1. Ministerio en Marsella, en Notre-Dame du Laus y en Córcega (1830-1841).
  2. En Canadá y en Estados Unidos (1841-1850).
  3. En Francia (1850-1878).

Nacimiento en Barcelonnette (Alpes-de-Haute-Provence), el 8 de septiembre de 1807.
Toma de hábito en Notre-Dame du Laus, 8 de septiembre de 1822.
Oblación en Marsella, 8 de septiembre de 1826 (nº 24).
Ordenación en Marsella, el 10 de abril de 1830.
Muerte en Aix, el 7 de abril de 1878.

Adrien Telmon nace en Barcelonnete, diócesis de Gap, el 8 de septiembre de 1807, hijo de Madeleine Caire y de François Telmon, carpintero de profesión. Recibe una educación muy cristiana, en parte gracias a una religiosa que vivía con la familia por razón de enfermedad. A los nueve años se le admite a la Primera Comunión y, al parecer, “se entrega a los estudios con tanto celo y con tan éxito que a los catorce años terminó sus clases de latín” (Notices nécrologiques, t. III, p. 499).

Tras la misión en Barcelonnette, predicada por el Fundador y sus compañeros del 20 de abril al 20 de mayo de 1822, Adrien siguió a los misioneros hasta Aix. Mons. de Mazenod escribe en su diario el 1 de mayo de 1837 : “Lo agarré de la camiseta, por así decirlo, durante la misión de Barcelonnete. ¿Qué edad tenía entonces?. Quince o dieciséis años, no sé, sea como fuera, no me llegaba más que a la cadera. Tenía todos los aires de un niño pequeño. Sin embargo lo adopté y lo he considerado siempre como hijo mío, le proveí de todo lo que necesitaba, le procuré una educación. Finalmente, lo admití en la sociedad y lo llevé hasta el sacerdocio, a pesar de que me hiciera pasar algunas inquietudes durante su escolasticado y de que una vez se fugara de la casa de Aix”.

Adrien comienza su noviciado en Notre-Dame du Laus, el 8 de septiembre de 1822, haciendo su oblación en Marsella el 8 de septiembre de 1826. De carácter rebelde e insumiso, comienza a causar problemas a sus superiores. El 24 de noviembre de 1824, el Fundador rechaza admitirle a la tonsura. Escribe al padre Hippolyte Courtès: “Un niño que nos ha dado tristezas hasta mismamente el otro día, cuando decidió marcharse y al irse nos dejó visiblemente colgados los hábitos; esto tuvo demasiado coraje (…). Jamás ha hecho más el tonto. Admiro su clemencia, pero no sigo su inclinación”.

Comienza el estudio de la filosofía y de teología en el seminario de Aix y continua en el seminario de Marsella, donde, antes de ser sacerdote, enseña filosofía, en 1828-1829, y dogma, en 1829-1830. Imparte también las mismas asignaturas el año siguiente, tras su ordenación sacerdotal, la cual recibió de manos de Mons. Fortuné de Mazenod el 10 de abril de 1830.

Ministerio en Marsella, en Notre-Dame du Laus y en Córcega (1830-1841).
Tras el año académico de 1830-1831, el padre Telmon marcha a la comunidad de Notre-Dame du Laus, donde permanece, a disgusto, hasta 1834. Encontraba la ciudad e Marsella demasiado calurosa y Laus demasiado frío. El 7 de enero de 1832, el Fundador quiere enviarlo a Aix; escribe al padre Courtès: “Sobrevalorado en cuanto al estudio, (que Adrien) quizá lo prefiere más que la santidad” y “demasiada preocupación por la salud le ha hecho descuidar incluso mucho de lo que jamás se ha de abandonar impunemente”. En Laus, donde el padre Hippolyte Guibert es superior, el padre Telmon imparte clases de Sagrada Escritura a algunos escolásticos, además de predicar misiones.

