Nacimiento en: Colla, Italia, Febrero 7, 1813.
Toma de hábito en: Saint-Just, Mayo 1°, 1829.
Oblación en: Saint-Just, Mayo 1°, 1830 (N. 39).
Ordenación sacerdotal en: N.-D. du Laus, Septiembre 19, 1835.
Ordenación episcopal: Marsella, Agosto 17, 1856.
Muerte en: Marsella, Enero 23, 1868.

 

Étienne Semeria nació en Colla, diócesis de Ventimiglia, Italia, el 7 de febrero de 1813. La devoción era hereditaria en su familia. Dos de sus tíos fueron sacerdotes y su tía, Hermana Capuchina. Desde la infancia lo distinguieron su dulzura de carácter y dedicación al estudio. A los dieciséis años había terminado sus estudios regulares e inició su noviciado en Saint Just el 1° de mayo de 1829, donde tomó votos el 1° de mayo de 1830.

La Revolución de Julio de 1830 fue muy anticlerical. Estando en un merecido descanso en Suiza, el Padre de Mazenod compró una propiedad en Billens, adonde por seguridad llevó a los escolásticos y novicios.  Étienne comenzó sus estudios teológicos en el lugar, continuando más tarde en Marsella, de 1833 a 1835. Los escolásticos estudiaban en el seminario mayor de Marsella y se alojaban en la casa cercana a la iglesia del Calvaire, bajo la dirección del Padre Casimiro Aubert, quien escribió en su reporte acerca de los Oblatos en abril de 1834: “Magnan y Semeria sobresalen por su regularidad y la calidad de su carácter” Étienne Semeria se ganó el apodo “Gavanti” debido al profundo estudio que hizo de las ceremonias y rúbricas. Gavanti fue un Barnabita italiano, autor del libro Thesaurus sacrorum rituum.

El Obispo de Mazenod le ordenó sacerdote en Notre-Dame du Laus el 19 de septiembre de 1835, recibiendo inmediatamente la responsabilidad del ministerio con los italianos en la iglesia de Le Calvaire. Con el nombramiento reemplazó al Padre Albini, quien había ido a Córcega recientemente. En el verano de 1837, el Obispo de Mazenod permitió al Padre Semeria visitar a su familia, debido al fallecimiento de su padre. Escribió en su diario el 1° de julio: “Este edificante religioso, al no haber recibido respuesta a su carta solicitando extender por algunos días el permiso que le di para permanecer con su familia hasta la fiesta de San Juan, encontrándose afligida por la muerte de su padre, volvió a Marsella, no deseando hacer la menor malinterpretación de su permiso. Su solicitud se debió a que deseaba esperar el regreso de su hermano doctor, quien ahora deberá hacer de padre para su numerosa familia y discutir con él el cuidado de los huérfanos. ¡Esto es lo que podemos llamar virtud! Aunque claro está, nada será sorprendente proviniendo de la observancia de este hijo bendito. Deseo dar a conocer que desde sus primeros años, nunca me ha dado la menor razón de queja, ni un momento de preocupación o lamentación. Bendito sea y siga creciendo en la virtud día a día.”

En 1838, el Padre Telmon, a quien el Padre Guibert no quería ya en Córcega, recibió su obediencia para la iglesia del Calvaire. El Fundador lo nombró primer consejero. En la anotación de su diario del 1° de agosto, escribió: “¡Qué dicha es tratar con personas como el Padre Semeria, quien tenía este puesto! ¡Bondad, humildad, sencillez, alegría verdadera y aprobación sin esfuerzo, son las virtudes que este ángel practica en toda ocasión!”

