1. Devoción De Eugenio De Mazenod Al Sagrado Corazón
  2. El Sentido De La Devoción
  3. La Tradición Oblata
  4. Conclusión

El presente artículo no pretende exponer toda la enseñanza de la Iglesia sobre el Sagrado Corazón, sino estudiar cómo vivió nuestro fundador la devoción al Sagrado Corazón, lo que ésta representaba para él y lo que ha representado para los oblatos. Por otra parte, como lo ha recordado Pablo VI, Eugenio era un “apasionado por Jesucristo”. Debemos, pues, considerar su devoción al S. Corazón como un aspecto de su adhesión a la persona de Jesús y por tanto referirnos al artículo fundamental sobre Jesucristo Salvador.

DEVOCIÓN DE EUGENIO DE MAZENOD AL SAGRADO CORAZÓN

No tenemos documento alguno que nos diga cómo Eugenio fue iniciado en su infancia en la devoción al Sagrado Corazón. Sabemos, en cambio, que, bajo la influencia de Don Bartolo Zinelli, esta devoción tomó un lugar importante en su vida. Acerca de los ejercicios de piedad sugeridos por su maestro espiritual, leemos: “Uniré mis débiles adoraciones a las de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, de los Angeles y de los Santos…Besaré respetuosamente mi crucifijo en la llaga del Corazón” (volveremos a hablar de esa conexión). El P. Magy, a quien se confía para la búsqueda de su vocación, animaba en Marsella un grupo de personas piadosas, que era un hogar de devoción al S. Corazón y de apostolado [1].

En el seminario de San Sulpicio, bajo la influencia de la escuela francesa, ganó profundidad su devoción al Sagrado Corazón. Pedro de Bérulle insiste en lo que llama “el interior” de Jesús, es decir, la actitud más profunda y los sentimientos de Cristo. Eugenio aprendió, pues, a penetrar en el interior mismo de los misterios de Jesús para buscar en su Corazón toda la vida íntima de Dios hecho hombre.

Desde el comienzo de su ministerio, reaviva la devoción al S. Corazón que era vigorosa en Aix antes de la Revolución. En efecto, en 1721, tras la peste de Marsella, el arzobispo de Aix, siguiendo a Mons. de Belzunce, decretaba que la fiesta del Sagrado Corazón se celebrara en la diócesis el viernes después de la octava del Santísimo Sacramento. Anteriormente, el P. Timoteo de Raynier, religioso mínimo de Aix, había publicado en 1662 El hombre interior o la idea del perfecto cristiano, donde escribía: “¡Qué dicha estar unido a Jesucristo en el Sagrado Corazón que ha estado continuamente unido a Dios, no solo por la unión hipostática, sino también por la de sus actos de amor” [2]. Esa devoción era, pues, una tradición antigua de su ciudad natal, con la que Eugenio conectó y a la que dio nueva vida.

En 1819 la pía unión del S. Corazón de Jesús es erigida en Aix, en la iglesia de los Oblatos, llamada “de la Misión” [3]. En 1822, el P. de Mazenod publica un opúsculo titulado Ejercicio en honor del Sagrado Corazón que hacen los agregados todos los primeros viernes de mes en la iglesia del Sagrado Corazón , llamada de la Misión, en Aix. También es en la capilla de los Oblatos donde se celebra cada año la fiesta del Sagrado Corazón. Esta incluía una Misa solemne y una procesión que recorría el Paseo hasta la cruz de la misión. Tras la salida del P. de Mazenod para Marsella, los oblatos mantuvieron esa tradición como atestiguan los informes del Codex de la casa y los de la prensa local. Por ejemplo, un largo artículo de La Provence del 9 de junio de 1853 describe la misa solemne celebrada por el arzobispo, la procesión por el recorrido tradicional con la participación de las autoridades civiles y militares. Y el mismo P. de Mazenod, desde Marsella, se une de corazón a las ceremonias celebradas en Aix en honor del Sagrado Corazón. Así en una carta al P. Courtès lamenta no haber recibido detalles acerca de la fiesta del S. Corazón: “Ese día mi espíritu estaba con vosotros y veinte veces, qué digo, cien veces, lancé alguna exclamación hacia vosotros” [4].

