1. Origen
  2. Fuentes
  3. Significado Global Del Prefacio
  4. División Y Títulos De Los Párrafos Del Prefacio
  5. Comentario De Cada Uno De Los Párrafos
  6. Los Superiores Generales
  7. Conclusión
  8. Anexo: Fuentes Y Textos Comparados

Diez oblatos han comentado nuestras Constituciones y Reglas [1]. Solo algunos de ellos se han detenido brevemente en el Prefacio, proponiendo ciertas reflexiones de tipo histórico o espiritual. No me propongo aquí colmar esa laguna, sino simplemente puntualizar el estado de la cuestión: ¿qué es lo que se ha escrito sobre la historia, las fuentes y el sentido del Prefacio de nuestras Constituciones y Reglas?

ORIGEN

En su forma actual, el Prefacio fue redactado en 1825, poco antes de que se presentaran las Reglas en Roma para su aprobación [2]. Sin embargo, se encontraba ya, de otra manera, en el primer manuscrito de las Reglas de 1818. En efecto, es el resultado de la fusión del Nota bene que seguía al capítulo primero de la primera parte con el prólogo del texto de 1818 [3].

Ese prólogo forma, con algunos cambios, el contenido de los párrafos 8, 9 y 10 del actual Prefacio, mientras que buena parte del Nota bene se encuentra en los siete primeros párrafos.

{ Prólogo = Párrafos 8-10 }

Reglas de 1818 { Nota bene = Párrafos 1-7 } Prefacio de 1826

El prólogo afirmaba que ciertas Reglas de vida eran necesarias para asegurar la unidad de espíritu y de acción entre los sacerdotes a quienes el Señor había inspirado que se reunieran “en comunidad para trabajar más eficazmente por la salvación de las almas y por su propia santificación”.

El Nota bene seguía al capítulo que exponía los fines del Instituto. Explicaba el tercer fin, haciendo el análisis de la situación crítica de la Iglesia y de sus causas; la “principal” de éstas, “raíz” de las demás, es “la pereza, la indolencia y la corrupción de los sacerdotes”; por eso, para responder a las necesidades más urgentes, había que contar con hombres verdaderamente apostólicos que, entre otros fines, trabajaran en la reforma del clero.

Al trasladar el Nota bene al Prefacio [4], el Fundador omitió el primer párrafo, muy importante sin embargo; suprimió “ciertas expresiones demasiado severas o demasiado oratorias” [5] y todo lo que era demasiado negativo contra los malos sacerdotes, dando al Prefacio una perspectiva más positiva y más amplia.

En Roma también ciertas frases del texto fueron cambiadas por el Fundador y Mons. Marchetti, a causa de las observaciones hechas por el cardenal Pedicini [6]. Así la frase del primer párrafo “la Iglesia […] casi no le da a luz más que monstruos” se cambió por : “esta esposa querida , llorando la vergonzosa defección de los hijos que ella ha engendrado”, ya que la Iglesia no engendra monstruos. En el mismo párrafo la expresión latina, que no se hallaba en el texto francés, “criminum suorum mensuram implevere” se cambió por “irritavere justitiam divinam sceleribus suis“, ya que no se puede poner una medida a la justicia de Dios. El comienzo del segundo párrafo, que se había traducido mal por “Divinis rebus ita flebiliter compositis“, se vertió literalmente del francés así: “In hoc miserrimo rerum statu“.

En todas las ediciones sucesivas de las Reglas ese texto permaneció idéntico, salvo algunas mínimas correcciones. Compuesto en francés, se publicó en latín en todas las ediciones de 1827 a 1966. Desde 1966 se ha publicado en las lenguas de las diversas ediciones de las Constituciones y Reglas.

Contrariamente a la jurisprudencia romana, el Prefacio fue admitido en 1826 como parte integrante de las Reglas; y lo es todavía hoy [7].

FUENTES

Los comentadores de las Reglas están acordes en decir que el Prefacio ha sido redactado por el P. de Mazenod y es el fruto de su pensamiento y de su vida. Pero reconocen diversas influencias.

El P. Jorge Cosentino escribe en 1955: “Aunque se pueda presentar como obra original de nuestro Fundador, el Prefacio de nuestras Reglas incluye muchas reminiscencias sulpicianas. Por ejemplo, encontramos en él ciertas ideas que se hallan en Tronson y en Olier; eran las ideas sobre el sacerdocio y el espíritu eclesiástico que se inculcaban en San Sulpicio. Por lo demás, para confirmarlo, tenemos la conferencia que nuestro fundador hizo en el seminario el 23 de diciembre de 1809, un día de ordenación, en la que hallamos diversas ideas de nuestro Prefacio, ideas que se le habían inculcado en el tiempo de su seminario” [8].

En 1956, el P. León Deschâtelets hace un parangón entre el texto del Prefacio y el de varias cartas y conferencias de Eugenio entre 1808 y 1818: Escribe al respecto: “Fácilmente uno creería encontrar en el Prefacio reminiscencias de los escritos anteriores. Lo cierto es que ahí se nos presentan los pensamientos más íntimos del Fundador, los que vivió más profundamente” [9].

Así, el P. Deschâtelets confirma lo que afirmaba el P. Cosentino. Eugenio seminarista leyó y se impregnó de los escritos de Tronson, Olier, etc. sobre el sacerdocio. Sus escritos, a partir de 1808, reflejan ese pensamiento en el punto en que él lo asimila. Tal pensamiento se hace suyo, y se revela en los párrafos del Prefacio donde habla de los malos sacerdotes y de la necesidad de unir las fuerzas de los buenos que buscan la perfección y quieren sacrificar su vida por la salvación del mundo (párrafos 2, 3, 4, 6 y 8).

En 1967, el P. Juan Drouart hizo un breve estudio sobre las Reglas, en especial sobre la expresión “hombres apostólicos” que aparece en el párrafo 4 del Prefacio. Ve ahí la influencia de la primera carta de san Pablo a los Corintios, que, al parecer, conocía bien el P. de Mazenod. Veremos luego el comentario del P. Drouart, uno de los mejores que tenemos [10].

Por último, el P. Fernand Jetté, en su comentario de las Constituciones, afirma: El Prefacio “sin ninguna duda es de Eugenio de Mazenod. Fue él mismo quien lo escribió, esforzándose en vivirlo y a la luz de su propia experiencia. En ese tiempo, por lo demás, muchos cristianos lamentaban los males de la Iglesia y soñaban con los medios posibles para ayudarla” [11].

El P. Jetté copia, al respecto, algunas páginas de la obra de Félicité de Lamennais titulada Réflexions sur l’état de l’Eglise en France pendant le dix-huitième siècle et sur sa situation actuelle. Este libro, impreso en 1809 pero retirado por orden de Napoleón, no se publicó hasta 1814. Pero Lamennais había enviado un ejemplar al Sr. Émery en 1809, y Eugenio sin duda lo conoció ya entonces. En efecto, durante las vacaciones de verano de 1809, hubo un encuentro entre el Sr. Émery, J.M. Robert de Lamennais y algunos otros, entre ellos Eugenio, para cambiar impresiones sobre los asuntos de la Iglesia y sobre esa obra [12].

El P. de Mazenod parece haberse inspirado en ese escrito, sobre todo en los primeros párrafos del Prefacio sobre el estado de la sociedad, de la Iglesia y del clero (en el anexo veremos el cuadro comparativo).

El pensamiento de F. de Lamennais es más amplio, más avanzado en algunos puntos, y más matizado en los juicios sobre el estado del clero. Pero en el Prefacio y en el comienzo de las Reglas se encuentra el mismo tono, muchas ideas idénticas y a veces las mismas expresiones: la vergonzosa defección de los cristianos, la conducta reprochable del clero, la necesidad de hombres verdaderamente apostólicos, el poder de la fe, la sencillez del Evangelio, la importancia de la cruz, etc.

