1. La historia y la evolución de la vocación del hermano oblato
  2. Los elementos específicos de la espiritualidad del oblato hermano
  3. La formación del oblato-hermano

LA HISTORIA Y LA EVOLUCIÓN DE LA VOCACIÓN DEL HERMANO OBLATO [1]

1. EN TIEMPOS DEL FUNDADOR, 1816-1861

a. La legislación y la vida de los hermanos de 1816 a 1861

Al colocar los cimientos de la futura Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada, Eugenio de Mazenod no pareciera haber manifestado a sus hermanos sacerdotes todo el alcance de sus proyectos, excepción hecha , tal vez, del sacerdote Enrique Tempier, cuando le escribe en su primera carta el 9 de octubre de 1815 “[…] viviremos juntos en una misma casa que he comprado, bajo una regla que asumiremos de común acuerdo, y cuyos elementos sacaremos de los estatutos de San Ignacio, de San Carlos para los Oblatos, de San Felipe Neri, de San Vicente de Paúl y del beato Ligorio” [2].

Tres años después, redactó las Constituciones y Reglas en San Lorenzo de Verdún, del 2 al 16 de septiembre, y las sometió a la aprobación de los miembros de la Sociedad, al celebrar el primer Capítulo general, el 24 de octubre de 1818. Los capitulares, atraídos sobre todo por el tema de los votos, no cuestionaron y apenas si notaron que sólo en cinco artículos se hablaba de los hermanos, como un asunto que se daba por incluido, dado que las congregaciones religiosas que el P. de Mazenod conocía, especialmente los Redentoristas, contaban con padres y hermanos conversos en sus filas.

Sin embargo, en ningún lugar de este primer texto de la Regla se dice que la Sociedad estará formada por padres y hermanos. Por lo que se puede decir que éstos han entrado jurídicamente en la Congregación como de puntillas, sin que se hablara de ellos. En la Regla, habían quedado dos páginas en blanco, en el lugar destinado para los Hermanos.

La primera legislación elemental sobre los hermanos ha precedido, pues, a la existencia concreta de los mismos, que comenzó también de una manera muy discreta.

El primer novicio para hermano, Ignacio Voitot, entró en Nuetra Señora de Laus hacia 1820, y sólo en 1828, dos años después de la aprobación de la Regla, tenemos los primeros votos de un hermano, Juan Bernardo Ferrand, el primero también en hacer los votos perpetuos en 1834, casi 20 años después de la fundación de la Congregación [3].

El primer reglamento o párrafo de 29 artículos de la Regla sobre los hermanos fue redactado por el padre Tempier después de la entrada del primer novicio. Era un resumen de la Regla de 1818, con el primer artículo, que anunciaba finalmente la existencia de los hermanos en la Congregación, y tres artículos redactados por el mismo Fundador , en los que expresaba claramente su espíritu [4].

El primer artículo se lee como sigue: “La Sociedad acepta recibir en su seno a hombres de buena voluntad que, careciendo de los conocimientos necesarios para ser misioneros y renunciando a adquirirlos, quieren sin embargo trabajar eficazmente por su salvación bajo la dirección de las santas Reglas del Instituto dedicándose a los servicios reservados en las órdenes religiosas a los llamados hermanos conversos”.

Los artículos redactados por el Fundador se expresan como sigue:

“Art. 11: Los hermanos conversos no deben ser mirados en la Sociedad como empleados domésticos. Son miembros del Instituto encargados de los trabajos manuales de la casa como los otros miembros están encargados de trabajos más relevantes, para el bien común de la Sociedad y de la Iglesia”.

“Art. 12: Por lo que comerán en el refectorio y asistirán a todos los ejercicios compatibles con sus trabajos y acordes con su nivel de conocimientos”.

“Art. 13: Igualmente todos los puntos de la Regla que están a su alcance se les aplican y están obligados a observarlos tan estrictamente como los otros miembros del Instituto”.

He ahí, en esas líneas generales, la legislación muy sencilla para los hermanos, de 1818 a 1821. Nada cambió en los años siguientes durante la vida del Fundador.

Antes de la aprobación definitiva de la Regla en 1826, se añadieron, sin embargo, algunos artículos sobre el prefecto espiritual de los hermanos y, en la segunda edición de 1853, se agregó al primer artículo una frase que se leía así: “La Sociedad acepta recibir […] a hombres […] que […] quieren trabajar dedicándose a los trabajos reservados en las Ordenes religiosas a los llamados hermanos conversos y a la instrucción de los niños pobres cuando se considere oportuno”.

Se trata aquí de un aspecto en el que la vida precedió a la legislación. En efecto, ya en 1850-1853, los hermanos daban clases en Canadá y en Inglaterra. Entre 1841 y 1861, por lo menos 25 hermanos enseñaban también el catecismo en Francia, en Vico y en Sri Lanka [5].

Los hermanos estaban tan bien integrados en la Congregación después de 1841 que Mons. de Mazenod los colocó, en cuanto era posible, en todas las casas de Francia y los hizo salir con todos los equipos de misioneros. Dos padres y el hermano Ferrand fueron enviados a Ajaccio en 1834, cuatro padres y los hermanos Basilio Fastray y Luis Roux, al Canadá en 1841, dos padres y el hermano Luis Dubé al Río Rojo en 1843-1846, cuatro padres y el hermano Celestino Verney a Oregón en 1847, tres padres y el hermano Gaspar de Steffanis a Sri Lanka en 1847, dos padres y el hermano Agustín Chalvesche a Argelia en 1849, cuatro padres y el hermano José Compain a Natal en 1851, etc. [6] Ha habido, por otra parte, cada vez más entradas de hermanos después de la aceptación de las misiones extrajeras; al morir el Fundador, había 87 hermanos en un total de 414 Oblatos, o sea un 20 por ciento.

En el apéndice de la Regla de 1853 sobre las misiones extranjeras, Mons. de Mazenod no olvidó a los hermanos; les abrió incluso un nuevo campo de apostolado, pidiendo primeramente que en todas las misiones el sacerdote no estuviera nunca solo, que estuviera acompañado al menos por un hermano. Agregaba que los Oblatos debían ocuparse de la educación de la juventud, intentando llevar a las tribus nómadas a renunciar a sus costumbres de vida errante, escogiendo emplazamientos donde aprendieran a construir las casas, a cultivar la tierra y a familiarizarse con las artes elementales de la civilización…: “Los superiores, continuaba, no olvidarán colocar al lado de los padres a hermanos conversos ya iniciados en diversos oficios y capacitados, por consiguiente, no sólo para ayudar sino también para reemplazar a los padres en todo ese campo de su actividad” [7].

El Capítulo de 1850 y la Regla de 1853 modificaron un tercer punto relacionado con los hermanos. Se suprimió un artículo, sacado de la Regla de san Alfonso que preveía en las comunidades un máximo de doce sacerdotes y de siete hermanos [8]. En efecto, siete hermanos eran suficientes para el mantenimiento material de una casa, pero, desde la perspectiva misionera en la que se coloca cada vez más el Fundador después de 1841, el número de hermanos de una casa podía sobrepasar al de padres si el trabajo misionero lo exigía. Posteriormente, varias casas, varios vicariatos de misiones, y la provincia de Alemania misma, en sus comienzos, contaron con más hermanos que padres.

El interés por los hermanos educadores y el número de hermanos empleados en ese trabajo fue tan grande que, durante el Capítulo de 1856, algunos capitulares propusieron crear en la Congregación una rama especial, distinta de los padres y de los hermanos conversos, con el fin de darles una formación adecuada. Los capitulares se opusieron a crear una rama de hermanos educadores debido a las grandes dificultades que tendrían para arreglar sus relaciones con los hermanos conversos propiamente dichos, pero confirmaron que todos los hermanos que tuvieran las cualidades para ello podían ser llamados a ese ministerio [9].

b. Los hermanos como los quería el Fundador

En la Congregación, en tiempo del Fundador, el hermano tenía todas las características tradicionales de los hermanos de los Institutos clericales de los siglos XVI al XIX. Mons. de Mazenod se inspiró, en efecto, en la letra de las Reglas y en el espíritu de cinco fundadores: los santos Ignacio, Vicente de Paúl, Felipe Neri, Carlos Borromeo y sobre todo Alfonso de Ligorio.

