1. Patronos De La Congregación


PATRONOS DE LA CONGREGACIÓN

Una oración propia a los Misioneros Oblatos de María Inmaculada es la letanía de los santos protectores de la Congregación: “los santos -precisa el Oramos así…- especialmente venerados en la Congregación , predicadores y misioneros sobre todo” [1].

“Estas letanías, de redacción oblata, se introdujeron entre nosotros ya en 1816”, afirma el P. Jorge Cosentino [2] apoyándose en las oraciones prescritas para el examen particular en 1816 y 1818 [3]. Ya el 9 de octubre de 1815 había escrito el abate de Mazenod al abate Tempier que adoptarían una regla “con elementos tomados de los estatutos de san Ignacio, de san Carlos para los oblatos, de san Felipe Neri, de san Vicente de Paúl y del beato Ligorio” [4]. El 17 de noviembre de 1817, tratando de persuadir a su tío Fortunato para que aceptara el obispado de Marsella, añadía: “Tomaremos como patronos y modelos a san Carlos y a san Francisco de Sales” [5].

“No conocemos el texto primitivo de nuestras letanías, ya que el primero del que tenemos conocimiento es el de la primera edición del manual de oraciones en 1865” [6]. Sin embargo, al Fundador le interesaba mucho. Escribía al maestro de novicios el 19 de diciembre de 1847: “Le recomiendo también que ponga empeño en que cada uno aprenda de memoria y sepa bien las oraciones usuales en la Sociedad y sobre todo las letanías y las oraciones que siguen, que todos los miembros de la Sociedad deben rezar tanto de viaje como en nuestras comunidades hacia el mediodía tras el examen de conciencia” [7].

Volvía a la carga el 9 de julio de 1853 ante el moderador de los escolásticos: “Sería preciso que cada uno supiese de memoria las oraciones que se rezan en la Congregación, especialmente las que se rezan después del examen porque me interesa mucho que nunca se dejen de rezar dondequiera que uno se encuentre, en viaje o como sea. Esa oración, incluidas las letanías, es peculiar a nuestra Sociedad, nos distingue y es como un lazo de unión entre todos los miembros de la familia” [8].

Había un folleto impreso antes del manual de 1865, ya en vida del Fundador, quien podía distribuirlo a sus misioneros desde 1854: “Recibiréis también un pequeño impreso que colocaréis en el breviario para no exponeros a olvidar el rezo diario de las letanías y las oraciones que siguen, especiales para nuestra Congregación. Me interesa mucho que se recen exactamente como está prescrito” [9].

Esta insistencia de Mons. de Mazenod da a entender que el “pequeño impreso” de 1854 presentaba ya una lista auténtica de los Protectores de la Congregación que se invocaban de memoria desde el comienzo. Esta se insertará tal cual en el Manuel de prières que el P. Fabre, superior general, iba a presentar a la Congregación el 25 de mayo de 1865, declarándolo “obligatorio desde hoy en nuestras casas y residencias. Se tendrá a bien procurarlo cuanto antes, conformarse a él estrictamente y no cambiar nada en las fórmulas ni en las ceremonias indicadas” [10].

Este rigor será de recibo posteriormente, en las otras cinco ediciones del Manuel que se harán hasta 1932. Hasta entonces toda tentativa de introducir nuevas invocaciones en las letanías de la Congregación fue rechazada por los Capítulos generales. Tímidamente, el de 1938 añadió la invocación “Reina de nuestra Congregación” que antes se había querido insertar, a título privado, en las Letanías de Loreto, y la de “santa Teresa del Niño Jesús” a quien Monseñor Ovidio Charlebois había hecho declarar “Patrona de las Misiones” [11]. Más tarde, el Vade mecum de 1958 añadió la invocación de santo Tomás de Aquino; y el Oramos así…de 1986 quitó los nombres de san Miguel Arcángel, de san Fidel de Sigmaringa y de san Juan Francisco Regis, y añadió los del beato Eugenio de Mazenod, san Ignacio de Loyola y san Juan Leonardi.

