, la evangelización, los pobres y la comunidad. Se afirma, entre otras cosas, lo siguiente: “La evangelización es nuestra misión fundamental […] La evangelización se efectúa por nuestra palabra, nuestros actos y nuestra vida […] Para nosotros, oblatos, anunciar explícitamente quién es Cristo ha sido y sigue siendo una prioridad [93].

A continuación del congreso sobre el carisma, hay que tener en cuenta el de 1982 sobre la evangelización, al que nos hemos referido a menudo en este artículo [94].Los estudios presentados fueron discutidos en asamblea. Un comité hizo una síntesis de las discusiones [95] siguiendo los cinco enfoques previstos: la visión y la práctica del Fundador, la respuesta de los oblatos a la visión y a la práctica del Fundador, la evangelización según los Capítulos generales y los superiores generales, la evangelización según nuestras Constituciones y Reglas y la evangelización oblata hoy.

El juicio sobre la evangelización de hoy es positivo: “1. Nuestra mejor tradición oblata de evangelización está bien viva y debemos continuarla. El objetivo que hay que lograr es el anuncio creíble de Cristo, Salvador y Liberador, y esto a los pobres, es decir, a aquellos que no conocen a Cristo y se hallan lejos de Él, y también contra los ídolos del mundo occidental […] 2. Nosotros, los oblatos, tenemos necesidad también de ser evangelizados […] 3. No se decide nuestra misión por la ideología o el prejuicio, sino según la voluntad y la misión del Señor […] 6. Tenemos que escuchar bien a Cristo, conocer bien su vida y su caridad como el Fundador. Tenemos que predicar el mismo mensaje que predicó Cristo y comunicar la misma certeza. También tenemos que escuchar bien al mundo […] 7. No podemos ignorar lo negativo que hay en nuestro mundo; pero lo positivo que hay en él es lo que nos desafía: Dios ama al mundo como es. Quiere salvarlo y para eso nos llama y nos envía” [96].

El mismo año se tenía otro congreso en Ottawa, del 9 al 20 de agosto, sobre los oblatos y la evangelización en las sociedades secularizadas [97] Debía ser un complemento del de Roma y aportar respuestas a los problemas actuales. La participación fue tres veces mayor que la del congreso de Roma y los conferenciantes se escogieron entre los grandes especialistas mundiales, pero las conclusiones fueron más bien pobres. En la síntesis final que se refería a las perspectivas, se destacó el aspecto positivo de la secularización, la injusticia global del sistema económico mundial, la unidad entre la historia humana y la historia de la salvación y finalmente la necesidad de la inculturación. Desde el punto de vista práctico, “el primer paso de evangelización consiste en escuchar nosotros mismos la Buena Noticia. Conservamos así una visión misionera y una perspectiva de evangelización mediante una conversión a Cristo, conversión personal y renovada, en una vida de servicio y de diálogo, unificada por la actividad y la oración. La evangelización se efectúa en y por una comunidad de creyentes, que está abierta al Espíritu y celebra al Dios vivo. Cada miembro de la comunidad cristiana está llamado a evangelizar […] Nosotros promovemos la entera responsabilidad de los laicos y desarrollamos pequeñas comunidades eclesiales […] Debemos explorar nuevas pistas en catequesis, especialmente para con los jóvenes y la familia. Como prioridad absoluta vamos a los pobres, a aquellos que buscan la liberación y que luchan contra estructuras sociales opresivas” [98].

Tres meses antes, en el santuario de Notre-Dame du Cap, el P. Fernando Jetté había dado sobre la evangelización del mundo secularizado una conferencia que constituye su mejor reflexión sobre el anuncio de Jesucristo por el oblato [99].

4. UNA MIRADA DESDE ARRIBA

El superior general y los miembros de su consejo tienen contactos regulares con todos los miembros de la Congregación y son observadores privilegiados de lo que se hace y se piensa sobre la evangelización. El Communiqué, única publicación oficial, se refiere a ello regularmente [100].

Igualmente, los informes de los superiores generales en los diversos Capítulos constituyen una lectura apropiada y razonada de las tendencias misioneras de la Congregación. En 1980 el P. Jetté señalaba cuatro tendencias fundamentales:

—la opción por los pobres; —la búsqueda de compromisos más específicamente oblatos; —el interés constante por la misión ad gentes; —la promoción del laicado cristiano [101].