El hermano oblato se liga también a la tradición monástica por la participación en el Oficio divino al que están obligados los padres (pequeño oficio), y también por la obligación que tienen, como los padres, de reproducir todas las virtudes de las Ordenes religiosas desaparecidas durante la Revolución. La Congregación, en efecto, tenía entre sus fines el suplir a estos cuerpos desaparecidos. Sin duda el Fundador sacó esta idea y esta vuelta a las fuentes del contacto cotidiano que tuvo, de 1812 a 1815, con su empleado doméstico el hermano Mauro, camaldulense, expulsado de su convento por Napoleón.

Los hermanos son parte de la Congregación como los padres, y el espíritu de familia que el Fundador ha querido ver reinar en la Sociedad debe ser también norma fundamental en las relaciones entre padres y hermanos. El les manifestó de diversas maneras su interés, el cuidado por su salud y, sobre todo, por su progreso espiritual.

Sin embargo, en los Institutos clericales, la distinción entre padres y hermanos había sido siempre una distinción de clase social. En este sentido encontramos algo original en el Fundador, una dicotomía que le caracteriza, por ejemplo entre las penitencias corporales muy pesadas como las de los monjes y las penitencias del corazón, de la voluntad y de los trabajos de la vida activa; entre vida de oración y de contemplación muy exigente y vida desbordante de actividades apostólicas. Para los hermanos, por una parte, vida de hijos de la familia y, por otra, numerosas desigualdades. De hecho, los hermanos no eran iguales a los padres en los sufragios por los difuntos; no tenían el texto íntegro de la Regla; el último de los novicios escolásticos era superior en dignidad a los hermanos y les hacía observaciones en la culpa; ninguno de ellos, ni siquiera los hermanos educadores, comían en la mesa de los padres, ni tomaban los recreos con ellos, quedaban excluidos de toda voz consultiva, etc. Se trataba de distinciones de orden sociológico entonces muy normales, pero Mons. de Mazenod, hijo de la nobleza, que había heredado el espíritu de orden y de jerarquía de su clase social, iba a sacar de la preeminencia del sacerdocio consecuencias rigurosas.

Medidas asumidas para tener vocaciones serias y sobrenaturales:

a. serias, exigiendo seis años de votos temporales, contra la costumbre de su tiempo, exceptuados los hermanos de las Escuelas Cristianas;

b. sobrenaturales, con un retiro de preparación para los votos, nombramiento de un prefecto encargado de la formación y los intereses espirituales de los hermanos, correspondencia continuada con los hermanos para impulsarlos a la perfección.

Principio según el cual los hermanos debían estar ocupados de acuerdo a sus talentos y ser admitidos al apostolado directo, sobre todo a la enseñanza y al catecismo. En este sentido, Mons. de Mazenod aparece como un precursor.

En conclusión, si copió modelos, no hizo una copia tal cual; supo ser original; no hizo tampoco una copia estereotipada y muerta; supo adaptarse y adaptar la Regla a las exigencias de la vida y al desarrollo del Instituto.

2. LOS HERMANOS DE 1861 A 1961

Después de 1861, durante cien años, los hermanos han vivido de las Constituciones y Reglas , y de la inspiración del Fundador. Ha habido, sin embargo, una evolución lenta y sin choques, a partir de la vida y de las necesidades de la Iglesia, y no por razón de reflexiones teológicas o de planificaciones teóricas [10].

He aquí algunas consideraciones a partir de la bibliografía preparada por el P. Yvon Beaudoin y las referencias que se encuentran en la revista Missions, espejo bastante fiel de la historia de la Congregación.

a. El número de hermanos, reclutamiento y formación

Las estadísticas

Durante la vida del Fundador, la entrada de hermanos se dio con cuentagotas antes de 1841, pero luego entró en un ritmo y un porcentaje que se mantuvo más o menos durante ciento cincuenta años.

A la muerte del Fundador, los hermanos constituían alrededor del 20 % del personal oblato, 18 % en 1899, cerca del 25 % en 1933. En 1964, cuando el número total de Oblatos llegó a su punto culminante, 7526, había 1309 hermanos, es decir alrededor del 17 %. En 1987, sólo eran el 14 %, es decir 728 de un total de 5431 Oblatos.

El reclutamiento

El reclutamiento de los hermanos raramente se ha hecho en forma metódica, a pesar de que los superiores de todas las misiones siempre pidieron hermanos a la administración general.

Los postulantes entraron en la Congregación sobre todo por sus contactos con los predicadores de las misiones parroquiales y con los misioneros. Cuando la célebre gira de reclutamiento en Europa, de 1846 a 1848, el P. Juan Claudio Leonard sólo recorrió los seminarios e hizo entrar prácticamente sólo escolásticos, cien en dos años [11].

En su informe al Capítulo de 1873, el Provincial de la provincia de Francia-Norte se queja del escaso número de vocaciones para hermano, debido a la ley militar y también porque se hacen pocos esfuerzos por buscarlas.

El Provincial de Canadá confiesa entonces que sólo tienen un hermano converso canadiense de votos perpetuos y ninguno en Estados Unidos. La causa, precisa él, proviene del “desfavor en que se encuentran los empleados domésticos en América con los cuales se confunde fácilmente la situación de nuestros hermanos” [12].

En 1883, Mons. Vidal Grandin pone medios para tener hermanos. Consigue una carta pastoral común de los obispos de la provincia de Quebec, donde se encontraban entonces más de dos tercios de los católicos canadienses, para recoger fondos para sus misiones y hablar de la vocación de los hermanos. Se lee entre otras cosas: “[…] estos jóvenes elegidos por el Señor […] serán recibidos con los brazos abiertos [en el noviciado de Lachine] y aprenderán en el silencio, la humildad y la abnegación a consagrarse a la salvación de los pobres indígenas […]. Llegarán a ser auxiliares preciosos para el misionero, enseñando a los hijos de la selva a trabajar bajo la mirada de Dios y volverse útiles ellos mismos para la sociedad. ¡Admirable misión a los ojos de la fe! Hermosa vocación ante los mismos hombres […]” [13].

Hasta los años 1950 se habla poco del problema de reclutamiento de los hermanos, pero se publican varias obras con este fin, desde Apóstoles desconocidos del P. Pedro Duchaussois, en 1924, libro que tuvo mucho éxito de librería y fue traducido a varias lenguas. Aparecieron también una decena de biografías de hermanos con el mismo objetivo [14].

Con todo, en sus informes al Capítulo de 1953, varios Provinciales hablan de falta de hermanos o de su envejecimiento. Pero fue en el Capítulo de 1959 cuando se vio aparecer por primera vez una preocupación generalizada en varias provincias de Europa, de Estados Unidos y del Oeste de Canadá: pocas entradas de hermanos, poca perseverancia, búsqueda de nuevas soluciones. En ese tiempo, el reclutamiento es aún excelente en el Este de Canadá y en Alemania, donde hay algunos padres encargados del reclutamiento de los hermanos y una escuela especializada para formarlos en Hünfeld, como en Rougemont en Canadá.

La formación

Durante este período, sobre todo antes de la última guerra, la formación de los hermanos parece haber sido el pariente pobre en las preocupaciones de los superiores. Se habla muy poco de formación profesional, excepto en los Capítulos generales del siglo XIX al hablar de los hermanos educadores. La formación religiosa se realiza en el noviciado, después queda, en gran parte, librada a la iniciativa del prefecto espiritual en las diversas casas.

El primer texto de cierta importancia sobre este punto lo hallamos en 1939, en el proyecto de circular del P. Eulogio Blanc sobre los hermanos. Se dice ya en él que los hermanos deberían recibir la misma formación que los escolásticos y que esta debería continuar después del noviciado.

A partir de 1950, las provincias de Alemania, del Este de Canadá y de Italia, que tienen muchos hermanos, se preocupan concretamente de formarlos mejor en escuelas especiales [15] . En 1951, el interés se hace general con la encuesta y el informe del P. Daniel Albers, director general de estudios, sobre los noviciados de hermanos. Propone un amplio programa de formación. Después de los informes presentados en los Capítulos generales de 1953 y de 1959, se ve hacer un esfuerzo por todas partes para caminar en ese sentido. En 1962, había ya nueve escuelas profesionales para hermanos [16].

b. Los trabajos de los hermanos, su apostolado

Los trabajos manuales

Durante el Congreso de Hermanos de 1985, el P. Jetté dijo: “Para mí, la Congregación no está completa si le faltan los hermanos” [17]. Esto es muy cierto. En la correspondencia de los superiores, a lo largo de la historia oblata, se subraya y alaba siempre el papel importante, incluso indispensable de los hermanos.

