Tal es el nombre dado por los marselleses al monumento erigido por Mons. de Mazenod en honor de María Inmaculada, con el fin de preservar el recuerdo de la definición del dogma de la Inmaculada Concepción, proclamado por el Papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854.

Esta definición es un gran evento en la vida de San Eugenio. Éste se sintió transportado a la alegría del cielo, como anota en su diario: “Me parecía ver en ese momento abrirse el cielo sobre nuestras cabezas y mostrarnos a descubierto la alegría de toda la Iglesia triunfante (…). Creía ver a Jesucristo nuestro Señor felicitando a su divina Madre (…) y a San José regocijándose de dicha por su esposa, de la que está muy cerca en el cielo” (citado en Rey II, pág. 528). Mons. de Mazenod no podía contener su júbilo a la hora de mostrar hasta qué punto se unía la diócesis de Marsella a la alegría de toda la Iglesia, como testimonia Mons. Jacques Jeancard en sus Memorias: “Monseñor estaba encantado de todo cuando regresó. Lo decía a todo el mundo” (citado en Rey II, pág. 530). De esta alegría quería conservar un recuerdo visible. Así anota en su programa, el 21 de noviembre de 1855: “Carta al alcalde de Marsella. Proyecto de un momento conmemorativo de la promulgación del dogma de la Inmaculada Concepción, a elevar en uno de los extremos del cours [paseo] Bonaparte. Solicitud de autorización para escoger este emplazamiento”. El consejo municipal hizo llegar al obispo su respuesta unánime en favor de esta petición. En el primer aniversario de la definición del dogma, el diario de Mons. de Mazenod dice así: “Hemos querido perpetuar su memoria poniendo la primera piedra de un monumento que recordará sin cesar a las edades futuras el oráculo de la verdad en honor de la Madre de Dios y la piedad con la que hemos respondido a la voz del cielo” (ver Rey II, pág. 555). En su carta pastoral del 21 de diciembre de 1855, el obispo de Marsella hizo un llamamiento a la participación de los fieles: “Hizo todavía que toda alma fiel contribuyera en esta obra. Cada uno debía tener la dicha de aportar su ofrenda”.

El monumento se inaugura el 8 de diciembre de 1857. En su entusiasmo Mons. de Mazenod escribe personalmente al Papa Pío IX para contarle el desarrollo de la ceremonia. Comienza con la descripción del monumento: “Es de mármol de Carrara; consiste en una columna bizantina de una dimensión bastante grande, la cual, colocada sobre un bello pedestal igualmente de mármol, sujeta en su parte superior la estatua de María Inmaculada”. Hubo al principio una procesión que duró más de dos horas, después el obispo celebró la misa a los pies de la estatua. Los marselleses no se contentaron con una celebración en la mañana. Mons. de Mazenod prosigue en su carta a Pío IX: “En la tarde la ciudad entera se iluminó, las casas más humildes tenían candelas, la caridad asoció a los pobres al júbilo común”.

En lugar de emplazamiento de dicho monumento se construyó después una gran escalera ante la estación de ferrocarril. El monumento, por tanto, fue trasladado a un lugar más alejado. Una inscripción cuenta brevemente la historia del monumento erigido en honor de María Inmaculada. El conjunto está muy bien conservado por la municipalidad de Marsella. Por el resplandor de la estatua, merece bien su nombre de Virgen Dorada.

René Motte, o.m.i.