Recorriendo las cartas que escribió tras su salida de Aix en 1823, no vemos en ellas más que algunas menciones del Sagrado Corazón, pero son significativas, por ejemplo, la escrita al P. Tempier donde aprueba que se recurra a la sierva de Dios Margarita María Alacoque: “Los jesuitas […] llevan a la tumba de la sierva del Señor a dos de sus enfermos desahuciados, con la esperanza de que queden curados. Yo lo desearía de todo corazón a causa de la muy santa devoción al Sagrado Corazón” [5]. Describe al P. Tempier, que está en Roma, las ceremonias tenidas en Marsella en honor del S. Corazón: “Usted sabe cómo han pasado aquí las cosas. Pero lo que los periódicos nunca habrían podido decirle es la hermosura, la emoción, lo divino de nuestra fiesta del S. Corazón […] La tarde era magnífica” [6]. Aunque apenas hable de ello en sus cartas, el P. de Mazenod dio a los oblatos el ejemplo de una profunda devoción al Sagrado Corazón. Lo atestigua esta frase del P. José Gérard: “Acabo de enterarme de que Su Excelencia cayó gravemente enfermo.[…] Recordamos con

edificación su gran devoción al S. Corazón de Jesús; vamos a dirigirnos a ese Corazón Sagrado con la más viva confianza” [7].

EL SENTIDO DE LA DEVOCIÓN

Eugenio no nos dejó un tratado sobre este tema, como tampoco sobre otros. Hay que bucear en sus cartas y reflexiones acerca del ministerio para ver cómo vivió él esta devoción. Aparecen con claridad las siguientes características:

Si queremos comprender la devoción de Eugenio al Corazón de Jesús, no tenemos que fijar la atención solo en las menciones explícitas. En efecto, repetimos, la adhesión a la persona de Cristo es para él fundamental, y se expresa de modos muy diversos. En este sentido además habla él al abate José M. Timon-David: “No necesito recomendarle que haga comprender bien a sus jóvenes que al rendir sus adoraciones al Sagrado Corazón de Nuestro Señor, no deben fijarse de tal modo en ese objeto sagrado de nuestro amor, que no lo extiendan a la persona viva y presente de Jesucristo” [8].

2. AMAR CON CRISTO

Escribe a su madre: “Honrar al Sagrado Corazón de Jesús, es sacar el amor de Dios de su fuente” [9]. En el seminario, presenta “la fiesta del amor de Jesucristo para con los hombres” [10]. Quiere, pues, amar a los otros con la fuerza del amor de Cristo.

3. CONFORMAR LA VIDA A LA DE CRISTO

Él quiere “ser un sacerdote según su Corazón, pues todo queda encerrado en esa sola expresión” [11]. Como escribe en su diario, el Corazón de Jesús es el “prototipo de los nuestros” [12]. “Que se profundice especialmente todo lo que emana del corazón tan amante de Jesucristo, no solo para todos los hombres sino en especial para sus Apóstoles y sus discípulos” [13].

De modo particular el ser, siguiendo a Cristo, testigo de la misericordia

paternal de Dios, incluso para con los mayores pecadores, es la actitud que el P. de Mazenod adoptó en su ministerio con los prisioneros y luego en la predicación de las misiones parroquiales. Con esta mentalidad introdujo en Francia la teología moral de San Alfonso. Leemos en la Historia de los católicos en Francia que el movimiento orientado por el pensamiento de San Alfonso “fue un acontecimiento capital de la pastoral,[…] penetra por el sur, donde Mazenod y sus Oblatos se hacen sus propagadores” [14]. Tal vez no se encuentre un texto preciso en que el P. de Mazenod conecte explícitamente la devoción al S.Corazón con la teología de San Alfonso. Con todo, es evidente que, en su práctica misionera, las dos se armonizan perfectamente. Es testigo de la misericordia porque, en el Corazón de Jesús, contempla el amor sin medida.