El P. Juan María Larose publicó en 1958 un largo artículo sobre los trabajos de los hermanos. Su actividad, igual que la de los padres, se ejercía en tres planos:

— la actividad propia de la vida religiosa, que es imitar a Jesucristo y santificarse observando las Constituciones y Reglas y cumpliendo el propio deber de estado;

— la actividad dentro de la comunidad: caridad fraterna y cuidado de la casa;

— la actividad exterior: evangelizar a los pobres.

Volveremos sobre la vida religiosa, que fue la que el Fundador llevaba más en el corazón. La correspondencia oblata subraya principalmente el papel indispensable de los hermanos para la construcción de casas, su trabajo para alimentar las comunidades y velar por todas las necesidades materiales. Si se examinan los motivos invocados para alabar el aporte indispensable de los hermanos en la vida de las comunidades, encontramos dos o tres que se repiten sin cesar.

El primero, es el de la pobreza. Sin los hermanos, no se hubiera tenido bastante dinero para construir, alimentar y mantener las comunidades y las obras. A menudo, los superiores hacen notar que el progreso espiritual de las misiones está ligado, en gran medida, a su progreso material.

Un segundo motivo que se repite frecuentemente es que no se deseaba tener mujeres al servicio de las comunidades y que, por otra parte, siempre y en todas partes, los empleados domésticos, hombres o mujeres, no hacen la mitad del trabajo que un hermano o también, en la misión, no están capacitados para trabajos especializados. Finalmente, los misioneros hablan a menudo de la utilidad de los hermanos, aunque estén enfermos; permanecen al menos como compañeros para aliviar la soledad, las fatigas y las privaciones.

Los trabajos intelectuales

Siguiendo el principio de Mons. de Mazenod, según el cual hay que permitir a cada uno emplear sus talentos para el bien común, varios hermanos han sido ecónomos o secretarios, y sobre todo educadores. Los Padres Larose y Cosentino han estudiado, aunque algo superficialmente, este aspecto. Se habla frecuentemente de los hermanos educadores en la revista Missions, sobre todo hasta finales del siglo pasado; ha habido durante algunos años, por lo menos 75 trabajando en este campo. Pero, en 1958, el P. Larose contaba sólo unos veinte. Este tipo de trabajo ha disminuido porque era necesaria una preparación bastante especializada que la Congregación no ha sabido dar, e incluso, en cierto modo, después del superiorado del P. Luis Soullier, no ha querido dar por temor a la creación de una tercera clase de Oblatos. En 1893, incluso se dijo que “la cohabitación de hermanos conversos educadores con sacerdotes en la misma Congregación ha llevado siempre a separaciones fatales o a una disminución del espíritu religioso [18]. En 1928, ante la disminución del número de hermanos educadores, se quitó de la Regla la frase que hablaba de la enseñanza, reemplazándola con un texto más abierto al apostolado. Se leía así: “La Sociedad acepta recibir en su seno a hombres […] que ocupándose en los oficios reservados en las Órdenes religiosas a los llamados hermanos conversos […] o incluso prestando su colaboración a los misioneros en cuanto los superiores lo consideren oportuno” (art. 9) [19].

El apostolado directo

Fuera de los hermanos educadores, que dieron también el catecismo, pocos hermanos han ejercido un apostolado directo como, por ejemplo, presidir reuniones de oración.

El P. Juan Bautista Honorat juntó a veces un hermano a sus colaboradores de misión en la diócesis de Nîmes en 1829. Mons. Enrique Faraud dejó durante tres meses a los hermanos Alexis Reynard y Luis Boisramé como únicos responsables en lo temporal y espiritual de la misión de Providencia. En el lago Caribou, en 1875, el hermano Celestino Guillet hacía giras misioneras para presidir la oración de los grupos aislados. El hermano José Patricio Kearney hacía lo mismo en Good Hope hacia 1880- 1890. Se lo llamaba con el mismo nombre que a los padres: yaltri. Algunas veces, en las parroquias, en las casas de educación o en las casas de retiros cerrados, los superiores hacen notar que los hermanos, con su ejemplo y vida de oración, tienen gran influencia incluso espiritual en los fieles o en los jóvenes.

Los hermanos no han cuestionado nunca su poca participación en el apostolado directo. Parece que, en la Congregación, padres y hermanos han reconocido siempre que todos eran misioneros y apóstoles, evangelizando las almas abandonadas, cada uno a su estilo y según sus talentos. El 5 de mayo de 1870, el hermano Boisramé, factotum de la misión Providencia, escribía al P. José Fabre, que estaba contento de lograr su salvación trabajando, según sus fuerzas, por la salvación de los pobres indígenas.

En un informe sobre la misión de Cumberland, en Keewatin, en 1909, el P. Enrique Boissin alababa el trabajo del hermano oblato de la misión y decía: “Su vida es un apostolado, el apostolado de la oración y del buen ejemplo, a veces no menos fecundo que el de la palabra” [20].

En 1924, en su famosa obra Apóstoles desconocidos, el P. Duchaussois daba como título al primer capítulo: religiosos; luego al segundo: misioneros. En ese segundo capítulo escribía: “Misionero como guardián del sacerdote, el hermano lo es también como compañero, hombre de ejemplo y de consejo, catequista, educador, trabajador manual” [21].

Hay muchos otros ejemplos, citados por el P. Beaudoin, que hablan por sí mismos y nos hacen ver que el espíritu misionero en los hermanos y también en su actividad apostólica directa no son algo nuevo nacido después del Concilio.

c. Hijos de la familia

No se hacen muchas alusiones, en la revista Missions o en otros escritos, al hecho de que los hermanos son verdaderos hijos de la familia. El Fundador insistió de tal manera sobre la caridad fraterna y la manifestación de afecto para con todos, padres y hermanos, que se volvió una tradición de familia, lo que hizo que nunca se examinara la situación humilde y sumisa de los hermanos, tratados por mucho tiempo como miembros de una condición social inferior.

Durante el retiro de los superiores en Autun, en 1864, decía el P. Marcos de L’Hermite: “Y Ustedes también, queridos hermanos conversos, modestos e infatigables hijos de la familia, cuyas virtudes admiramos en silencio” [22]. Es interesante ver cómo, en 1939, el P. Eulogio Blanc escribía aún, en su proyecto de circular sobre los hermanos, que éstos son hijos de la familia, pero no hay igualdad completa; los hermanos no están hechos para la autoridad, ni para el gobierno, decía él. Y sin embargo terminaba constatando que algunos superiores no siempre tienen para con los hermanos la bondad del Fundador [23].

Poco a poco las barreras sociales han ido cayendo, sobre todo en las comunidades pequeñas donde, por ejemplo, los hermanos comen en la misma mesa que los padres. Se había permanecido más severo, sobre este punto, en el siglo pasado. En la noticia necrológica del hermano Antonio Jouvent (+1885), que frecuentemente fue el único hermano en comunidades pequeñas, se ve que pasó una parte de su vida comiendo solo en una mesa [24].

d. La vida religiosa

Se ha hecho notar que en la Congregación los sacerdotes han comenzado siendo misioneros para llegar a ser luego religiosos; los hermanos, por el contrario, han sido aceptados primero como religiosos para trabajar mejor por su salvación; luego llegaron a ser misioneros. El Fundador insistió siempre sobre la vida religiosa de los hermanos. Además,en todas las notas necrológicas se pone de relieve su vida religiosa más que sus trabajos.

En su correspondencia con la administración general, los superiores se muestran generalmente satisfechos de la vida religiosa de los hermanos y alaban su dedicación incansable. En 1863, Mons. Juan Francisco Allard, descontento siempre del poco espíritu religioso de los padres, pedía al padre Fabre que le enviara seis hermanos. Añadía: “[…] conozco a los hermanos conversos irlandeses que teníamos en Canadá; están animados por un excelente espíritu y precisamente como yo los desearía para los Basutos” [25]. En la correspondencia y los informes, encontramos frecuentemente expresiones como: “admiramos en silencio sus virtudes”, “buena voluntad inalterable”, “qué tesoro inapreciable es un hermano converso fiel a su vocación”, “dedicación admirable… incansable”, etc.

En 1904, con motivo de las bodas de oro de vida religiosa del hermano Roux, primer hermano en Canadá, Mons. Adelard Langevin, arzobispo de San Bonifacio, decía de los hermanos en general: “Hombres fieles y prudentes, dignos de toda confianza, dignos de ser encargados del cuidado de las cosas temporales de la casa de Dios; complemento necesario y precioso de nuestras comunidades religiosas, infinitamente respetables tanto por la nobleza de una dedicación sin reservas como por la rectitud de una vida totalmente consagrada a Dios, repartida entre la oración y el trabajo, con la que el mundo nada tiene que ver” [26].

