1. Misionero de Provenza.
  2. Amigo y confidente del Fundador.
  3. Vicario General de Marsella (1823-1861).
  4. Educador, Asistente General y Ecónomo General de la Congregación.
  5. Personalidad humana y espiritual.
  6. Enfermedad y muerte.

Nacimiento en Saint-Cannat, diócesis de Aix, el 2 de abril de 1788.
Ordenación sacerdotal en Aix, el 26 de marzo de 1814.
Misionero de Provenza en octubre de 1815.
Oblación en Aix, el 1 de noviembre de 1818 (nº 2).
Muerte en París, el 8 de abril de 1870.

François de Paule Henry Tempier, quinto de una familia de seis hijos, nace en Saint Cannat, cerca de Aix-en-Provence, el 2 de abril de 1788. No sabemos nada de sus primeros años de vida: probablemente los pasó en Milles, una aldea próxima a Aix donde sus padres tenían una granja. Hacia el final de su vida, en una de sus raras confidencias, reveló que en 1799 recibió en secreto su Primera Comunión de manos de un sacerdote que no había prestado juramento de la Constitución Civil del Clero.

Tras el Concordato de 1801 entre Pío VII y Napoleón, el abate Abel abre un seminario menor en Aix. Aquí el joven Tempier recibe su educación secundaria y será más tarde profesor de esta institución, incluso mientras hacía sus estudios filosóficos y teológicos en el seminario mayor, de 1810 a 1814. Es ordenado el 26 de marzo de 1814 y pasa su primer año de sacerdote como vicario de la parroquia de Saint Césaire, Arlés.

Misionero de Provenza.
En el verano de 1815, el abate de Mazenod, movido “por un impulso de fuera”, decide formar un grupo de misioneros para renovar la fe en Provenza. Ya había obtenido la colaboración de algunos sacerdotes y había adquirido parte del antiguo convento de carmelitas el 2 de octubre de 1815. Ahora invitaba al vicario de Arlés a formar parte de la futura comunidad. Las tres cartas del Fundador de octubre a diciembre de 1815 y las dos respuestas entusiastas de Tempier pueden considerarse no sólo como las raíces de una larga y fructífera amistad, sino también como los mismísimos cimientos de la comunidad de Misioneros de Provenza y, tras 1826, de la Congregación de los Misioneros Oblatos de María Inmaculada.

El abate Tempier comprende y abraza en seguida el ideal apostólico del abate de Mazenod y comparte sus proyectos de una vida sacerdotal y comunitaria ejemplar que, en pocos años, se transformaría en vida religiosa.

Poco dotado para la predicación, al principio permanecía en Aix mientras sus compañeros predicaban misiones. Las ocupaciones, por lo demás, no faltaban en la Misión, con la Congregación de la Juventud Cristiana que tenía su centro en la casa, con los postulantes y novicios, que no tardaron en aparecer, y en la atención a los fieles que acudían en gran número para participar en los oficios de la iglesia de la Misión.

De golpe, el P. Tempier se vio envuelto en todos los proyectos y en todas las actividades del Fundador: la elaboración del Reglamento de los misioneros, la composición de las Reglas de la Sociedad, la acogida favorable de los nuevos campos de acción, apoyo y consuelo en la adversidad, superior de 1819 a 1823 de la segunda casa de la Sociedad en el santuario de Notre-Dame de Laus, donde da muestras clarividentes de sus talentos como formador, apóstol y administrador bien dotado. En pocos años deja en buenas condiciones el convento y la iglesia, da un gran impulso a las misiones en los Bajos y Altos Alpes, da renovado vigor a las peregrinaciones y se ocupa de la formación de los novicios de 1820 a 1822.

