1. La Vida Religiosa En Eugenio De Mazenod
  2. Después De La Muerte De Eugenio De Mazenod

Eugenio de Mazenod no tuvo dos vocaciones: una al sacerdocio y otra a la vida religiosa. No tuvo más que una vocación: ser plenamente un hombre apostólico. En esta vocación entraban el sacerdocio y la vida religiosa. El sacerdocio: ser un sacerdote que enseña , que proclama la palabra de Dios, que transmite el perdón divino, que celebra la eucaristía, que reúne la comunidad cristiana en torno a Cristo. La vida religiosa : ser un hombre apostólico consagrado, que lo da todo, que no rehúsa nada a Dios, que es libre interiormente, un hombre desprendido, celoso por la gloria de Dios y la salvación de las almas, dispuesto, en una palabra, a seguir y practicar los consejos evangélicos.

Afirmaba Eugenio: “Si queremos lograr los mismos resultados que los Apóstoles y los primeros discípulos del Evangelio, es preciso que usemos los mismos medios, y con mayor razón porque al no gozar del poder de hacer milagros, hace falta que sea con el brillo de nuestras virtudes con lo que ganemos a los pueblos extraviados” [1]. Por eso valoraba mucho la presencia del sacerdote Henry Tempier en su grupo: “Considero muy importante para la obra de Dios que usted sea de los nuestros; cuento con usted más que conmigo mismo para la regularidad de una casa que, en mi idea y mis expectativas debe retratar la perfección de los primeros discípulos de los Apóstoles. Fundo en esto mis esperanzas mucho más que en los discursos elocuentes: ¿convirtieron alguna vez a alguien? ¡Oh, qué bien hará usted lo que es importante hacer!” [2].

Se puede decir que Eugenio de Mazenod, después de su “conversión” en los años 1805-1807, y a pesar de sus defectos [3], tenía la voluntad de darse totalmente a Dios. Cuando conoció el amor que Cristo le tenía y que había ofrecido su sangre para salvarlo, no quiso vivir más que para él y para la salvación de los hombres.

En este artículo precisaremos lo que es la vida religiosa para los oblatos: su nacimiento con Eugenio y, más brevemente, su evolución y su situación actual. Hay varios estudios sobre el tema, especialmente en Études oblates (Vie Oblate Life) [4] y en trabajos recientes [5].

LA VIDA RELIGIOSA EN EUGENIO DE MAZENOD

En la tercera parte del artículo Eugenio de Mazenod en este diccionario: “La espiritualidad del Oblato de María Inmaculada”, hemos tocado esta cuestión y presentado el contexto en que hay que plantearla [6].

El atractivo a la vida religiosa en Eugenio se manifestó progresiva- mente y en diversas formas. En Venecia, cuando tiene alrededor de 13 o 14 años, la vida y la actitud de su educador, Don Bartolo, influyen mucho en él; igualmente, las Cartas edificantes sobre las misiones extranjeras, escritas por los misioneros de la Compañía de Jesús. “De allí [Venecia], escribirá más tarde, data mi vocación al estado eclesiástico y acaso a un estado más perfecto” [7]. No se trata de vida religiosa, pero la regularidad y el comportamiento de Don Bartolo no dejan de impresionarlo. En Nápoles y Palermo, parece que no piensa mucho en esa realidad, y lo mismo en Francia, los primeros años después de su regreso (1802-1805). Se da cuenta, sin embargo, del abandono espiritual de la gente, sobre todo de los pobres, y de la falta de sacerdotes y religiosos para ayudarlos. Él mismo presta servicio entre los prisioneros de Aix.

Un Viernes Santo, probablemente en 1807, – tenía 25 años – la gracia se muestra con mayor claridad y va a cambiar su vida. La vista de la cruz de Cristo le conmueve hasta el fondo del ser: “[…] a pesar de mi dolor, o más bien por medio de mi dolor, mi alma se lanzaba hacia su último fin, hacia Dios, su único bien, cuya pérdida sentía vivamente” [8]. Al año siguiente, “una sacudida ex- terna”, verdadera moción del Espíritu, le llevó a orientarse hacia el sacerdocio [9].