En 1907, hablando de la fundación de la casa de Engelport, el P. Scharsch escribía: “¡Ah! nuestros buenos hermanos conversos. Es difícil narrar aquí toda su dedicación, su vida de sacrificio […]” [27]. En los informes a los Capítulos de 1953 y 1959, los provinciales alaban sin cesar “la dedicación humilde y constante” de los hermanos, “su espíritu de sacrificio”, su generosidad, su espíritu religioso que les hace descubrir el verdadero valor de su vida, más allá de los trabajos, por encima de las situaciones: el don de sí a Dios” [28].

Como se puede ver en la bibliografía sobre los hermanos, los prefectos espirituales del Este de Canadá publicaron, a partir de 1949, varias obras sobre la formación espiritual de los hermanos.

A pesar de los abandonos, de los problemas de toda índole, como ocurre en todas partes donde hay hombres, muchos hermanos alcanzaron una perfección elevada. Hacia 1935, el P. Gerardo Paris hizo un análisis de los siete primeros volúmenes de las Noticias necrológicas. Constata que, siguiendo a los autores de esas noticias, una decena de hermanos han sido considerados como verdaderos santos, una docena como hermanos muy buenos y muchos otros como buenos hermanos, lo que da una buena mitad de excelentes religiosos y, como decía Mons. de Mazenod del escolástico Luis Morandini, algunos de ellos, si hubieran sido jesuitas, serían canonizados.

e. Felices en su vocación

No se ha hecho ninguna encuesta en el pasado, como la de 1985-1986, para saber si los hermanos se han sentido felices en su vocación. Las Noticias necrológicas parecen, con todo, indicarlo en la mayoría de los casos.

He aquí una anécdota interesante sobre este punto. En Mackenzie, al final del siglo pasado, había un ministro protestante famoso, llamado Bompas, muy agresivo y que luchaba continuamente contra los misioneros católicos. En 1870, se encontró con el hermano Boisramé en Fort Simpson. El hermano mismo nos da el relato de esta entrevista: “Como Bompas sólo piensa en controversias y discusiones sobre temas de religión, me ofreció un Nuevo Testamento para poder reflexionar juntos sobre la sagrada Escritura. Le agradecí este ofrecimiento y me disculpé de no aceptarlo, diciéndole que no sabía leer en inglés, que no había estudiado y que no estaba en condiciones de entrar en una controversia con él. Comenzó entonces a lamentar nuestra situación de pobres hermanos conversos. Me dijo que dábamos lástima, que éramos como esclavos de los sacerdotes católicos, etc. No, señor, le respondí, no somos esclavos ni somos tratados como tales; y, además, si lo fuéramos, lo seríamos por nuestra propia voluntad. Los padres no vinieron a buscarnos; por el contrario, hemos sido nosotros quienes les suplicamos nos aceptaran para ayudarles en lo material, mientras ellos se ocupan de lo espiritual. Nos consideran y nos tratan como hermanos suyos, y lo que es mejor aún, participamos de sus méritos. Esto es, señor, en dos palabras, lo que somos y así se nos considera; deje, pues, de tenernos compasión” [29].

3. LOS HERMANOS DESDE 1961

La evolución rápida de la sociedad después de la guerra y la secularización progresiva de la mentalidad han influído en los grandes cambios producidos en la vida y legislación de los hermanos. La formación intelectual ha progresado por todas partes, permitiendo a casi todos los jóvenes frecuentar los liceos y las escuelas profesionales para obtener diplomas. Por otra parte, hemos visto desarrollarse por doquier un espíritu de igualdad y de fraternidad que no acepta distinciones de clases sociales.

En la Iglesia, el Concilio ha producido cambios de mentalidad, aportando una visión teológica nueva, o, por lo menos, acentuando puntos doctrinales más o menos mantenidos en la penumbra. Ha habido, por ejemplo, una ampliación de la noción de misión, considerando misionero de alguna manera a todo cristiano, por el bautismo y la confirmación, y con mayor motivo al hermano, miembro de una Congregación misionera; además la promoción de los ministerios del laicado cristiano y del sacerdocio de los fieles, y finalmente, la posibilidad del acceso al diaconado de los laicos, solteros o casados.

a. El Capítulo de 1966

Estos cambios en la sociedad y la Iglesia han influido en la Congregación que, en el Capitulo de 1966, modificó completamente las Constituciones y Reglas del pasado en relación a los hermanos.

Esta evolución había sido deseada y propuesta durante los años precedentes, especialmente en numerosos artículos del P. Larose, en un análisis y un estudio crítico importante del hermano Cirilo Bernier, en 1965, y también en las encuestas realizadas antes del Capítulo. El P. Leo Deschâtelets, en la circular del primero de mayo de 1966 tenía a su disposición numerosos documentos y trescientas sugerencias sobre los hermanos.

Hay que decir, sin embargo, que los cambios de las Constituciones y Reglas de 1966 eran más teológicos y sicológicos que jurídicos [30]. Los padres Leo Deschâtelets, Ireneo Tourigny y Mauricio Gilbert hicieron comentarios, en diversas publicaciones, sobre las Constituciones y Reglas e indicaron las modificaciones más importantes en relación a los hermanos. El P. Gilbert resumió en dos puntos las orientaciones más importantes:

Centralización en Cristo. En adelante los hermanos no serán llamados conversos o coadjutores; padres y hermanos son colaboradores de Cristo.

Integración plena en la comunidad apostólica. Fue éste un puntofuerte de las Constituciones y Reglas de 1966 [31].

Esta integración dentro de la comunidad era propuesta, sin embargo, también en las estructuras tradicionales de la Congregación y permanecía y permanece aún reducida, por lo menos con relación al gobierno.

La integración en la comunidad apostólica estaba más destacada en relación a la participación de los hermanos en la misión de la Congregación al servicio de la Iglesia. Las Constituciones y Reglas de 1966 colocaban el verdadero valor de la vocación de los hermanos a un nivel más alto que las tareas que realizaban. Se miraban también estas tareas bajo una óptica más apostólica. En efecto, explica el P. Gilbert, los hermanos son misioneros:

— por el testimonio de su vida (R. 17). Quedaba bien subrayado que su trabajo los coloca frecuentemente en estrecha relación con la vida cotidiana de la gente. De este modo, son llevados a dar un testimonio de vida evangélica y pueden ejercer un apostolado muy fecundo complementario del de los sacerdotes;

— por la oración, especialmente dado que, en adelante, los hermanos pueden recitar el Oficio en lengua vulgar con los padres, y pueden participar de modo más intenso en la misa comunitaria concelebrada;

— por las actividades profesionales cada vez más relevantes debido a una capacitación superior;

— por las tareas pastorales directas. Sobre este punto escribía el P. Donato Levasseur en 1972: “Una nueva apertura se presenta al hermano con la fórmula de evangelización que se desarrolla actualmente, es decir, la evangelización que actúa en el plan de la acción socio-económica, cultural y humana (el desarrollo). La acción del hermano en ese sector de actividades puede ser la misma que la del sacerdote oblato, aunque requiere una formación especializada”.

Sin embargo, el P. Levasseur hacía notar también que si ese campo de apostolado se abre a los hermanos, se les cierra otro: “Disminuyen, dice, las obras o empresas comunitario-apostólicas, en las que los hermanos actuaban en otro tiempo en íntima unión con el sacerdote oblato” [32], casas de educación, retiros cerrados, etc.

b. Desde 1966

Este último período se distingue por tres rasgos característicos: 1) Muchas encuestas,encuentros de hermanos y estudios para adaptar las C y R y la vida a las exigencias del Concilio y sobre todo a las necesidades de evangelización del mundo; 2) Constituciones y Reglas más jurídicas y más avanzadas en cuanto a la integración de los hermanos y de su actividad apostólica; 3) La vida concreta de los hermanos que, en algunos puntos, ha evolucionado con menos rapidez que la legislación.

Consideremos brevemente estos puntos:

Muchas encuestas, encuentros y estudios sobre los hermanos

Como puede comprobarse en la bibliografía sobre los hermanos, la mayor parte de los escritos y estudios se hicieron después de la guerra. Tenemos unos treinta entre 1947 y 1965 y otros tantos desde 1966.

Las encuestas y encuentros han sido también frecuentes:

— En 1968, una reunión de los hermanos de Europa [33]. El tema de la reunión llevaba por título: ¿Es apóstol el hermano oblato?. El mismo año: encuesta sobre los hermanos y el diaconado permanente [34].