Felicidad de Lamennais insiste mucho en la ignorancia religiosa de la gente campesina y en la importancia de las misiones. Este es el medio de apostolado que Eugenio privilegia, y esa gente es la que él quiere evangelizar; pero habla de esto sobre todo en los artículos sobre el fin principal del Instituto y sobre las misiones. Aquí, en el Prefacio no menciona a los campesinos y no habla de las misiones más que una vez, en el párrafo 10, aunque esta realidad forma el telón de fondo. El contenido del Prefacio refleja mucho su origen, es decir, el hecho de que inicialmente era una reflexión a propósito de los artículos sobre la reforma del clero, fin secundario de la Congregación.

SIGNIFICADO GLOBAL DEL PREFACIO

El P. Jetté concluye así la página en que habla de la influencia de Lamennais: “El Prefacio de nuestras Constituciones vuelve a tomar a su manera y según la experiencia de nuestro Fundador, estos mismos elementos vividos y pensados por [Lamennais]. Experimentó la miseria de la Iglesia, vio la Iglesia abandonada y traicionada por los suyos, conoció las debilidades y los escándalos del clero, se dio cuenta de lo que significaba la ignorancia de la fe y la degradación cristiana de los campesinos […] Sintió todas estas cosas, junto con la necesidad de formar un clero virtuoso […] La llamada de la Iglesia, la escuchó desde lo profundo de su corazón y quiso responder a ella con la entrega de su vida. Es lo que nos dice el Prefacio de nuestras Constituciones; al mismo tiempo, se alegra de que ‘la consideración de estos males ha conmovido el corazón de algunos sacerdotes celosos de la gloria de Dios, que aman a la Iglesia y están dispuestos a entregar su vida, si es preciso, por la salvación de las almas’. Este Prefacio es un texto que hay que leer y releer, un texto del que tenemos que impregnarnos profundamente, pues nos da el verdadero sentido de nuestras Constituciones” [13].

Todos los comentadores de las Reglas han subrayado la importancia del Prefacio para los oblatos y su significado global. En 1883, el P. Rambert decía del conjunto de las Reglas: “Las Reglas de los Oblatos de María Inmaculada son la obra capital del P. de Mazenod; ellas nos lo dan a conocer mejor que todas sus otras obras. Ahí está su espíritu, su voluntad, su corazón, su vida íntima, su alma entera. Ahí es donde volcó, como todo fundador, todos los tesoros de su experiencia, de su sabiduría, de su virtud, así como también todas las ternuras y las delicadezas de su amor paternal […]” [14].

En su comentario de las Reglas, el P. Alfredo Yenveux escribía a su vez en 1903: “El Prefacio responde a esta pregunta: ¿Por qué caminos providenciales y por qué motivos se fundó la Congregación? De todos los escritos de nuestro venerado fundador, ninguno más admirable que estas páginas en las que Mons. de Mazenod desarrolla el fin sublime que se propuso al fundar la Congregación, el hermoso plan que concibió y la alta perfección que pide a sus hijos. No se pueden comprender perfectamente esas lecciones si no se estudian ante el santo Tabernáculo […]” [15].

Los Padres J.M. Rodrigo Villeneuve y José Reslé añaden, por su parte, en 1929 y 1958: “En este Prefacio se puede encontrar el espíritu del venerado fundador, y en cierto modo, los rasgos fundamentales de su espiritualidad que se desarrollarán en los varios artículos subsiguientes […]” [16]. –“Quamvis nullam contineat praeionem disciplinarem, est tamen pro nobis maximi momenti: revelat spiritum et cor Patris Fundatoris, formam sive ideale viri vere apostolici seu Oblati, prout illud ipse concepit [Aunque no contenga ninguna prescripción disciplinar, es para nosotros de la mayor importancia: nos revela el espíritu y el corazón de nuestro Padre fundador, la forma o el ideal del hombre verdaderamente apostólico o del Oblato, tal como él lo concebía]” [17].

DIVISIÓN Y TÍTULOS DE LOS PÁRRAFOS DEL PREFACIO

Solo en tres de los escritos que tratan del Prefacio se propone una división. Esta es lógica en el P. Reslé, más práctica en el P. Jetté [18], y muy filosófica en el P. Gerardo Blanhard [19]. Lo vemos en el siguiente cuadro:

1. JOSE RESLE

El Prefacio presenta la vida apostólica del Fundador y de los Oblatos:

a. En su origen (causa próxima, ocasión)

§ 1. Estado de la Iglesia

§ 2. Agravación (el clero)

§ 3. Comprensión, voluntad generosa de algunos sacerdotes

b. En su fin (tarea que realizar)

§ 4. Obra realizable, optimismo

c. En su divino modelo

§ 5. Jesucristo

d. En sus principales medios

§ 6. Santificación personal

§ 7. Acción sacerdotal y apostólica

§ 8. En comunidad

§ 9 y 10. Bajo una Regla y una disciplina común.

2. FERNANDO JETTE

a. Mirada a la Iglesia

b. Llamada de la Iglesia

c. ¿Qué hizo nuestro Señor Jesucristo?

d. ¿Qué hemos de hacer nosotros?

e. Los frutos de salvación

f. Necesidad de ciertas reglas

3. GERARDO BLANCHARD

a. An sit? ( § 1-3)

b. Quid sit?

Definición del Oblato: Hombre apostólico (§ 4)

Explicación de la definición:

— por la causa ejemplar: Jesucristo (§ 5)

— por las causas intrínsecas:

— género: hombres virtuosos, etc. (§ 6)

— diferencia específica: celosos etc. (§ 7)

c. Quale sit?

Cualidades que hacen tangible la definición (§ 8-10)

Este artículo del P. Blanchard salió en Etudes Oblates de 1947 es una reflexión filosófica y espiritual muy densa y uno de los mejores escritos sobre el Prefacio, junto a los de los Padres Drouart y Jetté.

COMENTARIO DE CADA UNO DE LOS PÁRRAFOS

Si todos los comentadores de las Reglas acentúan la importancia del Prefacio para comprender bien el pensamiento del Fundador y el espíritu subyacente a los numerosos artículos de las Reglas de 1818 y de 1825-1826, apenas se detienen a explicar cada uno de los párrafos.

Parece que el P. Jetté es el primero en hablar explícitamente del sentido del Prefacio y en dar algunas reflexiones sobre las cuatro ideas principales: amar a la Iglesia, formar al hombre apostólico, aprender en la escuela de Cristo y someterse a ciertas reglas de vida y de apostolado.

Antes de él, el P. Drouart escribió páginas profundas sobre la expresión “hombre apostólico” del párrafo 4º, que él explica por el texto del primer párrafo del Nota bene de 1818: “son llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano”. Esta frase desapareció extrañamente en las modificaciones hechas en 1825 y no reapareció en ninguna parte de las Reglas.

Se puede decir que no hay más que un comentario del conjunto del Prefacio y de cada una de sus partes. Lo encontramos, en forma de meditación en un largo artículo del P. Pablo Emilio Charland, que comenta los párrafos por medio de referencias al Evangelio y de artículos de las Reglas de 1826 conservados en las de 1928 [20].

Damos ahora un breve comentario de cada párrafo.

1. SITUACION DE LA IGLESIA

“La Iglesia, el misterio de la Iglesia está en el centro de este Prefacio. Por ella fundó la Congregación Eugenio de Mazenod”, escribe el P. Jetté [21]. Si pudo influir en él Felicidad de Lamennais, estamos seguros de que en este punto el interés, la preocupación y el amor de Eugenio aparecen mucho antes de que conociera la obra de aquél. Se remontan a Venecia y a las reuniones que tenían a diario en casa de los Zinelli eclesiásticos italianos y franceses. En ellas se hablaba justamente de la Iglesia [22].

Por otra parte, el padre y los tíos de Eugenio, que ejercieron en él una influencia profunda, consideraban el estado de la Iglesia y de Francia como desastroso y sin esperanzas [23].

Vemos que, desde 1805, Eugenio se estremece al comprobar la ignorancia religiosa y la barbarie que se da “todavía más lamentable que la que reinaba en el siglo VI” (Cf. cuadro comparativo).

