l galicanismo es un conjunto de doctrinas eclesiológicas y canónocas y de actitudes que, en la Francia del antiguo régimen, miraban a limitar la jurisdicción de la Santa Sede a favor de los obispos y del rey, y que habían dejado secuelas en el siglo XIX. Lo esencial de la doctrina galicana se expresó en los Cuatro Artículos redactados por Bossuet en 1682: separación de los dos poderes y ninguna autoridad del Papa sobre lo temporal de los reyes, superioridad de los concilios sobre el Papa, permenencia en vigor de las reglas, costumbres y constituciones del reino y de la Iglesia galicana, rechazo de la infalibilidad del Papa.

Unas diez veces habla Eugenio de Mazenod en sus escritos sobre el galicanismo. En 1814 se presenta como un adversario resuelto del galicanismo. El 1 de julio escribe a Forbin-Janson que estaba de viaje en Roma: “¿Cómo es que en tu entrevista con el Sumo Pontífice […] no has insistido en la necesidad de pronunciarse sobre todos los atentados que se han permitido contra la disciplina de la Iglesia y los derechos de la Santa Sede apoyámdose en las pretendidas libertades que cada cual se permite interpretar según las inspiraciones de su miedo, de su ambición o de su avaricia? Insiste sobre eso cuando estés en Roma, ante todos los cardenales […] Diles claramente que el momento es favorable para hacer triunfar los verdaderos principios. En la Iglesia no hay más lugar para una aristocracia episcopal que para una democracia presbiteral. Que todo esté sometido a la cabeza según la institución de Nuestro Serñor Jesucristo. Las componendas enervan la disciplina; uno se prevale del silencio, cuando el deber habría sido hablar. Que se socaven, si no se pueden destruir de un golpe, esas detestables supuestas libertades, peligrosa guarida donde se han refugiado en todo tiempo el cisma constitucional, la insubordinación y la rebeldía de nuestros bonapartistas; en ese antro tenebroso se acaba por no ser católico más que de nombre…” El 19 de julio añade: “Aunque te parezca que soy cargante, si estás todavía a tiempo, actúa con presteza con aquel a quien corresponda para que la Santa Sede no afloje. Debe dar una lección a la cristiandad contra todos esos rebeldes que se han ayudado para humillarla, de todos esos galicanos ignorantes que, viendo esclavizada a la Iglesia romana, no solo no han hecho nada para liberarla y para consolarla, sino que se han unido al cruel opresor y en cierto modo han hecho liga con él para despojarla de las prerrogativas que tenía de su divino Fundador…” (Escritos espir. 15, p. 57 y 62).

Durante su estancia en Roma en 1825 y 1826, el padre de Mazenod lee las Memorias del cardenal Pacca sobre su exilio en Francia bajo Napoleón. Copia en su Diario, el 26 de marzo, algunos extractos de ellas
relativos al tratado de Fontainebleau que, bajo la presión de algunos caerdenales, firmó Pío VII el 25 de enero de 1813. Se intentaba también hacer que el Papa admitiera una cláusula según la cual el Papa y sus sucesores, antes de asumir el pntificado, debían prometer no ordenar ni realizar cosas contrarias a las cuatro proposiciones del galicanismo. El 5 de abril el Fundador copia también este otro extracto de las Memorias: “Me di cuenta en las conversaciones con eclesiásticos franceses que, incluso entre los que eran cultos y versados en las ciencias sagradas, algunos ignoraban o nunca habían leído diversas obras excelentes escritas en italiano contra las cuatro proposiciones del clero galicano”.

El 15 de abril de 1850 Mons. de Mazenod escribe al cardenal Orioli, prefecto de la Congregación de los Obispos y Regulares, para ponerle en guardia contra los metropolitanos de Francia que, con ocasión de los concilios provinciales, se acuerdan entre sí y proyectan “servirse de los concilios para realzar en sus personas una autoridad que la disciplina general de la Iglesia ya no les atribuye”. Mons. de Mazenod ve en eso un tufo de galicanismo. “La costumbre que hay entre nosotros, escribe, de consultar solo a canonistas franceses o más bien galicanos, a menudo los únicos que se encuentran en muchas bibliotecas, fortalece nuestros prejuicios nacionales en varios puntos. Así la mayoría de esos autores galicanos exageran los derechos de las metrópolis, ya para dejar de lado los de la Santa Sede a la que acusan de haber acrecentado su autoridad a expensas de los arzobispos, ya porque no admiten la disciplina del concilio de Trento, a la que consideran como no publicada en Francia…” Mons. de Mazenod entra al respecto en muchos detalles que el no podía conocer sin haber leído las actas de varios concilios provinciales.

En 1852, cuando el asunto de La Correspondance de Rome, después de que el Papa exigió que cesara esa publicación, el cardenal Gousset, arzobispo de Reims, asumió la defensa del periódico que Mons. de Mazenod y otros obispos habían denunciado al Papa porque en él había artículos injuriosos y calumniosos contra los obispos bajo “el injurioso pretexto de hacerles entrar en el derecho eclesiástico” (cf. artículo Correspondance de Rome). El cardenal acusa a quellos que han escrito contra el periódico, en particular al obispo de Marsella, de haber “obedecido a un espíritu hostil a la Santa Sede”, de haberse “opuesto por espíritu de sistema al trabajo que se hace para estrechar cada vez más los lazos que unen a las Iglesias de Francia con la Iglesia romana”. Era prácticamente acusarlo de galicanismo. Profundamente herido en sus convicciones, Mons. de Mazenod escribe el 21 de julio de 1852 una carta de ocho páginas al cardenal: “Es la primera vez en mi larga carrera, alega, que he sido así denunciado a la desconfianza de mis colegas. Me parrece, añade, que el honor de mis canas ha sido empañado. Esta susceptibilidad es legítima, Monseñor. Que un folletista me ataque, no me produce más que indignación y desprecio con cierta mezcla de compasión que tiende en seguida al perdón, pero que una mano de obispo, destinada a escribir los pensamientos de Dios y de la Iglesia, tome la pluma para sostener a ese folletista interpretando arbitrariamente mis intenciones secretas, tan alta es la idea que tengo del episcopado que entonces mi dolor estalla y quiere expandirse, pues entonces soy herido en el corazón”. Seguidamente Mons. de Mazenod declara que siempre ha estado unido a la Santa Sede, aun sosteniendo el honor y los méritos de la Iglesia de Francia y el respeto debido a algunas de sus tradiciones.

En una carta a Mons. Guibert el 26 de febrero de 1853, Mons. de Mazenod dice que el asunto de la Correspondence de Rome y el ultramontanismo violento de Luis Veuillot en L’Univers corren el riesgo de provocar una reacción galicana: “Que se dejaran ir las cosas, y no solo sería dado a L’Univers devolver la vida a lo que estaba muerto, provocando una reacción que despertaría los recuerdos apagados de antiguas controversias nacionales, sino que también sería puesta a prueba la religión de mucha gente”. Las mismas reflexiones se dan en una carta al cardenal Antonelli el 10 de marzo de 1853 (cf. artículo L’Univers).

Ya no se trata de galicanismo en los escritos de Mons. de Mazenod después de que Pío IX con la encíclica Inter multiplices del 21 de marzo de 1853 calmó los espíritus, y de que los redactores de L’Univers prometieron más autocontrol, prudencia y caridad.

YVON BEAUDOIN, O.M.I.