— En 1969, un seminario o reunión de hermanos en San Antonio, con insistencia en la formación y en la importancia de la vida religiosa más que en el tipo de trabajo o apostolado [35].

— En 1971, consulta hecha por la comisión precapitular. En ella se encuentran reflexiones importantes sobre la vida religiosa, comunitaria y apostólica , la formación y el reclutamiento [36].

— En 1974, tres días de reunión de los hermanos alemanes y encuentro de los hermanos americanos en Texas [37].

— En 1983, nueva encuesta entre los hermanos sobre el tema: ¿Por qué me he hecho hermano, si me siento feliz y estaría dispuesto a recomenzar? [38].

— Finalmente, en 1985, el Congreso de hermanos en Roma [39].

Constituciones y Reglas más jurídicas y más avanzadas en cuanto a la integración de los hermanos

El Capítulo de 1972 [40]:

— atenúa la distinción entre hermanos coadjutores y hermanos escolásticos. Ya no se habla más que de dos categorías de miembros: los religiosos sacerdotes y los que no tienen el sacerdocio.

— decide que los hermanos profesos tienen también voz activa en el Capítulo. Si no hay 6 elegidos, el Superior general los convoca personalmente;

— los hermanos profesos perpetuos son elegibles para los cargos de asistente local, consejero provincial, miembro del consejo general y, con indulto, pueden ser superiores locales;

— finalmente, introduce el diaconado permanente para los hermanos que tienen cualidades para ello y tienen esa vocación.

A este respecto, el P. Jetté, entonces vicario general, publicó, el 6 de enero de 1973, el reo de la Santa Sede que aprobaba la introducción en la Congregación del diaconado permanente. Constituye el artículo 67 de las Reglas de 1980 que habla del llamado de los hermanos al diaconado permanente y, con ciertas condiciones, al sacerdocio.

Las Constituciones y Reglas de 1980-1982 no añaden nada nuevo. El P. Jetté resumía así lo referente a los hermanos: “En cuanto a la vida, es […] la fraternidad total , sin discriminación entre una persona y otra a causa de su vocación propia; en cuanto a la acción, las responsabilidades son complementarias, cooperando todos en la evangelización del mundo y en el establecimiento de comunidades cristianas vivas, recordando siempre que esta obra solo culmina con la celebración de los sacramentos , especialmente el de la Eucaristía, “fuente y cumbre de la vida de la Iglesia” (C 35), la cual exige la acción del sacerdote ordenado para este fin” [41].

Una vida concreta que ha evolucionado en algunos puntos con menos rapidez que la legislación

En algunos puntos los hermanos han deseado cambios más reales y rápidos, por ejemplo sobre la vida comunitaria y la participación en el gobierno. En la conferencia de hermanos de Europa, en 1968, que tenía como tema la vida apostólica, los hermanos de Holanda propusieron una fusión completa y radical de todas las categorías de oblatos y pedían que todos recibieran la misma formación. Proponían incluso que sólo fueran ordenados sacerdotes los que cumplieran efectivamente las funciones propias del sacerdocio y no los profesores, por ejemplo, y que por otra parte fueran ordenados sacerdotes o diáconos los candidatos aptos para estos ministerios” [42].

En la encuesta de 1971, todas las respuestas insisten en la igualdad, la comprensión, el diálogo, la vida fraterna. Sobre estos puntos, como en el de la participación en el gobierno, se piensa que hay que avanzar mucho más todavía y que las viejas costumbres desaparecen demasiado lentamente [43].

En otros puntos, por el contrario, los hermanos no se apuran por aprovechar los cambios permitidos. Esto se explica porque ha habido pocas vocaciones estos últimos años en las regiones donde había más hermanos. Las comunidades han envejecido, sin renovación; las costumbres antiguas cambian, pues, lentamente. He aquí algunos ejemplos relacionados sobre todo con los trabajos y el apostolado.

Es cierto que a los hermanos más instruidos los encontramos frecuentemente en ocupaciones más intelectuales. Los trabajos de mantenimiento de las casas los hacen cada vez más los laicos, porque la Congregación es más rica hoy y los hermanos son menos numerosos. Por lo demás, siempre ha habido hermanos ocupados de acuerdo a sus talentos.

Sin embargo, la conferencia de los hermanos de Europa, en 1968, hablando sobre todo del apostolado de los hermanos, es muy reveladora de la sabiduría y equilibrio de los hermanos. La mayor parte han pedido más responsabilidad en los campos que les son propios y más diálogo con los ecónomos, pero han confesado que se sienten realmente partícipes en la misión de la Congregación y de la Iglesia en las diversas tareas materiales que se les confían. Han encontrado así no sólo un desarrollo humano, sino también la expresión de su consagración a Dios y a la Iglesia.

Los informes de las tres Provincias de Francia son especialmente interesantes; expresan incluso el temor de ver a los hermanos trabajar demasiado directamente en el apostolado.

Cuando la encuesta sobre el diaconado, en 1968, después del Motu Propio de Pablo VI sobre el restablecimiento del diaconado permanente, sólo cuatro Provincias estaban muy a favor del diaconado para los hermanos, otras seis eran sencillamente favorables y todas las demás, en contra. Los motivos invocados eran de dos clases: el primero, los obispos tienen ya a los laicos que responden a las necesidades; el segundo, ya señalado en el Capítulo de 1966: si se tienen hermanos diáconos, se corre el riesgo de tener dos categorías de hermanos con detrimento de la vida comunitaria [44].

En la encuesta de 1971, con vistas al Capítulo de 1972, sorprende ver que los hermanos privilegian aún el trabajo dentro de las comunidades, creador de un clima fraterno. Se ve ese trabajo como una actividad apostólica. Había aún poca inclinación por el diaconado; se decía que los diáconos deben surgir de la comunidad eclesial local, y que en general no es el caso de los hermanos [45].

4. CONCLUSIONES

Nuestros hermanos, como toda la Congregación, deben mucho a Mons. de Mazenod; fue él quien quiso su existencia, quien le ha dado el espíritu de vida de familia que distingue a nuestra sociedad religiosa y ha orientado los trabajos de los hermanos hacia el apostolado directo.

El siglo que siguió a la muerte del Fundador no presenta mucha evolución en cuanto a lo jurídico; es el siglo de la vida, siglo durante el cual los Oblatos han trabajado muy duro para salvar las almas y extender el reino de Cristo, sin analizarse ni incensarse, es decir con pocos escritos sobre sus actividades. Los hermanos han dado entonces la talla de la grandeza de su vocación, o incluso han mostrado su ingenio y su audacia sobre todo en el mantenimiento material de las misiones.

El período reciente pasará a la historia como el período de los grandes cambios, sobre todo jurídicos, pero también reales en la vocación y la vida concreta de los hermanos; es también, ¡ay!, el período de una disminución notable de vocaciones. El padre Jetté, en el Congreso de los hermanos de 1985, sacó varias conclusiones de esta evolución reciente : “[…] personalmente veo la importancia de los hermanos en la Congregación, y hoy más que nunca, cuando la Congregación se abre más a la colaboración del laicado cristiano. Si miro al futuro, confío en que esa vocación se desarrollará entre nosotros y no puedo menos de alentar fuertemente a las Provincias, a todas las Provincias, a dar acogida a esta vocación” [46].

LOS ELEMENTOS ESPECÍFICOS DE LA ESPIRITUALIDAD DEL OBLATO HERMANO [47]

1. SER HERMANO: ¿UNA VOCACION ESPECIAL?

En una conferencia sobre la vocación del Oblato-hermano, el padre Juan José Trümper se preguntó, en primer lugar, si es legítimo hablar de una vocación propia. Dijo que las actividades son diferentes, lo que implica que se debe prever un curriculum de formación diversificado: pero ¿se debe deducir de ahí a toda costa, como consecuencia, una vocación especial? A esas preguntas ha respondido así [48]:

Hay una serie de textos que hablan de esa vocación específica: “Durante los años que siguen al noviciado, los hermanos profundizan el sentido de su vocación propia” (C. 67). “Ser hermano oblato es una vocación reconocida en la Iglesia; es una expresión única de la llamada que un hombre recibe de Dios para consagrar toda su vida siguiendo al Señor Jesús […]” [49]; “[…] sin discriminar a una persona de otra a causa de su vocación propia” [50]; “tenemos el deber […] de ayudar a discernir su llamada como sacerdote o como hermano […]” [51].

