1. Introducción
  2. El Superior Local En El Pensamiento De Eugenio De Mazenod
  3. La Interpretación Del Fundador Y De La Regla
  4. Las Constituciones Y Reglas De 1982
  5. Conclusión

INTRODUCCIÓN

Este artículo se divide en tres partes. Empieza por una presentación del pensamiento del Fundador sobre el superior local. Aunque no trató el tema en forma exhaustiva, sus escritos permiten ver claramente sus ideas. En este artículo dejaré hablar al Fundador en lo posible, citando sus escritos con un mínimo de comentario y esperando que los superiores, al leerlos, hallen inspiración junto al Fundador mismo. Para él, el superior es un sustituto de Dios que tiene pleno poder. Pero debe consultar a sus propios superiores y a su consejo local antes de tomar decisiones. Los miembros de la comunidad son libres de manifestarle su propia opinión. Lo que resulta claro de los escritos de san Eugenio es la atención amorosa que tiene para con sus Oblatos, actitud que deseaba ver en todos sus superiores locales respecto a sus relaciones con los otros.

La segunda parte tratará de la carta en que el P. José Fabre expuso ampliamente el tema. Esa carta tuvo un papel importante durante varios decenios. El P. Fabre se apoya en la experiencia de la Congregación como interpretación del espíritu del Fundador según el recuerdo de quienes lo habían conocido. El P. Fabre tiene profundo sentido de la unidad de la Congregación. Cada oblato es parte de un todo y la Congregación se juzga por cada uno de los miembros. Ahí es donde el superior tiene su función peculiar que cumplir.

La tercera parte presentará al superior local tal como aparece tras el concilio Vaticano II, en el contexto de una congregación cuya misión se expresa en comunidades religiosas apostólicas. El superior tiene una función que ejercer tanto en la misión como en la vida de la comunidad.

EL SUPERIOR LOCAL EN EL PENSAMIENTO DE EUGENIO DE MAZENOD

1. EL SUPERIOR, INSTRUMENTO DE LA VOLUNTAD DE DIOS

Escribiendo al P. Enrique Tempier en 1817, el P. de Mazenod indica su actitud personal frente al superior: “Déseme un superior, y yo le juro de antemano la más completa sumisión y le prometo no obrar más que por su voluntad, que a mis ojos será la de Dios, de quien él es órgano para conmigo” [1].

Es claro que el superior es, para sus súbditos, el instrumento de Dios. La Regla de 1826 dice que éstos deben “cuidar de acostumbrarse cada vez más, en la práctica de la obediencia, a no mirar a aquél que manda, sino a Nuestro Señor, en cuyo nombre se manda y por cuyo amor se obedece” [2].

El Fundador conservará toda la vida esta concepción de la obediencia. Así, cuatro años antes de su muerte, deplora las debilidades de los superiores locales: “Son buenos para sí mismos, pero no saben hacer uso de la autoridad que la Regla des da para mantener a sus súbditos en la regularidad. No se dicen suficientemente a sí mismos que están puestos al frente de su comunidad para representar allí a Dios, en cuyo nombre, en virtud de la Regla, deben mandar; no están bastante persuadidos de la responsabilidad que pesa sobre ellos y de que deben dar cuenta a la Iglesia y a la Congregación de los súbditos confiados a su solicitud” [3].

2. CUALIDADES QUE SE EXIGEN AL SUPERIOR

La Regla de 1826 indica las cualidades que el Fundador requiere de aquel a quien elige como superior: “Un superior local debe ser irreprochable y ejemplar en toda su conducta; debe destacarse en las virtudes de humildad y de obediencia; debe estar dotado de prudencia y de destreza para gobernar sabiamente y resolver bien los asuntos; debe estar instruido en las ciencias eclesiásticas y en las humanidades, ser de buen carácter, capaz de templar el rigor propio de la disciplina regular con suavidad apropiada, pero sin debilidad […] Debe, por encima de todo, ser hombre de oración, atento a tratar con Dios en la intimidad de la oración, no solo de su propia santificación, sino también del progreso y de la perfección de cuantos han sido confiados a su cuidado” [4].

El ideal es elevado. Pero Eugenio, como hombre realista, indica en concreto lo que espera: “Cuando es regular, observante de las Reglas, tiene la ciencia requerida, cuando goza de la confianza del superior general ¿qué más se le puede pedir?” [5]. Lo único que se precisa es buen juicio, sólida piedad, y amor del orden y la regularidad [6].

3. LOS DEBERES DEL SUPERIOR LOCAL

Las Constituciones de 1826 indican claramente la responsabilidad del superior local en lo que atañe a la misión: “Uno de los principales deberes de su cargo es el de cuidar de vigilar a todos los que bajo su autoridad ejercen algún empleo […]” [7].

a. Organizar el trabajo de la comunidad

La tarea principal del superior es asegurar la buena marcha de la misión de la Congregación. El Fundador lo expresa así: “[ Hay que] facilitar a cada uno el ejercicio de sus funciones […]” [8]. “Obre con toda libertad con todos los sujetos de su comunidad, y dé a cada cual el empleo que juzgue ante Dios deber confiarle” [9]. El superior ha recibido la responsabilidad de la buena marcha de la casa, de vigilar las actividades y los gastos del ecónomo, de organizar el trabajo de los miembros y de ayudarlos en los estudios y en la preparación de las instrucciones [10].