Amigo y confidente del Fundador.
No es fácil resumir la vida, bien completa, del padre Tempier. Se puede decir, sin embargo, que su papel más importante fue el que desempeñó junto al Fundador. Durante sus primeros años de ministerio sacerdotal en Aix, de 1812 a 1815, Eugenio de Mazenod no tenía un verdadero amigo “capaz de aligerar una pena” y de compartir grandes proyectos. Así se lo confesaba al abate Forbin-Janson, el 12 de septiembre de 1814. Su encuentro con el abate Tempier en 1815-1816 le permite hallar aquello que buscaba y aún más. Además de compartir sus proyectos y de consolarle en las fatigas, el padre Tempier, calmado y reposado, mucho menos emotivo que el Fundador, frena siempre las salidas de tono de éste y le ayuda con su tenacidad, sustituyéndole a menudo, en la realización de todos los proyectos y todas las empresas.

Mons. de Mazenod siente un gran afecto y estima hacia su colaborador y amigo, para quien no tiene secretos. Le escribe a menudo. Le confía todos los cargos de confianza, le confiesa que le considera “un otro yo” (de Mazenod a Tempier, 16 de octubre de 1829) y que en la Congregación se tiene en tanta consideración al padre Tempier como a él mismo (cfr. de Mazenod a Tempier, 15 de agosto de 1822).

Por su parte, el padre Tempier se adhirió siempre al Fundador y colabora en todo con una dedicación incansable. Si bien, por su carácter frío y extremadamente reservado, no mostraba sus sentimientos más que en raras ocasiones, por contra tradujo su amistad en obras todos y cada uno de los días de su vida, en particular en su papel de admonitor y de confesor, de consejero y colaborador en el servicio de la diócesis de Marsella y de la Congregación.

Tras la ceremonia de Jueves Santo del 11 de abril de 1816, los dos amigos hicieron voto de obediencia mutua. Para nada se la puede considerar como una ceremonia hueca. El padre Tempier siempre obedeció al Fundador, a veces en grado heroico, sobre todo al permanecer como vicario general de Marsella de 1823 a 1861 en contra de sus preferencias. Pero tenía igualmente el valor de mandar a su superior en asuntos graves, como en el caso de su seria enfermedad de 1829-1830 o cuando quiso poner fin al asunto de Icosia en 1835.

Como confesor y director espiritual de Mons. de Mazenod, el padre Tempier fue el confidente de su itinerario espiritual que conocemos en parte gracias a las cartas del Fundador, que se conservaron con sumo cuidado.

La amistad del padre Tempier hacia su Superior General se puso de manifiesto en todo su esplendor con la larga enfermedad de éste último. Durante cinco meses permaneció a la cabecera de su cama; advertido de la gravedad de su enfermedad, le dio el último adiós y recibió su último suspiro. Reprimió su más profundo dolor para hacerse cargo de todos los deberes que le imponía su amistad y su cargo.

Dos rasgos caracterizan esta fecunda amistad: la alegría en la caridad de la vida comunitaria, la franqueza, a veces un poco ruda, en la corrección fraterna, y la colaboración cotidiana de dos hombres sobrecargados de trabajo y de preocupaciones. Las anécdotas relacionadas con esto aparecen con numerosa frecuencia en los escritos y biografías. “Estos dos amigos –escribe el padre Joseph Fabre en la necrológica del padre Tempier- estaban hechos para entenderse, unirse, completarse y trabajar juntos, cada uno en la medida de su vocación, en la realización de la obra de Dios”. Esta obra de Dios fue la renovación de la diócesis de Marsella, así como la fundación y el desarrollo de la Congregación de los Oblatos de María Inmaculada.

Vicario General de Marsella (1823-1861).
El abate Fortuné de Mazenod fue nombrado obispo de Marsella en 1823. Ya con 73 años, no aceptó tal responsabilidad sino a condición de poder contar con la colaboración de los padres de Mazenod y Tempier como vicarios generales. Este último hubiera preferido que no se contara con él para un cargo que, a su modo de ver, sobrepasaba sus talentos y virtudes, y que, sobre todo, perjudicaba el bien de su familia religiosa. El Fundador se lo impone en nombre de la obediencia a fin de hacerle compartir toda su solicitud y de trabajar juntos para cumplir todos los designios de Dios.