A propósito de la actividad misionera, el P. Jetté destacaba en el Capítulo de 1986 algunos puntos particulares sobre las actividades, las nuevas fundaciones y los criterios de acción.

Sobre las actividades notaba entre otras cosas:

“1. un serio esfuerzo por volver a tomar el ministerio de la predicación en ciertas provincias. De ordinario la respuesta de la gente ha superado las expectativas.

2. una progresión lenta, pero real, en la integración del aspecto “justicia social” en nuestro compromiso misionero […]

3. una mayor apertura a la cooperación interprovincial para mantener o desarrollar ciertas obras importantes […]

4. encuentros, estudios e investigaciones interprovinciales especializados y muy útiles acerca de un ministerio preciso […]

5. el retiro progresivo de varias parroquias más bien burguesas […]

6. el esfuerzo […] por dar a los laicos mayor lugar en la iglesia y asociarlos más a nuestro ministerio” [102].

En cuanto a las nuevas fundaciones, admitía que la Congregación “durante los años que vienen deberá más bien, tras una seria evaluación, reducir el número de sus obras y conservar, reforzar y desarrollar las que más corresponden a su carisma misionero, cuidando de reservarse las fuerzas necesarias para algunos compromisos nuevos en respuesta a nuevos desafíos [103].

A propósito de nuestra actividad, subraya dos criterios acerca de la naturaleza de los ministerios oblatos: “proclamar el Evangelio de Dios con nuestra conducta, nuestras obras y nuestra palabra: son los artículos 2 y 7 de nuestras Constituciones; y, en segundo lugar, ser muy flexibles, libres y audaces en la opción por otros ministerios, según las ‘necesidades de salvación’ del mundo de los pobres, allí donde somos llamados. Los artículos 8 y 9 son una ilustración de ello [104].

En su informe al Capítulo de 1992, el P. Zago, que desde 1966 ha seguido de cerca la evolución misionera de la Congregación, daba un lugar considerable a la misión oblata, confrontando la vida actual con las nuevas Constituciones y Reglas.

Tras haber recordado la unidad entre la vida y la acción, vuelve a hablar de la sensibilidad de los misioneros a las necesidades de salvación de los hombres como resorte del celo y de la renovación y condición de una elección válida de las prioridades. La opción por los pobres va creciendo. “El objetivo, el empeño principal que ha caracterizado nuestra historia desde la fundación, ha sido enseñar quién es Jesucristo […] Sin embargo, el anuncio del Evangelio sigue siendo siempre la finalidad de nuestra misión y le sirve por tanto de iluminación” [105]. Después de echar una ojeada al ministerio parroquial que ocupa a la mayoría de los oblatos pero que abarca una gran diversidad de situaciones, examina algunos ministerios relacionados con el anuncio directo de la palabra: las misiones populares, que vuelven a descubrirse en nuevos contextos, las casas de retiro, los santuarios y las comunicaciones sociales. Evalúa la realización de las tres exigencias de toda actividad misionera, a saber: la promoción de la justicia, el diálogo y la inculturación.

El compromiso en la promoción del laicado bajo sus múltiples formas es percibido en su relación a la Iglesia y a la participación en el carisma oblato. Concluye subrayando cinco criterios de evaluación y de eficacia:

“a. La misión nos caracteriza como oblatos. Las nuevas fundaciones tanto en el interior como en el extranjero son un signo de ello. La mentalidad y la apertura misioneras deben distinguirnos a todos, especialmente a las provincias que tienen más vocaciones.

b. Las dificultades debidas a la escasez de personal van a volverse más agudas los próximos años, especialmente en el hemisferio norte. Será necesario hacer progresivamente opciones fundadas en un sano realismo que tenga en cuenta el personal y favorezca las colaboraciones.

c. Sin embargo, no debemos cerrarnos en nosotros mismos. Debemos mantener y acrecentar nuestra audacia para hacer nuevas opciones que respondan a los desafíos misioneros allí donde estamos y en otros países.

d. Es preciso que la evangelización de los pobres se vuelva cada vez más un elemento característico de nuestro apostolado. No obstante, el anuncio no debe debilitar el diálogo como método y como actividad específica y no debe hacernos olvidar la totalidad de sus dimensiones, como el compromiso por la justicia.

e. Un número cada vez mayor de laicos muestra su interés por el carisma oblato. Pienso que es una tendencia que reclama de nuestra parte esfuerzos de coordinación y animación. Habría que reunir información sobre lo que se está haciendo y también favorecer una formación oblata común” [106].