Vico, Córcega (1840-1847)
La muerte del Padre Albini en Vico el 20 de mayo de 1839 causó mucha pena al Obispo de Mazenod. Por algún tiempo consideró que era el fin de las misiones parroquiales en Córcega, que tanto éxito habían alcanzado. A principios de 1840 nombró al Padre Semeria superior en Córcega. La comunidad estaba conformada por los Padres Semeria, superior, Gibelli, J.J. de Veronico, D. Luigi y algunos Hermanos. El Obispo de Mazenod escribió cerca de treinta cartas al Padre Semeria, en las cuales dos temas son recurrentes y le causan alegría: el éxito de las misiones y la unidad de caridad fraterna en la comunidad. En cuanto a las misiones, escribió, por ejemplo el 16 de octubre de 1841: “Cada vez que recibo sus misivas, mi querido Semeria, doy las gracias más fervientes a Dios por lo que ha logrado a través de usted. Esta vez debo doblar mi agradecimiento por las maravillas de la hermosa misión en Zicavo, incluso hasta verter lágrimas de alegría. Puedo verle, incluso desde esta distancia, rodeado de esos buenos hombres que se han convertido en corderos al escuchar su voz. Las armas caen de sus manos, perdonándose y abrazándose mutuamente. ¡Oh, qué hermoso es! Y esta conmovedora respuesta: ‘permitieron que sus armas, prestas para asesinar a sus enemigos fueran descargadas, pues ya no son enemigos y fue justo en honor de usted que se descargaron’. ¡Qué sublime! Las mismas reflexiones aparecen el 4 de agosto de 1842: “Sin importar lo que suceda mi querido Padre, debe admitir que el buen Dios le está mimando al utilizarlo para extender Su poder y Su mayor misericordia y que las mayores bendiciones siempre acompañan su santo ministerio. Le felicito y no necesito recordarle agradecer a Dios sin cesar”.

Pero es el buen comportamiento y mutua comprensión de los Padres y Hermanos en la comunidad lo que más le complace, mencionándolo a menudo en formas diferentes, por ejemplo: “¡Bendito sea, buen Semeria y usted, mi querido Padre Gibelli! Nunca han entristecido el corazón de su padre” (Noviembre 19, 1840). Vivan pues con alegría en su preciosa comunidad, mis hijos. Nunca creerían la alegría que traen a mi corazón al saber de la unidad y cordialidad que prevalece entre ustedes. ¡Cómo está presente mi corazón en esa parte de nuestra querida familia! Son mi consuelo y alegría; ¡que el Señor les cubra de bendiciones! Les abrazo en mi corazón” (Diciembre 27, 1841). En 1843 el Fundador dudó en enviar al Padre Carles a Vico, “donde la paz reina bajo la dulce y paternal regla de nuestro angelical Padre Semeria.”

Solo en una ocasión el Obispo de Mazenod hace mención de una falta en el superior en  Vico. En 1843 tuvo que enviar al Padre Carles como profesor de filosofía del seminario mayor en Ajaccio y sabía que el obispo objetaría. Envió al Padre Semeria como delegado para convencer al Obispo Casanelli d’Istria de aceptar al nuevo profesor. “Debemos saber cómo mostrar una firmeza razonable y cómo mantener respetuosamente una buena causa y buenas decisiones. Le recuerdo de ellas, pues creo necesario advertirle del defecto proveniente de su timidez en exceso.”

El trabajo y éxito del Padre Semeria son resumidos en su obituario, con las siguientes palabras: “La similitud de su dialecto materno al de Córcega puede haber ayudado a su éxito; pero lo que lo aseguró, ganándole la confianza general del clero, el entusiasmo  generado y lo que logró después, fueron por completo sus virtudes apostólicas, su devoción, su celo y dedicación, su abandono y bondad, su prudencia…”

Ceylán (1847-1868)
El verano de 1847 el Obispo de Mazenod aceptó enviar algunos misioneros a Jaffna, Ceylán, por solicitud del Obispo Horacio Bettachini, coadjutor del Vicario Apostólico de  Colombo. Parece no haber tenido duda al elegir al Padre Semeria como superior de la misión, aunque temía disgustar al Obispo Casanelli d’Istria por llevarse al hombre, que según el Padre Albini, se había convertido en un apóstol bien conocido y amado. Le informa de la elección en una carta bastante solemne el 7 de octubre: “Debe saber el sacrificio que el Amo del Viñedo nos impone al llamarnos a trabajar en una isla donde medio millón de infieles esperan la luz del Evangelio que el Vicario de Jesucristo nos pide llevarles y donde 150,000 cristianos casi abandonados claman nuestro ministerio; se trata de una misión muy delicada desde muchos puntos de vista y para mi tranquilidad, necesito a alguien experimentado como el Padre Semeria para encomendársela. Tal es el sacrificio que Dios requiere de nosotros y que he debido hacer con alegría y firme confianza en el inmenso bien que se habrá de lograr…”