Al nombrar al P. Eugenio Guigues superior encargado de establecer la comunidad en el santuario de Notre-Dame de l’Osier, Mons. de Mazenod le indica su tarea: “[…] usted es quien está poniendo los cimientos de la nueva comunidad y es preciso que ella difunda a lo lejos el buen olor de Jesucristo” [11]. Este “buen olor de Jesucristo” es el fundamento de las actividades de todos los miembros de la comunidad, en su vivencia comunitaria, en su predicación y en su ministerio.

b. Abrirles el libro de la Regla

La guía de toda conducta era la Regla. El superior tenía a este respecto una obligación particular: “Abrid el libro de nuestras Reglas para que cada uno saque de ahí sus inspiraciones y el conocimiento de la conducta que debe tener” [12]. El superior nunca debe alejarse del espíritu de la Regla y debe asegurar la observancia más exacta de ella: “Hay una Regla que debe observarse y los superiores locales son quienes deben ayudar a su ejecución” [13]. La Regla debe llenar al superior de un sentimiento de confianza. Si alguno quisiera cuestionar sus decisiones, no tendría más que decirle: “[…] usted no puede apartarse de lo que la Regla le obliga a hacer, y que nadie encuentre mal ni se extrañe de verle exigir la exacta regularidad y la absoluta obediencia a las santas Reglas” [14].

c. El cuidado de aquellos que le son confiados

El Fundador que tan firme se muestra exigiendo la obediencia de los súbditos a su superior, insiste igualmente en que el superior mismo sea una persona amable y atenta para con los que le han sido confiados. Al P. Vicente Mille, que era responsable de los novicios y escolásticos en Suiza pero se sentía atraído por el ministerio pastoral exterior, le escribe: “[…] no le he enviado a Suiza para ejercer el ministerio exterior, sino para dirigir, instruir y cuidar constantemente la comunidad que se le confió; esto ha sido repetido y explicado demasiadas veces para que pueda darse nunca ni una sombra de duda sobre el partido que debe tomar en la ocasión” [15]. Más arriba había recordado al P. Mille su responsabilidad de cuidar de su comunidad como de “la niña de sus ojos” [16].

“Es preciso que los novicios se persuadan que tienen en usted un verdadero padre que los ama, que cuida de su salud y de su satisfacción, y que sabe incluso plegar la severidad de la Regla a sus necesidades” [17], escribe al P. Próspero Boisramé que exige mortificaciones excesivas a los novicios. Ante el P. Juan Mauricio Verdet insiste en esa misma actitud: “[…] usted debe hacer dulce y fácil su gobierno para mantener en todo la paz del alma y el contento” [18]. “[…] los superiores deben velar por la salud de sus súbditos” [19]: es un tema que se repite a menudo en el Fundador, y que muestra su constante preocupación por la salud de los oblatos.

En las relaciones con el mundo exterior, es deber del superior proteger la buena fama de su comunidad. El Fundador reprende al P. J. Bautista Honorat por haber sido demasiado ligero hablando al obispo del lugar de las debilidades de algunos oblatos: “Es deber de un superior realzar a todos sus súbditos, como es deber de los súbditos salir a favor de su superior. Este concierto de caridad va en provecho del cuerpo entero y le facilita el bien que está llamado a hacer” [20].

d. Dirigir e instruir

La atenta vigilancia del superior busca que la comunidad a él confiada esté marcada por la regularidad. “Si no establece una regularidad perfecta en su comunidad, será responsable ante Dios y ante la Sociedad” [21]. El Fundador insiste constantemente en la regularidad porque sin ella no puede haber vida religiosa ni misión. La regularidad depende principalmente del superior. Una de las tareas principales del superior es asegurar el orden en la Congregación, “orden que no puede existir donde no hay subordinación” [22]. “Sus conferencias espirituales le darán ocasión de recordar los principios y de mantener la exactitud de la disciplina regular. Sin esto nos condenaríamos aunque prediquemos a los pueblos la conversión. Encontrará en la Regla la sanción de todos los asertos que encuentre en los libros que tratan de los deberes de la vida religiosa. No basta leer Rodríguez [23] u otros; hay que poner en práctica lo que ellos enseñan” [24].