Si se echa un vistazo rápido al fascículo de oraciones redactado por el P. de Mazenod para los ejercicios de los primeros viernes, se encuentra la misma actitud espiritual. Se da mucho espacio a la “corona en honor del Sagrado Corazón de Jesús”. Es un conjunto de oraciones a las que se añade “un padrenuestro y cinco gloria Patri en honor de las cinco llagas de Nuestro Señor Jesucristo y de su Sagrado Corazón”. El Corazón y las cinco llagas son las manifestaciones y los símbolos del amor de Cristo a los hombres. Así, en estos ejercicios es el amor de Cristo lo que el P. de Mazenod quiere que se contemple y se alabe. La unión de las cinco llagas y el Corazón se conecta con una antigua tradición. “La devoción al Corazón de Jesús estuvo primero […] unida a la devoción a las cinco llagas y a la Pasión; solo lentamente se fue separando de ésta” [15]. Eugenio había recibido esa tradición a través de Don Zinelli, como antes vimos.

Lo que domina en estas oraciones en honor del Corazón de Jesús es la contemplación admirativa. Cada una de las invocaciones empieza con un acto de fe maravillada. “Admiro, Jesús mío, vuestro Corazón pacientísimo” (p. 6). “Que se canten, Jesús mío, las alabanzas de vuestro Corazón generoso”(p. 6). Al contemplar la inmensidad del amor de Cristo, el fiel descubre su miseria personal, y pide entonces perdón de sus pecados expresando el horror de ser tan diferente de Cristo (p. 6). No puede menos de implorar la gracia de una renovación interior para “devolver amor por amor” (p. 5). La petición de amor se repite varias veces: “derramad en mi corazón un amor vivo y constante”(p. 6). Esto nos recuerda la oración compuesta por Eugenio durante el retiro con que se preparaba al sacerdocio [16].

En los escritos del Fundador no hallamos, pues, una discusión sobre el culto al S. Corazón, pero sí el testimonio de un apóstol que ha descubierto la inmensidad del amor de Cristo, quiere penetrar en él más hondamente y quiere conducir hacia él a los fieles a quienes se dirige su ministerio.

LA TRADICIÓN OBLATA

Fiel a nuestro Fundador, la Congregación tiene la devoción al Sagrado Corazón como una de sus riquezas espirituales.

1. LA EXPRESION DE LA DEVOCION

Muy sencillamente, los oblatos expresan su confianza en el Corazón de Jesús en las cartas o en los informes de las misiones. Recojo algunas expresiones. En su diario, Mons. Grandin habla de sus pruebas, el incendio en Río Rojo, los insultos de un pastor protestante, las dificultades de salud, los viajes: “Por fin, llegué bastante bien repuesto a la misión del Sagrado Corazón, Fort Simpson . El Corazón de Jesús fortaleció el mío” [17]. El P. Florimond Gendre cuenta sus viajes misioneros: “Vosotros os encontráis felices en el nuevo escolasticado del Sagrado Corazón. ¡Cómo no encontrarse felices junto al Sagrado Corazón de Jesús y de María!” [18]. El redactor de Missions recuerda la importancia de la devoción al S. Corazón: “El Sagrado Corazón se ha dignado echar una mirada de predilección sobre nuestra humilde Congregación y asociarla a sus designios […] En todas partes los oblatos son los apóstoles de este culto de amor y de reparación” [19]. Los oblatos están contentos de difundir esta devoción, como el P. Próspero Légeard, misionero en Ile-à-la-Crosse: “Una cosa que me contenta mucho es que comienzan a tener una gran devoción al Sagrado Corazón. Todos tienen ya estampas que les hemos dado y que guardan con aprecio” [20]. Mons. Arsenio Turquetil : “No hace falta decir con qué gratitud al Sagrado Corazón he leído la carta de nuestros dos misioneros” [21]. Podríamos multiplicar las citas de esta clase. Basta recorrer Missions para encontrarlas en abundancia.