Los cuatro años pasados en el seminario de San Sulpicio le abren más a las necesidades de la Iglesia, y proporcionan una estructura mayor a su vida espiritual: ejercicios de piedad, participación en los sacramentos, método de oración , examen de conciencia, reglamento de vida… Admira a los sulpicianos. Aumenta su conocimiento de la vida religiosa . Su madre, ya reticente ante su ideal sacerdotal, se inquieta todavía más al verle acercarse a los “Hermanos”. Eugenio le responde el 23 de marzo de 1809: “No pude menos de sonreír al leer la recomendación que usted me hace de no acercarme demasiado a esos buenos hermanos [los Hermanos Grises] y de recordar que nuestra misión debe ser diferente. Creí entrever en esa solicitud maternal cierto temor de que yo tuviese tanto atractivo por el estado de esos buenos hermanos, cuanta es la veneración que siento por sus virtudes. No debo diferir más tiempo el tranquilizarla a este respecto. Jamás he pensado ni por un instante tomar un partido que está tan por encima de mis fuerzas y es tan poco conforme a mi gusto. Hace falta poseer una virtud muy distinta de la que tengo para abrazar el más alto grado de la perfección evangélica y Dios nunca me ha inspirado el menor atractivo por el retiro [es decir: los Padres del Retiro cristiano(?)] y por una excesiva dependencia. Si un día estoy en situación de favorecer ese establecimiento, lo haré con toda el alma, pues estoy convencido de que hacen un bien inmenso, pero todo se reduce a eso” [10].

Al final de su seminario, en 1811, Eugenio necesita un doméstico. Su elección recae en un ex religioso, un trapense camaldulense, el hermano Mauro. En 1812 éste trabaja para Eugenio y lo acompaña a Aix. En 1812 los trapenses son restablecidos en Francia, y el Sr. Duclaux, consultado, escribe a Eugenio: “Comprendo bien que usted tiene razón en echar de menos al H. Mauro; difícilmente encontrará otro para reemplazarle. Usted ha hecho grandes sacrificios para ligarlo consigo, pero cuando lo escogió, no ignoraba que él era trapense de deseo y de profesión y que había contraído compromisos irrevocables para ligarse a un Dueño mayor…Desde el momento que haya una casa de trapenses sólidamente restablecida, está obligado en conciencia a retirarse a ella; es un sacrificio que usted debe a Dios y a la religión que es tan bien servida por esos buenos Padres trapenses” [11].

Este Hermano era un religioso ferviente, que había conservado en el mundo las santas prácticas de su estado. Eugenio le había encargado en Aix de “reprenderle por sus faltas por la mañana en la oración” [12]. El 17 de setiembre de 1814 el P. de Mazenod lo recibe oficialmente como miembro de la Congregación de la Juventud. “[…] El Sr. Director, en su recepción, […] no olvidó indicar a los asociados, que pasaban a ser sus compañeros, cuántas ventajas iban a sacar de la comunión de oraciones y de méritos que quedaba establecida entre ellos y este santo religioso que, desde el fondo de su soledad y en el silencio incluso de la noche, velaría en cierto modo por ellos […]” [13]. Al día siguiente, el H. Mauro dejaba Aix y volvía a la Trapa. “Tenemos la impresión, dice el P. Juan María Larose, que junto a ese humilde hermano camaldulense nuestro Fundador conoció la profunda riqueza de la vida religiosa, casi diríamos, hizo su noviciado religioso” [14].

Sí, pero entre tanto Eugenio había reflexionado sobre la vida religiosa; había hecho retiros inspirados en los autores jesuitas, entre otros el del P. Francisco Nepveu [15]; había conocido a los redentoristas, a los lazaristas (paúles), a los sulpicianos, y había pensado en las antiguas órdenes y deplorado su desaparición en Francia. En 1811 escribía a su herrnana Eugenia :”Según las horas, trasládate en espíritu en medio de las santas almas que alaban y bendicen el santo Nombre de Dios, de 9 a 11,a los carmelitas, de 11 a 2, con los santos religiosos que en algunos lugares tienen todavía la dicha de poder cantar las alabanzas del Señor a las horas que les indica su regla, de 2 a 4, a la Trapa […] Oh, cuando se tiene fe y aunque sea solo un poco de amor a Dios, uno encuentra fácilmente los medios de no perder de vista demasiado tiempo a su amado” [16].