Esta fue una de las cruces más pesadas que el padre Tempier llevó con valor durante más de cuarenta años. Especialmente los primeros quince años, bajo el episcopado de Mons. Fortuné, no fueron sino una sucesión de problemas graves. Al principio el padre Tempier se quejaba de no tener un papel bien definido, de no ser más que la sombra del primer gran vicario, desempeñando el papel de un simple secretario. Pero a los pocos años el padre de Mazenod debió ausentarse muy a menudo y a veces durante largo tiempo, como su viaje a Roma en 1825-1826 para la aprobación de las Reglas del Instituto, su grave enfermedad en 1829-1830 tras la muerte del padre Marius Suzanne, su nombramiento para el episcopado en 1832, sus luchas con las autoridades de 1833 a 1835, etc. El segundo vicario tuvo que llevar, casi siempre solo, el peso de una diócesis donde todo había de organizarse, tras estar sin obispo residente durante treinta años. Se vio sólo en los momentos de seria oposición al clero, tras la Revolución de Julio de 1830.

Si bien se ocupó de todo junto al primer vicario, y a veces sin él, sobre todo se hizo cargo de tres áreas: los asuntos materiales y económicos, la dirección del seminario mayor y la de numerosas comunidades religiosas.

Durante el episcopado de los Mazenod, de 1823 a 1861, la diócesis de Marsella, cuya población pasó de los 100 mil a los 300 mil habitantes, se convirtió en una inmensa construcción. Se erigieron veinte y una parroquias o filiales, lo que suponía construir iglesias y casas rectorales, otras veinte y dos iglesias o capillas fueron reparadas, agrandadas o a veces construidas, tales como la catedral o la basílica de Notre-Dame de la Garde. El padre Tempier fue quien estaba en contacto con las autoridades, arquitectos y constructores para seguir los trabajos. Él mismo se erigió en arquitecto y capataz de las obras en la construcción del seminario mayor de la calle Rouge, de varias iglesias y de conventos de carmelitas, capuchinos, clarisas, religiosas del Refugio, etc. También era él quien llevaba los libros de cuentas de los consejos de fábrica y quien administraba los bienes de los obispos y del obispado. Sus talentos y su experiencia en este campo sobrepasaron los límites de la diócesis, por cuanto que en 1850 la prefectura le nombró miembro de una comisión del Departamento para las importantes obras que tenían que llevarse a cabo en Marsella.

Desde que en 1823 hizo su ingreso el obispo de Marsella, los vicarios generales comenzaron a reorganizar los seminarios. El menor fue puesto en manos de los Sacerdotes del Sagrado Corazón y el mayor fue confiado a los oblatos en 1827, permaneciendo allí hasta 1862 bajo la dirección del padre Tempier de 1827 a 1854 y del padre Fabre de 1854 a 1861. Esta casa desempeñó un papel importante en la formación y la renovación del clero de Marsella tras la Revolución. Los Mazenod tuvieron la dicha de ordenar a trescientos de sus diocesanos. El superior siempre tuvo como colaboradores a cinco o seis oblatos escogidos de entre los mejores hombres, aunque jóvenes y sin preparación específica. Él mismo supervisaba la elección de los manuales, la ortodoxia de la doctrina y el buen espíritu de la comunidad. Prestaba atención sobre todo a la formación espiritual y eclesiástica de los seminaristas, a quienes, el primero de todos, daba ejemplo de una perfecta regularidad.

Numerosas obras vieron la luz o adquirieron nuevo vigor de 1823 a 1861, sostenidas fundamentalmente por comunidades religiosas. En 1823, la diócesis contaba con tres congregaciones masculinas y nueve femeninas; en 1861 había 10 masculinas y al menos 25 femeninas. El nombre del padre Tempier raramente aparece relacionado con las obras o las fundaciones de las congregaciones masculinas, aunque en cuanto a las femeninas él fue superior eclesiástico de más de doce comunidades y colaboró en el establecimiento de las demás.

El vicario general no defraudó las expectativas en las tareas que los de Mazenod le confiaron en 1823. Joseph Timon-David escribió que “su memoria perdurará eternamente en la diócesis por la que tanto hizo”, y por su parte el padre Fabre concluía así las varias páginas de la necrológica que hacían relación al gran vicariato del padre Tempier: “En los consejos de obispos, en la solución de asuntos, siempre fue reconocido por su sentido práctico, justo, moderado, … Los deberes siempre lo encontraron inflexible, las circunstancias siempre conciliador”.