2. REFLEXION TEOLOGICA

Para promover una sana reflexión sobre a devoción al S. Corazón, el redactor de Missions publicó unas notas encontradas entre los papeles del P. Ambrosio Vincens, asistente general desde 1850 [22]. Esas notas muestran cómo comprendían los oblatos la devoción al Sagrado Corazón. Lo esencial se afirma desde el comienzo: “Dios es caridad y por tanto una imagen nos recuerda a ese Dios tanto mejor cuanto más al vivo describe esa caridad” [23]. Para demostrar la conveniencia de esa devoción, el P. Vincens recuerda que, mucho antes de las apariciones de Nuestro Señor a Santa Margarita María, maestros espirituales como Orígenes o San Agustín habían recomendado recurrir al amor misericordioso del Salvador. Como verdadero hijo del P. de Mazenod, el P. Vincens es sensible al aspecto misionero de la devoción al S. Corazón. Ve ahí la manifestación de la misericordia de Dios, frente al rigorismo jansenista, que él llama “una herejía sin entrañas” [24]. Ve ahí una llamada a dedicarse a los pobres: [La devoción al S. C.] se enternecerá ante el pobre, el huérfano, la viuda, el niño abandonado, ante todos los desheredados de la tierra. Por todos esos infortunados y por los enemigos mismos, ella se va a consumir, se gastará por entero ¡y usted dice que eso no es corazón!” [25]. Ve ahí una fuerza contra las pruebas. El Corazón de Jesús ha sido, durante las persecuciones de la Revolución, “un asilo para los confesores de la fe…una consolación” [26].

De esta exposición saca consecuencias prácticas. La actitud concreta de los oblatos debe ser responder al amor de Dios – sobre todo en la celebración y en la adoración de la Eucaristía – y en la caridad fraterna. Estas reflexiones del P. Vincens repiten para los oblatos las convicciones del Fundador.

3. APOSTOLADO DE LOS OBLATOS

Para difundir la devoción al Sagrado Corazón entre los fieles, los oblatos asumieron la atención de algunos santuarios importantes, en primer lugar del de Montmartre. La historia se cuenta en la biografía del cardenal Hipólito Guibert escrita por Paguelle de Follenay [27]. El proyecto venía de dos laicos, los señores Legentil y Rohault de Fleury, a los que luego se añadieron otros. Ellos querían “levantar un monumento religioso destinado a apartar de su ciudad los efectos de la cólera divina” [28]. Mons. Guibert, todavía arzobispo de Tours, solicitado para patrocinar el proyecto, primero fue reticente por la buena razón de que, tras las destrucciones de la guerra de 1870-1871, había que reconstruir todas las obras católicas. Tal vez sentía también la ambigüedad del proyecto. En efecto, el clima político de la época se caracterizó por una ruptura cada vez más profunda entre la mayoría de los católicos y los partidarios de la república. La Historia de los católicos de Francia, antes citada, habla del “estado del catolicismo francés entre 1870 y 1880, en el momento en que entra en disidencia política con el advenimiento de la tercera república” [29]. Los promotores del proyecto de basílica en honor del Sagrado Corazón veían en la república la causa de todos los males que se habían cernido sobre Francia y querían restaurar la realeza en París y la autoridad del Papa sobre sus estados, confiando en el Sagrado Corazón [30].