El Padre Semeria recibió su obediencia el 21 de octubre de 1847. Al finalizar ese año y después de una travesía de 37 días, había llegado a Ceylán en compañía de los Padres  Luis María Keating de Irlanda, José Alejandro Ciamin de Niza y el Hermano Gaspar De Stefanis de Génova. Tres misioneros más salieron en 1849 y dos más en 1850. En el período de los  quince años siguientes (1847-1861), trece Oblatos salieron de Francia o Inglaterra hacia Ceylán.

Al principio el superior encontró varios problemas que superar: la oposición de algunos de los sacerdotes Goanos en Jaffna, el prejuicio de algunos europeos (dos Benedictinos españoles, un Oratoriano italiano y tres sacerdotes diocesanos de Lombardía), la falta de planeación a largo plazo del obispo, quien nombraba a los Oblatos según las necesidades del momento, como hacía con el demás clero en las diferentes misiones y las frecuentes transferencias, etc. En el obituario del Obispo Semeria, el Obispo Bonjean comentó algunas de las penurias del superior: “el clima inclemente, frecuentes brotes de cólera, la fatiga de los largos viajes, la comida especial que el estómago dispéptico del Padre Semeria nunca aceptó, las dificultades del idioma para un hombre mayor, los problemas del ministerio en el país, el fracaso de muchos planes, etc. De hecho, hubo una secuencia de pesadas cruces. Además, podemos imaginar la consternación que el santo hombre sentía ante la sombra de cualquier cosa que pudiera ofender a Dios, la caridad que una simple mirada pudiera ensombrecer, su celo por la misión y la dedicación a la Congregación; su timidez natural y duda en consecuencia; los escrúpulos que torturaban su alma pura y recta para comprender su sufrimiento en soledad, sin nadie con quien poder hablar, a menudo pasando las noches en vela, debido a sus pensamientos intranquilos y ansiedad…”

Sin embargo, sí se confiaba al Obispo de Mazenod, a quien escribió treinta y siete extensas cartas de 1848 a 1860. En 1851, la Congregación de Propaganda solicitó al Obispo de Mazenod enviar misioneros, al igual que al Obispo Bravi, Silvestrino italiano, que recientemente había sido nombrado obispo de Colombo. El obispo recibió a cuatro jóvenes Oblatos de forma renuente. Exigió no tuvieran contacto con su superior en Jaffna e insistió en que ocultaran sus crucifijos Oblatos y cualquier señal de su pertenencia a la Congregación, lo cual fue un problema más para el Padre Semeria. En sus cartas, había más mención de sus dificultades que del apostolado de los Oblatos. El Obispo de Mazenod comenzó a exhortarle a ser prudente y paciente, aunque después utilizó otro método. Por ejemplo, el 17 de enero de 1850 escribió: “no me parece que esté haciendo mucho y lo que hace es después de mucho acicate. En sus cartas busco en vano algo acerca de su trabajo. Hasta ahora no me ha comentado de ninguna conversión y francamente, envié a los misioneros a Ceylán con la esperanza de que trabajaran en la conversión de las almas”.

A partir de entonces el Padre Semeria intentó enviar noticias, al menos respecto al trabajo en Jaffna, donde era pastor y secretario del obispo. En abril de 1850 escribió: “Debemos decidirnos a ser casi mártires de la paciencia. El bien realizado aquí no será evidente sino hasta dentro de mucho tiempo. Tratar a los indios como se haría con los europeos pondría todo en riesgo. Sin embargo, se puede y se está haciendo el bien y Jaffna es prueba de ello. Cuando los sacerdotes Goanos trabajaban en el lugar, los cristianos más fervientes raramente iban a confesión incluso en Pascua. Ahora tenemos cerca de treinta comuniones diarias en nuestra iglesia. Antes no se tenía la Sagrada Presencia y ahora muchas personas visitan al Sagrado Sacramento a diario. Antes era imposible reunir a los niños para el catecismo. En los últimos dos años he logrado hacerlo y los adultos también van a clase de forma espontánea. En un corto período he bautizado entre sesenta y setenta adultos.” Tres años después escribió: “Creo que en ocasiones es más sencillo convertir a los idólatras que son tocados repentinamente por las verdades que desconocían y les son enseñadas, que regenerar a los medio-cristianos que han abusado de la gracia recibida. Aun así, aunque no podemos vanagloriarnos de haber hecho todo el bien que deseábamos, es maravilloso el cambio realizado en el pensamiento y el comportamiento de muchos de nuestros cristianos. Cualquiera que conociera la ciudad de Jaffna hace cinco o seis años, tendría una buena razón para alabar al Señor, al ver la enorme diferencia que hay entre los cristianos de entonces y los actuales”.