Uno de los motivos principales por los que decidió entrar en el seminario y hacerse sacerdote fue la situación de la Iglesia. Habla de ella a menudo con su madre de 1808 a 1812; le dice que hay pocos sacerdotes porque la Iglesia es pobre, y que salen pocas vocaciones de la nobleza [24]; que reina la apostasía y que la Iglesia es abandonada por todos [25]; que hay peligro de cisma y que la persecución es inminente [26], etc.

El primer párrafo repite palabras y expresiones muy usadas por Eugenio. Él escribió, pues, ahí, lo que experimentaba y lo que vivía desde tiempo atrás: una suerte de sufrimiento con la Iglesia doliente tras la revolución. Como se verá en el cuadro comparativo, el texto definitivo del primer párrafo es más largo que el de 1818 pero menos negativo y menos provocador.

2. LA SITUACION SE AGRAVA A CAUSA DE LOS MALOS SACERDOTES. LA IGLESIA LLAMA

Con relación al § 1, hay aquí dos ideas nuevas: la llamada de la Iglesia y el triste estado del clero. Si en esto el P. de Mazenod pudo inspirarse en Lamennais, influyó sobre todo en él el ambiente de San Sulpicio; pero, como en el párrafo anterior, resume ideas que ha hecho suyas desde tiempo atrás y realidades que ha sentido profundamente.

Ya el 23 de diciembre de 1823 hablaba de la llamada de la Iglesia [27]. Sobre el clero escaso y especialmente sobre los malos sacerdotes habló con frecuencia entre 1812 y 1818. Pocos sacerdotes han emitido un juicio tan duro acerca del estado del clero como el P. de Mazenod en los tres artículos de la Regla de 1818 sobre la reforma del clero y en el Nota bene que sigue. ¿Qué triste experiencia había tenido para mostrarse tan radical? Pudo encontrar en Sicilia y en Aix sacerdotes poco celosos; pero en sus escritos nada nos permite afirmar que haya encontrado sacerdotes perversos y escandalosos. Sin embargo, sabía bien que durante la Revolución muchos sacerdotes se habían casado y habían prestado juramento a la Constitución civil del clero. En París, los sulpicianos insistían mucho en la necesidad de formar santos sacerdotes y sin duda debían de recordar las flaquezas de un parte del clero de los siglos pasados, lo mismo que ciertos juicios severos de san Vicente de Paúl sobre el clero de su tiempo [28]. Eugenio debía de reaccionar entonces con energía, pues el señor Duclaux le había hecho notar un día que tenía temperamento de reformador y el 22 de noviembre de 1812 le escribía que no se comportara como reformador al llegar a Aix [29].

Es cierto que en el otoño de 1815, cuando preparaba la fundación, se proponía ya trabajar en las misiones populares y también en la reforma del clero. Habló de ello al Sr. Duclaux. Conservamos la respuesta de éste, del 2 de octubre de 1815: “Por mi parte, no puedo más que agradecer a mi buen Maestro los piadosos sentimientos que le inspira. Siga trabajando con todas sus fuerzas para restablecer la religión; predique, instruya, aclare a los franceses la causa de los males que los abruman; que su voz resuene en todas las partes de Provenza; Dios solo espera nuestra conversión para colmarnos de sus gracias. Pero, sobre todo, forme el espíritu eclesiástico entre los sacerdotes. Hará muy poco bien mientras no haya al frente de las parroquias sacerdotes excelentes. Empuje, pues, a todos los eclesiásticos a ser santos; que lean las vidas de San Carlos y San Vicente de Paúl; verán si está permitido a un sacerdote, a un pastor, vivir en la tibieza y sin celo. Le aseguro que no ceso de pensar en usted y de agradecer a Dios la valentía que le da. Espero que usted hará mucho, porque ama sinceramente a Dios y a la Iglesia […]” [30].

Pero Eugenio, siempre muy impresionable, sobre todo entre 1816 y 1818, cuando estaba trabajando demasiado y sufría diversas molestias [31], tuvo que experimentar vivamente las críticas y las trabas que los párrocos de Aix oponían a su apostolado, sobre todo con los jóvenes [32]. Sus juicios tajantes contra los malos sacerdotes sin duda son, en buena parte, una generalización y una exageración de los que emite sobre la conducta de los párrocos de Aix. Tenemos la prueba en algunas cartas dirigidas al P. Tempier en 1817. El 12 de agosto, por ejemplo, le escribe: “Los sacerdotes viciosos o malvados son la gran llaga de la Iglesia. Hagamos todos los esfuerzos para atenuar ese cáncer devorador, formando bando aparte, en los sentimientos y en la conducta […]”. Y el 24 de noviembre: “¿Es posible que nuestra paciencia no haya apaciguado la cólera de estos buenos párrocos? Lo único que me aflige en todo este asunto, es que esas personas, con disposiciones tan contrarias a la caridad, no se abstienen de subir al altar […] Los compadezco de todo corazón […]” [33]. Reconocemos en sus cartas expresiones que usa en párrafos del Prefacio sobre la reforma del clero.

3. VOLUNTAD GENEROSA DE ALGUNOS SACERDOTES

Este párrafo pinta en una frase lo que más caracteriza al Fundador: su afecto, su corazón, que es lo único por lo que vive [34] y de donde “en cierto modo salió toda” la Congregación [35]. En tres líneas tenemos tres palabras que expresan este aspecto de su personalidad: “ha conmovido el corazón”, “solícitos de la gloria de Dios”, “que aman a la Iglesia”. Pero ya en 1809 y en 1816 el estado de abandono de la Iglesia había “conmovido” y “emocionado” su sensibilidad (cf. cuadro comparativo). El mismo Lamennais había sido “vivamente afectado por los males de esta tierna madre”. Eran los tiempos del romanticismo, siempre excesivo en la manifestación de los sentimientos.

La trilogía: gloria de Dios, amor de la Iglesia y salvación de las almas que, con algunas variantes, se encuentra tres veces en el Prefacio, aparece en los escritos de Eugenio de Mazenod desde 1808 hasta su muerte. Se la encuentra también en los escritos de los sulpicianos [36].

4. OBRA REALIZABLE

En el párrafo 4º el P. Reslé subraya especialmente el optimismo. “Están convencidos”, “se podría abrigar la esperanza de hacer volver en poco tiempo los pueblos descarriados a sus obligaciones…” [37]. ¿Por qué este optimismo? La razón es la fuerza de atracción y el buen ejemplo de los hombres virtuosos y apostólicos, en oposición a los vicios de los malos sacerdotes; y es el poder de la Palabra de Dios (cf. 1 Tes 4, 16).

Los detalles sobre las virtudes y el celo de los hombres apostólicos se dan en el párrafo 6º. Con todo, los comentadores de las Reglas se detienen aquí en algunas expresiones más significativas. El P.L. Leyendecker [38] observa sobre todo que el desinterés (non turpis lucri cupidi) es una virtud mencionada a menudo por san Pablo [39]. El P. Reslé [40] comenta las palabras “de sólida virtud” con una cita del beato Antonio Chevrier (1826-1879), fundador del Prado de Lyón: “Poned un sacerdote santo en una iglesia de madera, abierta a todos los vientos, y atraerá y convertirá más gente que otro sacerdote en una iglesia de oro […] Y hoy, sin embargo, se trabaja mucho más en hacer bellas iglesias y bellas casas rectorales, que en hacer santos. Es que es más fácil hacer una hermosa iglesia que hacer un santo […] No dejemos pasar lo accesorio antes que lo esencial, las piedras antes que la virtud, los ornamentos antes que la santidad […]” [41].

Pero la expresión que el P. Drouart considera fundamental es la de “hombres apostólicos”, que no se encuentra en el párrafo correspondiente de las Reglas de 1818. Olier, Lamennais y el mismo Fundador antes de 1825 emplean esa expresión (cf. cuadro comparativo). El P. Drouart lo explica por el hermoso texto que iniciaba el Nota bene de 1818, omitido en 1825-1826, y que así queda recuperado. Cito unos extractos de su exposición: “Una frase de la primera redacción de la Regla de 1818 me parece sintetizar todo el pensamiento espiritual del Fundador en el momento de la fundación: ‘ ¿Hay algún fin más sublime que el de su Instituto? Su fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios; sus primeros padres, los Apóstoles. Han sido llamados a ser los cooperadores del Salvador, los corredentores del género humano. Y, aunque por razón de su escaso número actual y las necesidades más apremiantes de los pueblos que los rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos y demás, su ambición debe abarcar, en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera’.

