Es un pueblecito en los Alpes de la Alta Provenza. La casa de campo, que en Provenza se llama quinta, se construyó entre 1600 y 1610. Está rodeada de una propiedad rural de algo más de 300 hectáreas de una sola pieza. El dueño percibía buena parte de las rentas producidas por las cosechas de su dominio. Esa propiedad fue comprada por Alejandro Mazenod a los señores de Saint-Laurent gracias al don de su hermana Juana, que había heredado de su marido muestro en 1730. Carlos Alejandro de Mazenod, abuelo del Fundador de los Oblatos obtuvo por cartas reales de 10 de febrero de 1741 un cargo de presidente en la Corte de las cuentas, ayudas y finanzas de Provenza. Así pasó a ser miembro de la nobleza de toga. Es, pues, reconocido como noble enfeudado, es decir, un noble cuyo título está vinculado a un territorio. El Señor de Mazenod es señor de Saint-Laurent, en otras palabras, Saint-Laurent es el título de nobleza de Carlos Alejandro de Mazenod, es su feudo. En 1486 el rey Carlos VIII había confirmado los privilegios de los nobles enfeudados, que pasan delante de los otros miembros de su clase. Tras muchas tergiversaciones, esos privilegios son suprimidos por el rey Luis XVI para preparar los Estados generales de 1789. Todos los nobles, enfeudados o no, pueden entonces votar con los mismos derechos. Esta decisión regia provocó una fuerte oposición. Los nobles enfeudados organizan una delegación que, de hecho, no será recibida por el rey. Carlos Antonio de Mazenod, padre de nuestro Fundador, redacta un memorial contra la decisión del rey (cf. LEFLON, I, p. 60-73). Estos sucesos que, como tales, no interesan ya a casi nadie, nos iluminan sobre la mentalidad en la que fue educado Eugenio de Mazenod. Su padre es un ejemplo de noble muy aferrado a sus privilegios. Será preciso el poder de la gracia para hacer de ese hijo de noble, defensor encarnizado de sus privilegios, el misionero que se despoja para seguir a Jesucristo.

Tras la Revolución, la señora Joannis-Bonnet, suegra del señor de Mazenod, logró recuperar esa propiedad, que había sido anexionada por el gobierno de la Revolución, como habían sido tomados todos los dominios de los nobles. La Sra. Joannis había rescatado la tierra de los Mazenod por intermedio de un amigo Sextius Julien, que la revendería después a la Sra. de Mazenod. Ésta, después de muchas gestiones, volvió a ser la propietaria de aquello que había sido su fortuna y la de su marido.

Cuando Eugenio regresa del exilio no puede inmediatamente gozar de los encantos de la ciudad de Aix, pues está amenazado por el servicio militar. Podría ser enviado al ejército, si le tocaba en suerte. Para escapar a esa obligación, podría pagarse un remplazante. La Sra. de Mazenod envía entonces a su hijo a Saint-Laurent, pues el gasto será mucho menor en un pueblecito que en una ciudad como Aix. Así, Eugenio va a pasar cinco meses en Saint-Laurent aguardando a que pasara el alistamiento. Es para él un tiempo de aburrimiento muy pesado tras la vida mundana que ha llevado en Sicilia. Escribe a su padre: “He salido de esa odiosa soledad después de haber permanecido ahí cinco meses que me han parecido cinco siglos” (citado en LEFLON, I, p. 262).

Volverá sin embargo a Saint-Laurent. Del 1 al 16 de setiembre de 1818, acompañado por Noel Francisco Moreau y Mario Suzanne, a fin de empezar a redactar la primera Regla (cf. LEFLON, I, p. 165-186). Aunque aprecia la calma de Sant-Laurent, Eugenio piensa que su familia debe desprenderse de esa propiedad. Es lo que repite en las cartas a su madre cuando está en el seminario, por ejemplo: “le aseguro que no tengo más interés por Saint-Laurent que por cualquier otro bien” (6 de marzo de 1809). “E incluso la tierra de Sant-Laurent que yo querría que usted hubiese vendido ya”(29 de mayo de 1809). Si dice a su madre que recoja el cáliz, es porque ya no tiene intención de celebrar allí la misa. Y, con todo, guarda cierto apego a ese dominio. Cuando es obispo de Marsella, contribuye a financiar la restauración de la iglesia parroquial, como recuerda una placa puesta en un muro de la iglesia. Podemos observar en nota a una de sus cartas a la madre, que habla también de “proyectos para revalorizar la tierra de Saint-Laurent (Escritos espirituales1794-1811, col.Escritos oblatos, I, t. 14, nº 27).

Esa casa ha pasado por las manos de diversos propietarios. Nosotros guardamos de ella un doble recuerdo: el de la vanagloria humana de la familia Mazenod, que no duró, y el del retiro de san Eugenio que en el silencio de esa quinta concibió la primera Regla. Desde aquella época esa Regla sigue animando el celo misionero de los Oblatos.

RENÉ MOTTE, O.M.I.