Educador, Asistente General y Ecónomo General de la Congregación.

El celo que el padre Tempier puso a disposición a la diócesis de Marsella para nada perjudicó su amor y su dedicación a la familia religiosa, donde bien pronto comenzó a figurar siempre en un primer plano junto al Fundador. Los oblatos le estimaban tanto como a Mons. Eugenio de Mazenod, aunque cada uno en el ámbito que le era propio. El Fundador fue siempre el inspirador, el que formaba a las personas, el hombre de grandes sueños, de importantes decisiones y de intervenciones excepcionales; por su parte, el padre Tempier, más práctico, más minucioso, era el que, en la monotonía de lo cotidiano, ejecutaba, paciente aunque tenazmente, todos los detalles, los quebraderos de cabeza de las pequeñas reparaciones y de las grandes obras, la lenta tarea de la formación de candidatos, etc.

De 1818 a 1867 siempre se le eligió asistente general. En calidad de tal, tomó parte en los once primeros capítulos generales y, a menudo como único asistente general en Marsella, asistió siempre a todas las sesiones del Consejo General. No le fueron ajenos ninguno de los sucesos tristes o gozosos de los cincuenta primeros años de la Congregación: redacción y aprobación de las Reglas, reclutamiento y formación de candidatos, duras salidas, así como la rápida expansión del Instituto. Fue siempre el infatigable ayudante del Fundador, a veces siendo su sostén, como en la crisis de 1823, y de 1827 a 1837, a menudo reemplazándole como vicario general, así como en los numerosos viajes que emprendió y las visitas canónicas que hizo en nombre de su superior.

Fue vicario general de la Congregación una decena de veces, cuando el Fundador se encontraba enfermo o de viaje. De 1823 a 1850, casi cada año visitaba canónicamente varias casas y también realizó numerosos viajes al servicio de la diócesis y, sobre todo, de la Congregación, concretamente realizó tres viajes a Roma, otros tantos a África del Norte y a Suiza y la visita canónica a Canadá y al Este de Estados Unidos en 1851.

El padre Tempier puede ser considerado el primer formador de los inicios del Instituto. Él fue el primero en formar a los novicios de 1816 a 1818 en Aix y después, de 1820 a 1822, en Notre-Dame du Laus. Los escolásticos estudiaron en el seminario de Marsella de 1827 a 1834 e incluso residieron allí de 1835 a 1854. Tras la apertura del escolasticado de Montolivet, el padre Tempier fue su superior de 1854 a 1861. Sólo unos pocos de los seiscientos oblatos que hicieron votos antes de 1861 no pasaron por sus manos.

Todos los Capítulos Generales elegían regularmente a los procuradores y ecónomos generales. ¡Jamás se le designó para tal función, y sin embargo fue la suya, y una de las principales, hasta su muerte! Conservamos unas mil cartas que recibió del Fundador y de los oblatos, y casi todas están escritas en calidad de tal. Sus principales ocupaciones y preocupaciones en el transcurso de su vida de oblato provinieron de su papel como responsable de los intereses materiales de la Congregación, cuya caja siempre estaba vacía y con numerosas deudas. Casi siempre había más candidatos en formación que padres y hermanos en activo. Además, sólo en Francia, como media se hacía una fundación cada dos años. En la mitad de los casos, fue él quien adquirió la propiedad, construyó o reformó las instalaciones deterioradas. El padre Tempier no sólo debía encontrar el dinero para tales adquisiciones o reformas, sino que a menudo fue el arquitecto y el capataz de las reparaciones y las construcciones. Los oblatos no osaban nunca realizar nada en este campo sin antes haberle consultado ni haber obtenido de él el visto bueno, a quien llamaban nuestro “César de las finanzas” (Magnan a Casimir Aubert, el 14 de mayo de 1849), “gran experto construcción” (Guibert a Tempier, 1835), “ministro de finanzas, comercio y obras públicas” (Martin a de Mazenod, 8 de agosto de 1848), para quien “el compás y la cinta métrica son los dos polos de su brillante existencia” (Vandenberghe a Soullier, 1862).