En 1814 Eugenio expone a Carlos de Forbin-Janson su propia búsqueda y su disponibilidad : “No sé todavía lo que Dios exige de mí, pero estoy tan resuelto a hacer su voluntad una vez que me sea conocida, que saldría mañana para la luna si hiciera falta. No tengo ningún secreto para ti. Por eso te diré sin pena que estoy fluctuando entre dos proyectos: el de ir lejos a enterrarme en alguna comunidad muy regular de una Orden que he apreciado siempre; el otro, establecer en mi diócesis precisamente lo que tú estás realizando con éxito en París… Yo me sentía más inclinado al primero de esos proyectos, porque, a decir verdad, estoy un poco cansado de vivir únicamente para los otros…sin embargo, el segundo me parecía más útil, viendo el horrible estado al que están reducidos los pueblos… Tenía también en mi mente ciertas reglas que proponer, pues me interesa que se viva de una manera sumamente regular…Que Dios sea glorifi- cado, que las almas se salven, todo está ahí, no miro más allá” [17]. Domina la orientación apostólica, pero con el afán de que “se viva de manera muy regular”.

En 1813 Eugenio fundó la Congregación de la Juventud de Aix y le dio un reglamento serio, del que se interesó mucho [18]. En 1815 busca candidatos para establecer la misión de Provenza. No puede tener éxito él solo. Sus cartas al abate Tempier son precisas: quiere tener un grupo de “fervorosos misioneros” que vivirán juntos en una misma casa”y “bajo una regla que adoptarán de común acuerdo”. Quiere “hombres que tengan la voluntad y la valentía de seguir las huellas de los Apóstoles”. Quiere que en esa casa “se establezca la mayor regularidad”. “Por eso usted me es necesario, porque le sé capaz de abrazar una regla de vida y de perseverar en ella” [19].

Unas semanas más tarde, el 13 de diciembre de 1814, repite a Tempier: “Humíllese cuanto le plazca, pero sepa que usted es necesario para la obra de las misiones; le hablo ante Dios y a corazón abierto. Si solo se tratara de predicar bien que mal la palabra de Dios, mezclada con mucho ingrediente humano, y de recorrer los pueblos del campo con el designio, si quiere, de ganar almas para Dios, pero sin preocuparse mucho de ser hombres interiores verdaderamente apostólicos, pienso que no sería difícil remplazarle, pero ¿puede creer que yo quiera semejante mercancía ? Hace falta que nosotros mismos seamos decididamente santos. Esta palabra abarca todo lo que podríamos decir. Ahora bien ¿hay muchos sacerdotes que quieran ser santos de este modo ? Sería preciso no conocerlos para persuadirse de ello ; yo sé bien lo contrario : la mayoría quieren ir al cielo por una vía distinta de la de la abnegación, dela renuncia y del olvido de sí mismos, de la pobreza, de las fatigas, etc. Tal vez no estén obligados a hacer más ni de otro modo de como lo hacen, pero al menos no deberían molestarse tanto si algunos, creyendo conocer que las necesidades de los pueblos exigen más, quieren tratar de entregarse para salvarlos” [20].

El 25 de enero de 1816 en su súplica a los vicarios generales de Aix, Eugenio reafirma su orientación : Quiere fundar “una comunidad regular de misioneros[…] para tratar de hacerse útiles a la diócesis, a la vez que trabajen en la obra de su propia santificación conforme a su vocación” [21]. E incluso precisa :”[La comunidad quiere] procurar a sus miembros el medio de practicar las virtudes religiosas, por las que sienten un atractivo tan grande que la mayor parte de ellos se habrían consagrado a observarlos toda la vida en alguna orden religiosa, si no hubieran concebido la esperanza de encontrar en la sociedad de los misioneros aproximadamente las mismas ventajas que en el estado religioso al que querían pertenecer” [22].