Hablar de vocación en ese caso preciso parece ser el vocabulario adecuado por las razones siguientes:

— Cada persona tiene una relación peculiar , única con Dios, que no es intercambiable con cualquiera.

— En el caso presente, todos hemos sido llevados así a los Oblatos. Nuestro carisma personal se ha insertado en el carisma de una familia religiosa, con el que está en una relación viva de interacción. Todos tenemos una vocación parecida , pero ¡no la misma vocación! Somos reemplazables en nuestras tareas, pero nuestra personalidad propia no es intercambiable.

— De manera análoga, se puede decir que ser hermano y ser sacerdote no son funciones intercambiables, sino expresiones existenciales de la misma vocación propia de una familia religiosa. En cuanto al ser sacerdote, creo puede haber un amplio consenso. En cuanto al ser hermano, en una Congregación formada sólo por hermanos, nadie pretenderá que se trata se una sencilla función. Estoy convencido , dice el P. Trümper, de que en una Congregación clerical no debe ser diferente.

2. HERMANOS – FRATERNIDAD – SOLIDARIDAD

Es claro que todos los hombres son hijos de Dios y por tanto hermanos y hermanas. La fraternidad es una dimensión esencial del ser cristiano. El Fundador nos ha dado el ejemplo en eso y la proclama, siendo aún joven, en su primer sermón de cuaresma en la iglesia de la Magdalena de Aix: “Mis hermanos, mis queridos hermanos, mis respetables hermanos […]”, “El espíritu fraterno” forma también parte de los rasgos auténticos del hombre apostólico [52]. Pero, dice el P. Trümper, el día en que tuve que hacer, por primera vez, la homilía para el jubileo de oblación de un hermano, fue cuando la grandeza y la “nobleza” de este designio se me manifestaron como algo evidente; y comprendí el desafío que eso representa – nobleza obliga – de llevar en cierto modo como razón social ese aspecto de la vida cristiana y misionera.

Todos los Oblatos tienen la responsabilidad de “hacer descubrir a los hombres quién es Cristo” (C 7), es decir, hacer presente a Cristo, representarlo. El Oblato-sacerdote, lo quiera o no, “re-presenta” por sí mismo y de alguna manera, a la jerarquía. Por supuesto, no es algo vergonzoso, pero es cierto que para muchos de nuestros contemporáneos, esta dimensión jerárquica obstaculiza un acercamiento sin complejos ni molestias.

He aquí cómo un Oblato-hermano joven describe su experiencia: “Hablando con muchos jóvenes, la mayoría alejados de la Iglesia, he comprendido que tenemos necesidad de personas consagradas que puedan hacer de puente entre los alejados y el sacerdote; la mayoría me han confesado que nunca hubieran tenido ánimo para dar el primer paso y acercarse directamente a un sacerdote”.

Estudiando las respuestas de los hermanos jóvenes a las preguntas presentadas por el Comité europeo de la formación, se ve que, para la mayoría, hay una motivación importante en la elección que han hecho de ser Oblatos-hermanos.

Desde ese punto de vista, tal vez hay que lamentar que se haya hecho desaparecer, en la nueva versión de la Regla 3, la frase: “Sus servicios de orden técnico, profesional o pastoral, les dan a menudo la oportunidad de ejercer un ministerio fecundo en ambientes que no siempre son accesibles a los sacerdotes”. Para comentar el nuevo artículo 3 de las Reglas, hay que hacer referencia al n. 50 de Misioneros en el hoy del mundo: “En nuestro mundo a veces hostil a la Iglesia y preocupado por guardar las distancias de lo institucional y de los que ejercen la autoridad, los hermanos oblatos tienen muchas veces una influencia evangélica que no podría tener el sacerdote”.

Esta idea está también expresada substancialmente en las Constituciones, por ejemplo en la C 7: “Los Oblatos, sacerdotes y hermanos, tienen responsabilidades complementarias en la obra de la evangelización”; y en la C 38: “[…] todos, sacerdotes y hermanos, somos solidarios en nuestra vida y actividad misionera”. En referencia a otros textos y datos de la historia de los Oblatos, se puede afirmar esto: la tarea de la evangelización que toca a la Iglesia es impensable sin la colaboración de los laicos; igualmente la misión oblata de evangelizar, como se ha ido especificando poco a poco en la historia y por mandato eclesial es impensable sin la cooperación de los laicos que se vinculan a esta obra de evangelización por su oblación.

Esta idea ha sido reforzada con la exhortación del Papa en su alocución a los miembros del Capítulo general, el 2 de octubre de 1986: “Llamad no sólo a la vida misionera oblata en el ministerio presbiteral, sino también al servicio bien preparado y precioso del hermano oblato”. En el mismo sentido, decía el P. Jetté: “No interesarse por esa vocación, no promoverla, sería, para la Congregación, empobrecerse considerablemente y también faltar de fidelidad tanto a su historia como a la gracia de Dios” [53].

Esta espiritualidad de la complementariedad es muy viva en nuestros oblatos jóvenes. No se trata solamente para ellos de cooperar con los oblatos sacerdotes en la inserción misionera y en la pastoral directa; toca también a la dimensión misionera de nuestra vida comunitaria. Muchas respuestas recibidas mencionan expresamente que la vida comunitaria entre Oblatos-hermanos y Oblatos-sacerdotes constituye un enriquecimiento recíproco y una complementariedad para nosotros mismos, dentro de la misma comunidad, y sintetiza una realización de lo que Pablo describe como modelo de la Iglesia bajo la imagen del Cuerpo místico de Cristo.

En su alocución a los hermanos en 1985, el padre Jetté insiste también fuertemente en ese precioso aporte de los hermanos: “La evolución presente [en el modo de concebir vuestra vocación] ¿salvaguardará este valor? Lo espero con toda mi alma […]” [54]. Igualmente, el padre Jetté afirma que la ampliación del campo de actividad de los hermanos hacia el exterior y en la pastoral, movimiento que se intensifica felizmente desde hace varios años, no debe llevar a una desvalorización de los servicios internos, intra-comunitarios.: “Sería una mala cosa”.

Las expresiones fraternidad, fraterno, por lo demás, en nuestras Constituciones y Reglas se emplean casi exclusivamente en relación a nuestra vida comunitaria (sin hacer distinción entre padres y hermanos). Generalmente, son los términossolidaridad, solidarios los escogidos para expresar el aspecto misionero, orientado hacia el exterior, de esa espiritualidad de la fraternidad.

La C 7 nos dice que los Oblatos “lo intentan todo para […] hacerles descubrir [ a aquellos a quienes son enviados] quién es Cristo”. Describir en esos términos nuestra tarea misionera permite a todo hermano identificarse plenamente con ella, sea cual sea la actividad que realice. La espiritualidad que brota de ahí para el Oblato-hermano me parece bien expresada en 2 Cor 3,3: “Evidentemente, sois una carta de Cristo […]”.

Se toca ahí con el dedo el desafío que representa esa espiritualidad. Una carta debe ser, por su escritura y su estilo, legible para los hombres de hoy. Una vida radicalmente consagrada a la tarea de hacerse el hermano de todos por amor a Cristo puede tener el valor de un signo muy sencillo, pero que contribuye poderosamente a hacer inteligible el mensaje de Cristo. Vivimos “en un mundo donde los signos explícitos y públicos que hacen referencia a Dios desaparecen progresivamente y donde las estructuras religiosas dejan de ser un marco indispensable a la vida social (…)” [55] . “En los ambientes más indiferentes donde reina un ateísmo práctico, se imponen los gestos valientes y los testimonios claros de amor y de solidaridad” [56].

3. ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE LA REGLA 3 DE NUESTRAS C Y R

a. El primer párrafo

En el primer párrafo, hay tres palabras claves: sacerdocio, consagración y reconciliación.

El sacerdocio – la consagración

La teología de la regla 3 es muy sencilla: el sacerdocio de Jesucristo es único. Cuantos están en Cristo participan de él, pero de modos diferentes, cada uno según su vocación. El Oblato-hermano participa de él según su estilo propio. Se pueden ver en él tres raíces de esta participación: 1.en virtud del bautismo, como para todos los cristianos; 2. en virtud de su consagración por los votos, es decir, en cuanto religioso;3. en virtud de su oblación, por la cual participa en la misión sacerdotal de los Oblatos.