A pesar de la ambigüedad del punto de partida, nosotros los oblatos no podemos dudar de la sinceridad del cardenal Guibert, fiel a la herencia espiritual de Mons. de Mazenod. La devoción al Sagrado Corazón es para él un valor fundamental. Contra el parecer de muchos, eligió Montmartre para construir la futura basílica, porque era el Monte de los Mártires el lugar donde los primeros misioneros de la isla de Francia ofrecieron su sangre por el Evangelio. Otra razón que motivó la elección del cardenal era que, en aquella época Montmartre era un barrio pobre y popular, y para ser fiel a la divisa de los oblatos, el cardenal quería primero evangelizar a los pobres con la oración. Infelizmente, al escoger el lugar de donde había salido la revuelta de la Comuna, no se dio cuenta de que iba a suscitar las protestas de los enemigos de la Iglesia. Podemos, sin embargo, afirmar que él intentó construir la basílica únicamente con un fin religioso: “Hacer subir hasta Dios, por el Corazón de Jesús, la expiación de las faltas del pasado y la promesa de nuestra fidelidad en el futuro” [31]. Queriendo dar al monumento el valor de un “voto nacional”, solicitó el apoyo de Julio Simon, ministro de cultos, para hacer aprobar el proyecto por la Cámara, que lo reconoció de utilidad pública. La ley se votó en julio de 1873.

Antes de la terminación de la basílica, hizo construir una capilla provisional que confió a los oblatos el 3 de marzo de 1876. El apostolado de los oblatos en Montmartre tuvo fuerte influencia en el conjunto de la Congregación y debemos conservar su recuerdo. Vamos a subrayar los rasgos más importantes, significativos para nosotros hoy. Responsables de varios santuarios (Lumières, Bon Secours, Cléry, etc.) los oblatos saben por experiencia cómo organizar un centro de peregrinación.

Su primer objetivo es hacer de Montmartre un lugar de oración. Oración que será alabanza y acción de gracias, y también expiación por los pecados pasados, según la orientación dada por el cardenal Guibert. Así, cada día se celebran varias misas y se organizan rezos en distintos momentos del día. Un tipo de oración irá adquiriendo cada vez más importancia: la adoración al Santísimo Sacramento expuesto. Al principio se hacía ciertos días; luego una guardia nocturna asegura la presencia de adoradores; y por último se llega a la adoración permanente. Los voluntarios para la adoración nocturna se reclutaban por toda Francia. Al cabo de unos 20 años, había 4.000 hombres adoradores y 6.000 mujeres. En su informe sobre los 25 años de presencia de los oblatos en Montmartre, el P. Edmundo Thiriet pudo escribir: “La maravilla de Montmartre es ahora la adoración perpetua” [32].

Hay que ayudar a los cristianos a profundizar su fe. A este fin los oblatos predican cada día para instruir a los fieles, hasta cuatro veces al día, incluso entre semana. Agrupan a los cristianos en diferentes asociaciones, según las profesiones, por ejemplo, o en círculos de distintas denominaciones, como el “Círculo del Sagrado Corazón” para los jóvenes que se comprometen a vivir plenamente su vida cristiana y a irradiar su fe. Fundan la escolanía para realzar la belleza de las ceremonias. De hecho la escolanía es también una escuela en la que ciertos jóvenes descubren su vocación de oblatos o de sacerdotes diocesanos.

La irradiación de Montmartre es también obra de los oblatos. Publican un boletín, que se difunde muy pronto por toda Francia. Hacen aprobar por Roma y enriquecer con indulgencias una archicofradía del Sagrado Corazón. Invitan a las iglesias particulares a unirse a la adoración perpetua. Esta “adoración universal”, en unión con Montmartre, ha agrupado hasta 10.000 iglesias y capillas. Los capellanes de Montmartre recorren el país para animar la devoción al S. Corazón. Especialmente el P. Juan Bautista Lémius dejó la fama de un predicador de talento.