“Ahí se da la definición del hombre apostólico en la perspectiva del misterio de la salvación: su relación personal a Cristo como la de los Apóstoles y, más allá del territorio en que se ejerce su misión, su relación al mundo y a la Iglesia. El Fundador veía en los Apóstoles “nuestros primeros padres” (C y R de 1928, art. 287) y nuestros “modelos” (art. 288). Los define en el Prefacio como hombres escogidos por Cristo, formados por Él, a quienes Él llenó de su Espíritu y envió para anunciar la salvación al mundo entero.

“En el centro de todo, el Fundador ve el misterio de la salvación que se continúa por la Iglesia […] Puede decirse que su espiritualidad apostólica parte de los primeros capítulos de la primera carta a los Corintios, donde, como también en la segunda , san Pablo sitúa la vocación apostólica en la prolongación del misterio de la cruz […].

“Cooperación con el Salvador, ahí está la fuente de todas las exigencias de la vocación apostólica. Predicar, como el Apóstol, Christum et hunc crucifixum, non in sublimitate sermonis, sed in ostensione spiritus (1 Co 2, 1,2,4), no es simplemente hablar de Él, sino estar profundamente penetrado por Él y vivir de Él (art. 98). El ministerio del oblato no es en verdad fructuoso más que en la medida en que lleve en su cuerpo los sufrimientos de la muerte de Jesús (2 Co 4, 10); por eso, se gloría en las debilidades, en los ultrajes, en las persecuciones y en las angustias sufridas por Cristo (2 Co 12, 10) Es todo el art. 263; es decir, que esa cooperación no empeña solo nuestras actividades, sino nuestro ser íntimo entero […]” [42].

El P. Jetté, por su parte, escribe: “El hombre apostólico, o el misionero, en el pensamiento del Fundador, es un sacerdote animado por el espíritu de Jesucristo, más especialmente por el espíritu de los Apóstoles y que sigue sus huellas. Después de haber escuchado el llamamiento de Jesús, ha dejado todo por seguirlo, ser su compañero, vivir su vida, y para ser enviado al mundo -no es sedentario- a anunciar la Buena Noticia de la salvación. En el hombre apostólico siempre se dan dos elementos, inseparable el uno del otro: el fervor espiritual y el celo misionero. El segundo no es suficiente, es necesario también el primero. Y en este Prefacio, para los oblatos, como personas y como sociedad, los dos están presentes […]” [43].

5. JESUCRISTO

El P. Juan María Rodrigo Villeneuve escribía en 1929: “Vemos que, conforme a la doctrina, Cristo es ante todo el objeto [del pensamiento del Fundador]; Cristo, nuestro Salvador, y la Iglesia que es su noble herencia adquirida a costa de su sangre” [44]. Acerca de Cristo, el P. Jetté hace esta reflexión: “Una sociedad de hombres apostólicos no puede vivir sin normas […] La primera regla para nosotros es Jesucristo […]” [45].

Pero aquí también es el P. Drouart quien profundiza en los párrafos 5 y 6 comentándolos a la luz de varios artículos de las Reglas. “Alcanzamos aquí, anota, el corazón de la espiritualidad apostólica del Fundador. La persona misma viviente de Cristo Salvador, de quien solo seremos verdade-ramente cooperadores en la medida en que lo imitemos en todo ( C y R de 1928, art. 287), en cuanto lo permite la humana flaqueza, poniendo en sus huellas nuestros pasos; el fin de la Congregación es predicar el Evangelio a los pobres, imitando asiduamente las virtudes y los ejemplos de Cristo Salvador (art. 1)[…] De donde resulta que, para el Fundador, no se trata de una imitación exterior, de un puro “mimetismo”, sino de una profunda transformación interior del yo. La formación sacerdotal consiste en “formar a Cristo” en nosotros (art. 62); en suma, la “sequela Christi” en la que insiste el decreto Perfectae Caritatis.

“Y – esto me parece capital – para el Fundador, esta transformación interior no es el solo hecho de una contemplación desgajada de la acción, sino que se opera a la par en la contemplación y en la acción. Por supuesto, el objetivo de la contemplación del Salvador es llevarnos a “reproducir en nosotros, al vivo, sus virtudes” (art. 254); pero no se trata de una contemplación separada de la acción y menos aún opuesta a ella. Esto resulta claramente de todo el conjunto de la Regla, pero se decía explícitamente en el art. 290 que hacía la síntesis entre las dos partes de una sola y misma vida que no se oponen entre sí: ‘Pero, tanto en el interior de la casa […] como en las misiones, […] su principal empeño será hacerse otros Jesucristo’ [46]. En otras palabras, el ministerio apostólico, si es de verdad ‘cooperación con el Salvador’, nos une, nos identifica con él[…]” [47].

6. ¿QUE DEBEMOS HACER? HACERNOS SANTOS

El Fundador describe aquí lo que es el hombre apostólico. Notemos de paso que en el Prefacio no se menciona ni una sola vez la vida religiosa.

El párrafo empieza enumerando las disposiciones y las virtudes personales según tres grados: 1. trabajar seriamente por ser santos; 2. renunciar enteramente a sí mismos; 3.renovarse sin cesar. El Sr. Olier habla aproximadamente de esas mismas condiciones: anonadamiento o despojo y renovación (cf. cuadro comparativo).

A eso el Fundador añade una larga lista de virtudes, yendo de las menores a las más importantes: humildad y mansedumbre, como se indican en Tronson (cf. cuadro comparativo), virtudes del estado religioso y por último amor a Dios y al prójimo.

El párrafo continúa y termina por el celo hasta el don total de sí mismo y por la confianza en Dios. “Solo después de haber revestido a sus misioneros como de pies a cabeza, escribe el P. Yenveux, con esta sólida armadura de las virtudes, Monseñor de Mazenod procede a decirles: luego, llenos de confianza […]” [48]. Así pues, confianza en el poder de Dios, pero después de haber cooperado generosamente, luchado hasta la extinción, sacrificado bienes, talentos, descanso y la propia persona por el amor de Jesucristo, el servicio de la Iglesia y la salvación del prójimo.

El Sr. Tronson tiene un texto casi semejante (cf. cuadro comparativo). El Fundador insiste mucho en ese don total. Con sus adverbios y sus adjetivos sucesivos, el párrafo 6 expresa de forma inmejorable esta exigencia de absoluto en la entrega: “trabajar seriamente[…]caminar resueltamente[…]renunciar completamente […] sin más miras que la gloria de Dios […] renovarse sin cesar […] voluntad constante […] trabajar sin descanso […] dispuestos a sacrificarlo todo […] a luchar hasta la muerte”. Ya en el párrafo 3 se leía: “dispuestos a entregar su vida si es preciso, por la salvación de las almas”.

El P. Villeneuve concluye esta parte con estas palabras: “Así nuestra mística: contemplar a Cristo; así nuestro ascetismo: reproducir sus virtudes; y así cumplir nuestra función sacerdotal y apostólica: la salvación de las almas” [49].

7. ACCION SACERDOTAL Y APOSTOLICA

“Este párrafo, escribe el P. Yenveux, traza con rasgos sorprendentes el campo inmenso que se abre al celo de los misioneros” [50]. El P. Blanchard, aunque es filósofo, se vuelve aquí poeta. Se expresa así: “¡Qué inmenso campo se les abre! ¡Qué santa y noble empresa! Estas palabras suenan lo mismo que las que se escapan del pecho del alpinista ante el panorama en que se hunde su mirada, desde la alta cumbre que acaba de conquistar. ¿No es generalmente desde la cima de la perfección que acaba de alcanzar, desde donde el oblato vuelve sus ojos hacia la llanura que ha dejado y que contempla como campo de su futuro apostolado? La tarea que antes le asustaba se le presenta ahora, desde la altura en que está, en sus justas proporciones, las cuales, por más que sean todavía inmensas, ya no son exageradas. El primer cuadro que impresiona la vista es el de la más vergonzosa ignorancia […]” [51].