No es este el lugar para comentar el primer punto. En cuanto al segundo, en su alocución del 12 de enero de 1980 a un millar de hermanos pertenecientes a tres grandes Institutos diferentes, el papa Juan Pablo II subraya la relación entre el bautismo y la consagración religiosa; por esta última, afirma que la bipolaridad del sacerdocio común de los fieles se expresa en ella plenamente, es decir: a. la ofrenda del sacrificio espiritual, la adoración en espíritu y en verdad; b. la proclamación de la salvación (ver Rom 12, 1; 1Pe 2, 5, 9). Por el hecho de su participación en el único sacerdocio de Cristo, con el sello específico que le confiere la consagración religiosa, la vida del hermano queda centrada en Dios y en los hombres, siguiendo a Cristo que vive totalmente para Dios y totalmente para los hombres.

La energía para realizar este doble objetivo, es “el amor de Dios derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo” (Rm 5,5). La referencia al amor de Dios, en ese contexto, nos hace pensar en lo que dice el Fundador en el prefacio de las Constituciones y Reglas: Estos sacerdotes se han reunido en sociedad para “consagrarse a todas las obras de celo que la caridad sacerdotal pueda inspirarles”.

Utilizando la expresión caridad sacerdotal, el Fundador no ha pensado sin duda en los hermanos. Pero estaba persuadido muy ciertamente que la caridad sacerdotal de los Oblatos tiene sus raíces en la caridad sacerdotal de Cristo (“El amor de Cristo nos apremia”, 2 Cor 5,14). Es indudable también que él se habría adherido plenamente a las enseñanzas de la Iglesia sobre el sacerdocio común de los fieles y a lo que sobre él dice el Papa a los hermanos. Podemos, pues, sin temor a contrariarle y sin retocar su frase, interpretarla hoy de la manera siguiente: Estos Oblatos, sacerdotes y hermanos, se reúnen en comunidad para consagrarse a todas las obras de celo que la caridad sacerdotal inspire…

Sobre el tercer punto, la Oblación, podemos remitirnos a las Normas generales de la formación, cap. 1, 2º:”[La formación oblata] hace comprender, de una manera propia a cada grupo, el carácter de indisolubilidad [del único carisma oblato] con el ministerio presbiteral”. El hermano oblato no vive su consagración religiosa con los Hermanos de las Escuelas, sino con los Oblatos; por el hecho mismo de esta oblación, su participación en el sacerdocio de Cristo reviste un carácter nuevo; en efecto, esta oblación se ordena a la misión de los Oblatos, tal como va descrita aquí, y en cuanto encuentra su coronación en el servicio presbiteral del misterio de salvación.

El nuevo Código de derecho canónico aplica el término “clerical” a los Institutos que realizan esta vocación; tenemos el derecho de lamentar la expresión, igual que algunas de sus consecuencias jurídicas; pero no tenemos motivos para rebelarnos contra su significado profundo.

La reconciliación

La regla 3 hace referencia explícita a la carta a los Colosenses 1, 20: “Los hermanos oblatos […] están llamados a colaborar, a su manera, en la reconciliación de todas las cosas en él”.

En la alocución ya citada, el Papa decía a los hermanos: “Sean conscientes de la vocación especial que el Señor les ha confiado en la Iglesia. Déjense impregnar por una espiritualidad que les permita descubrir la acción de Dios en el mundo y que coopere de una manera responsable a la realización de su plan de salvación”.

Se podrían subrayar especialmente dos aspectos de esta espiritualidad. Se trata de una espiritualidad de la encarnación y de una espiritualidad de la reconciliación.

Una espiritualidad de la encarnación. Por su trabajo en las Iglesias jóvenes, los misioneros-hermanos han aportado su colaboración; se nota frecuentemente en ellos una excelente intuición para comprender la mentalidad de la gente con la que trabajan, y colaboran efectivamente a la toma de conciencia actual en este campo.

Una de las dimensiones del servicio presbiteral podría traducirse por “servicio de la palabra”. El servicio del hermano es, también, servicio de la palabra hecha carne. Tal ha sido el servicio de la Palabra realizado por María. En ella, en cierto modo, la Palabra tomó manos y pies: las manos que trabajaron en Nazaret, curaron enfermos, partieron el pan, bendijeron a los niños y que, finalmente, llevaron los estigmas de la pasión; los pies que caminaron en el polvo del suelo de Galilea a Jerusalén, del Tabor al monte de los Olivos, y, finalmente, al Calvario… Se puede ver aquí claramente una orientación precisa de la actividad que es capaz de influenciar la espiritualidad, pues impulsa los ojos del corazón a mirar en una determinada dirección cuando contempla a Cristo.

Esta manera de comprender la vocación del hermano y esta espiritualidad no son algo teórico; he aquí el ejemplo de un hermano de edad: “He entendido siempre mi vocación de hermano como sigue: quería colaborar con mis propias manos en la construcción del Reino de Dios”. Y un hermano joven se expresaba así: “Mi vocación me ha dado el sentido de una especie de “realización física” del llamado recibido: poner mi cabeza, mis manos, mis pies enteramente al servicio de una sola tarea, que consiste en responder a las múltiples llamadas de la comunidad y de la misión”.

Una espiritualidad de la reconciliación. El Papa ve el lugar del hermano como soldadura (es la palabra que emplea) entre la realidad humana y la realidad eclesial, entre el reino de los hombres y el Reino de Dios; es la articulación, se podría decir, entre lo “terrestre” y lo divino. Y ahí, una espiritualidad de la reconciliación es necesaria y esperada. Reconciliar quiere decir superar las divisiones, los antagonismos, los conflictos. Como colaboradores de la obra de la Redención, no tenemos el derecho de ser indiferentes a eso. He ahí un campo de acción para el misionero-hermano, que no puede dar el sacramento de la reconciliación, pero que puede ser levadura de reconciliación de varios modos. Al hacer su oblación, recibe la misma cruz oblata, como signo de la misión que le confía Aquel “que ha traído la paz por la sangre de su cruz” (Col 1, 20).

Competente y desinteresado. La constitución 67 dice: “Podrán así ofrecer, tanto dentro como fuera de su comunidad, el testimonio de una fe sólida y de un servicio competente y desinteresado”. Si el hermano se coloca como articulación entre las realidades terrestres y las realidades divinas, y si está llamado a superar las oposiciones y a ejercer un ministerio de reconciliación, se comprende entonces que una fe sólida le sea indispensable, como también una competencia profesional y técnica reales. Ni las ideas, ni la polémica, ni la oración por sí sola pueden colmar el abismo que separa la ciencia y la fe, el mundo del trabajo y el mundo de la Iglesia, la vida cotidiana y la práctica religiosa. Por esto, se necesitan también personas capaces de tratar con competencia las realidades creadas, respetando su legítima autonomía; se necesitan personas que, frente al hombre moldeado por esas realidades, manifieste una apertura leal y una sensibilidad verdadera frente a estos temas, sus problemas y sus aspiraciones, y que juegue honestamente el juego de la solidaridad con él.

Esta apertura, esta orientación al porvenir, mirando a Dios, es lo que permite al religioso un servicio desinteresado en el mundo “secular” (mundo del trabajo, de la educación, de la salud, de la ciencia, de la cultura…). Muy a menudo hemos escuchado a los laicos cristianos, que toman en serio su fe, expresar la dificultad de poner en práctica los principios cristianos en la realidad cotidiana del trabajo. El ejemplo de religiosos, hermanos y hermanas, es muy significativo en este campo. Su vida debe ser un testimonio vivo de la dignidad del trabajador, que domina su trabajo sin ser dominado por él, y que no puede convertirse en un robot al servicio de la productividad.

El carácter desinteresado del servicio es también una manera de poner en práctica la palabra de Jesús: “Bucad primero el Reino el Reino de Dios y su justicia” (Mt 6,33). Nuestra época ha concebido una cierta aversión al servicio de tipo “vida oculta”. Pero la historia de la salvación tiene su realidad misteriosa: el Verbo se hizo carne en lo secreto; toda encarnación se hace generalmente de manera secreta y la semilla del mundo futuro brota en lo secreto. Los hermanos son frecuentemente maestros en sus profesiones, pero su vida ilustra la palabra “[…] uno solo es vuestro maestro y vosotros sois todos hermanos” (Mt. 23,8).

No se trata de relegar al hermano a un papel de servidor escondido. El espíritu de servicio y de humildad es al menos tan necesario para el sacerdote, como lo muestra de manera insistente el episodio del lavatorio de los pies en el momento que podríamos llamar la ordenación sacerdotal de los Apóstoles. Pero, la experiencia nos muestra que los hermanos son frecuentemente nuestros maestros en la materia.

b. El segundo párrafo de la regla 3

El segundo párrafo de la regla 3 ha sido modificado por el Capítulo general de 1986, a pedido del padre Jetté, que era entonces Superior general. La antigua frase “Los hermanos tienen en todas partes un importante cometido misionero que desempeñar en la construcción de la Iglesia” fue reemplazada por la siguiente “Los hermanos participan en la obra misionera de la construcción de la Iglesia en el universo”.