Pero había poca demanda de predicaciones tras la Revolución de 1830, por lo que durante su estancia en Roma en 1833, Mons. de Mazenod decide asumir la dirección de un seminario suburbicario. No duda a la hora de elegir directores y profesores: Hippolyte Guibert, Dominique Albini y Adrien Telmon. Este proyecto nunca se llevó a la práctica, pero en 1834 Mons. Casanelli d’Istria, obispo de Ajaccio, confía su seminario mayor a los oblatos. El Fundador propone al padre Guibert como superior de la institución y anuncia que será “acompañado por un profesor de dogma, hombre de talento, que entiende de Sagrada Escritura y de ceremonias”, es decir, el padre Telmon. Llegan a Córcega a comienzos de 1835 y se les une el padre Albini como profesor de moral a comienzos del año académico de 1835-1836. El padre Telmon enseña dogma en Ajaccio de 1834 a 1837, al tiempo que acompaña al padre Albini en las misiones en el Adviento y la Cuaresma.

Enseña y predica con éxito. Es muy popular. Mons. Casanelli d’Istria le admira y confía en él. El padre Albini aprecia también los talentos de su colaborador, aunque sufre por su carácter y por su poco espíritu religioso. En sus frecuentes cartas al Fundador y al padre Tempier, habla a menudo del padre Telmon, al que califica de “pobre religioso” (diciembre de 1835), “rebelde y brusco de carácter. Cuando no se le contraría, tiene éxito en todo lo que hace y su candor te gana sin remedio el corazón” (7 de agosto de 1836). “Telmon es siempre rebelde, desobediente y sin respeto, sólo hace bien aquello que sale de su cabeza y lo que desea hacer” (17 de octubre de 1836), etc.

En el mes de mayo de 1837, el padre Albini permite al padre Telmon ir a ver al Fundador: “Sólo Ud. –escribe- en último recurso, por la gracia de estado, puede hacer ver a este miembro si me hallo o no descaminado (…). Dios sabe cuanto deseo que se calme su espíritu y que se centre del todo y sea un buen religioso; efectivamente, le hacen falta algunos meses de noviciado bajo vuestra mirada; aún así cualquier superior no estaría en condiciones de gobernarle … Es una de esas personas que te encandilan con sus palabras y su presencia, pero que en la prueba se descubre pronto quién es”.

El padre Guibert tuvo al Fundador al corriente de la situación allá en Córcega. Este último dejó escrito en su diario el 21 de marzo de 1837: “Telmon ha faltado de forma capital al padre Albini, su superior, en presencia de los demás padres. No ha sido la primera vez. ¿Cuántas veces no habrá faltado al padre Guibert?. ¡Qué carta escribió al padre Tempier!. Las mismas que me ha escrito no siempre fueron, hay que decirlo, bien respetuosas: sus propuestas a menudo no fueron mucho mejores. Juzga todo y a todos de acuerdo a sus estrechas ideas y nada es sagrado para él cuando su imaginación le convence de que tiene razón; y Dios sabe si suele tener o no razón. Es una lástima, pero no es posible que tan reprochable conducta, demasiado persistente, no desemboque en algún resultado fatídico. Me callo por el momento”.

El 17 de mayo, Mons. de Mazenod anota de nuevo en su diario que el padre Telmon ha llegado “excesivamente irritado contra el padre Guibert. ¡Oh!, ¡cuánto necesita nuestro querido padre Telmon trabajar sobre su carácter e imaginación!. Debo decir, sin embargo, que me ha satisfecho la manera con que ha acogido mis observaciones, así como mis reproches. Es cierto que he hablado con mucha suavidad y con tacto, sin distorsionar con ello la verdad. Es peligroso para un joven que no está lo bastante fundado en la virtud, tener tanto éxito en todo lo que hace y convertirse en objeto de admiración generalizada. El amor propio y el orgullo se dejan ver en su espíritu, y no le dejan ver sus defectos. Los reproches de sus superiores le hacen entonces insoportable, porque los cree injustos y, por efecto de los celos, el respeto y la obediencia se ven pronto comprometidos, las murmuraciones, las quejas y alguna otra cosa más se mezclan, y pueden llevar lejos a uno”.
El Superior General vio más veces al padre Telmon. Lo encontró “muy razonable” y aceptó de buen grado las observaciones. Le permitió pasar algunos días con su familia en Barcelonnete, y más tarde con los oblatos en Notre-Dame du Laus y Notre-Dame de Lumières. Decide mantenerle cerca de sí y del padre Tempier. Lo envía al Calvario donde el padre permanecerá hasta 1841. El padre Telmon enseña dogma en el Seminario Mayor en 1837-1838, y después predicará muchas misiones.