El oblato debe combatir la ignorancia en materia de fe enseñando quién es Cristo, y la corrupción de las costumbres, ensalzando y haciendo practicar toda clase de virtudes. Por fin, debe “intentarlo todo” para sustituir el imperio del demonio por el imperio de Cristo. Este trabajo debe hacerse por etapas: primero, hacer a los hombres razonables, luego cristianos y, finalmente, santos.

En este sentido, este párrafo repite en parte lo que se dijo sobre el estado de la Iglesia y sobre la importancia de anunciar la Palabra de Dios. Estas ideas se encuentran en J.J. Olier, en F. de Lamennais y en Eugenio de Mazenod antes de 1818 (cf. cuadro comparativo

8. EN SOCIEDAD [ EN COMUNIDAD]

Esa acción sacerdotal y apostólica, los oblatos la ejercen en sociedad, “viribus unitis”. Habría mucho que decir sobre esto. En su visita canónica al Zaire, el P. Drouart consagra algunas páginas al tema [52]. Las actas del congreso de la Asociación de estudios oblatos en Ottawa, en agosto de 1989, sobre la misión en comunidad apostólica se publicaron en Vie Oblate Life en 1990. El P. Domingo Arena, misionero en Senegal, escribió una importante tesis en misionología con el título “Unité et mission”. Es prácticamente un comentario amplio del “viribus unitis”. En Vie Oblate Life se publicaron también varios artículos sobre la comunidad oblata, en especial los de los Padres Marcello Zago y Fabio Ciardi [53].

9 Y 10. LAS REGLAS

Por último, los párrafos 9 y 10 muestran que la acción apostólica de los oblatos se ejerce bajo una regla y una disciplina comunes. Centenares de veces, en su correspondencia, el Fundador exhorta a los oblatos a la regularidad hasta tal punto que, sobre todo a partir del P. José Fabre, ha existido en la Congregación una suerte de divorcio entre vida religiosa “regular” y vida apostólica. El P. Reslé y sobre todo el P. Drouart consagran algunas páginas de su comentario a explicar que tal divorcio no existía en el pensamiento del Fundador ni en el texto mismo de las Reglas [54].

LOS SUPERIORES GENERALES

Todos los Superiores generales han mencionado el Prefacio de la Regla en sus cartas circulares [55]. Ordinariamente se trata de una breve cita, a cuya luz recuerdan el sentido y la obligación de algunos artículos de la Regla, por ejemplo, sobre la Iglesia, la santificación personal y las virtudes, la vida religiosa, Jesucristo, el celo, las urgencias, la comunidad, etc.

Con todo, el P. Deschâtelets, superior general de 1947 a 1972, ha sido quien más a menudo habló de la Regla y en especial del Prefacio [56]. Lo ha llamado “el resumen de la Regla con aspectos deslumbrantes como las facetas de un diamante” [57], y también “el acta de nacimiento de nuestro Instituto: lo sitúa en la Iglesia. Con trazos de fuego describe la figura del oblato, hombre apostólico ante todo, destinado a aliviar, según sus modestos medios, el desamparo de la Iglesia, esposa amada de Cristo, Salvador del mundo” [58]. En las primeras páginas de la circular del 15 de agosto de 1951 sobre Notre vocation et notre vie d’union intime avec Marie Immaculée [59] comenta la mayor parte de los párrafos del Prefacio, especialmente sobre el oblato sacerdote, religioso, misionero, abrasado en amor a Jesús, etc.

En el comentario que aquí hemos hecho sobre los párrafos del Prefacio, no hemos citado extractos de esta circular del P. Deschâtelets porque todo lo que contiene merece ser conocido y leído. Él tenía el mismo temperamento de fuego que el Fundador; conocía muy bien sus escritos y supo transmitir con el mismo ardor su pensamiento y su carisma.

CONCLUSIÓN

Termino estas reflexiones con las últimas líneas del comentario del P. Jetté: El Prefacio es una buena introducción a las Constituciones y Reglas, “pero sobre todo es una invitación a la entrega total de sí mismo a Jesucristo y a la Iglesia. El oblato puede llegar a ser un hombre de oración, un hombre para los demás, un pobre según el Evangelio, un testigo de la fe… pero para serlo, tendrá que comprometerse por completo. Uno no llega a serlo si no es en primer lugar hombre de Jesucristo y hombre de la Iglesia. Nuestra vocación lo abarca todo. Esta es la lección principal del Prefacio[60].

Yvon BEAUDOIN

ANEXO: FUENTES Y TEXTOS COMPARADOS

FUENTES DEL PREFACIO CUADRO COMPARATIVO DE LOS TEXTOS DE 1818 Y 1826 ANEXO

Damos aquí en cuatro columnas, pasajes de escritos de Olier, Tronson y Lamennais o de escritos de Eugenio entre 1805 y 1817, que le inspiraron en la redacción del Prefacio, y los textos del prólogo y el Nota bene de 1818, y los del Prefacio aprobados por Roma en 1826.

 