La expresión “un papel importante” tenía un aire laborioso y un poco condescendiente. En la discusión del Capítulo, se propuso reemplazar “importante” por “esencial”. Sonaba mejor, pero en el fondo la fórmula más sencilla es mejor y fue adoptada. Tiene más sentido, pues da a la inserción del hermano el mismo valor misionero y la misma importancia que a la de todos los otros grupos oblatos. Las Normas generales de la formación (cap. IV, 1 B) afirman: “Los hermanos son misioneros por el mismo título que todos los miembros de la Congregación de los Oblatos […]”. La frase del Papa, “es imporante que cada uno de ustedes sea plenamente consciente de que su actividad, sea cual sea su índole, tiene un carácter eclesial esencial”, tiene el mismo sentido.

LA FORMACIÓN DEL OBLATO-HERMANO [57]

1. ALGUNAS CONSTATACIONES SOBRE EL TEMA

Hay que decir de entrada que la formación de los hermanos ha quedado siempre un poco relegada y ha sido poco clara en sus programas, pero que el interés por ella ha ido creciendo durante los últimos años, en los lugares donde las vocaciones de hermanos son más abundantes hoy.

Una encuesta hecha en Italia llegaba a estas conclusiones:

— la exigencia de una formación ordenada y programada para las diversas etapas y los diversos sectores, espiritual, teológico y humano: cultural, profesional…, ha sido subrayada fuertemente;

— hay que precisar claramente los programas, los lugares, las personas responsables, su preparación y todo el camino a seguir con los candidatos;

— los documentos de la Santa Sede sobre la formación de los futuros sacerdotes no pueden ser aplicados a todos los candidatos a la vida religiosa. Es urgente tener orientaciones y directivas adecuadas para la formación específica de los religiosos;

— la falta de vocaciones de religiosos-hermanos, durante los últimos veinte años, se debe sobre todo a esa falta de orientación adecuada.

Los mismos Provinciales constataban:

— una falta de formación humana, religiosa y cultural;

— una gran pobreza en los estudios específicos;

— una falta de programas de formación en muchos Institutos.

Por fin, los religiosos-hermanos expresan también sus deseos así:

— alentar la formación humana, religiosa, apostólica y profesional;

— presentar más la vocación religiosa y no solo la vocación sacerdotal;

— favorecer encuentros culturales y espirituales entre hermanos y sacerdotes dentro del Instituto y entre los Institutos para una mejor formación permanente;

— tener un proyecto de formación primera que incluya tanto a los escolásticos como a los hermanos, acorde con el carisma de la Congregación.

2. LOS DIVERSOS SECTORES DE LA FORMACION

Todo proyecto de formación debería tener una unidad y una integración bien marcadas en todas sus dimensiones. La integración de sus diversos aspectos o sectores, como los de la formación humana, espiritual, doctrinal, apostólica y profesional, debe ayudar a profundizar la vocación misionera del Oblato religioso para atender mejor a las necesidades de los hombres de hoy.

En cuanto a la formación del hermano, hay que decir, ante todo, que la mayoría de esos aspectos deben ser los mismos que para el religioso-sacerdote, porque hay una sola vocación en el Instituto. Hay, es cierto, diferencias, pero son sólo parciales.

Los aspectos comunes se refieren a la formación humana: carácter, afectividad, sentido de corresponsabilidad y de compartir, relación con los demás, desarrollo de las aptitudes…, a la formación espiritual: vida sacramental, comunitaria y sentido de Iglesia, y a la formación en el carisma específico: valores del Instituto, visión apostólica.

Los aspectos específicos están relacionados con la fisonomía propia del hermano. Se los podría agrupar así:

a. La formación teológica y pastoral

Un religioso tiene necesidad de una preparación teológica que le dé al menos una cultura básica suficiente para ser capaz de “dar respuesta a todo el que nos pida razón de nuestra esperanza ” (I Pe 3,15). El catecismo no basta hoy. Hay que profundizar la fe y ser capaz de transmitirla adecuadamente.

Por otra parte, existen hoy muchas posibilidades para inscribirse en cursos de teología de diversos niveles, según las necesidades y las capacidades de las personas.

Hay, ciertamente, una diferencia con el religioso que se prepara al sacerdocio. Éste debe hacer necesariamente un estudio completo de la teología, mientras que el hermano puede sentirse llamado más bien a una especialización en otras materias, sin excluir evidentemente que algunos puedan sentirse atraídos por un campo particular de la teología, y quieran consagrarse a la enseñanza o a cualquier otra actividad pastoral.

La formación pastoral del hermano debe tener en cuenta los diferentes campos que se le abren, ya sea la catequesis, la animación de grupos, la liturgia, el trabajo social, los enfermos, los prisioneros, etc., ya la pastoral de las vocaciones o incluso la formación para los que tienen capacidad para ella.

b. La formación a la vida comunitaria y eclesial

Hay aquí dos posibilidades, el servicio dentro del Instituto y el servicio fuera de él según el carisma específico.

El primero está en relación con los asuntos de la casa y de la comunidad religiosa, como el economato, el mantenimiento de la casa, los servicios de cocina, el secretariado, etc.

El segundo se orienta más directamente a la misión específica del Instituto, como la acción caritativa, la enseñanza, la evangelización, la liturgia y la oración, etc. Si el hermano tiene la capacidad de entrar en contacto con la gente y ejercer algunas actividades indicadas precedentemente, será conveniente permitirle una preparación profesional para que pueda ofrecer un aporte específico en ese campo. Y esto vale sobre todo en un contexto de primera evangelización donde, gracias a su preparación técnica y profesional, podrá acercarse a la gente y dar un testimonio eficaz de los valores del Evangelio.

Preparar al hermano para un trabajo determinado no significa excluirlo de las otras actividades de la comunidad, sean dentro o fuera de ella, en cuanto son compatibles con sus responsabilidades específicas. Hay que evitar que los religiosos estén preparados solo para una cosa.

c. La formación para determinados comportamientos

Además de su formación doctrinal y profesional, el hermano deberá trabajar , durante el tiempo de su formación, para asimilar algunos comportamientos propios del hermano, a los que ya hemos hecho referencia, como el sentido “mariano”, el sentido evangélico del servicio, la acogida, el sentido de familia, la cercanía a la gente, la primacía del amor, etc.

Son estos comportamientos los que darán un carácter especial a la fisonomía interior del hermano y le permitirán encontrar su papel propio dentro del Instituto y de la Iglesia, aportándole serenidad, alegría y expansión, sea cual sea su ministerio.

3. LAS ETAPAS DE LA FORMACION

Las primeras etapas de la formación, prenoviciado y noviciado, no presentan ningún problema particular. Son las mismas para todos los miembros del Instituto.

El período que plantea más problemas es el que sigue a la primera profesión hasta la profesión perpetua. Las experiencias son aquí muy diversas. Sin embargo, encontramos en él algunos elementos importantes que destacar:

— una relación constante con los religiosos que se preparan al sacerdocio, para poder llegar a una integración auténtica en la misma familia, al prepararse para la misma misión;

— una formación teológica y espiritual;

— un acompañamiento personal y una evaluación constante;

— una formación profesional;

— una experiencia directa de la vida normal del Instituto, durante un período de inserción en una comunidad y en la pastoral activa del Instituto.

— El problema se plantea sobre todo cuando se intenta armonizar concretamente una estructura con un programa integral y exigente:

— las casas de formación para los hermanos parecen contradecir el principio de una sola vocación para todos;

— la elección de una misma casa para todos plantea interrogantes. ¿Cómo responder adecuadamente a diferentes necesidades de los candidatos y cómo evitar las influencias negativas de los unos en los otros? ¿Cómo conciliar formación teológica y formación profesional?

Sin embargo, existen hoy, en la Congregación, experiencias válidas de casas de formación para candidatos al sacerdocio y a la vocación de hermano, que funcionan bien y en un clima de buenas relaciones entre candidatos que siguen programas de estudio diferentes. Pero encontramos también situaciones diversas. Lo que cuenta mucho para la formación de los hermanos es la percepción que de esa vocación tienen los miembros del Instituto.

Santiago REBORDINOS