¿Qué son estas letanías? Simplemente, “un resumen de las letanías de los Santos” [12]. Se invoca en forma colectiva a todos los ángeles y santos, según el espíritu de Eugenio de Mazenod cuya fe en la comunión de los Santos era tan comprensiva y generosa como sus ambiciones apostólicas [13]. Por supuesto, se dirige en primer lugar a “Santa María Inmaculada” con cuyo título la Virgen Madre de Dios es la Patrona de su familia religiosa. Se quiso explicitar más, invocándola como “Reina de nuestra Congregación”. San José tiene su puesto señalado; el Manuel de prières de 1865 le designaba ya como “patrono principal y protector especial de la Congregación” y le dedicaba unas letanías más floridas que las de nuestros días [14].

Vienen luego san Pedro y san Pablo, como representantes de los Apóstoles, cuyas huellas quiso que siguieran los suyos [15]. Pero lo que distingue más las “letanías propias a la Congregación” es el recurso a los santos fundadores de las antiguas órdenes, cuya vida y cuyo fervor quería renovar el P. de Mazenod [16].

En las letanías, este recuerdo de las órdenes antiguas no se remonta más que hasta santo Domingo (1170-1221) el fundador de la orden de Predicadores, y dos de sus discípulos, Tomás de Aquino (1225-1274) y Vicente Ferrer (1350-1419). Aparte de éstos, el único representante de los mendicantes es el franciscano Leonardo de Puerto Mauricio que vivió más tarde (1676-1751).

Fuera de las órdenes mendicantes, los santos que han atraído la atención y a los que invocamos son sobre todo fundadores de clérigos regulares y de congregaciones religiosas. La lista empieza por una serie de obispos realmente excepcionales: Carlos Borromeo (1528-1584) “pionero de la pastoral moderna” [17]; Francisco de Sales (1567-1622), “la perfección al alcance de todos”; Alfonso de Ligorio (1696-1787), “hacia los pobres más abandonados”; Eugenio de Mazenod (1782-1861), “un servidor incondicional de la Iglesia”.

Después, tras el admirable líder que fue Ignacio de Loyola (1491-1556) y su compañero Francisco Javier (1506-1552), el patrono de las misiones, vienen Felipe Neri (1515-1595), “el santo de la alegría”, Vicente de Paúl (1581-1660), “padre de los pobres”, José de Calasanz (1556-1648), “una total disponibilidad”, y Juan Leonardi (154l-1609), fundador de los clérigos regulares de la Madre de Dios y cofundador del seminario de la Propagación de la Fe en Roma. Seguiría aquí, normalmente, el beato José Gérard (1831-1914) “padre de la Iglesia de Lesotho”.

La vida contemplativa con santa Teresa de Jesús y santa Teresa de Lisieux debía estar en honor entre los oblatos, dados sus comienzos en el Carmelo de Aix y su dedicación a las misiones más difíciles.

“Si se rezan las letanías, recomienda Oramos así…, pueden añadirse los nombres de santos contemporáneos y de aquellos que son venerados en la Iglesia particular” [18]. Esta recomendación sale al encuentro no solo de la renovación actual del calendario litúrgico sino también de una preocupación de Eugenio de Mazenod: “Desde hace varios años, me mato inquiriendo el nombre de los santos patronos de los lugares donde se han dado misiones” [19]. Lo hacía con miras a las letanías especiales que se iban a rezar después del rosario. El problema era delicado, pues la “lista de los santos patronos de los lugares evangelizados” se iba alargando indefinidamente con la expansión de la Congregación. Que no quede por eso, piensa el fundador, los repartiremos por los doce meses del año: “De ese modo, no tiene que temer que se recite nunca el martirologio” [20].

No se podrá poner en duda que la invocación de los santos haya sido un valor en los orígenes de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada. Todavía hoy, dado que las “letanías propias a la Congregación” forman parte de las oraciones que acompañan el examen particular, ellas constituyen un lugar privilegiado, no solo para “un conocimiento pleno de nuestro ideal de perfección religiosa y misionera” [21], sino también para manifestar nuestra adhesión a la Congregación y a su superior general “para que guíe a la Congregación según el espíritu de san Eugenio y sea un signo de unidad para los Oblatos” [22].

Herménégilde CHARBONNEAU