Olier – Tronson – Lamennais Eugenio (1805-1817) CyR de 1818 CyR de 1826
1. Situación de la Iglesia
LAMENNAIS, F., Reflexions sur l’état de l’Eglise en France pendant le XVIII siècle et sur sa situation actuelle, 1809El mundo está enfermo. Desde la destrucción del paganismo, la historia no ofrece otro ejemplo de degeneración tan general y tan completa. Nunca el hombre ha estado tan profundamente hundido en la abyección de los sentidos, nunca había perdido hasta ese punto el sentimiento de su propia grandeza y el instinto de sus altos destinos (p. 105).Cada día se enfría la piedad lo mismo que la caridad. Desde hace diez años el número de personas que acuden a los sacramentos ha disminuido la mitad […] (p. 111).Para mí, cuando considero esta extraña insensibilidad, este profundo olvido de todos los deberes del cristianismo, me pregunto con espanto si hemos llegado a esos tiempos anunciados por Jesús cuando decía: “¿Creéis que cuando vuelva encontraré aún un poco de fe en la tierra?” (p. 144). 24-5-1805 – A su padreMe estremece la idea de que un día quedaremos reducidos a la nuestra, a esta generación perversa que solo ha chupado el veneno de todos los vicios y que desprecia la virtud , y que está sumida en una ignorancia tan profunda que es bien de temer que vayamos a recaer en una barbarie todavía más funesta que la que reinaba en el siglo VI, porque al menos en aquel desgraciado tiempo se creía en Dios, mientras que hoy día se profesa públicamente el horroroso ateísmo.20-6-1808 – A su madreLo que Él quiere de mí es que renuncie a un mundo en el que es casi imposible salvarse, dada la apostasía que en él reina; es que me entregue más especialmente a su servicio para tratar de reavivar la fe que se apaga entre los pobres; es, en una palabra, que me disponga a ejecutar todas las órdenes que quiera darme para su gloria y para la salvación de las almas que rescató con su preciosa sangre.28-2-1809 – A su madre[…] para servir a la Iglesia en un tiempo en que ella está abandonada de todos […].11-10-1809 – A su madreLa Esposa de Jesucristo, que este divino Maestro formó con la efusión de toda su sangre […]. Inicio del Nota bene¿Qué fin más sublime que el de su Instituto? Su fundador es Jesucristo, el mismo Hijo de Dios; sus primeros padres, los Apóstoles. Son llamados a ser los cooperadores del Salvador, los correden- tores del género humano; y aunque por su escaso número actual y por las necesidades más apremiantes de los pueblos que los rodean, tengan que limitar de momento su celo a los pobres de nuestros campos y demás, su ambición debe abarcar , en sus santos deseos, la inmensa extensión de la tierra entera.La Iglesia, esa hermosa herencia del Salvador que él había adquirido con el precio de toda su sangre, ha sido devastada en nuestros días de manera cruel. Esta esposa querida del Hijo de Dios casi no le da a luz más que monstruos. La ingratitud de los hombres llega al colmo; la apostasía pronto se hace general; y , aparte del sagrado depósito que será conservado intacto hasta el fin de los siglos, no quedan del cristianismo más que las trazas de lo que fue, de modo que se puede decir con verdad que, a causa de la malicia y corrupción de los cristianos de nuestros días, su condición es peor que la de la gentilidad, antes que la cruz derribara los ídolos. Traducción del texto latino aprobado por RomaLa Iglesia, esa hermosa herencia del Salvador, que él había adquirido al precio de su sangre, ha sido devastada cruelmente en nuestros días. Esta esposa querida del Hijo de Dios, llorando la vergonzosa defección de los hijos por ella engendrados, es presa del terror. Cristianos apóstatas y totalmente olvidados de los beneficios de Dios, han irritado la Justicia divina con sus crímenes, y si no supiésemos que el sagrado depósito de la fe ha de conservarse siempre intacto hasta el fin de los siglos, apenas podríamos reconocer la religión de Cristo a través de las trazas que quedan de lo que ella fue, de modo que se puede decir con verdad que, a causa de la malicia y la corrupción de los cristianos de nuestros días, el estado de la mayoría de ellos es peor que el de la gentilidad. antes que la Cruz hubiera derribado los ídolos.(El texto de 1825 -manuscrito 4- difiere de los de 1818 y 1826)
2. Llamada de la Iglesia
LAMENNAIS, Réflexions…El clero, afectadoPluguiera a Dios que al menos el clero se hubiera protegido del contagio. Pluguiera a Dios que él reclamara unánimemente con su ejemplo contra el debilitamiento del celo, y que la Iglesia doliente encontrara en sus ministros los consuelos y los apoyos que tiene derecho a esperar de ellos. Sin duda ella encierra todavía en su seno gran número de hombres apostólicos; una savia de fe anima aún a algunas ramas de ese tronco sagrado: y es esto lo que condenará a tantos sacerdotes tibios y lánguidos, que no son, según la expresión del Apóstol, ni calientes ni fríos […] que buscan en la ociosidad de las ciudades una vida dulce y tranquila, mientras que hay cantones en nuestros campos donde, para cuatro parroquias, se cuenta apenas con un pastor […] (p. 112 s.).Tronson, Entretiens ecclésiastiques, 1857, I, p. 561-563.Nada más pernicioso para la Iglesia que malos sacerdotes […] Un sacerdote santificado santifica al pueblo, pero un sacerdote corrompido no podrá menos de corromperlo […] Como todo el bien y todo el mal vienen del templo […], del clero y especialmente de los sacerdotes […], ahí también es donde hay que trabajar más especialmente para aplicar el remedio. 23-12- 1809 – ConferenciaLa Iglesia sumida en la aflicción llama con fuertes gritos a sus hijos para que la ayuden en su desamparo, y nadie responde.Agosto, 1812 – Retiro en Issy¡Ah! Demasiado tiene que gemir la Iglesia por el gran número de sacerdotes que la afligen por ser insensibles a sus males, que languidecen ellos mismos y que hielan todas las llamas del amor divino que deberían difundir entre los fieles ante los cuales ellos son los órganos del Señor y los instrumentos de su misericordia: ¿querría yo aumentar ese número? Dios me libre […].1813 – Primer reglamento de los congregantes de AixEl fin principal de esta asociación es formar en la ciudad un cuerpo de jóvenes muy piadosos que con sus ejemplos, sus consejos y sus oraciones contribuyan a frenar la apostasía general que hace cada día tan rápidos y temibles progresos […].9-10-1815 – Al abate Henry TempierTome bien en cuenta la situación de los habitantes del campo, el estado de la religión entre ellos, la apostasía que se propaga más cada día y hace estragos horribles. Nota bene. En este deplorable estado, la Iglesia llama en su auxilio a los ministros a quienes confió los más preciados intereses de su divino Esposo, y son la mayoría de estos ministros los que agravan todavía los males de ella con su reprobable conducta.El verdadero fin de nuestro Instituto es remediar todos esos males, corregir en cuanto es posible todos esos desórdenes.Para alcanzar el éxito en esta santa empresa, es preciso primero buscar las causas de la depravación que hoy está haciendo a los hombres esclavos de todas sus pasiones.Se las puede reducir a tres capítulos principales:1. La debilitación, por no decir la pérdida total de la fe; 2. La ignorancia de los pueblos;3. La pereza, el descuido y la corrupción de los sacerdotes.Esta tercera causa debe ser tenida como la principal y como la raíz de las otras dos.Es verdad que desde hace un siglo se trabaja en minar los fundamentos de la religión en el corazón y en el espíritu de los hombres con maniobras infernales. Es verdad también que la Revolución francesa ha contribuido prodigiosamente a hacer avanzar esa obra de inquidad. Sin embargo, si el clero hubiera sido siempre lo que nunca hubiera debido dejar de ser, la religión se habría mantenido, y no solo habría resistido a ese terrible choque, sino que habría triunfado de todos esos ataques e incluso habría salido del combate más bella y más gloriosa. En esta lamentable situación, la Iglesia llama a voces a los ministros a quienes confió los más preciados intereses de su divino Esposo, para que se esfuercen en reavivar con la palabra y los ejemplos la fe a punto de extinguirse en el corazón de buen número de sus hijos. Pero ¡ay! son pocos los que responden a esta apremiante invitación; muchos, incluso, agravan esos males con una conducta reprensible y, en vez de preocuparse por hacer que vuelvan los pueblos al camino de la justicia, necesitan ellos mismos que se les haga volver a la práctica de sus deberes.(El texto de 1825 -ms 4- es como el de 1826)
3. Voluntad generosa de algunos sacerdotes