Dos obras merecen mención especial. Primero, la asociación de los sacerdotes apóstoles del Sagrado Corazón. Estocomenzó con oraciones por los sacerdotes, luego con ceremonias de noveles sacerdotes que acudían a confiar su vida sacerdotal a Cristo Jesús, para terminar después en una asociación espiritual de sacerdotes, con el fin de honrar el sacerdocio de Jesucristo y de rezar por las vocaciones [33]. Es notable, para nosotros oblatos, que ese movimiento contaba entre sus patronos al apóstol San Juan. Se ve aquí el desarrollo de la idea del Fundador que nos empuja a seguir las huellas de los Apóstoles, nuestros hermanos mayores en la adhesión a Cristo. Al difundir la devoción al Sagrado Corazón, los oblatos se refieren sobre todo al apóstol Juan. En la misma época y por la misma mentalidad se instala una estatua de San Juan en la iglesia de Aix (1873). Entre los Apóstoles que los oblatos reconocen como sus “primeros padres”, San Juan ocupa un puesto privilegiado por haber sido el confidente de Jesús y por haber acogido en su casa a la Madre de Jesús.

En segundo lugar, la obra de los pobres: fue fundada en 1894 por el P. J.B. Lémius, convencido de que no bastaba anunciar la palabra, sino que era preciso también ayudar a los pobres de una manera concreta. Entonces, eso se hacía con las obras de beneficencia. Cada domingo reunía numerosos pobres, celebraba la misa, los instruía y les ofrecía una libra de pan. Tres veces por semana, organizaba una instrucción religiosa y la distribución de una sopa caliente. Puso en pie también un dispensario, un ropero y, servicio importante, una consulta jurídica para defender a los pobres contra las injusticias. El P. Lémius era bastante elocuente para suscitar las buenas voluntades necesarias a sus obras y los donativos generosos.

Pasando revista a los 27 años de apostolado de los oblatos en Montmartre, se puede repetir el elogio de François Veuillot en el Univers del 29 de marzo de 1903: “Apóstoles llenos de llama y de perseverancia, predicadores arrebatadores y piadosos, organizadores sólidos e inteligentes, conductores de muchedumbres y creadores de obras” [34].

Entre los otros santuarios del Sagrado Corazón confiados al celo de los oblatos, el más célebre es el de Bruselas. La iniciativa de construir una basílica en honor del S. Corazón como obra religiosa y nacional se debe al rey de los belgas Leopoldo II. La capilla provisional en que los oblatos comenzaron su ministerio fue bendecida el 11 de abril de 1905. Como en Montmartre, se pusieron en pie obras de muchas clases [35]. La visita de Mons. Agustín Dontenwill, superior general, fue ocasión de una gran fiesta para los oblatos que residían en Bélgica [36]. En el transcurso de los años, las obras se desarrollan, y la casa es al mismo tiempo el centro de un equipo de predicadores que dan misiones parroquiales hasta en Francia [37]. El 29 de junio de 1919 se celebró una solemne ceremonia de acción de gracias después de la guerra, con consagración al S. Corazón en francés y en flamenco [38]. Y algún tiempo después, el cardenal Mercier pedía al superior general que retirara los oblatos para dejar el puesto al clero diocesano. “Era para nosotros el hundimiento, dijo el Provincial en su informe al Capítulo de 1920, y añade: “necesidad de orden político” [39].

El apostolado del Sagrado Corazón conoció un espléndido florecimiento en Quebec bajo el impulso del P. Víctor Lelièvre. Comenzó el primer viernes de noviembre de 1904 a organizar una jornada de adoración en la iglesia del Santo Salvador en Quebec. Una hora por la tarde se reservaba a los obreros para ayudarlos a orar, a afirmar su fe y a comprometerse como cristianos en su ambiente de trabajo [40]. Para hacer más eficaz su apostolado, fundó el “comité del S. Corazón” y abrió en 1923 la casa de retiro de “Jesús Obrero”, que aún hoy conoce una irradiación extraordinaria. El P. Lelièvre continuó ese apostolado toda su vida; pueden recogerse numerosos testimonios leyendo Missions hasta los últimos años que precedieron a su muerte (1956). Él sabía hablar a la gente del pueblo; “habla como nosotros”, decían los obreros entre los que ejercía su ministerio. En el Capítulo general de 1947, el provincial de Canadá-Este presenta así la casa de Jesús Obrero: “El reverendo Padre Víctor Lelièvre ha creado aquí un centro extraordinario de conversión y de rehabilitación espiritual” [41]. Como muchos otros oblatos, el P. Lelièvre muestra que la devoción al Sagrado Corazón, esa adhesión apasionada a Dios que nos ama en su Hijo, es fuente de un celo sin límites en el misionero.

