Con ultramontanismo se designa la doctrina o la tendencia favorable a un reforzamiento de la autoridad de la Sede Apostólica, la jurisdicción universal del Papa, la validez de sus definiciones teológicas y sus condenaciones.

El Ultramontanismo conoció su auge en el siglo XIX. Cuando fue deportado a Francia, Pío VII se ganó la simpatía de la gente. De igual modo, la Revolución de 1848 y las desgracias sufridas por Pío IX hizo nacer una nueva escuela ultramontanita, antiliberal y defensora del poder temporal del Papa. Este movimiento se expandió gracias a pensadores como Joseph de Maistre y Félicité de Lamennais, a periodistas como Louis Veuillot y a los editores de L’Univers, a obispos influyentes como el Cardenal Gousset, obispo de Rheims, Mons. Pie, obispo de Poitiers, etc. A esta corriente ultramontanita se oponía otro grupo de obispos entre los cuales se encuentran Mons. Sibour, obispo de París, Mons. Dupanloup, obispo de Orleans, Mons. Mathieu, obispo de Besançon, etc.

En el fondo, en los ultramontanitas y galicanos se enfrentaban dos concepciones: la de que al desafío lanzado por la sociedad posrevolucionaria no puede hacerse frente sino con una Iglesia centralizada, uniforme en su doctrina, en sus formas y en su disciplina, controlada por un Papa infalible y por una vigilante administración romana; por otro lado la de que la Iglesia estaba condenada a perder toda influencia en la sociedad moderna si no se enraizaba profundamente en el carácter nacional y en instituciones locales, y si no se regía por una estructura flexible, federal y colegial.

Como seminarista en París, donde estuvo en contacto con los cardenales italianos en el exilio, y como joven sacerdote en Aix, el Abate de Mazenod se muestro inequívocamente ultramontano y opuesto al galicanismo (véase el artículo “Galicanismo”). Muchos oblatos admiraban a Lamennais y, en una carta al P. Tempier del 16 de enero de 1829, el P. de Mazenod afirmó que Mons. Arbaud, obispo de Gap, soñaba con enviar a los oblatos lejos de Notre Dame du Laus porque eran ultramontanos y discípulos de Lamennais. A su llegada a Marsella, los de Mazenod adoptaron la liturgia romana mucho antes que otras diócesis de Francia. No obstante mantuvieron algunas ceremonias características de Francia, basadas en tradiciones centenarias.

Mons. de Mazenod fue un ultramontano moderado, opuesto a la destrucción de tradiciones antiguas reconocidas por el Papa. El 2 de marzo de 1850, en su diario, escribió una importante página en relación a ello: “A fuera de querer hacerse romanos, como si no lo fuéramos, nuestros jóvenes obispos caen en lo pueril. ¡No saben como yo cuánto se ríen de ellos en Roma! (…). Tengo en este momento una serie de preguntas hechas por el obispo de La Rochelle a la Congregación de Ritos. ¡Es increíble!… ¡No veo las cosas de este modo! Cierto que siempre he pasado por ultramontano y, si bien no quiero las pretendidas libertades galicanas de 1682 y otras, sostengo el derecho que la costumbre de uso constante da a nuestras Iglesias, un derecho que nuestros predecesores disfrutaron con el pleno conocimiento del Sumo Pontífice quienes nunca soñaron con impugnarlo. Y con verdadero dolor veo a todos nuestros jóvenes obispos, yendo uno tras otro a remolque de algunos exagerados, sacrificar uno a uno todos nuestros privilegios, todos nuestros usos más antiguos y más venerables. Nuestra Iglesia, tal como era antes de este atropello, ¿no era la más querida y respetada por todos los papas y por el colegio constituyente del clero romano?. Yo mismo soy quien puedo responder, yo que me he visto en estrechas relaciones con todos los papas posteriores a Pío VII hasta Gregorio XVI inclusive y con todos los cardenales de esta época [enumera aquí a 33], los cuales admiraban todos nuestras Iglesias […]. Sostengo que jamás los papas nunca contemplaron la idea de impedir a los obispos de Francia mantener unos usos de sus iglesias hasta que éstos, por un celo excesivo, no hubieron provocado la aprobación de unos cambios que se pretendían hacer […]. Lamentaré toda mi vida la conducta de mis jóvenes colegas que jamás imitaré, incluso cuando sea el único que quede en pie en medio de todas estas ruinas”.

Cuando en 1852, en relación con La Correspondence de Rome (ver el artículo: La Correspondence de Rome) el Cardenal Gousset le acusó de ser galicano, Mons. de Mazenod reaccionó enérgicamente en contra de esta acusación, aunque alabó y aprobó las antiguas tradiciones de la iglesia de Francia (carta del 21 de julio de 1852). Envió después una copia de esta carta a los obispos. En una carta del 30 de octubre a Mons. Doney, obispo de Montauban, escribió entre otras cosas: “He avanzado que la Iglesia de Francia, o si quiere las Iglesias de Francia, el clero de Francia, contaba con gran mérito de la religión y con una gran gloria en los dos siglos precedentes y en el siglo presente; y que aquello lo dije sin pretender justificar los atropellos del galicanismo, que terminantemente evité elogiar, sino que en mi opinión no es sino un recuerdo casi extinguido en los espíritus y sin raíces en los corazones devotos a la Santa Sede. Por tanto, no hay nada allí que un ultramontano no pueda decir y que no deba congratularse de poder decir”.

En el transcurso de su vida Mons. de Mazenod tuvo muchas otras ocasiones de demostrar su ultramontanismo, especialmente cuando el Papa Pío IX fue obligado a huir de Roma en 1848 y fue invitado a refugiarse en Marsella, o, también, en relación a los Estados Pontificios (véase el artículo “Pío IX”).

Yvon Beaudoin, o.m.i.