El 4 de noviembre de 1817, ante el P. Tempier, encargado de la formación de los jóvenes oblatos, el Fundador insiste : “Ya que ha aumentado el número de jóvenes que componen la casa, es preciso que crezcan proporcional- mente la exactitud y la regularidad. Es el momento de formar el espíritu de la casa… Me interesa mucho que den buen ejemplo en el Seminario. No deben perder de vista que somos una Congregación de clérigos regulares y que, por tanto, debemos ser más fervorosos que simples seminaristas, que estamos llamados a remplazar en la Iglesia la piedad y todas las virtudes de las Órdenes religiosas, que todas sus acciones deben ser realizadas con la disposición que tenían los Apóstoles cuando esperaban en el cenáculo que viniera el Espíritu Santo a abrasarlos en su amor y a darles la señal para volar a la conquista del mundo” [23].

Ya Eugenio consideraba a su Sociedad como una “Congregación de clérigos regulares”( !). No éramos “religiosos”, pero, para el Fundador, debíamos tener el espíritu y la regularidad de ellos. “En el reglamento del 25 de enero de 1816, nota el P. Cosentino, aunque no se hable de votos, se dice , con todo, explícitamente : ‘Los Misioneros deben proponerse, al entrar en la Sociedad, perseverar en ella toda la vida […] Cada miembro toma para con ella [el compromiso] de vivir en la obediencia al superior y en la observancia de los estatutos y reglamentos” [24].

El 11 de abril de 1816, jueves santo, el P. de Mazenod y el P. Tempier hacen voto de obediencia recíproca. El Fundador escribe :”Mi intención, al dedicarme al ministerio de las misiones para trabajar sobre todo en la instrucción y en la conversión de las almas más abandonadas, había sido imitar el ejemplo de los Apóstoles en su vida de entrega y abnegación. Me había persuadido de que, para obtener los mismos resultados de nuestras predica- ciones, había que marchar por sus huellas y practicar, en cuanto nos fuera posible, las mismas virtudes. Yo miraba, pues, los consejos evangélicos, a los que ellos habían sido tan fieles, como indispensables, para que no ocurriera con nuestras palabras lo que yo había observado demasiadas veces que ocurría con palabras de tantos otros que anunciaban las mismas verdades y eran solo bronce que resuena y platillos que aturden. Mi pensamiento fijo fue siempre que nuestra pequeña familia religiosa debía consagrarse a Dios y a la Iglesia con los votos de religión… En suma, el P. Tempier y yo juzgamos que no había que diferir más, y el jueves santo…emitimos nuestros votos con gozo indecible” [25]. El P. Fabre en la noticia necrológica del P. Tempier, dirá: “podemos considerar ese acto como la iniciación a la vida religiosa que un día profesarán con tanta dicha” [26].

La fundación de una casa en N.D. de Laus, fuera de la diócesis de Aix el 8 de enero de 1819, hizo dar un paso adelante. Eugenio había comprendido que la Congregación, al extenderse, tenía necesidad de Constituciones. En agosto y setiembre de 1818 había ido a San Lorenzo du Verdon y había redactado el texto, inspirándose mucho en el beato Alfonso de Ligorio.

El P. de Mazenod discutió el tema de los votos con los miembros del Instituto y, llamando a votar a los escolásticos – los Padres no estaban todos de acuerdo – el primer Capítulo general de 1818 aceptó las Constituciones y el compromiso de los votos. Había 7 Padres (Eugenio, Tempier, Mie, Moreau, Deblieu, Maunier y Mario Aubert) y 3 escolásticos (Courtès, Suzanne y Dupuy). Seis fueron favorables a la aceptación de los votos. El 1 de noviembre de 1818, en la capilla de Aix, en la clausura del retiro, se tuvo la primera emisión de los votos de obediencia, castidad y perseverancia. Dos, los PP. Deblieu y Aubert, prefirieron esperar [27].

Respecto al voto de perseverancia, diversas razones motivaron al Fundador: en primer lugar, el ejemplo de Alfonso de Ligorio que lo había inscrito en sus Reglas, y luego una razón histórica, pues entonces los obispos podían, o creían poder, dispensar de los votos religiosos emitidos en Congregaciones de votos simples.