La mayoría de las provincias y misiones oblatas han animado y animan todavía centros de oración consagrados al S. Corazón, de los que cabría hacer el elogio, pero resulta imposible citar todos los ejemplos.

4. CONSAGRACION Y ESCAPULARIO

La consagración del cristiano a Dios, expresión concreta de su vida de bautizado, es tradicional [42]. “En la Escuela francesa […] la idea de un don total y radical de sí mismo aparece en plena luz” [43]. Pedro de Bérulle gusta de emplear términos como “me consagro”, “me dedico” para expresar el carácter radical de lo que llama su “oblación” que él hace “para honrar la oblación y donación que Cristo hizo de sí mismo a Dios Padre” [44]. Santa Margarita María y el P. Claudio de la Colombière se habían consagrado explícitamente al Sagrado Corazón.

Los oblatos entran espontáneamente en ese movimiento siguiendo a su fundador. Su “oblación” no es solamente la ofrenda de cada uno por los votos; es también la ofrenda de cada comunidad y de toda la familia oblata. Así, desde los primeros años se repite en comunidad la consagración compuesta por la venerable Ana María Rémuzat , que el P. de Mazenod había copiado en la página 8 del ya citado “Ejercicio en honor del Sagrado Corazón de Jesús” y que se reprodujo en nuestro manual de oraciones hasta 1958.

La presencia activa de los oblatos en Montmartre reforzará todavía en ellos la voluntad de consagrarse al Corazón de Jesús. Por eso el Capítulo general de 1873 decidió consagrar la Congregación al Corazón de Jesús [45]. El último día del Capítulo, todos los oblatos que podían se reunieron en la capilla del escolasticado de Autun. El P. José Fabre, superior general, pronunció en nombre de todos, la consagración compuesta por el P. Juan Bautista Honorat. Es una oración típicamente oblata y rica de savia bíblica. Fue editada en nuestro manual de oraciones hasta 1958 [46]. Conforme a la directiva del Capítulo general de 1898, esta consagración se renueva al fin del retiro [47].

El escapulario manifiesta en modo particular esta consagración; tiene de hecho una historia larga. El uso de llevar en el pecho un signo de Cristo responde al deseo de Nuestro Señor quien, según una carta de Santa Margarita María, del 2 de marzo de 1685, quiere que sus amigos lleven su imagen sobre el corazón. Ciertas cofradías llevaban un escapulario como símbolo de su lazo con una orden religiosa, Trinitarios, Servitas, etc. [48]. El escapulario especial del Sagrado Corazón es el resultado de las apariciones de Nuestra Señora de Pellevoisin [49], que lo mostró a la vidente, y del apostolado del P. J.B. Lémius en Montmartre. Este hizo que el P. Augier, superior general, solicitara la facultad de difundir ese emblema destinado a honrar el Corazón de Jesús y la Santísima Virgen. En respuesta a esta súplica, el Papa León XIII, por decreto del 2 de abril de 1900, aprobó ese escapulario y, por decreto del 19 de mayo del mismo año, lo confió a los Oblatos de María Inmaculada [50].