Otra manera de dirigir es que el superior tenga entrevistas personales con los miembros de su comunidad. “No descuides tampoco con los otros esas comunicaciones fraternas y de confianza que producen siempre buen efecto y que acaban por formar un espíritu de familia en aquellos mismos que no han tenido ese instinto desde el comienzo [25].

e. Representar al Superior general

A un superior recién nombrado le escribe que descarga sobre él una gran parte de su solicitud [26]. Sobre su propia función de superior, el Fundador escribe al P. Courtès: “[…] tú debes siempre, en tus resoluciones, conformarte al espíritu que me guía en mi administración, porque, mientras yo sea superior, soy yo quien debe dar el impulso y todos deben seguirlo, piensen lo que piensen. De otro modo, habría roces en los engranajes y ya no habría unidad en el gobierno y por consiguiente resultaría el desorden” [27]. En 1836 el Fundador deplora: “Los superiores locales, a fuerza de obrar según sus ideas, han llegado hace poco a rehacer la Congregación. Así, yo no reconozco ya mi espíritu en las casas que acabo de visitar, y ¿cómo se podría encontrar si nunca se han tomado la pena de consultarme? […] Si usted hubiera procurado seguir nuestras huellas, no habría introducido tantos abusos que me cuesta enormemente desarraigar [28]. Al P. Guigues le escribe: “No consentiré nunca que un superior local se mire como el dueño de la casa que preside y actúe contrariamente al espíritu y a la letra de nuestras Reglas, con independencia del Superior general” [29]. “No consiste todo en conducir bien la barca, dice a un superior local, es preciso también que muestres tu carta de navegación” [30].

El Fundador aguardaba un informe mensual detallado de parte de los superiores de Europa; de los que trabajaban en territorios de misión, quería una carta a lo menos cada tres meses [31]. En estas cartas, rogaba: “No omitan nada para instruirme en forma completa. Me daréis la mayor satisfacción entrando conmigo en los mayores detalles sobre todo lo que interesa a la Congregación [32].

Las cartas del Fundador muestran el interés paternal que tiene por todo lo que acontece en cada comunidad oblata. Porque su ideal es elevado, le sucede con frecuencia criticar a los superiores por sus debilidades y sus errores. Sobre este punto declara: “Primero, hay que dejar sentado que usted no se molestará , que no se enfadará nunca por las observaciones que yo podría verme obligado a hacerle alguna vez. Sepa bien que mi intención no es jamás molestar, incluso cuando me acaece hablar un poco severamente” [33].

Las decisiones del superior deben tomar en cuenta el bien de la Congregación en su conjunto, tal como es expresado por el superior general. Al reprender a un oblato por la decisión que ha tomado, le dice: “[…] Me sorprende que hagas pasar tu conveniencia particular y momentánea antes que el bien considerable que debe resultar para la Congregación entera de la sabia e indispensable medida que he tomado” [34].

4. LA CONDUCTA DEL SUPERIOR LOCAL

a. “Comprender bien todas las obligaciones de su cargo”

El superior no debe abrigar duda alguna sobre su papel en el seno de la comunidad [35]. “Una gran responsabilidad pesa sobre usted y no olvide que la menor imprudencia que comprometa a la comunidad de que está encargado, le será imputada” [36]. “Si la Regla no se observa, es por falta del superior, y yo las tomo con él porque su deber es hacerla observar y prevenirme, si es necesario, para que yo tome medidas. No tengo otra Regla que dar que la que existe, esa es la que hemos profesado y ha de ser fielmente observada. Todo lo que va en contra es un abuso que el superior tiene el deber de reformar. Yo querría examinar de quién es la falta si uno vive demasiado aislado.[…] Lo repito, con una comunidad como la que tienes, no eches la culpa a nadie más que a ti si no marcha bien” [37]. Las obligaciones del superior no consisten solo en corregir las faltas, tienen un aspecto positivo: “El lugar del superior es estar al frente de su comunidad; las gracias de Dios no le faltarán en su lugar” [38]. Al nombrar al P. Verdet primer superior de la nueva misión de Texas, el Fundador le precisa sus responsabilidades: “Tendrá que marchar al frente de una colonia de apóstoles, todos muy dignos de su vocación por sus virtudes y su dedicación” [39].

b. Un hombre de oración que tiene fe en la divina Providencia

El cargo de superior es oneroso. El Fundador dice al P. Luis Soullier: “Si usted tuviera que llevar solo el peso, yo abundaría acaso en su idea, pero Dios está ahí para ayudarle, pues no debe dudar de que es su voluntad la que se le ha manifestado por sus superiores […] Para eso tendrá que actuar siempre bajo la impresión del Espíritu Santo ante Dios, no buscando más que el bien de los intereses que se le han confiado y siempre en conformidad con el espíritu y hasta con la letra de la Regla, de la que debe tratar de no apartarse nunca” [40]. “La gracia de estado ayudará al superior local para labrar, dirigir y utilizar, según la necesidad y la capacidad relativa de cada cual, a todos los miembros de su comu- nidad […] si quiere ocuparse de ello como de un deber esencial que hay que cumplir con visión sobrenatural y por medios tomados de este orden de cosas” [41].