En cuanto al voto de pobreza, Eugenio no juzgaba a su Instituto dispuesto a aceptarlo. Él mismo deseaba ese voto; animó a sus compañeros “a asumir bien el espíritu de la [pobreza]” [28]. Los Capítulos posteriores proveerían. En efecto, el segundo Capítulo general, el 21 de octubre de 1821, lo introdujo en las Constituciones. Así, en 1825, cuando se presentó a Roma la instancia para la aprobación del Instituto, las Constituciones contenían los cuatro votos.

Estos votos, enraizados en una sólida vida comunitaria, fundados en un amor profundo a Jesucristo, y en la voluntad de “trabajar seriamente por hacerse santos, [por] caminar resueltamente siguiendo las huellas de los Apósto- les…[por] renunciarse completamente a sí mismos,…[por estar] dispuestos a sacrificar bienes, talentos, descanso, la propia persona y vida por amor de Jesucristo, servicio de la Iglesia y santificación del prójimo…”, e ir hacia los hombres y “luchar hasta la muerte” para enseñarles “quién es Jesucristo” y “extender el Reino del Salvador” [29]: esto era el oblato en 1826.

El Fundador le pide también que viva bajo el patrocinio de María Inmaculada, que sea bondadoso con la gente, sobre todo con los pobres, que sea fiel a su vida de oración: dos medias horas cada día; al recogimiento: toda la vida de los miembros de la Sociedad debe ser un continuo recogimiento; a la mortificación: “los obreros evangélicos deben también valorar grandemente la mortificación cristiana, si quieren sacar frutos abundantes de sus trabajos. Así, todos los miembros de la Sociedad se aplicarán principalmente a mortificar su interior, a vencer sus pasiones, a renunciar en todo a su propia voluntad, tratando, a imitación del Apóstol, de gloriarse en los sufrimientos, y en los desprecios y humillaciones de Jesucristo” [30]. Además añade: “En todas las casas donde cómodamente se pueda, se recitarán las horas canónicas en coro con gran recogimiento de espíritu” [31].

Un párrafo de esas Constituciones, que aparecerá hasta 1966, menciona las dos partes de la vida del oblato: una parte dedicada a la oración, y la otra a las obras externas: “Queda dicho que los misioneros deben, en cuanto lo permite la fragilidad humana, imitar en todo los ejemplos de Nuestro Señor Jesucristo, principal fundador de la Sociedad, y de los Apóstoles, nuestros primeros padres. Imitando a esos grandes modelos, emplearán una parte de su vida en la oración, el recogimiento y la contemplación en el retiro de la casa de Dios, en la que habitarán juntos. La otra parte, la consagrarán enteramente a las obras exteriores del celo más activo, como son las misiones, la predicación y las confesiones, la catequesis, la dirección de la juventud, la visita de enfermos y prisioneros, los retiros espirituales y otros ejercicios semejantes”. Y la Regla concluye: “Pero, tanto en la misión como en el interior de la casa, pondrán su principal empeño en avanzar por el camino de la perfección eclesiástica y religiosa; se ejercitarán sobre todo en la humildad, la obediencia, la pobreza, la abnegación de sí mismos, el espíritu de fe, la pureza de intención y todo lo demás; en una palabra, procurarán hacerse otros Jesucristo, exhalando doquiera el aroma de sus amables virtudes” [32].

Posteriormente, el Fundador insistirá mucho, en sus visitas y en sus cartas, y hasta el fin, en la regularidad de la vida oblata. A sus 74 años, se dirige a la Congregación de este modo: “Gracias a Dios, la mayoría entre nosotros lo ha comprendido; pero, lo digo con dolor, bastantes todavía dejan mucho que desear a este respecto…Se diría que para ellos nuestras Reglas y nuestras Constituciones son un libro cerrado… Pero ¿qué hacen ellos de la oración… ? ¿Para qué les sirven los dos exámenes de conciencia… ? ¿No encuentran alimento alguno para sus almas en el Oficio sagrado… y en el santo Sacrificio ? ¿Y ese día de retiro, y esos ejercicios espirituales de cada año que preceden a la renovación de los votos ? ¿Y esa confesión al menos semanal, y esa dirección y esas conferencias de la culpa ; en una palabra, el conjunto de esa vida de perfección que bastaría para formar grandes santos en la Iglesia de Dios ? Flens dico , es precisamente el abuso de tantas gracias lo que constituye la infidelidad…y lo que explica las desoladoras apostasías de que tenemos que avergonzarnos” [33].