Los oblatos han sido fieles a la difusión del escapulario del S. Corazón, testigo ese misionero del Mackenzie que pide 300 para los fieles que le están confiados: “Estarán orgullosos de llevar el símbolo del amor divino y la radiante imagen de la Madre de misericordia” [51]. Para recordar a los oblatos que “estamos oficialmente encargados de propagar el escapulario del Sagrado Corazón de Jesús”, el redactor de Missions reeditó, en 1929, los documentos de la Santa Sede relativos a este tema y publicados por primera vez en la misma revista en 1900. El 24 de junio de 1949, el P. Deschâtelets, superior general, pide a la Congregación que “siga fiel a esta misión apostólica de difundir el escapulario del Sagrado Corazón” [52]. Desde entonces, la práctica pastoral ha sufrido cambios profundos, pero lo esencial es lo que dice el P. Deschâtelets como conclusión de su circular: “Nuestra vocación de misioneros hace de nosotros los predicadores del misterio del amor de Dios a los hombres” [53]. Y nuestros mayores supieron encontrar, en su momento, el símbolo que hablaba a la sensibilidad religiosa de las personas [54].

5. APOSTOLADO POR EL LIBRO

Los libros de doctrina o de piedad relativos al Corazón de Cristo constituyen un campo de apostolado en el que los oblatos se han comprometido durante cierto tiempo. Por ese medio, sobre todo los capellanes de Montmartre querían prolongar sus esfuerzos y ejercer una influencia más duradera en la gente que acudía a rezar en el santuario. El P. Juan Bautista Yenveux, presente en Montmartre desde el principio en 1876 hasta 1903, publicó en cinco volúmenes un estudio sobre la doctrina de la beata Margarita María a partir de sus escritos y de los ejemplos de su vida. El estudio lleva por título El Reino del Corazón de Jesús. Desarrolla todo un programa de vida espiritual y de compromiso para los cristianos. El mismo Padre redactó, en dos tomos, un libro de oraciones titulado A los pies de Jesús. El P. Juan Bautista Lémius escribió algunos libros para dar a conocer Montmartre, exponer brevemente la doctrina y alentar el culto del Sagrado Corazón. Muchos otros trabajaron en este campo, pero no parece oportuno citarlos todos.

El oblato que más libros escribió sobre el S. Corazón es sin discusión el P. Félix Anizan. En la docena larga de sus obras, hay estudios doctrinales como Quién es el Sagrado Corazón, y libros de piedad; el más célebre de estos es Hacia Él- elevaciones al Sagrado Corazón, con una tirada de 25.000 ejemplares [fue editado también en castellano]. Tiene además un largo poema, Getsemaní, publicado en 1910. Es una serie de cuadros escénicos en torno a la agonía de Jesús. No carece de valor literario.

Lo que vamos a retener del ejemplo de estos oblatos es que han querido estar presentes en diversos campos para fomentar el culto al Sagrado Corazón.

CONCLUSIÓN

Este artículo no es, por tanto, un tratado de teología, sino un vistazo al ejemplo de nuestro fundador y de los oblatos que nos han precedido. Hoy las mentalidades evolucionan rápidamente y ciertas formas de devoción no nos parecen adaptadas a la sensibilidad religiosa actual. Tenemos que descubrir los valores vividos por nuestros mayores y ser fieles a los mismos para hacerlos nuestros en nuestra vida tal como es ahora.

Recojamos lo esencial, refiriéndonos al Nuevo Testamento.

1. El culto al Sagrado Corazón es en primer lugar contemplación del amor de Dios. Sí, “Dios amó tanto al mundo…” (Jn 3, 16). “En esto consiste el amor…en que Él nos amó y nos envió a su Hijo…” (1 Jn 4, 10).

2. La certidumbre de ese amor es acogida como un dato esencial de la revelación. “Y nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1 Jn 4, 16).

3. La revelación del amor es una fuerza ardiente que engendra el celo apostólico. “El amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron” (2 Co 5, 14). “Por mi parte, muy gustosamente gastaré y me desgastaré totalmente por vuestras almas” (2 Co 12, 15).

4. Por último, lograr la propia vida es “devolver amor por amor”, pero ese logro es un don. “Yo les he dado a conocer tu Nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que Tú me has amado esté en ellos” (Jn 17, 26).

René MOTTE