5. ORIENTACIONES DE LOS CAPÍTULOS DESPUÉS DEL CONCILIO

Las decisiones tomadas por los Capítulos expresan cómo han captado los capitulares en un momento preciso de la historia del Instituto los desafíos y las respuestas a ellos. Han influido en la vida de la familia por razón de la representatividad y la autoridad del Capítulo. Los Capítulos de 1972 a 1992 han mostrado creatividad en su postura sobre la cuestión de las misiones [107]. Los de 1966 y 1980 se han centrado en los textos de las Constituciones y Reglas y merecen una atención aparte.

El Capítulo de 1972 elaboró La perspectiva misionera, texto que suscitó discusiones, entusiasmo y también oposición. A ejemplo del Fundador que “se puso al servicio de los más abandonados” [108], los capitulares echan una mirada sobre el mundo para descubrir las necesidades de salvación de la humanidad (nn. 1-8). Recuerdan algunas características de la identidad oblata: consagrados para la misión, en comunidades apostólicas, con prioridades misioneras (nn. 9-13). Se sugieren tres líneas de acción: la preferencia hacia los pobres, la solidaridad con los hombres de nuestro tiempo y la voluntad de creatividad (nn. 14-17).

Se trata de evangelización en el contexto de la preferencia por los pobres. “No olvidaremos nunca el hecho, recordado por nuestros hermanos de Asia, que la forma peor de la pobreza es ignorar a Cristo y hoy por hoy dos tercios de la población mundial esperan aún el anuncio de la Buena Nueva de la Salvación. Pondremos todo por obra para anunciar el Evangelio a aquellos que todavía no lo han oído, así como a los que, después de haberlo aceptado, no sienten ya la necesidad de la presencia de Cristo en sus vidas” (n. 15b). Inspirándose en la C 3 de 1966, se recuerda el compromiso por el anuncio directo del Evangelio en el contexto de la misión global de la Congregación. Los otros aspectos de la actividad misionera, como el desarrollo y la liberación, se tratan en forma más difusa sin que se indique un orden de principio o de práctica.

El Capítulo de 1986 se fijó en los desafíos misioneros en el mundo de hoy. En la introducción del documento que emitió recuerda la prioridad de nuestra vida misionera: “Como nuestro Fundador, estamos persuadidos de que la necesidad primera de los hombres es saber ‘quién es Jesucristo’. Nuestra misión es ante todo dar a conocer a Jesucristo y su Reino a los que no le conocen y a los que han olvidado la esperanza que él nos trae, llevándolos así a la plenitud de la vida” [109]. En el mundo de hoy, nuestra labor de evangelización debe captar seis desafíos: los pobres y la justicia, la secularización, la inculturación, la colaboración con los laicos, las relaciones eclesiales y la vida comunitaria. Todo ello exige una formación adecuada. El Capítulo vuelve a plantear en distintos contextos el anuncio directo de Jesucristo [110]. Este anuncio se ve como un aspecto característico de nuestro carisma: “Tenemos un servicio propio en la Iglesia: ‘Anunciar a Cristo y su Reino a los más abandonados'” [111]. Este es uno de los motivos que impulsa a buscar vocaciones oblatas [112]. Ese anuncio determina la formación oblata misma [113]. La inserción entre los pobres, la inculturación, la colaboración con los laicos y la vida comunitaria se miran en función de un anuncio más creíble y eficaz. Estos mismos ministerios, igual que el de las parroquias, deben caracterizarse “poniendo el acento en la reevangelización de los cristianos indiferentes o separados de la Iglesia” [114]. Se puede decir que a la evangelización, en cuanto anuncio transformador de las personas y de las sociedades, se le atribuye un papel central en la misión global de los oblatos.