Como obispo de Marsella (1837-1861), Mons. de Mazenod acogerá con gusto a varias Congregaciones religiosas en su diócesis [34]; como superior general de los oblatos, su principal empeño será el de profundizar y hacer que se profundice el compromiso misionero y religioso de su Sociedad [35]. Los nueve Capítulos generales que él va a presidir procurarán las explicaciones necesarias al desarrollo y a la vida del Instituto : por ejemplo, el envío de miembros a las misiones extranjeras (1831), la aceptación de la teología moral de Alfonso de Ligorio (1837), saber “poner nuestra Regla más en armonía con las necesidades de la sociedad y en relación con el horizonte más vasto que se abre”(1843), establecer provincias en la Congregación (1850), iniciar la causa de beatificación del P. Domingo Albini (1856)…E incluso esto realmente característico que Eugenio afirmará en 1850 : la necesidad “de ser religioso perfecto para ser buen misionero” [36].

DESPUÉS DE LA MUERTE DE EUGENIO DE MAZENOD

Tras la muerte del Fundador ¿cómo se desarrolló la vida religiosa entre los Oblatos y cuál es su situación actual ?

En el conjunto, hasta después de la segunda guerra mundial (1939-1945), la Congregación ha ido creciendo y su vida religiosa se ha manifestado fiel y bien asentada. La expansión geográfica fue intensa: en 1861 los oblatos eran 414; en 1995, son 5.000 en más de 60 países. Las Constituciones y Reglas han permanecido sustancialmente las mismas ; solo en 1966 cambiará seriamente su forma [37]. Los superiores generales y los Capítulos se esforzaban por responder a las necesidades de la Iglesia y del mundo de los pobres; adaptaban la Congregación a la evolución de los tiempos, fundaban nuevas misiones, fortalecían los lazos familiares entre oblatos, buscaban los medios para financiar mejor al Instituto, fundaban la revista Missions O.M.I en 1862, promovían la colaboración de los laicos cristianos mediante la Asociación Misionera de María Inmaculada (1893)… La vida religiosa misma, en su forma y su contenido, no se tocaba ; formaba parte de nuestro ser. Esa vida se vivía, se profundizaba y se adaptaba a las nuevas exigencias canónicas (1908, 1926), a las circunstancias externas como las dos guerras mundiales, a los llamamientos de la Iglesia (por ejemplo, el compromiso en la Acción Católica y el desarrollo de las misiones en América Latina). Se insistía mucho en la comunidad y en el espíritu de familia, en la devoción a María, en la necesidad de formular la espiritualidad oblata [38], de procurar la glorificación de los santos oblatos (Eugenio de Mazenod, Domingo Albini, Vidal Grandin, José Gérard, Ovidio Charlebois, el hermano Antonio Kowalczyk…).

Para el centenario de la Congregación, Mons. Dontenwill recordó con vigor el carácter religioso del Instituto : “Afirmamos, en nombre de Dios, de su Vicario en la tierra y de nuestro venerado Fundador, que en nuestra Congregación somos religiosos antes que misioneros; somos religiosos para ser misioneros sobrenaturales, religiosos para perseverar hasta la muerte en las fatigas del apostolado. El día en que dejáramos de ser religiosos, llevaríamos aún el título de misioneros, cumpliríamos funciones apostólicas, podríamos ser incluso convertidores de almas, pero dejaríamos de estar en nuestra vocación…Nuestro venerado Fundador quiso que en su nueva sociedad de misioneros, la vida religiosa precediera, preparara e informara la vida apostólica” [39].

En los comienzos de su generalato, el P. León Deschâtelets gozaba de esa atmósfera: “¡Teníamos entonces, anota en sus Memorias, tantas soluciones para tantos problemas! Nunca hemos sentido que nuestras decisiones no eran recibidas o había quejas sobre ellas, al contrario. Ningún problema de autoridad o de obediencia en aquel tiempo. La Regla lo decidía todo. Nos bastaba recordarla en cada circunstancia” [40].