Insiste en que el superior ponga su confianza en la providencia de Dios que dirige los acontecimientos [42]. El superior no debe solo dejarse guiar por la providencia divina, tiene también el cargo de representarla ante aquellos que le están confiados [43]. Debe hacer oración a menudo sobre los deberes de su cargo [44] y, según el texto de la Regla de 1826, “debe ser ante todo hombre de oración, atento a tratar con Dios en la intimidad de la oración, no solo de su propia santificación, sino del progreso y de la perfección de todos los que están confiados a sus cuidados” [45].

c. Un modelo para todos

“Acuérdese de que debe ser el modelo de todos. Haga su oración a menudo sobre los deberes de su cargo; no es poca cosa, esté atento a sí mismo” [46]. Este es el punto capital donde se ve cómo el superior dirige precisamente con su ejemplo personal: “Considere que debe dar usted mismo ejemplo de la puntualidad más escrupulosa en todo lo que prescribe la Regla tanto para las cosas como para las personas” [47]; y también: “Le reitero la recomendación que le he hecho de ser el primero en dar ejemplo de la más exacta disciplina y de fidelidad a todas las prescripciones de la Regla” [48].

Para ser un modelo, aconseja al P. Guigues, “es esencial que tome usted una buena postura” [49]. Y al P. Lagier le avisa: “Evitemos […]escrupulosamente el dar mal ejemplo. Es uno de los grandes deberes de quienes están al frente de los otros” [50].

d. Gobernar a hermanos y no a súbditos

“Recomiendo la suavidad en su gobierno. No fatigue a sus súbditos, sea caritativo y paciente. Firmeza cuando hace falta, pero dureza nunca” [51]. Este consejo dado por el Fundador refleja su propia actitud como superior. Cada una de sus recomendaciones a los superiores locales está impregnada de un espíritu de bondad, incluso cuando debe mostrarse severo ante una falta. Su sentido de la paternidad se transparenta a través de palabras como éstas: “Es mejor inspirar confianza que causar miedo” [52]. “Cambie, pues, de sistema, querido amigo; alcanzará sus fines por la condescendencia, la dulzura, las atenciones, las muestras de interés y de afecto. Conoce el proverbio: más moscas se cazan con la miel que con la hiel” [53].

En sus consejos a los superiores, Mons. de Mazenod hace sugerencias sobre el modo de gobernar con bondad: “No se permita más que muy raramente y por causas graves, reprensiones públicas. Sirven más para exasperar que para corregir. Reserve sus reprensiones para la entrevista privada y aun entonces hágalas con mucha dulzura y consideración. No comience riñendo, al contrario, que el comienzo sea siempre la expresión del interés que tiene por el bien del súbdito y de la pena que siente al verse obligado a advertirle que se ha comportado mal en esta o aquella circunstancia. El corazón humano está hecho así. Dios mismo no entra en él a la fuerza, llama a la puerta […]” [54].

El superior debe cultivar en sus relaciones con los que le están confiados el espíritu de pertenencia a una familia. “Los superiores gobiernan a hermanos y no a súbditos. Están obligados a mostrar mucha deferencia a quienes, aun estando colocados bajo su gobierno, pertenecen a la familia […] La dulzura es una cualidad indispensable para volver fácil la obediencia” [55].

Ser superior implica estar dispuesto a recibir críticas de parte de los miembros de la comunidad: “[…] acoja siempre, escribe al P. Honorat, con dulzura y caridad, todas las observaciones que le vayan de cualquiera de los suyos. Sin asperezas ni brusquedades. Lo propio de esos modales es acabar con las comunicaciones y con la confianza” [56]. Esas críticas y sugerencias deben hacerse con respeto y moderación y siempre según el espíritu de la Regla, a la que todos deben conformarse. “En caso de duda, escribe al P. Dassy, debe consultar. Todo esto debe hacerse con vistas al mayor bien y con todos los miramientos que se deben mutuamente hermanos movidos por la caridad de Jesucristo y bien educados. Considere, sin embargo, que usted mismo debe dar ejemplo de la puntualidad más escrupulosa en todo lo que prescribe la Regla tanto para las cosas como para las personas” [57].

Al mismo P. Dassy, cuyo estilo de gobierno suscita tantas críticas, le dice el Fundador:”No tiene razón en molestarse por las observaciones que se le han hecho. Lo que le llega es el patrimonio de quienes están al frente de los otros. Con la paciencia uno pasa por encima de todo y la severidad con que se nos juzga nos mantiene en guardia contra nuestra propia flaqueza. Quede tranquilo en su puesto y no dé a conocer que pueda estar malhumorado contra nadie. La amenidad puede conciliarse muy bien con la regularidad exigida y practicada” [58].