Con su documento Testigos en comunidad apostólica, el Capítulo de 1992 invita “a releer nuestras principales fuentes oblatas desde la perspectiva de la calidad de nuestra vida, a fin de mejorar nuestro testimonio en el corazón del mundo contemporáneo” [115]. Después de presentar las necesidades de salvación de los hombres, subraya la relación entre la comunidad y la evangelización: “Escogemos, pues, la comunidad como un medio para dejarnos evangelizar continuamente y ser testigos de la Buena Noticia en el hoy del mundo […] Solo llegaremos a ser evangelizadores eficaces en la medida en que nuestra compasión sea compartida, en que nos ofrezcamos al mundo, no como una coalición de francotiradores, sino como un solo cuerpo misionero. Perseguir activamente la calidad de nuestra comunidad, de nuestro ser, entre oblatos primero, pero también con todas las personas de buena voluntad, he ahí nuestra primera tarea de evangelización” [116]. Volviéndonos auténticas comunidades animadas por el Espíritu, “invitaremos a la comunión, signo de un mundo nacido de la Resurrección” [117]. “Siendo ‘un solo corazón y una sola alma’ (Hch 4, 32), nuestras comunidades serán cada vez más apostólicas por la calidad de su testimonio, dando así un ‘fruto que permanece’ (Jn 15,16)” [118]. El tema de la predicación va unido a la vocación [119] y a María que nos invita “a amar al pueblo al que se nos envía para llevarle la Buena Noticia” [120].

Podemos, pues, decir que los Capítulos de 1966 a 1992 ampliaron el concepto de misión reconociendo el papel central del anuncio de Jesucristo a los pobres. La misión no implica solo la actividad apostólica sino toda la vida personal y comunitaria de los oblatos, su ser y no solo su hacer. Influye en todos los aspectos del carisma, como la espiritualidad, la comunidad y las estructuras. Ella debe transformar toda la vida de las personas y de las sociedades a las que son enviados. Por eso el compromiso por la justicia, el diálogo y la inculturación forman parte esencialmente de la misión evangelizadora. Aun cuando acentúan el aspecto profético de la denuncia de lo negativo, los oblatos tienen una mirada de simpatía para las personas y las culturas a las que se dirigen. Cristo está en el centro del mensaje trasmitido y, más aún, es el fundamento de la vida personal y comunitaria.

6. LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS DE 1982

Las actuales Constituciones y Reglas revelan el carisma oblato tal como es captado y propuesto por los oblatos de hoy. Partiendo de la Regla de 1966 y de una visión global más amplia que la de la Regla del Fundador, toman también en cuenta la conciencia teológica actual de la Iglesia y la percepción de los Oblatos. El Capítulo de 1980, tras numerosas consultas hechas a todos los miembros de la Congregación, revisó, discutió y aprobó todas las partes de las CC y RR. El conjunto fue aprobado, con algunas modificaciones, por la autoridad eclesiástica competente en 1982. Los diez primeros artículos presentan los diversos aspectos de la misión de la Congregación [121]. En la misión oblata, el anuncio-proclamación está siempre presente. Ciertos artículos son más explícitos y muestran bien la continuidad con el Fundador y el puesto central de la evangelización [122]. Quedan recogidas las adquisiciones de la Regla de 1966, como la distinción entre el fin y los ministerios. El texto subraya el papel de Cristo no solo como centro de la evangelización, sino también como protagonista de ella. Así, nuestra cooperación con Cristo, tan grata al Fundador, recibe nueva luz. Para cooperar con Él, hay que compartir su mirada hacia la humanidad y su amor a ésta. Las nuevas actitudes ante las personas, las culturas y el mundo, los nuevos enfoques, como el respeto, el diálogo, el profetismo, igual que los nuevos aspectos de la evangelización como el compromiso por la justicia, la inculturación, la colaboración con los otros y especialmente con los laicos, tienen su origen en esa visión de Cristo y de su Reino. La puesta en práctica de todo ello se enraíza y en cierto modo brota de la relación y de la identificación con Él .

La opción por los pobres está vinculada al anuncio de Cristo, a la fe que se ha de suscitar o avivar, y al mundo nuevo nacido de la resurrección. Las Constituciones 5 y 7 deberían ser citadas íntegramente para ser exactos. La Regla 2 saca las consecuencias prácticas: “La predicación de misiones y las misiones extranjeras ocupan tradicionalmente el primer lugar en nuestro apostolado. Ningún ministerio, sin embargo, nos es ajeno, a condición de que nunca perdamos de vista el fin principal de la Congregación: la evangelización de los más abandonados”. Consiguientemente, es necesario que cada provincia establezca sus prioridades y evalúe periódicamente sus compromisos apostólicos [123].