Poco a poco, después de la segunda guerra mundial y del progreso técnico y social que la sucedió, cambió la mentalidad y también el mundo. Era un mundo nuevo ; requería cambios capitales. La Iglesia misma sentía esa necesidad y el Papa Juan XXIII convocó el concilio Vaticano II. Él afirmaba : “La Iglesia […] asiste a una grave crisis de la sociedad humana que va hacia importantes cambios. Mientras la humanidad está en el viraje hacia una nueva era, vastas tareas aguardan a la Iglesia, como aconteció en cada época difícil. Lo que ahora se le pide es que infunda las energías eternas, vivificantes y divinas del Evangelio en las venas del mundo moderno; de este mundo que está orgulloso de sus últimas conquistas técnicas y científicas, pero que sufre las consecuencias de un orden temporal que algunos han querido reorganizar haciendo abstracción de Dios” [41]. Expresaba su “completo desacuerdo con esos profetas de desdichas, que anuncian siempre catástrofes como si el mundo estuviera próximo a su fin” [42]. Quería que la Iglesia “se volviera hacia los tiempos presentes que implican nuevas situaciones, nuevas formas de vida y abren nuevos caminos al apostolado católico” [43]. “Debemos ponernos gozosa- mente, sin miedo, al trabajo que exige nuestra época, siguiendo la ruta por la que la Iglesia marcha desde hace casi veinte siglos” [44].

Esta voluntad de poner al día, de renovación seria, se pedía a la Iglesia y también, al mismo tiempo, a la vida religiosa. “La renovación adecuada de la vida religiosa, decía el Concilio, comprende a la vez la vuelta a las fuentes de toda vida cristiana y a la primitiva inspiración de los Institutos y, por otra parte, una adaptación de éstos a las diversas condiciones de los tiempos. […] Hay que revisar, pues, convenientemente las Constituciones, directorios, libros de costumbres, de preces […]Sin la colaboración de todos los miembros del Instituto, no puede conseguirse la renovación eficaz, ni la recta acomodación” [45].

Efectivamente, el mundo se ha vuelto un mundo nuevo, un mundo más industrial y técnico, un mundo de especialización y de eficacia, un mundo de mentalidad democrática. Este mundo ha dejado de lado la sociedad unitaria, jerárquica, para empeñarse en una actitud pluralista y liberal, ha pasado de una sociedad aristocrática a una sociedad igualitaria. No acepta ya una creencia o una fe que se quiera imponer. Y, lo mismo, no acepta fácilmente una autoridad individual, exige que esté asociada a grupos de consejeros. La sociedad actual ha dejado de ser estable; se vuelve una sociedad sumisa al cambio y pide instituciones de revisión, de cooperación y de progreso.

Al mismo tiempo, dentro de la vida religiosa y según las regiones, se han desarrollado el individualismo y la promoción personal. La gente se ha vuelto más crítica, se reclama un trabajo de evangelización que sea eficaz, que llegue de verdad al hombre de hoy, que sepa defender la justicia y la paz. En occidente, en relación con esta cultura moderna, han disminuido mucho las vocaciones a la vida religiosa, sobre todo apostólica. Parecen no responder ya a las necesidades de la gente y no ser eficaces en la obra de evangelización. Hay ahí un problema de fe, pero también y antes, un problema humano.

Entre los oblatos se sintió esa crisis de la vida religiosa. Pidieron en 1953 una nueva edición de las Constituciones y Reglas. Se constituyó para ello una comisión poscapitular, la cual debería presentar al próximo Capítulo un proyecto de texto revisado. El Capítulo de 1959, que duró cerca de dos meses, estudió ampliamente el texto revisado, pero se sintió incapaz de llevar el trabajo a su término. Pidió que se constituyera otra comisión que preparara un nuevo texto revisado. Este segundo texto se entregó al Capítulo de 1966. Entonces, la Congregación dio un viraje: el Capítulo optó netamente por una adaptación profunda al mundo de hoy. Olvidó discretamente el texto revisado – todavía muy marcado por las Constituciones de 1928 – y formuló un texto nuevo por entero, tomando el vocabulario y las perspectivas de los documentos del Vaticano II. El Capítulo de 1972 siguió la misma orientación votando dos documentos : La perspectiva misionera y Las estructuras administrativas.