e. Consultar

El superior no debe establecerse como único dueño que dispone de todo y lo arregla todo según su manera de ver. Debe contar con el parecer de su consejo [59]. “Usted no puede dejar a sus hermanos fuera de sus resoluciones sobre cualquier punto, escribe al P. Verdet. Nadie en la Congregación tiene el poder de actuar según sus propias inspiraciones, sin tomar en cuenta el parecer de los que forman su consejo. No es siempre necesario seguir el parecer de los otros, pero siempre es preciso consultarlos, y cuando no hay acuerdo conviene, incluso en las cosas que entran en las atribuciones del superior, consultar con el superior mayor por temor de abundar en la propia opinión y de hacerse ilusiones sobre la oportunidad o la conveniencia” [60]. “El superior, escribe al P. Honorat, está obligado a consultar a su consejo para no exponerse a tomar partido a la ligera, sin haberse aclarado con la discusión o siguiendo ideas particulares. Pero en sus consejos no se deje nunca arrastrar por la pasión o por la obstinación en sus propias ideas. Discuta con calma, siempre buscando el mayor bien, modificando a veces su opinión como cualquier hombre razonable debe hacer cuando se da cuenta de que va demasiado lejos o no bastante derecho. Luego, cuando el caso lo exija, infórmeme antes de concluir y téngame siempre al corriente de todo” [61].

La consulta no solo sirve para ayudar al superior; también mantiene las buenas relaciones. “Así, escribe al mismo, manifestando confianza, dando muestras de deferencia con los demás, sabiendo modificar las propias ideas para adoptar las de los otros, uno atrae sus simpatías, su colaboración y su afecto” [62].

LA INTERPRETACIÓN DEL FUNDADOR Y DE LA REGLA

1. LA CARTA CIRCULAR DEL P. FABRE

El P. José Fabre, a los 38 años de edad, sucedió a Eugenio de Mazenod con la considerable tarea de mantener el espíritu del Fundador en una legión de hombres que lo habían conocido personalmente y que tenían su propio modo de interpretar su vida y su espíritu. Durante sus 31 años al frente del Instituto, se atuvo a la Regla como norma de fidelidad al fundador. El deber más importante para el superior local es, pues, “observar la Regla y hacerla observar por todos y toda entera” [63]. Mantener “el espíritu religioso, el amor de la Regla y el honor de la familia” [64] constituye para él el quehacer primordial del superior local. Así, en 1872 escribe a los superiores locales de la Congregación una carta circular en la que precisa la función que cumplen [65].

Once años después de la muerte del Fundador, el P. Fabre utiliza la Regla y el pensamiento del mismo como fundamento de sus reflexiones sobre la misión y los deberes del superior local. Se trata de un documento clave sobre el tema porque era la primera vez en la existencia de la Congregación que se abordaba en forma sistemática. Ningún otro superior general lo hizo antes del Vaticano II. Esa circular fue, pues, importante en la vida de la Congregación. 70 años después de su aparición, el P. Antimo Desnoyers, asistente general, es testigo del interés que seguía teniendo ese documento, en su acta de visita canónica a Canadá: “El cargo de superior local y de director de residencia es el más importante desde el punto de vista de la vida religiosa y regular de los súbditos, de las comunidades y de la Congregación. […] Nuestras santas Reglas son claras y netas en este punto. Además, todos deben conocer la incomparable circular nº 24 del muy reverendo P. Fabre, que es como el comentario auténtico del pensamiento de nuestras santas Reglas. Los superiores deberían releerla y meditarla a menudo” [66].

Con la insistencia del P. Fabre para que todo se interpretara a la luz de la Regla que permaneció esencialmente idéntica hasta 1965, la concepción del papel del superior no conoció cambio hasta el concilio Vaticano II. Por eso es importante volver a fijarnos en los puntos fuertes de esa circular, documento cuya lectura puede todavía aprovechar mucho a los superiores locales.

2. LA MISION DEL SUPERIOR

a) La misión del superior dentro de la comunidad

1. El superior tiene la tarea de mantener el espíritu religioso entre los oblatos, un espíritu de renuncia y de abnegación.

2. Debe mantener el espíritu de la familia que es y debe ser siempre un fuerte espíritu de dedicación, porque el trabajo entre los más abandonados no es cómodo.

3. Debe inspirar el amor a la vocación y mantenerlo continuamente.

4. Puesto como guardián de la Regla, debe hacerla amar, porque es ella la que hace que la Congregación viva con verdadera vida.

5. Debe preservar la unidad de la Congregación, porque está revestido de una porción de la autoridad de sus superiores mayores.

6. Mantiene el espíritu de caridad entre los miembros de su casa.

7. Aunque no todos los oblatos habitan la misma casa, todos son una misma familia. El superior vela con sumo cuidado por mantener un espíritu de cordial fraternidad con los oblatos de otras casas. Con el ejemplo que da, enseña a los miembros de su comunidad a no ser indiferentes hacia lo que pasa en las otras casas.

8. El espíritu y la vida de la Congregación están en manos de los superiores. Ésta vivirá si ellos la hacen vivir y viceversa. Con sus esfuerzos los superiores deben reforzar el espíritu de familia en los oblatos y alimentar el espíritu de pertenencia a la Congregación.

b. La misión del superior fuera

El superior debe velar por la fama de la comunidad que debe edificar a las personas y sobre todo a los sacerdotes que la visitan.