CONCLUSIÓN

En toda la historia de la Congregación el ideal de la evangelización de los pobres como fin de su misión ha permanecido vivo en el espíritu y en la Regla de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Se ha realizado en situaciones diversas y en ministerios variados. La evangelización de los pobres ha sido entendida en el conjunto del carisma como emanando de la experiencia continua de Cristo. Está vinculada a la calidad de la comunidad apostólica y del hombre apostólico, y por tanto al testimonio.

Mirando la evolución que ha tenido la evangelización tanto en su concepto como en su realización desde el Fundador hasta hoy, se observan ciertas tendencias significativas. Se ha pasado:

— de una evangelización centrada, aun cuantitativamente, en el anuncio directo de la Palabra a través de las misiones populares y las misiones extranjeras, a una misión evangelizadora con actividades y ministerios variados;

— de una evangelización orientada sobre todo a la religión y a la moral, a una evangelización integral que debe iluminar y transformar todos los aspectos de la vida personal, colectiva y cultural [124];

— de un anuncio de tipo magistral y objetivo, a una evangelización adaptada al proceso de los oyentes para responder a sus expectativas. El Fundador requería “enseñar quién es Cristo”; las nuevas Constituciones en su artículo principal hablan de “dar a conocer a Cristo”;

— del anuncio directo hecho a los pecadores privados de salvación, a una evangelización dirigida a personas que, aun teniendo necesidad de salvación, son amadas por Dios, en las cuales Dios está ya actuando y a través de las cuales el misionero puede enriquecerse;

— de un anuncio hecho por un grupo de sacerdotes, a una evangelización que es obra de toda la Iglesia;

— de un anuncio orientado a la salvación de las almas, a una evangelización que tiene un triple objetivo: la conversión personal y comunitaria, la constitución de una comunidad eclesial inculturada y responsable, y la promoción del Reino de Dios [125]. En esta perspectiva, ciertas actividades como la promoción humana, la inculturación, el diálogo, y el compromiso por la justicia y la paz, son verdaderamente misioneros [126].

Tal vez sería osado afirmar simplemente que, en la Congregación, la evangelización de los pobres se ha hecho cada vez más en profundidad. La reflexión así como la experiencia de la Iglesia ciertamente nos han permitido captar mejor todo lo que ella implica. En la práctica, el anuncio directo ha perdido no solo la importancia cuantitativa, sino también la estima que le corresponden. La Palabra de Dios convenientemente anunciada tiene un dinamismo y una eficacia misionera singulares. Sería preciso profundizar su valor partiendo de la Escritura, de la Tradición y del Concilio Vaticano II, en especial de la constitución Dei Verbum, de la exhortación Evangelii Nuntiandi de Pablo VI y de la encíclica Redemptoris Missio de Juan Pablo II. Sería también preciso redescubrir la necesidad de tal anuncio para la Iglesia y todavía más para la humanidad de hoy. Esta se halla a menudo desorientada y vive habitualmente en un pluralismo que, más todavía que en el pasado, exige una propuesta clara que permita una opción religiosa y humana adecuada. Haría falta además encontrar, para la Iglesia de hoy, vías nuevas y antiguas que equivalgan a lo que el Fundador buscaba en las misiones parroquiales y en las misiones extranjeras, concediendo la prioridad al anuncio de la Palabra. La triple distinción indicada en la Redemptoris Missio [127]: la evangelización pastoral, la nueva evangelización y la evangelización misionera, podría constituir un punto de partida [128].

Lo que Juan Pablo II dice para la Iglesia corresponde a la intuición, a la voluntad y a la acción de Eugenio de Mazenod y al carisma que él transmitió. “El anuncio tiene la prioridad permanente en la misión: la Iglesia no puede sustraerse al mandato explícito de Cristo; no puede privar a los hombres de la “buena nueva” de que son amados y salvados por Dios […] Todas las formas de la actividad misionera están orientadas hacia esta proclamación que revela e introduce el misterio escondido en los siglos y revelado en Cristo, el cual es el centro de la misión y de la vida de la Iglesia, como base de toda la evangelización […] La fe nace del anuncio, y toda comunidad eclesial tiene su origen y vida en la respuesta de cada fiel a este anuncio. Como la economía salvífica está centrada en Cristo, así la actividad misionera tiende a la proclamación de su misterio” [129]. En este punto, la Congregación tiene que captar y que subrayar este desafío importante para ser verdaderamente misionera en nuestro mundo y para ser fiel a su carisma.

Marcello ZAGO