El paso estaba dado. La vida religiosa entre nosotros había entrado en el mundo actual y estaba decidida a afrontar los desafíos que este mundo le presentaba. No todo era perfecto en el nuevo texto de las Constituciones de 1966;dependía quizás demasiado exclusivamente del Concilio y no quedaba bastante marcado por el carácter peculiar oblato. Era preciso un equilibrio. Este se irá dando poco a poco, en estrecha colaboración con el conjunto de la Congregación y conducirá al texto de 1982, texto más breve, moderno, y en el que está muy presente Eugenio de Mazenod.

Durante estos años nuestro número ha mermado mucho: en 1966, el Instituto contaba más de 7 000 miembros, y en 1995 cuenta 5 000. Una disminución parecida se da en el conjunto de las familias religiosas. Pero, a más de esto, desde el interior surgían críticas sobre nuestra misma vida religiosa: era demasiado “monástica”, acentuaba demasiado la separación entre la oración y las obras exteriores, carecía de unidad, no tenía en cuenta la diversidad y la multiplicidad de los trabajos exteriores…E incluso algunos, muy influenciados por las modificaciones del mundo actual, llegaban a cuestionar su propio compromiso religioso. He aquí un ejemplo extremo: “Tres votos, tres negaciones,…una verdadera destrucción del mundo humano…Si los tres votos separan del mundo, de un mundo humano, del hombre concreto e histórico ¿cómo no concluir que deshumanizan ?…Situada en este nuevo contexto cultural, la vida religiosa se halla literalmente en vilo. Ella aspiraba a separar del mundo para formar mejores cristianos, y he aquí que una revaluación del mundo presenta a éste como algo requerido no solo para la plena humanización, sino también para la salvación cristiana y para la Iglesia. Entonces, la deshumanización que implica la práctica de los tres votos deja de verse como el reverso de una divinización…[los votos] se revelan como atentatorios a la misma vida cristiana”.

Se seguía viendo la necesidad de la vida misionera, pero algunos no veían ya realmente la necesidad de la vida religiosa. En 1974 se planteó la cuestión. La respuesta de la Congregación fue simple: un oblato, según la idea del Fundador y la historia del Instituto, es un apóstol-religioso (sacerdote o hermano [46]), un hombre enteramente dedicado a la evangelización de los pobres y, para ello, consagrado a Dios por los votos de religión. Para afirmar más ese carácter, el Capítulo de 1980 decidió presentar ambas realidades – la misión y la vida religiosa apostólica – como formando conjuntamente “el carisma oblato”, en la primera parte de las Constituciones. Anteriormente, estas realidades constituían dos partes distintas. “El cambio tiene su importancia. Significa claramente que el carisma oblato incluye tanto el modo de vida religioso del oblato como su misión apostólica en la Iglesia. La vocación oblata es más que un compromiso misionero en favor de los pobres, es en primer lugar un estado de consagración a Dios en el que se enraíza el servicio misionero” [47].

Las Constituciones de 1982 son fieles al ideal de Eugenio de Mazenod. Han tratado de penetrar en la vida religiosa que él quería, de unificar más nuestro ser y de adaptar nuestra respuesta misionera a las necesidades de hoy. Para el oblato, como para la Iglesia, la entrada en este mundo nuevo constituye un período difícil. Desde 1947 se han dado pasos considerables. La Congregación se ha dado más cuenta de su pasado, se ha hecho más consciente de sus valores profundos y se interesa por conservar esos valores y por vivirlos hoy, en el corazón del mundo actual.

El 26 de agosto de 1850, Mons. de Mazenod recordaba a los capitulares que era preciso que todo oblato estuviera convencido de la necesidad “de ser perfecto religioso para ser buen misionero” [48]. Estas realidades valen también hoy. Con el sacerdocio y el sostén comunitario del hermano, ellas constituyen plenamente al oblato, “hombre apostólico”.

Fernand JETTÉ