En Canadá y en Estados Unidos (1841-1850).
El 29 de septiembre de 1841, el padre Telmon parte de Marsella para el Canadá con cinco compañeros. Llegados a Montreal el 2 de diciembre, se establecen en un principio en Saint-Hilaire, a orillas del río Richelieu, durante algunos meses, y más tarde en Longueil, en la orilla sur de Saint-Laurent, frente a Montreal. El padre Telmon ejerce el ministerio parroquial en ambos lados y es misionero-predicador. Al cabo de este primer año, los padres predicaron catorce misiones y retiros, y a menudo permanecen fuera de casa. El padre Jean Baudrand estuvo fuera de la comunidad veintiséis semanas, los padres Jean-Baptiste Honorat y Lucien Lagier veinte y quince semanas, respectivamente, y el padre Telmon diez. Como predicador, manifestó sentir una predilección en provocar imprudentemente a los protestantes. Lo hizo en Sainte-Élisabeth y, sobre todo, en Corbeau, Estado de Nueva York, donde hizo una quema de Biblias y desató su cólera. Mons. Bourget se preocupó por tal asunto, escribiendo a Mons. de Mazenod que el padre Telmon, “con genio ardiente, se ha escorado muchas veces, con las mejores intenciones del mundo (…). Si este buen padre consultara un poco a las personas experimentadas en el país –añade el prelado- no expondría a la religión a quedar de tal forma comprometida, y no pondría a los obispos en tan grandes apuros”.

El padre Telmon es el primer oblato del Canadá en dar retiros en instituciones: en la universidad de Saint-Hyacinthe en 1842, en 1843 en el orfanato de las Damas del Sagrado Corazón, en Saint-Jacques-de-l’Achigan. Si bien predicó menos que los demás, se ocupó de muchos más asuntos: maestro de novicios en 1842, con tres sacerdotes-novicios con quienes también salía a menudo a predicar; cofundador, con la Beata Eulalia Durocher, de las Hermanas de los Santos Nombres de Jesús y María, en Longueuil, dedicadas a la educación de la juventud. También él fue el delegado de los oblatos del Canadá en el Capítulo General de 1843.

Desde 1843, Mons. Ignace Bourget, obispo de Montreal, y Mons. Patrick Phelan, obispo coadjutor de Kingston, solicitan a los oblatos establecerse en Bytown. El padre Telmon llega en abril de 1844, seguido en mayo por los padres Damase Dandurand y, en 1845, por el padre Michaël Molloy. En pocos años los oblatos terminaron la construcción de la iglesia parroquial, futura catedral de Ottawa, donde el padre Telmon era párroco, construyeron una casa rectoral, abrieron escuelas e iniciaron diversas obras, entre ella un hospital. Con tal fin, el párroco llamó en 1845 a las Hermanas Grises de Montreal, que en poco tiempo se convirtieron en una nueva congregación: las Hermanas Grises de la Caridad de Ottawa, cuya fundadora es la Sierva de Dios Élisabeth Bruyère.