1. Debe facilitar la acogida de los sacerdotes en la comunidad y procurar que sean acogidos calurosamente y edificados por la comunidad local.

2. “Las personas que vienen a nuestras casas deben siempre encontrar en ellas una casa verdaderamente religiosa. Para esto, que el superior vele por el mantenimiento de la regularidad, del orden y de la limpieza”. Toca al superior procurar que se desempeñen todas las tareas de la casa, “que sepa siempre lo que hace cada uno de los miembros de su comunidad y cómo lo hace”.

3. Los superiores “deben mirar como uno de sus deberes más esenciales el poner a sus religiosos en situación de poder prepararse convenientemente para el ejercicio del santo ministerio”. Hace falta que tome los medios para saber cómo desempeñan el ministerio sus religiosos y que se asegure de que están suficientemente preparados.

4. El superior es quien decide los trabajos que se van a aceptar. Todas las peticiones deben serle transmitidas y es él quien toma las decisiones, después de haberse informado en su consejo, y después de haber explorado todos los aspectos del trabajo pedido y de haber considerado las posibles dificultades.

3. ¿QUE DEBE SER UN SUPERIOR LOCAL?

a. Espiritualmente

1. La fe debe iluminar todas las funciones que el superior tiene que cumplir. Su primer deber es procurar el bien de aquellos que le están confiados, “ayudándoles a vivir una vida de perfección”. Todas sus acciones deben tener como objeto el bien espiritual de ellos.

2. El superior local debe ser un hombre de oración porque junto a Dios es como encontrará todo lo que necesita para cumplir su tarea.

3. Es preciso que con el Salvador él sea un hombre de mortificación y de sacrificio, dispuesto a sufrir.

4.Hace falta que vele con cuidado sobre toda su conducta y sobre su fragilidad humana, aceptando la vigilancia del admonitor que se le asigne. Además, un religioso de su comunidad le servirá de moderador a quien someterá su conducta personal.

5. El que pide la obediencia de los otros, debe mostrar el camino, obedeciendo a sus superiores mayores, a quienes representa en la comunidad.

6. El superior local está al frente de la comunidad como un pastor , para dar ahí ejemplo de una vida verdaderamente religiosa. Debe hacerse amar en su casa y ganarse la confianza de sus súbditos, como un padre que ama y no como un amo que manda.

7. Debe preocuparse no solo de los padres sino también de los hermanos que forman parte de la comunidad.

8. El superior no debe limitarse al bien espiritual de su comunidad. Debe también ocuparse de su salud, mostrando un cuidado especial por los enfermos a quienes visitará varias veces al día.

9. Debe dejar a cada uno la amplitud necesaria para ejercer su ministerio, pero debe estar plenamente informado de lo que acaece. Todo debe hacerse bajo su autoridad y su dirección, pero sin que él intervenga en todo. Debe ser discreto, sobre todo al leer las cartas.

10. Tiene deberes de comunidad que cumplir. Debe presidir la oración y la culpa, dar charlas a la comunidad cada quince días. Cada año debe dirigir un informe al secretario general.

b. La administración de los bienes temporales

El espíritu religioso y el amor a la familia deben inspirar a los superiores en esta parte de su administración como en todo lo demás.

1. El superior tiene un consejo compuesto de dos asesores que reunirá dos veces al mes. Se debe redactar un acta. El superior debe dar a conocer al provincial o a su vicario lo que ha pasado en su consejo. Este será para él un medio de disminuir su responsabilidad y de recibir consejos y avisos que nunca hay que desdeñar.

2. En una casa solo debe haber una caja, que se confía al ecónomo local.

3. Todos los gastos deben someterse al consejo local si superan la suma que un superior puede gastar por sí mismo. Para todos los que superan la cifra que puede autorizar el consejo local, hay que pedir el permiso escrito del provincial o de su vicario.

4. En la administración de los bienes temporales, el superior no debe limitarse a las necesidades de su propia casa. Debe recordar que su casa forma parte de una provincia y de una congregación que tienen necesidades. Ayudando a los otros, la comunidad mantiene así el espíritu de familia, la unión de los espíritus y de los corazones.

LAS CONSTITUCIONES Y REGLAS DE 1982

1. EL ESPIRITU DE GOBIERNO: AL SERVICIO DE LA MISION Y DE LA COMUNIDAD

Hemos visto que, desde los inicios de la Congregación, la noción de superior local ha tenido un carácter peculiar. A partir de 1966 se ha usado un vocabulario diferente para hablar de ella. Esto se ve tanto en la versión provisional de 1966 como en la definitiva de 1982. La innovación se percibe en la inserción de una introducción a la tercera parte, con el título El espíritu del gobierno. En el texto de 1982 esta introducción contiene cuatro constituciones (71-74) en que se fija el marco de la organización de la Congregación.