Si la Congregación pudo expandirse rápidamente y poseer unas cuarenta propiedades de cierta importancia en sus cincuenta primeros años de existencia, esto se debió ciertamente a los bienes y los ingresos de Mons. de Mazenod, así como a la preciosa ayuda de la Obra de la Propagación de la Fe, pero también a la sagaz y firme administración del padre Tempier.

Personalidad humana y espiritual.
La calma y la reserva, la dominación de sus emociones, el carácter flemático del padre Tempier contrastaban con la emotividad, “los exabruptos y los prontos de Mons. de Mazenod en quien –dice Payan d’Augery- la santidad respetó el carácter provenzal”.

En medio de las dificultades y las presiones ejercidas por los superiores para obtener permisos, dinero o personal, el Asistente o Ecónomo General se mostraba inflexible y, si a veces se enfadaba, siempre se tenía la impresión de que era una demostración de cólera calculada, fruto que de una especie de instinto pedagógico con el que pretendía llamar al orden, subrayar los errores, corregir infracciones. Su serenidad le permitía concentrar todas sus fuerzas en cumplir los numerosos deberes de su estado.

Joseph Timon-David le juzgó bien cuando dijo de él: “Sin ruido, sin apuros, sin excitaciones, al dar a cada cosa su tiempo, el padre Tempier mantuvo el control de todo”. No disipaba sus energías en palabras inútiles. El padre Fabre escribió que jamás ningún hombre fue tan lejos como el padre Tempier en guardar el secreto y la práctica de la discreción en el ejercicio de un cargo. A menudo la gente se quejaba de su silencio y su carácter lacónico, sobre todo porque guardaba para sí las noticias que recibía del Fundador cuando éste estaba de viaje o cuando otros superiores se encontraban lejos.

Estos rasgos de su carácter prepararon el terreno para las virtudes que dominaban en él: humildad, dedicación incansable en el cumplimiento de sus numerosas tareas, vida de oración y regularidad, gozar de la caridad fraterna. Toda su vida la pasó en la sombra, en el servicio a Mons. de Mazenod, superior de casas de formación, en medio de comunidades bastante numerosas donde la oración y la regularidad se vivían de forma rigurosa y ejemplar.

“Tomar parte en la cruz preciosa de los hijos de Dios (…) es una gracia de predilección que Dios ha dado sólo a sus santos”, escribió el padre Tempier al padre de Mazenod el 23 de octubre de 1817. Su cruz, llevada sin quejas, fue, de 1823 a 1861, el tener que ocupar muchos y diferentes cargos, y después la enfermedad y muerte del Fundador, la oposición de Mons. Cruice contra su predecesor y los oblatos, el abandono de Montolivet y de las obras oblatas de Marsella.

Enfermedad y muerte.

El padre Tempier vivió en la casa general de París de 1862 a 1870. Fue aún primer asistente general de 1861 a 1867 y superior de la casa general de 1865 a 1867. Cada verano, hasta 1869, viajó principalmente por el Mediodía para curar su catarro y responder a las invitaciones de los superiores que recurrían constantemente a él en los asuntos financieros y temporales.

Los años 1864 y 1868 no pasaron desapercibidos, agrupando a los hermanos en torno suyo en la alegría y el reconocimiento. Él fue el primero en la Congregación en celebrar su cincuenta aniversario sacerdotal en Aix, el 7 de abril de 1864 y de profesión religiosa en Autun, en junio de 1868.

A finales de noviembre de 1869, tuvo una fuerte crisis de fiebre bronco-catarral. Durante todo el invierno, tuvo que quedarse casi de continuo en su habitación. La debilidad aumentó y las crisis se repitieron cada vez más frecuentemente. Murió en la medianoche del 8 al 9 de abril de 1870, en presencia del padre Fabre y de los padres de la comunidad de París. Su cuerpo reposa en el cementerio de Montmartre.

Yvon Beaudoin, o.m.i.