A principios de 1844, Mons. M. O’Connor, obispo de Pittsburgh, Pensilvania, pasa por Marsella y propone al Fundador confiar su seminario a la dirección de los oblatos. El asunto quedó ahí, pero en mayo de 1848, Mons. O’Connor se encuentra con Mons. Guigues y le pide de nuevo algunos sacerdotes. El padre Telmon fue el designado, junto con el padre Augustin Gaudet y el escolástico Eugène Cauvin. Trabajaron allí del 30 de septiembre de 1848 hasta el 12 de marzo de 1849. La situación era difícil: apenas una decena de seminaristas alojados en una casa demasiado estrecha y en la que se estaban llevando a cabo obras. El superior, que en su correspondencia tiene el talento de dramatizarlo todo, escribe a la Madre Bruyère el 3 de enero de 1848: “¿Qué he estado haciendo tras mi carta?. Desgraciadamente, lo que desde que llegué acá, construyo, levanto marcos, hago trabajos de carpintería, barro, lavo, me lleno de polvo, arruino mi salud, me hago heridas, destrozo mis vestidos para conseguir hacer una residencia pasable, a saber: un lugar para dormir y para hacer nuestros ejercicios. Podría enviárseme a vivir al hospital de emigrantes para hacerme lavar los piojos de la cabeza, peinarme, porque no fallan en venir con la suciedad, y dejarme como nuevo para hacerme presentable. Las miserias de nuestra fundación algunas veces me recuerdan a las que pasamos en Bytown cinco años atrás…”.

Los oblatos dejaron el seminario acusando al obispo de frialdad e indiferencia hacia ellos y de poco interés hacia el seminario. Este regreso precipitado sorprendió a Mons. Bourget, el cual escribió: “El padre Telmon está aquí (…) aguardando de un momento a otro alguna petición de los Estados Unidos para ponerse en camino. No podría decir si su genio ardiente conviene a la flema americana. He de admitirle que me da pena que haya fracasado en Pittsburgh y que hubiera sido prudente dejar a los obispos de Bytown y Pittsburgh solucionar las diferencias que surgieron con la fundación”.

No faltaban peticiones de fundaciones provenientes de los Estados Unidos. Poco después de su regreso de Pittsburgh, el padre Telmon encuentra en el seminario de Saint-Sulpice en Montreal a Mons. J.-M. Odin, C.M., obispo de Galveston, Tejas. Busca colaboradores. El padre Telmon, que piensa que había recibido del Fundador la misión de hacer fundaciones en Estados Unidos, no escucha más que a su celo y se compromete a ir. Esto ocurrió en octubre. El 20 de noviembre de 1849, los padres Augustin Gaudet, Alexandre Soulerin y Telmon se encuentran ya en Nueva Orleans, predicando allí en una reunión de obispos. Algunos días después llegan a Brownsville, lugar de su destino definitivo.
El padre Soulerin escribirá en 1862: “Llegados a Brownsville, el padre Telmon se encuentra en una situación de lo más difícil. Obstáculos de todo género se despliegan ante él: no hay iglesia, no hay casa rectoral, no hay dinero inicial, la hostilidad viene de todos los frentes, a pesar que las apariencias mostraban todo lo contrario, sobre todo provinieron de la lengua y la nacionalidad, lo cual hizo que tuvieran que defenderse. Su coraje era proporcional a las dificultades. Dios, como le gustaba repetirse a sí mismo, les había dado, como a los Apóstoles, una frente de hierro. En Brownsville, los espíritus no estaban inclinados a la religión, sino más bien lejos de ello. El demonio del libertinaje había erigido allí una de sus más fuertes fortalezas y el dios dólar no gozaba de menos honores. Contando con la ayuda de lo alto y con las propias fuerzas, el padre Telmon se lanza bravamente en medio de la refriega de católicos no practicantes, no bautizados, protestantes, mormones, concubinos, francmasones, que abundaban en Tejas…” (Notices nécrologiques, t. III, p. 504).

Pasados algunos meses, los oblatos construyen una capilla y una casa rectoral. Hacia finales de 1850, la salud del padre no puede ya sostener su celo; además de ello, Mons. de Mazenod, poco favorable a esta misión, comenzada sin su permiso, llama al superior a Francia y vuelve a poner a sus dos compañeros a disposición de Mons. Guigues.