Nuestra Congregación existe “para el servicio de la Iglesia y de su misión”. Por eso, sus estructuras “no tienen otro objetivo que el de sostener esa misión” (C 71). Cada miembro es corresponsable de ese doble deber de la vida y del apostolado de la comunidad. En el marco de la corresponsabilidad, algunos son llamados a prestar el servicio de “coordinar y dirigir los esfuerzos de todos en la evangelización de los pobres”, y de animar a todos los miembros de la comunidad “a llevar una vida inspirada por la fe y a compartir intensamente [su] amor a Cristo” (C 73). Ahí están los dos campos en que se ejerce la responsabilidad del superior local: la misión y la vida de la comunidad local.

“Jesús es fuente y modelo de la autoridad en la Iglesia” (C 73). Los superiores, pues, están llamados a servir como intendentes del Señor. Deben dar cuenta de sus acciones a Dios y a las autoridades superiores y asimismo someter sus acciones a la evaluación de su propia comunidad.

A esta luz se debe interpretar el papel de los superiores locales, que “tienen el deber de dirigir la comunidad según el espíritu de gobierno propio de la Congregación y según las normas de las Constituciones y Reglas” (C 80).

2. UN SIGNO DE LA PRESENCIA DEL SEÑOR EN MEDIO DE NOSOTROS

Las Constituciones definen la función del superior como “un signo de la presencia del Señor, que está en medio de nosotros para animarnos y guiarnos” (C 80). Hallamos aquí la idea que el fundador tenía del superior: instrumento y signo de la presencia de Dios, cuida de todos los que le están confiados.

Esta descripción se aplica también a la noción de comunidad oblata apostólica tal como se expresa a menudo en las Constituciones. La C 3 presenta la comunidad de los Apóstoles con Jesús como modelo de la vida de los oblatos, reunidos para ser “sus compañeros y sus enviados”. “El llamamiento y la presencia del Señor en medio de los oblatos” es lo que crea la comunidad y la misión. El superior, entonces, es el signo de esa presencia de Jesús. La idea se repite en la C 26: “En nuestros superiores veremos un signo de nuestra unidad en Cristo y aceptaremos con fe la autoridad que han recibido”.

El comentario del P. Jetté merece ser citado por entero por el modo como resume el papel del superior local. “Para comprender su función, hay que ponerse en la perspectiva de la fe. El superior es uno de nosotros, tiene, como nosotros, sus cualidades y sus defectos; pero ha sido elegido para animarnos y guiarnos. Dentro de la Congregación, siguiendo ‘el espíritu de gobierno propio de [ella] según las normas de las Constituciones y Reglas’, él representa a Dios y se vuelve para nosotros camino hacia Dios. Cuando obedezco a un superior, no obedezco a un hombre como hombre, sino a la verdad de la misión que está en él; y cuando rehúso esa obediencia, no desobedezco a un hombre, sino a Dios. No estoy sometido a ningún hombre – todos somos hermanos – sino a la verdad: ya sea a la verdad del espíritu que lo anima, y entonces acepto ser guiado por un hombre bueno y verdadero, ya sea a la verdad de la misión que él ha recibido, y entonces obedezco al superior legítimo” [67].

3. LAS CUALIDADES DEL SUPERIOR

La constitución 81indica las cualidades deseables en el superior. Como religioso, debe ser un hombre de fe y de oración, que en espíritu de humildad y de obediencia sincera, busca la luz junto a Dios Debe personalmente tener espíritu de discernimiento y capacidad para tomar decisiones después de haber consultado. Debe tener amor profundo a la Iglesia y a la Congregación y espíritu apostólico entregado por entero a la tarea de la evangelización.

En sus relaciones con los hermanos, debe estar atento a las personas. Buscando luz en los consejos de los otros, debe abrirse a todos y respetar los derechos de cada cual. Dentro del respeto a las legítimas diferencias, debe cultivar el sentido de la unidad. Debe poseer la aptitud para animar una comunidad que sepa compartir y dialogar en una atmósfera de confianza y de aceptación mutuas. Debe ser capaz de incitar a los miembros de la comunidad a responder a las exigencias de la misión y de coordinar las iniciativas de la propia comunidad, colaborando a la vez con los otros grupos misioneros.

Este retrato de superior es un ideal al que tender. Por eso la regla 78 subraya la necesidad de una formación apropiada que se ha de dar en las reuniones entre superiores y con otras personas cualificadas. “Estos encuentros les darán ocasión de compartir sus experiencias, de conocer más a fondo el sentido de la propia tarea, de evaluar su eficiencia y de estar al corriente de los métodos de animación y de diálogo”.

El superior local nunca debe sentirse solo. Toca al provincial, en efecto, tener contactos frecuentes con él, sostenerlo en las dificultades y ayudarle a integrar la vida y el trabajo de su comunidad en los de la provincia (cf. C 94).

4. ANIMAR Y DIRIGIR EL APOSTOLADO

El oficio del superior en la misión de la Congregación es animar y dirigir la comunidad (cf. C 89) para que responda a las exigencias de la misión (cf. C 81). La constitución deja abierta la puerta ya que la forma de animación y dirección puede variar según la misión particular de la comunidad local.