En 1856 el Padre Semeria fue nombrado coadjutor de Jaffna y ordenado al episcopado por el Obispo de Mazenod el 17 de agosto de ese año en la capilla del escolasticado de Montolivet, en ocasión del Capítulo General. Al poco tiempo de regresar a Jaffna se convirtió en Vicario Apostólico, debido al fallecimiento del Obispo Bettachini, ocurrido el 26 de julio. De inmediato puso en acción algunos de los planes que había hecho al llegar a Jaffna diez años antes. Su primer proyecto fue formar un equipo de misioneros (los Padres Constante Chounavel, Juan Le Bescou y Cristóbal Bonjean) del cual a menudo se hacía cargo, porque decía, era el único Oblato en Ceylán que había predicado misiones en Francia y estaba familiarizado con el método tradicional de la Congregación. Las misiones pronto darían el fruto mostrado en Europa y Canadá. Además, se hizo cargo de otro importante plan: la apertura de escuelas e incluso un seminario para formar catequistas y sacerdotes. Trajo a las Hermanas de la Sagrada Familia de Bordeaux para dirigir las escuelas y abrir dispensarios. Como obispo, también mandó construir seis o siete iglesias, al igual que varias capillas y presbiterios. De acuerdo a su reporte al Capítulo General de 1861, el número de cristianos en la diócesis de Jaffna había llegado a 55,000, en 240 comunidades.

El Obispo Semeria también tenía el don de hacerse querer por todos los que trabajaban con él. En palabras del Obispo Bonjean: “Tal vez en ocasiones fuera tan estricto con los demás como lo era con él mismo, pero este excelente superior podía lograr que los demás aceptaran de buena gana lo que habría parecido una carga, de provenir de otra persona; y era debido a su mano suave y a su amigable forma de proceder. Nunca presionó a nadie y su paciente caridad siempre esperaba el momento oportuno. Podía ver las diferencias en el carácter y humor, adaptándose a ellas. A menudo me decía: ‘Si tan sólo conociéramos el bien en todas las personas y pudiéramos alentarlos a desarrollarlo estando menos preocupados por los defectos que son inseparables de nuestra pobre naturaleza, encontraríamos gente más dócil, mucho más amistosa. Así podrían ser mejores personas. Pocos son los que no podríamos convencer, de saber cómo llevarlos”.

El Vicario Apostólico fue a Europa para participar en el Capítulo General de 1867. Tenía la intención de volver el 26 de enero de 1858, después de visitar a las familias de sus misioneros. Llegó a la iglesia del Calvaire el 29 de diciembre con un fuerte resfriado. El 15 de enero tenía escalofríos. El diagnóstico fue que tenía catarro y fiebre elevada. Además tuvo complicaciones con la vesícula biliar y falleció el 23 de enero, a los 54 años y once meses. Su funeral se realizó en la catedral el día 24, presidido por el Obispo Place de Marsella. Está sepultado en la cripta Oblata en el cementerio de Aix-en-Provence.

Así concluye el Obispo Bonjean el obituario: “Ya fuera como niño, estudiante, novicio, religioso, sacerdote u obispo misionero, el Obispo Semeria siempre fue el mismo: un santo humilde y bondadoso. Deja el tesoro de su ejemplo a nuestra pequeña sociedad. A nosotros, sus hijos en Ceylán, nos deja la herencia de sus virtudes y buenas obras, a través de su amado recuerdo.”

Yvon Beaudoin, o.m.i.