En Francia (1850-1878).
De regreso a Francia con una salud malograda, el padre Telmon no consigue readaptarse con facilidad a la vida regular. Recibe obediencia para el Calvario, Marsella, pero a menudo vive fuera de la comunidad. El Fundador escribe al padre Tempier, el 27 de mayo de 1851: “El padre Telmon, considerándose sacrificado de todas las maneras, guarda una actitud de reserva casi insultante”. En 1854, Mons. de Mazenod no soporta más las frecuentes ausencias de la comunidad del Calvario por parte del padre. Le envía a Notre-Dame de Lumières y anuncia al padre Ambroise Vincens, el 21 de septiembre, que si el padre Telmon no obedece, deberá proponerle abandonar la Congregación.

El padre obedece. Reside en Lumières de 1854 a 1857, donde es superior. También acoge a los peregrinos y hace numerosas obras de mantenimiento de la propiedad. Escribe a menudo al Fundador, aunque para quejarse. Acusa a sus predecesores de haber abandonado sus obligaciones, a Tempier de saquear la casa para amueblar el nuevo escolasticado de Montolivet, a Casimir Aubert, Provincial del Mediodía, de no enviar al personal necesario para las obras, así como el dinero indispensable para las obras de mantenimiento.

Es imposible saber a qué casa perteneció algunos años. A comienzos de 1862, es superior de Nancy, por espacio de algunos meses. Pasa después sus últimos años en Notre-Dame de Bon-Secours (1862-1864) y en Aix-en-Provence (1864-1878). Allí predica a menudo, pero sufre mucho por la gota, enfermedad que le forzó a guardar reposo durante sus últimos años. Acepta los sufrimientos y su inactividad con paciencia y piedad, y deja ver su amor a la Iglesia. Muere en Aix el 7 de abril de 1878. Sus restos reposan en el panteón de los oblatos del cementerio de la ciudad.

El padre Telmon era un hombre muy bien dotado y con celo. Era excepcional en todos los campos: enseñanza, predicación, arquitectura. Mons. de Mazenod apreciaba estas cualidades, pero deploraba su difícil carácter y que a veces le faltara espíritu religioso. De nuevo vemos que escribió a Mons. Guigues el 20 de julio de 1847: “Hizo que el padre Telmon moderara su carácter; tiene 40 años, muchos talentos, celo; ¿cómo es posible que arruine tantas cualidades buenas por falta de moderación?”.

En la necrológica del padre Telmon, el padre Soulerin subrayaba sobre todo el talento de oratoria del padre, así como su celo. Escribe: “Era orador, un orador efectivo. La razón de su éxito en el sagrado púlpito la tenían sus muchos conocimientos, por su estudio profundo de la Sagrada Escritura, de la que sabía hacer aplicaciones juiciosas acordes a las circunstancias, con las conclusiones novedosas y originales de sus comentarios, una notable facilidad de oratoria, la simpatía de su voz y de su fisonomía. Su palabra no tenía nada de ampuloso, nada de extravagante en su estilo o en su gesto, sino que era sólida, luminosa, insinuante, simple con los pobres, de noble simplicidad con las mentes cultivadas. Su facilidad era tal que podía improvisar de la forma que fuera sobre cualquier tema (…). No hubiera podido obtener tan bellos resultados si no hubiera sido un hombre de celo, sacrificio, abnegación, fe, caridad, amor a la Iglesia y la Congregación. Sí, era un espectáculo emocionante verle [en Tejas] olvidarse de sí en todo, tomar para sí el trabajo más oneroso, no pensando sino en ofrecer a nuestro Divino Salvador una morada conveniente, un culto divino espléndido, a las almas los cuidados más solícitos, corriendo literalmente tras la oveja descarrilada, no tomando sino a destiempo su sustento y a veces de forma escasa, rebajándose para hacer las tareas más bajas en el mantenimiento de la casa si el pobre hermano converso se encontraba sobrecargado de trabajo. Cuántas veces no lo habremos visto, al final de la jornada, vomitar sangre o caer rendido y dormirse en el suelo de su celda o en una silla, hasta bien entrada la noche. Sin embargo, siempre estaba en la oración de la mañana, ofrecía el santo sacrificio de la misa, hacía su acción de gracias, tras la cual, antes de pensar en su desayuno, había previsto ya todos los detalles de su jornada…”.

Yvon Beaudoin, o.m.i