LAMENNAIS, F. Réflexions…Hijo de la Iglesia, y vivamente conmovido por los males que afligen a esta tierna madre, los he descrito con la franqueza de un cristiano […] Hemos llegado a unos tiempos de pruebas y de peligros en que, según la expresión de un santo papa, la fe reclama a sus soldados y llama en su defensa a todos los que tienen celo (p. 116 s.) 23-12-1809 – Conferencia¡Cómo el estado de abandono en que la Iglesia se halla no iba a conmover nuestra sensibilidad! […] No, no; hasta el fondo de nuestras almas han penetrado esos dardos que desgarran a nuestra Madre […] No, no, Madre tierna y amada, no todos vuestros hijos se alejan en los días de vuestra aflicción, un grupo, pequeño a la verdad, pero precioso por los sentimientos que lo animan, se presenta a vuestro alrededor para enjugar esas lágrimas que la ingratitud de los hombres os hace derramar en la amargura de vuestro dolor. La consideración de estos males ha conmovido el corazón de algunos sacerdotes celosos de la gloria de Dios, que aman a la Iglesia y que quisieran entregar su vida, si fuera preciso, por la salvación de las almas.(El texto francés de 1825 – ms. 4- es igual que el de 1826).
4. Obra realizable – Optimismo
TRONSON, Entretiens…Como todo el bien y el mal vienen del templo […] del clero y en especial de los sacerdotes […] ahí es también donde hay que trabajar más especialmente para aplicar el remedio.OLIER, J. J. , Maximes sur le sacerdoce. Oeuvres complètes, Migne , 1856, p. 1166-1172.Sería muy de desear que la Iglesia alimentara en su seno un buen número de santos sacerdotes que, para la renovación del clero, hicieran abierta- mente profesión de abandonarse a sí mismos y de renunciar a los bienes de este mundo para ocuparse únicamente del servicio de Dios y de su pueblo […]Tres hombres apostólicos en el seminario, llenos de humildad, de mansedumbre, de paciencia, de celo, de caridad […] bastarían para renovar el clero, y consiguientemente, el rebaño entero. 11-10-1809 – A su madre¿Y por qué querría usted que yo retrasara más el comprometerme, el consagrar a la Esposa de Jesucristo que este divino Maestro formó con la efusión de toda su sangre, todos los instantes de una vida que no he recibido más que para emplearla por la mayor gloria de Dios? […]9-10-1815 – Al abate H. TempierQueremos escoger a hombres que tengan la voluntad y la valentía de seguir las huellas de los apóstoles […] no es tan fácil dar con hombres que se entreguen y quieran consagrarse a la gloria de Dios y a la salvación de las almas sin más recompensa en la tierra que muchas penalidades y todo lo que el Salvador anunció a sus verdaderos discípulos […]13-12-1815 – Al abate H. TempierSi solo se tratara de ir a predicar mal que bien la palabra de Dios […] sin preocuparse mucho por ser nosotros mismos hombres interiores, hombres verdaderamente apostólicos, creo que no sería difícil reemplazarle […] Nota beneComo esas causas son conocidas, es más fácil ponerles remedio.Para ello es preciso formar apóstoles que, después de convencidos de reformarse a sí mismos: attende tibi, trabajen con todas sus fuerzas en convertir a los otros: attende tibi et doctrinae, insta in illis: hoc enim faciens et teipsum salvum facies et eso qui te audiunt (1 Tim 4, 16). Y como hemos visto que la fuente verdadera del mal era el descuido, la avaricia y la corrupción de los sacerdotes, una vez reformados esos abusos, los otros cesarán. Tened sacerdotes celosos, desinteresados y sólidamente virtuosos, y pronto atraeréis de nuevo a sus deberes a los pueblos extraviados. Emplead, en una palabra, los mismos medios que empleó el Salvador, cuando quiso convertir el mundo, y tendréis los mismos resultados. Están convencidos de que, si se pudiesen formar sacerdotes celosos, desinteresados, sólidamente virtuosos, en una palabra hombres apostólicos que, convencidos de la necesidad de reformarse a sí mismos, trabajasen con todas sus fuerzas por la conversión de los demás, se podría abrigar la esperanza de hacer volver en poco tiempo los pueblos descarriados a sus deberes largo tiempo olvidados. “Cuídate tú y cuida tu enseñanza, recomienda el apóstol San Pablo a Timoteo; sé constante; si lo haces, te salvarás a ti mismo y a los que te escuchan” (1 Tim 4, 16).
5. Jesucristo
TRONSON, Entretiens…No tenemos otras miras que las mismas del Hijo de Dios […].Y esto es lo que el Hijo de Dios nos da a conocer con su conducta […] ¿Qué hace él? […] Comienza desde sus primeras predicaciones a gritar contra los sacerdotes; pasa gran parte de su vida instruyéndolos […] 19-3-1809 – ConferenciaVeo al modelo a quien debo imitar, el ejemplo viviente que debo seguir […] Le veo haciendo presentes ante los príncipes de los sacerdotes, los escribas y los fariseos todas las circunstancias de su vida inocente, los rasgos heroicos de su tierna caridad para con los hombres […].22-8-1817 – Al P. TempierEstamos puestos en la tierra, y particularmente en nuestra casa, para santificarnos ayudándonos mutuamente con nuestros ejemplos, nuestras palabras y nuestras oraciones. Nuestro Señor Jesu- cristo nos ha dejado el cuidado de continuar la gran obra de la redención de los hombres. Nota bene¿Qué hizo Nuestro Señor Jesucristo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos a los que formó en la piedad y llenó de su espíritu; y después de haberlos instruido en su escuela y en la práctica de todas las virtudes, los envió a la conquista del mundo, que pronto habían de someter a sus santas leyes. ¿Qué hizo, en efecto, Nuestro Señor Jesucristo cuando quiso convertir el mundo? Escogió a unos cuantos apóstoles y discípulos a los que formó en la piedad y llenó de su espíritu, y después de haberlos instruido en su escuela, los envió a la conquista del mundo que pronto habían de someter a sus santas leyes
6. Santificación personal
OLIER, J.J., Maximes sur le sacerdoce…El Hijo de Dios, para preparar a sus Apóstoles, […] los retiene junto a sí por tres años […] ; las principales disposi- ciones que les pedía eran el anonada- miento de toda voluntad propia y un total despojo de los bienes […] La práctica del despojo exterior es inse- parable del espíritu de anonadamiento. Sería, pues, conveniente que los directores del seminario renovasen […] la renuncia que han pronunciado.TRONSON; L., Examens particuliers.Oeuvres complètes, Paris, 1857, II, p. 588 s.¿Tenemos una religión perfecta, una pureza angelical, un celo ardiente por la gloria de Dios y la salvación de las almas, un gran amor a la Iglesia […]?¿Hemos tenido esa participación del espíritu de Jesús, sumo sacerdote? Es decir ¿hemos estado en la disposición de sacrificarnos sin cesar y de dar, como él, nuestros sudores, nuestra sangre y nuestra vida por la gloria de Dios y por la salvación del mundo? 11-10-1809 – A su madreNo envidie, pues, mi querida mamá, no envidie a esta pobre Iglesia […] por el homenaje que quieren hacerle de su libertad y de su vida dos o tres individuos en toda Francia (entre los cuales tengo la dicha de contarme).13-12-1815 – Al abate H. TempierEs preciso que seamos resueltamente santos nosotros mismos […] Pero ¿hay muchos sacerdotes que quieran ser santos de ese modo? Haría falta no conocerlos para pensar eso; yo sé bien lo contrario: la mayoría quieren ir al cielo por otro camino que el de la abnegación, la renuncia, el olvido de sí , la pobreza, las fatigas, etc.[..].23-12-1809 – Conferencia[…] tendremos la valentía de combatir nosotros solos a vuestros numerosos enemi- gos, de desafiar todos los peligros, de haceros con nuestros cuerpos una barrera impenetrable a vuestros más encarnizados perseguidores, de morir, sí, de morir si hace falta, para preservaros intacta […].19-2-1813 – A Carlos de Forbin-JansonVendrá acaso un tiempo en que te diga: matémonos ahora, ya no valemos más que para eso. ¡Vamos adelante hasta la extinción!22-8- 1817 – Al P.TempierSomos o debemos ser santos sacerdotes que se estimen felices y muy felices de consagrar su fortuna, su salud y su vida al servicio y por la gloria de Dios […] Nota bene¿Qué debemos hacer a nuestra vez para lograr reconquistar para Jesucristo tantas almas que han sacudido su yugo? Trabajar seriamente por hacerse santos; caminar valerosamente por las huellas de tantos apóstoles que nos han dejado tan hermosos ejemplos de virtudes en el ejercicio de un ministerio al que somos llamados como ellos; renunciar enteramente a nosotros mismos; mirar únicamente a la gloria de Dios, la edificación de la Iglesia y la salvación de las almas; renovarnos sin cesar en el espíritu de nuestra vocación; vivir en un estado habitual de abnegación y con la voluntad constante de llegar a la perfección, trabajando sin descanso por hacernos humildes, mansos, obedientes, amantes de la pobreza, penitentes, mortificados, desprendidos del mundo y de los parientes, llenos de celo, dispuestos a sacrificar nuestros bienes, talentos, descanso, la propia persona y vida por el amor de Jesucristo, el servicio de la Iglesia y la santificación del prójimo; y luego, llenos de confianza en Dios, entrar en la liza y combatir hasta la extinción por la mayor gloria de Dios. ¿Qué han de hacer a su vez los hombres que quieren seguir las huellas de Jesucristo, su divino Maestro, para reconquistarle tantas almas que han sacudido su yugo? Deben trabajar seriamente por ser santos y caminar resueltamente por los senderos que recorrieron tantos obreros evangélicos, que nos han dejado tan hermosos ejemplos de virtud en el ejercicio de un ministerio al que se sienten llamados como ellos, renunciarse enteramente a sí mismos, buscar únicamente la gloria de Dios, el bien de la Iglesia y la edificación y salvación de las almas, renovarse sin cesar en el espíritu de su vocación, vivir en un estado habitual de abnegación y con el empeño constante de alcanzar la perfección, trabajando sin descanso por hacerse humildes, mansos, obedientes, amantes de la pobreza, penitentes y mortificados, despegados del mundo y de la familia, llenos de celo, dispuestos a sacrificar todos sus bienes, sus talentos, su descanso, su propia persona y vida por el amor de Jesucristo, el servicio de la Iglesia y la santificación del prójimo; y luego, llenos de confianza en Dios, pueden entrar en la liza y combatir hasta la extinción por la mayor gloria de su santísimo y adorabilísimo Nombre.
