Nació en Santa Margarita Lafigère (Ardeche) el 31 de octubre de 1816
Tomó el hábito en N.-D. de l’Osier el 6 de junio de 1850
Hizo la oblación perpetua en N.-D. de Lumières el 25 de diciembre de 1851 (nº 321)
Murió en Aix el 23 de julio de 1883.

Felipe Fournier nació en Santa Margarita Lafigère, diócesis de Viviers, el 31 de octubre de 1916. Conoció a los oblatos con oc asión de una misión dada en su parroquia, y empezó el noviciado en Notre-Dame de l’Osier el 6 de junio de 1850. Emitió los votos por un año en Notre-Dame de l’Osier el 25 de junio de 1851, y la oblación perpetua en Notre-Dame de Lumières el 25 de diciembre de 1851. Se le había admitido por unanimidad en el consejo general el 5 de octubre anterior, tras haber comprobado que el hermano tenía “gran rectitud de juicio y era un excelente religioso, muy apto para cuidar los intereses materiales de una casa”.

Fue cocinero en Notre-Dame de l’Osier, en Notre-Dame de Lumières en 1851-1852, en Notre-Dame de Bon Secours en 1853-1855, en Montolivet en 1856-1861 y en Autun en 1862-1863. En el Registro del personal de 1862-1863 leemos bajo el nombre de este hermano: “Cocinero cuidadoso y previsor, enviado al escolasticado de Autun para formar a los hermanos bajo sus órdenes”. Poco se habla de él posteriormente; en 1863-1864 estaba en el Calvario de Marsella; luego en 1864 en Bon Secours; después en Aix en 1878 como portero. Allí muere del cólera, tras unos días de enfermedad, el 23 de julio de 1883.

En su nota necrológica escribe el padre Fabre: “En todas partes el hermano se mostró religioso humilde, obediente y trabajador. La mayor parte de su vida religiosa la pasó en la cocina, y en ese empleo en el que es difícil agradar a todos, mostró gran espíritu de orden, de economía y de limpieza. A estas cualidades indispensables a todo cicinero, unió una gran caridad. Sabía prestarse, siempre de buena gana, a las exigencias a veces liosas de la salud de unos y del cansancio o de los hábitos de otros. Por lo demás, como el justo, vivía por la fe […En Aix] por su porte digno y su aire de gravedad religiosa, unido a cierta bondad que dejaba entrever un espíritu lleno de finura y de intuición, pronto mereció la estima y conquistó el afecto de todos. Una sonrisa benévola y graciosa acogía a los que llegaban…”

YVON BEAUDOIN, O.M.I.