Lo que no varía es la responsabilidad esencial del superior : “tomar las decisiones, alentar las iniciativas y poner en marcha los planes de acción”(C 80). No se trata de su única iniciativa, sino en el contexto de una consulta: “Todos participan en la orientación de las actividades apostólicas, aunque los superiores asumen la responsabilidad final de las mismas”(R 1).”Antes de confiar a alguien nuevas responsabilidades, los superiores le consultarán y le permitirán que exprese su punto de vista. Para tomar una decisión tendrán en cuenta, no solo las exigencias del bien común, sino también las llamadas y los talentos personales de cada uno” (R 19). En esta actuación los superiores “han de saber delegar su autoridad y confiar responsabilidades”(C 80).

Una vez hecho el discernimiento, los oblatos reciben de los superiores su misión para el ministerio (cf. R 9), y cumplen esa misión “bajo la dependencia de los superiores”(C 9). En el ministerio podrán contar con el apoyo necesario de los superiores (cf. C 80).

5. AYUDAR A LA COMUNIDAD A VIVIR EL EVANGELIO

“La vitalidad y la eficiencia de la Congregación se apoyan en la comunidad local que vive el Evangelio y se consagra a proclamarlo y revelarlo al mundo” (C 76). El superior, entonces, tiene la tarea de animar su comunidad para que sea de veras una célula viva de la Congregación, donde uno encuentre un “clima de mutua confianza y aceptación” (C 81). Es esencial que ésta establezca un proyecto común de vida y de oración, confiado a la vigilancia del superior (C 38). Las constituciones precisan que “una de las principales responsabilidades de los superiores […] es la de crear un espíritu comunitario que favorezca la formación permanente (C 70).

Dentro de la comunidad, el superior cuida de cada oblato. Debe asegu- rar la presencia de ciertas condiciones favorables al recogimiento y a un ritmo personal de oración. Sin ellas no puede haber ministerio eficaz ni desarrollo de la vida religiosa (cf. R 22). La regla 88 insiste en las necesidades de cada oblato: “Ya que su cargo lleva consigo el cuidado del bienestar y del crecimiento personal de sus hermanos, el superior se mostrará abierto y disponible para con todos, y si es preciso no vacilará en plantear preguntas de índole personal, en un clima de respeto y de confianza”. “El oblato que se estime injustamente tratado por su superior, puede apelar a la autoridad superior […]” (C 84).

El superior tiene también la tarea de procurar el mantenimiento de los lazos fraternos entre su comunidad y las otras de la provincia (cf. C 89), y además debe mostrar “interés particular por los oblatos aislados y los que viven solos por razón de su ministerio”(R 88).

La administración de los asuntos temporales de la comunidad se confía a un tesorero bajo la autoridad del superior y de su consejo (cf. C 83). Deben mirar por que los bienes de los oblatos sean administrados con espíritu de pobreza, según las leyes de la Iglesia y de la Congregación (cf. R 144 y 146).

6. CONSULTAR

El Fundador y los superiores generales que le sucedieron han insistido siempre en la Regla como guía del superior. Desde 1966 se ha puesto el acento en el discernimiento común de la voluntad de Dios y en la consulta, sin negar de ningún modo la importancia de la Regla. Para el nombramiento de los supe- riores , la Regla 89 pide: “el provincial se informará de la opinión de la comuni- dad interesada sobre la situación corriente y sobre las cualidades requeridas para la dirección del grupo. Recogerá sugerencias sobre posibles candidatos y consultará al que ha sido escogido antes de proceder a su nombramiento”.

El superior debe tomar en cuenta el parecer de los miembros de la comunidad y realizar con ellos un discernimiento. Desde el inicio del Instituto, se asignó al superior un consejo al que debía consultar. Esto sigue siendo importante hoy, como indica la C 83:”Los superiores están asistidos por un consejo que expresa la participación y el interés de todos por el bien común de la comunidad. El consejo trata de lo concerniente al ministerio y a la vida religiosa apostólica y también de los asuntos temporales, prestando atención a los deseos y las necesidades de cada uno”. La existencia del consejo no exime al superior del deber de escuchar a todos los miembros de su comunidad: “En las cuestiones de cierta importancia que conciernen al conjunto de la comunidad, el superior se informará de la opinión de cada uno antes de tomar una decisión en consejo. Tendrá luego a la comunidad al corriente de las decisiones tomadas” (R 94).

CONCLUSIÓN

Presentar al superior como “un signo de la presencia del Señor que está en medio de nosotros” (C 80) es dar lo esencial del pensamiento del fundador, de la tradición oblata y de las actuales Constituciones y Reglas sobre el tema. Fiel a la misión, al carisma y a la historia de la Congregación, el servicio del superior local es “coordinar y dirigir los esfuerzos de todos en la evangelización de los pobres, en animarnos a llevar una vida inspirada por la fe y a compartir intensamente nuestro amor a Cristo” (C 73).

Francis SANTUCCI