7. Acción sacerdotal y apostólica
LAMENNAIS, Réflexions…Si algo pudiera despertar en los corazones esa fe, ay, tan decaída, serían sin duda las misiones. ¡Cuánto bien harían en nuestras zonas rurales e incluso en nuestras ciudades! ¡Qué campo que cultivar! ¡Qué cosecha que recoger! Es preciso haber sido testigo de los frutos de santificación que pueden procurar unos hombres verdaderamente apostólicos, para captar qué poderoso es este medio y cuánto se puede esperar de él en las actuales circunstancias […] Y para operar esos prodigios ¿qué hace falta? ¿grandes talentos? No, sino una gran fe […]OLIER, Maximes…Faltos de sacerdotes bien instruidos y bien virtuosos, los pueblos no reciben ya casi tinte de la vida cristiana. Ya no los veis instruidos sobre el deber de imitar a Jesucristo. Ya no lo conocen, no lo honran ni lo aman, como si no hubiera muerto por ellos […] De esta ignorancia y este olvido de Jesucristo […].LAMENNAIS, Réflexions…Los campos están amenazados por la barbarie. El contagio cunde en los campos, amenazados por la barbarie […] desórdenes inauditos y costumbres extrañas se introducen en las chozas: los espíritus, los corazones, todo se degrada […].Solo la religión los hace hombres, inspirán- doles ideas morales, despertando en ellos la conciencia, dándoles un guía, un monitor, un modelo y estableciendo de algún modo entre ellos una escuela de civilización. Quitadles ese freno, privadlos de esas ayudas, y no son ya más que bestias feroces o animales estúpidos […]OLIER, MaximesTales sacerdotes son raros; para toda la Iglesia Nuestro Señor no eligió más que doce[…] Se encontrarán pocos en la Iglesia que quieran abrazar ese género de vida oscura y oculta […] 4-4-1813 – InstrucciónOs hemos mostrado en una instrucción precedente que todos los desórdenes que reinaban en el cristianismo debían atribuirse especialmente a la ignorancia crasa de los primeros principios de la fe en que se vivía […]16-1-1816 – A los vicarios gener. de AixLos sacerdotes abajo firmantes […] vivamente impresionados por la deplorable situación de las ciudades pequeñas y las aldeas de Provenza que han perdido la fe casi por completo […], convencidos de que las misiones serían el único medio por el que se podría obtener que esos pueblos extraviados salieran de su embrutecimiento […] Nota bene¡Qué vasto campo que recorrer! ¡Qué noble empresa! Los pueblos se corrompen en la ignorancia crasa de todo lo concer- niente a su salvación; la consecuencia de esa ignorancia ha sido el debilitamiento por no decir la casi desaparición de la fe y la corrupción de las costumbres. Es, pues, urgente hacer que vuelvan al redil tantas ovejas descarriadas, enseñar a esos cristianos degenerados lo que es Jesucristo, arrancarles de la esclavitud del demonio y mostrarles el camino del cielo, extender el imperio del Salvador, destruir el del infierno, impedir millones de pecados mortales, difundir la estima y la práctica de toda clase de virtudes, volver a los hombres razonables, luego cristianos y ayudarles finalmente a hacerse santos.Hay que ir más allá todavía, entrar hasta el santuario; purificarlo de tantas inmundi- cias como ensucian su entrada, el interior y hasta las mismas gradas del altar en que se inmola la santa Víctima; encender allí el fuego sagrado del puro amor, que ya no es mantenido más que por unos pocos ministros santos, quienes conservan preciosamente las últimas chispas, que se apagarían pronto con ellos, si no se acude aprisa a ponerse a su lado; y allí, en unión con ellos, ofrecer al Dios vivo, en compensación por tantos crímenes, el homenaje y la entrega más absoluta, el sacrificio completo de todo su ser a la gloria del Salvador y al servicio de su Iglesia. ¡Qué vasto campo que recorrer! ¡Qué noble y santa empresa! Los pueblos se corrompen en la ignorancia crasa de todo lo concerniente a su salvación; la consecuencia de esa ignorancia ha sido el debilitamiento de la fe, la corrupción de las costumbres y todos los desórdenes que son inseparables de ella. Es, pues, muy importante, es urgente hacer que vuelvan al redil tantas ovejas descarriadas, enseñar a los cristianos degenerados lo que es Jesucristo, arrebatarlos al dominio del demonio y mostrarles el camino del cielo. Hay que intentarlo todo para extender el imperio del Salvador, destruir el del infierno, impedir millares de crímenes, difundir la estima y la práctica de todas las virtudes, volver a los hombres razonables, luego cristianos y ayudarles finalmente a hacerse santos.
8. En sociedad (en comunidad)
TRONSON, L., Entretiens…Las charlas que iniciamos […] para dar a conocer a las personas que están comprometidas en esta profesión, la excelencia y las obligaciones de este estado divino. 9-10-1815 – Al abate H. TempierSe ocuparán sin cesar en destruir el imperio del demonio, y al mismo tiempo darán el ejemplo de una vida verdadera- mente eclesiástica en la comunidad que van a formar […] PrólogoSi los sacerdotes a quienes Dios ha dado el deseo de reunirse en comunidad para trabajar más eficazmente por la salvación de las almas y por su propia santificación, quieren hacer algún bien en la Iglesia, deben antes convencerse profundamente del fin del Instituto que van a abrazar, de la grandeza del ministerio al que son llamados y de los inmensos frutos de salvación que pueden resultar de sus trabajos, si los desempeñan dignamente. Tales son los frutos copiosos de salvación que pueden resultar del trabajo de los sacerdotes a quienes el Señor inspiró la idea de reunirse en sociedad para dedicarse más eficazmente a la salvación de las almas y a su propia santificación, si desempeñan con dignidad su deber, si responden santamente a su excelsa vocación.
9 y 10. Bajo una Regla y una disciplina comunes
Diciembre, 1812 – ReglamentoEn todo tiempo se ha reconocido en la Iglesia y entre las personas que han aspirado a la perfección, que para llegar a ella y para mantenerse era preciso someterse a una regla fija e invariable que, sujetando sin cesar el desorden de los sentidos y la inconstancia nativa de la voluntad humana, fuera como un pedagogo exacto y riguroso que en su inexorable firmeza nunca tolera que su discípulo con fútiles pretextos se aparte de las reglas que le ha dictado una prudencia ilustrada.1816 – Resumen del reglamento de los congregantesLa experiencia prueba que se corre el riesgo de no perseverar a la larga en la práctica de la virtud, si no se sujeta la voluntad bajo una regla uniforme para todos los días de la vida[…]. PrólogoPara llegar a este fin tan deseable, deben también aplicarse con el mayor cuidado a tomar los medios más aptos para llevarlos al fin que se proponen y no apartarse nunca de las reglas prescritas para asegurar el éxito de su santa empresa y mantenerlos a ellos mismos en la santidad de su vocación.El ejemplo de los santos y la razón nos prueban claramente que es necesario, para mantener el buen orden en una sociedad, fijar ciertas reglas de conducta que reúnen a todos los miembros que la componen en una práctica uniforme y en un espíritu común: eso es lo que constituye la fuerza de los organismos, mantiene en ellos el fervor y asegura su permanencia… Pero no bastará para ellos el estar convencidos de la grandeza del ministerio al que son llamados. El ejemplo de los santos y la razón prueban claramente que, para asegurar el éxito de tan santa empresa y para mantener el buen orden en una sociedad, es indispensable fijar ciertas reglas de conducta que reúnan a todos los miembros que la componen en una práctica uniforme y en un espíritu común. Esto es lo que constituye la fuerza de los organismos, mantiene en ellos el fervor y les asegura la permanencia.Así los sacerdotes, al dedicarse a todas las obras de celo que puede inspirar la caridad sacerdotal, y principalmente a la obra de las santas misiones, que es el fin principal que los reúne, intentan someterse a una Regla y a unas Constituciones…